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Opinión - ¿Misiles para qué? Por José Enrique de Ayala

CRÓNICA

Maka hace llorar a su público con un 'flamencotón' fraternal para tiempos difíciles

30 de mayo de 2022 12:56 h

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Cuatro chicas dispuestas en círculo se gritan sin parar. Se lanzan frases una a otra, se protegen el pecho como si les fuese a explotar y señalan con el dedo a la que tienen delante. “¡De amor nadie se muere! ¡Si así te ves, mi niña, es porque quieres!”. De repente, a una de ellas, la del vestido rojo, le cae una lágrima por la mejilla izquierda. Algo en ella ha hecho crac. Pero no deja de gritar. De cantar. Lo mismo hacen sus amigas. Una de ellas le seca la lágrima, pero ya le ha brotado otra del ojo derecho. Y esa no la secará nadie. Hará todo el camino mejilla abajo mientras la chica del vestido rojo baila enajenada un compás irresistiblemente reguetonero y otra de sus amigas intenta limpiarle la mancha de rímel corrido. Y allí seguirán las cuatro, gritando con un marcado deje flamenco: “¡La vida es bonita si sabes vivirla! ¡La mancha de mora con mora se quita!”.

La chica de rojo lleva tatuada una frase que le atraviesa toda la espalda. La canción a la que se aferra como si la vida le fuese en ello se titula Curando cicatrices. Y la escena no es inusual esta noche en el Sant Jordi Club de Barcelona. Unos metros más cerca del escenario, otra mujer abraza a su amiga, que esconde su rostro abatido entre el hombro de esta y su larga melena negra. “¿Qué le pasa?”, pregunta un amigo. Y la amiga le hace una señal inequívoca, como frotándose los ojos: pucheros. Está llorando. A su alrededor, decenas y decenas de grupos de veinteañeros y treintañeros siguen entregados a un ritual íntimo y a la vez multitudinario: gritándose en corro o en pareja versos de Policía y ladrón, Amor ya no queda, Mi pena, Caprichos del destino... En primera fila alguien ondea una pancarta que dice: “Tu música cura”. Está pintada en amarillo chillón para que el cantante la pueda leer incluso en la oscuridad.

Afonías y rímel corrido

Fue Maka quien provocó tantas afonías y corrimientos de rímel el sábado. En la época del año más complicada para programar actuaciones en Barcelona (una semana antes del Primavera Sound), en plena temporada de show de estadios (Red Hot Chili Peppers, Marc Anthony, Christina Aguilera...) y la misma noche de la final de Champions, el cantante granadino agotó las 4.600 entradas que puso a la venta. El llenazo no fue ninguna sorpresa. Venía de reunir a más de seis mil en la plaza de toros de Murcia y ya le esperan en Córdoba más de siete mil. Hace ocho años compartía cartel con Dellafuente en la gira Quejíos y autotune. Hoy, con más de 560 millones de visualizaciones en YouTube, dobla las cifras de su hermano granadino. Y triplica las de Yung Beef. Y le saca 150 millones de ventaja a Bad Gyal. Y no anda tan lejos de los 700 millones de Morad. Y, sí, aún no suma la mitad que C. Tangana, pero con una inversión económica y publicitaria que no roza ni de lejos la vigésima parte de la del madrileño.

Todos estos datos no son argumentos. Solo son contexto. En una época en que los medios de comunicación cultural ejercen de replicantes acríticos de las estrategias de marketing de discográficas y agencias de management, no está de más cuantificar el nivel real de popularidad que ocupa cada cual en el engañoso tablero de las llamadas músicas urbanas; es decir, en el pop del siglo XXI. Y el público de Maka, como el de tantos otros grupos invisibles en la prensa cultural, es parte de eso que podríamos llamar la mayoría silenciosa del pop español. La agencia del artista afirma no haber recibido solicitudes de acreditación por parte de la prensa local. Tampoco se avistan modernos in da house.

¡Que te como la gorra!

No todo es llanto en los conciertos de Maka, pero cierto es que la textura melancólica de su quejío parece encapsular ese sentimiento de derrota irremediable que abruma a varias generaciones de este país; en especial, a aquellas que difícilmente podrán escapar de la condena que significa ser clase obrera en España. La pena, el dolor y los problemas cotidianos son asuntos troncales en su cancionero. Y en contraposición, las oportunidades, la amistad y el amor, como asideros incondicionales. Todo ello, cantado por un granadino de look yanqui (camiseta del rapero neoyorquino Pop Smoke y gorra de béisbol) que arranca tremendos gritos de sus fans: “¡Viva el amor, coño!”, “¡Que te como la gorra!”.

Maka anda estos días presentando su gira más flamenca. Detrás de esta pinta hay un flamenco (2021) es el título de su último álbum, el noveno en menos de una década. La portada es un homenaje al Quien no corre, vuela del malogrado Ray Heredia. En escena lo respalda un tocaor, un percusionista, dos coristas-palmeros y un bajista que dispara los sonidos pregrabados. Antes del inicio del concierto han sonado por megafonía el Juanito Alimaña de Héctor Lavoe (en versión de Diego El Cigala) y otras tres de Lin Cortés, Morad y Bad Bunny. En algún lugar entre estos cinco cabe ubicar a Maka, que en cuanto aparezca en el escenario soltará una fabulosa declaración: “Aquí soñamos despiertos y al reguetón le damos palmas, como buenos canasteros”.

De Los Chichos a Tego Calderón

El flamencotón, nombre con el que se denomina al reguetón producido en España desde una perspectiva flamenca y del que Maka es uno de sus ilustres practicantes, supone la enésima adaptación local de géneros extranjeros. Podemos remontarnos al rock progresivo andaluz de Triana, seguir por la rumba salsera y disco-funk de Los Chichos y Las Grecas, el blues gitano de Pata Negra, el pop flamenco de La Barbería del Sur y José El Francés, el rap ibérico de Mala Rodríguez… De ahí proviene Javier Morales Rodríguez, nombre real de la mayor celebridad que haya dado el polígono de Almanjayar. Y de 2Pac y Biggie Smalls. Y de Tego Calderón y Daddy Yankee. En ese fértil linaje hay que ubicar su acercamiento a los sonidos modernos de su era. Otro asunto es que prefiramos dejar pasar dos décadas antes de reconocer el impacto social de su obra.

Porque Maka se arrima al dembow y al mambo dominicanos, al trap, al tumbao salsero y al reguetón puertorriqueño sin perder carácter. El sábado, mientras cantaba El aire, una de sus recientes rumbitas funky, era fácil recordar a Ketama. Y cuando abordó Capricho del destino, con su inusual cadencia reggae, salió más que airoso. “Ay, qué gustito pa mis orejas”, que cantaba Raimundo Amador. Hasta el estribillo de La vida es hermosa pudo ser de Los Delinqüentes. Maka va camino de convertirse en un embudo de todos los híbridos flamencos habidos y por haber. A partir de Dvende (2018), su sexto disco, el disco del salto, el primero concebido ya desde su nueva vida, alejado definitivamente de la cárcel —donde cumplió tres años por un atraco—, el granadino ha forjado un sonido inconfundible basado en su cálido quejío todoterreno. Maka jura que tiene un gitano en la garganta.

“¡Víctor! ¡Víctor! ¡Víctor!”

Su cancionero (con más de 130 títulos ya) va creciendo como su popularidad y la envergadura de sus directos. Ahora lo tiene complicado para mantener el orden en el escenario y la fiesta en platea. Hay un guion que cumplir, pero el público no deja de solicitar títulos no ensayados y es imposible satisfacer a todo el mundo. Maka atendió peticiones y entonó algún fragmento a capela. Pero tanto parón, algunos cortes menores y ese sonido tosco ‘de polideportivo’ impidieron que el apoteosis flamencotón del pasado sábado fuese absoluto. Además, una petición lo desconcentró por completo: “Dedícale una canción a nuestro amigo Víctor, que está en el cielo”, leyó de una pancarta. “¡Maldita sea!”, exclamó al acabar la frase. No sabía cómo reaccionar, pero al instante improvisó nervioso una dedicatoria. Se quedó varios segundos en blanco y mientras se aclaraba para retomar el concierto, preguntó a aquellos espectadores qué le pasó a Víctor y si eran muy amigos. El público, mientras tanto, ya había tomado la iniciativa. Sin que nadie lo pidiese todo el pabellón gritó: “¡Víctor! ¡Víctor! ¡Víctor!...”.

Las luces del makódromo se encendieron casi coincidiendo con el triunfo del Real Madrid. “Gracias por priorizar este ratito al fútbol”, agradeció el granadino. Mientras el público evacuaba el local, sonó por megafonía Moreno soy, otra de Diego El Cigala. Tras casi dos horas y una veintena de canciones, no hubo espacio para ningún título anterior a 2016. Maka es hoy un artista completamente renovado. Tampoco interpretó ¿Por qué?, ni Perdí la fe, ni El dolor, ni tantas otras. Sin problema. Algunas ya sonaban a todo trapo en varios de los coches que abandonaban la zona. La voz de Maka quedaba una vez más ahogada por el quejío eufórico de conductores y ocupantes. Tal vez cayó alguna lágrima más en el asiento trasero y hubo que corregir la sombra de ojos en el siguiente semáforo. En la siguiente canción. En el siguiente obstáculo de la vida.