Nano Stern aún cree en la belleza. Es el título del noveno disco del cantautor chileno y de la primera canción que alcanzó a grabar y a terminar antes de la pandemia. La otra es El doliente, homenaje a su compatriota Oscar Hanh y al poema homónimo, que empieza de forma premonitoria diciendo “pasarán estos días como pasan todos los días malos de la vida”.
Ambas son las ideas fuerza de un trabajo creado entre dos crisis, la sanitaria y la social, que empezó en Chile en 2019 y culminó con un cambio político radical y progresista en el país. Una transformación en la que Stern ha estado involucrado desde el principio.
Aún creo en la belleza tendría que haber visto la luz en 2019. Pero aquel año todo cambió. Lo que empezó como una protesta por la subida de precio en el transporte, terminó durando cinco meses y convirtiéndose en el llamado “estallido social” o “Primavera chilena”. Luego, enlazó con la pandemia de COVID. “Estuvimos dos años y medio metidos en una carambola interminable de cambios y de situaciones extremas”, explica el polifacético artista de 37 años. Por eso, hay poco de su germen originario en el disco que Nano Stern presenta el 13 de julio en la sala Galileo de Madrid y el 15 en Barcelona.
Tampoco quiere que el álbum se acote a la situación política de Chile ni a la pandemia, “una época de por sí tan fuerte que todo lo permea y todo lo impregna”. Hay canciones que hacen referencia explícita a la ansiedad y la incertidumbre, como Fantasmas de ciudad. Pero, en la mayoría, la cuarentena y el toque de queda, que en el caso de su país fue mucho más largo, impactaron en el proceso creativo de forma más sutil.
“Fueron 580 días seguidos en los que no se podía salir de noche porque estaban los militares en la calle con tanques. Tenía poco o nada que ver con la situación sanitaria, sino que fue una excusa para el Gobierno anterior de imponer un férreo control social en circunstancias en que necesitaba hacerlo. Y no le podría haber venido mejor”, dice sobre el expresidente Sebastián Piñera. Durante esos años, un maremagnum de sensaciones se mezclaron en Chile y en su disco. Aún creo en la belleza juega a la ambigüedad con muchas canciones que no sabemos si se refieren al estallido, a la pandemia, a emociones interiores “o a las tres a la vez”.
El toque de queda en Chile duró 580 días y tuvo poco o nada que ver con la situación sanitaria
Donde no cabe duda es en Regalé mis ojos, dedicada a un joven que perdió los suyos durante la represión policial de las protestas, y la pieza que abre este álbum, Inventemos un país. Aunque parece reflejar la ilusión por las elecciones que llevaron a Gabriel Boric al poder en 2022, no es del todo así. “La planteé en una escala temporal mucho más grande”, precisa el músico. El tema bebe de civilizaciones pasadas y de las songlines de los aborígenes australianos que marcan la ruta de sus antepasados. De ahí el verso: “Inventemos un país, vámonos a una isla y llevemos de equipaje nuestras canciones, que nos muestren el rumbo de nuestra navegación”.
Para Stern, hacer crónica política es un hábito, ya sea con canciones, poemarios o tribunas en medios. Pero no es algo que ocurra solo en Chile. En 2019, año de revueltas en Latinoamérica, otros países también tuvieron a cantantes en la primera línea de las protestas. En el caso del Puerto Rico, fueron los reguetoneros Bad Bunny, Ricky Martin o Residente. ¿Puede cualquier género musical ser altavoz de cambio social o hay algunos que tienen más legitimidad que otros? “Lo que importa es conectar con la gente y, en ese sentido, bienvenido sea el hip hop, el reggaetón, el trap y todas esas cosas”, opina.
“Se asume que un cantautor ya es comprometido o está haciendo una revolución y muchas veces se queda en lo estético. Un cantante no es más revolucionario por tener una polera del Che Guevara, una boina y un tres cubano”, critica. Sin embargo, advierte de que “algunos géneros se mezclan con un discurso profundamente misógino” o con ambientes peligrosos. “En Chile vemos de manera brutal que la vinculación del trap con el mundo narco no solo es simbólica, es literal y pasa afuera del escenario”, afirma.
Nano Stern emigró de Chile a Alemania cuando tenía 19 años y allí conoció a los componentes grupo exiliado Ortiga, que le introdujeron en la combativa “nueva canción chilena”. Fue en el extranjero donde tomó una mayor conciencia de la historia musical y política de su país: “Desde niño recuerdo tener ciertas inquietudes políticas”, cuenta, pero fue de adolescente cuando entendió que “el presente de Chile estaba muy determinado por la tradición del arte y de la cultura”.
“Para nosotros es completamente normal, pero me he dado cuenta de que en España es bueno explicarlo. Y es que nuestros referentes son Violeta Parra y Víctor Jara”, expresa, afirmando que las raíces de esa canción protesta han traspasado a las generaciones de jóvenes. “Se nos entrega una trilogía formada por la raíz, por la canción de autor y por el compromiso”, resume, y añade: “La canción es un arma muy poderosa cuando se pone al servicio de causas colectivas que van más allá del capricho de cada individuo”.
Además de eso, a este grupo conocido como la “tercera generación de cantautores chilenos” les ha tocado vivir una época heredera de la dictadura de Pinochet y que ahora se enfrenta a un cambio radical: “Fue una circunstancia muy extrema en la que la canción volvió a estar en el centro del acontecer”. Sin embargo, este disco no las contiene porque “corren por su propia cuenta”, como Agua clara y muchas otras. Al fin y al cabo, Stern se puso a escribir el 18 de octubre de 2019, día de la gran explosión, y no paró más “durante muchos meses”.
En Chile la canción protesta es completamente normal porque nuestros referentes son Violeta Parra y Víctor Jara
En defensa de una nueva Constitución
Gracias al ascenso de su amigo Boric al poder, hace un año se comenzó a redactar un proyecto de Constitución que deberá votarse el próximo septiembre. De triunfar, Chile se convertiría en el Estado más ecologista, social y paritario de su historia. Sin embargo, los últimos sondeos dan la victoria al “no”. “Es un desafío mayúsculo”, describe el músico, porque requiere “superar y sanar esas heridas muy profundas que dividen a la sociedad chilena”.
Asegura que el país está sumido en una ola de división y de polarización política que no es único, sino que ocurre en todas las democracias liberales. “Yo creo que las artes, pero particularmente el canto, tienen allí una herramienta muy poderosa a mano y son la plataforma desde la que irradiar –y perdón por el tono– cariño, bondad, amor y belleza”, como ha intentado él en su disco. “Cuando decidí que el disco se llamase así, no sabía si iba ganar la ultraderecha, pero me la jugué porque creo que la belleza es lo único que puede salvarnos”, dice.
Respecto al futuro de la Constitución, duda un segundo. “Ha sido complejo transformar el clima desconstituyente de las protestas en uno de fraternidad cívica que pueda reconstituir las instituciones del país y echarlo adelante”, reconoce el músico. Pero “yo tengo todas mis fichas y mi esperanza puesta en eso y creo que el paso del tiempo va a calmar un poco las aguas”.