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Nick Cave & The Bad Seeds: el arte de gobernar hombres

Dice la historia del rock and roll que cuando Diógenes de Sínope, el Cínico, fue vendido como esclavo en Creta, el mercader que negociaba la transacción le preguntó qué era lo que sabía hacer. “Gobernar hombres”, fue la respuesta. Después ordenó al pregonero: “Pregunta a los presentes si alguno precisa comprarse un amo”.

En más cercano, otro tanto podría haber hecho Nick Cave, el rockero literario por excelencia para toda una generación que empieza ahora a envejecer.

Cuando se observe su carrera retrospectivamente, después de paladear su reguero de discos excelentes (y alguno reiterativo), su malditismo impostado y socarrón, su drama sobreactuado de crooner oscuro y su capacidad para escribir grandes letras y hacer que las que no lo son lo parezcan, una de las grandes preguntas seguirá siendo esta: ¿cómo pudo el tipo juntar y mantener a su servicio a semejante pandilla de genios, ese mutante ‘ensemble’ conocido como The Bad Seeds?

¿Y cómo pudo ser el ‘amo’ de todos esos hombres que, cada uno en lo suyo, sabían a menudo más que él? No es el primero que ejecuta esa magia (Michael Gira, de los Swans, es otro buen ejemplo en ejercicio), pero sí el más llamativo.

Para quienes sean nuevos en el asunto, y dejando de lado apariciones ocasionales de monstruos del underground que estuvieron “de visita” en la banda (Ed Kuepper, J. G. Thirlwell, etc.), dividimos las preguntas en otras diez con nombre propio.

1. Warren Ellis (Australia, 1965).

Multiinstrumentista (aunque identificable sobre todo por su estampa de violinista barbudo y chaveta), es hoy la mano derecha de Nick Cave, no sólo en los Bad Seeds: todas las bandas sonoras y músicas para teatro que Cave ha facturado recientemente las firma a medias con Ellis (entre ellas, las de películas conocidas como The Road y El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford).

Y también dejó su impronta en los dos discos de Grinderman, esos artefactos de ruido arisco y gancho punk por los que los devaluados Stooges de este siglo hubiesen dado un brazo (el de los chutes, probablemente, que ya no lo usan). Muy recomendable, comprobar la alzada de su excelente banda instrumental, The Dirty Three.

2. Barry Adamson (Inglaterra, 1958).

Cuando Cave comenzaba, Adamson era bajista de los legendarios Magazine que Howard Devoto montó rebotado de los Buzzcocks, y ya se lo puede encontrar en la primera formación de los Bad Seeds.

Su carrera musical, enormemente ecléctica, mezcla dosis masivas de humor negro, rock, electrónica, jazz, incursiones en el dub y una fijación no despreciable con las bandas sonoras y las películas de Bond, James Bond. Quizá su obra más ajustada sea el magnífico “As Above So Below”, donde su voz irrumpe, densa y mutante, en un pasmoso ejercicio de amalgama que casi nadie podía esperar entonces.

3. Blixa Bargeld (Alemania, 1959).

Pieza clave de los legendarios Einstürzende Neubauten, germánicos pioneros de lo industrial aún en activo, aunque derivados hacia un cierto clasicismo posmoderno. Su figura es, al menos, de igual alzada que la de Cave, aunque su repercusión inevitablemente menor.

Lo suyo, en la segunda línea, sigue siendo el filo, como demuestran un puñado de proyectos que van de la música para performances teatrales a las bandas sonoras y del spoken word a los picoteos electrónicos, como el reciente y notable “Mimikry” (2010), a medias con Alva Noto, músico de vanguardia que ha trabajado, entre otros, con Michael Nyman.

4. James Johnston (Inglaterra, 1966).

Cantante y guitarrista de los nunca bien reconocidos Gallon Drunk, una de esas bandas que debió de ser enorme y lo fue (lo es), pero sin que casi nadie se enterara.

No sabemos qué parte de culpa tiene el mismo talento del señor Johnston, que vale igual para un roto que para un descosido y que lo ha convertido en un escudero de lujo, chico para todo que lo mismo soporta a Lydia Lunch o Thurston Moore que se hace una banda sonora para tu peli independiente. Siete referencias con los Drunk en más 24 años de carrera son pocas para los que conocen su explosivo fulgor rocanrolero.

5. Mick Harvey (Australia, 1958).

Compañero de Cave desde el principio, fundador con él de The Boys Next Door, que pronto mutarían en los legendarios The Birthday Party y acabarían instalados en un Berlín de leyenda tóxica, Harvey es otro músico poliédrico y productor de éxito con poco afán por figurar.

En su haber, varios LP en solitario consistentes, una marcada afición a versionar clásicos cercanos y un presente brillante con nombre nuevo: The Ministry of Wolves, una banda en la que aliado con Alexander Hacke (también de los Neubaten), ha dado forma a “Musik from republik der wölfe”, disco creado para una representación teatral y que adapta los cuentos de los hermanos Grimm según la visión que de ellos plasmó la poetisa Ann Sexton en su libro Transformations. Un trabajo enorme por clasicista oscuridad y la apabullante pericia expresiva del grupo.

6. Hugo Race (Australia, 1961).

Presente como Adamson en la formación de Magazine, con una larga carrera en solitario y como líder de The True Spirit, Race ha terminado siendo carne de completista por razones difícilmente explicables: sobre el papel es el más ortodoxo y vendible de toda la ‘crew’ de malas semillas, una especie de Cave de baja resolución que, manteniendo el tono crepuscular y metafísico, se abstiene de los exaltados tics del comandante en jefe (con quien estuvo sólo en dos discos: “From her to eternity” y “Kicking against the pricks”).

Están en su trabajo ese reconocible ‘cool’ de callejón, ese satinado elegantón y malsano y ese dolor interno traducido en canciones de fuste… De hecho, no sería raro preguntarse qué parte tomó prestada él de Nick y qué parte tomó Nick de él.

7. Jim Sclavunos (EEUU).

Batería de largo recorrido con una hoja de servicios que tira de espaldas y en la que se incluyen bandas como Sonic Youth, The Cramps, los Teenage Jesus & The Jerks, que nos dieron (por suerte o desgracia) a Lydia Lunch, o los Panther Burns de Tav Falco.

Actualmente sigue siendo el bataca de los Bad Seeds y –hasta su reciente parón– de Grinderman, y, si piensan que lo han oído todo ya, desde 2012 ha estado colaborando con Michaela Davies, performer australiana, en “FM-2030”, una composición que utiliza la electro estimulación muscular programada para generar movimientos involuntarios de los violinistas y cellistas que la interpretan.

8. Kid Congo Powers (EEUU, 1959).

Un tipo que grabó con los Cramps “Psychedelic Jungle” y “Smell of Female” debería estar consagrado sólo por eso. Si luego haces con Nick Cave “Tender Prey” y The Good Son“ y en medio te has merendado tres referencias sirviendo en los Gun Club, es que eres leyenda.

Por supuesto, leyenda del inframundo. Cualquier día os lo podéis encontrar, como me pasó a mí, en vuestra ciudad, facturando rock and roll chicanoide y afectado de muy, muy buena cosecha con su banda actual, The Pink Monkey Birds.

9. Anita Lane (Australia).

Compañera de clase de Rowland S. Howard y pareja de Cave en algún momento del pasado, ha sido colaboradora de the Birthday Party, The Bad Seeds y los poco reivindicados Die Haut. Una ‘chanteuse’ oscura a la que vale la pena rastrear, con dos álbumes propios (“Dirty Pearl” y “Sex O’Clock”) y colaboradora habitual del resto de los Bad Seeds en sus proyectos particulares.

10. Rowland S. Howard (Australia).

Fundó los Birthday Party con Cave y, aunque su presencia en los Bad Seeds fue testimonial, es leyenda por derecho propio del rock más visceral y expresionista.

Rata de cloaca berlinesa importada de Australia, genio y figura, emocionante compositor e intérprete, guitarrista absolutamente único en su especie y una de las pintas más reconocibles del rock and roll de todos los tiempos, nada de esto hubiese sido igual sin Rowland, que además tuvo tiempo de erigir otro par de bandas intensas (Crime & the City Solution y These Inmortal Souls), colaborar con todo cristo, incluido el bandido Nikki Sudden, y, antes de morir, dejar dos discos finales en solitario de descomunal estilo (“Teenage Snuff Film” y “Pop Crimes”).

“Un Rimbaud sacado de Africa al que le hubiesen dado una guitarra”, decía Henry Rollins en Autoluminiscent, el documental editado sobre Howard en 2001, acercándose al pálido destructivo fuego de rock and roll que marcó a toda una generación de malditos vocacionales. Incluido, claro, Nick.