El pasado 2 de marzo ocurrió algo insólito en el gremio de discjockeys: Nacho Ruiz fue despedido de la cabina de Sidecar. Lo insólito no fue su despido, sino que llevaba años contratado por la sala barcelonesa como discjockey residente. Su compañera Clara Rigby también estaba en nómina y también fue despachada por los nuevos propietarios del local. “Fue todo correcto. Con finiquito, pero sin explicaciones”, relata Ruiz, que debutó en Sidecar en 2002. Más allá de la tristeza que le supone abandonar la sala en la que se crió, este bregado pinchadiscos barcelonés asume que tanto él como Ribgy han sido “unos afortunados”.
Los discjockeys residentes de Sidecar no han vivido la “incertidumbre que implica que el local al que vas a pinchar cada mes te deje de llamar un buen día”, ilustra Ruiz. Su manutención no dependía de encontrar bares que les pagasen en negro y no les diesen de alta en la Seguridad Social, una práctica muy extendida y cuya consecuencia, advierte Ruiz, es “llegar a un punto de tu vida en que apenas tengas días cotizados”. Además, su contrato contemplaba una jornada laboral que no se limita solo a las horas que el discjockey pasa dentro de la cabina, sino también esas otras de rastreo, escucha y selección del material que conformará su sesión. Ruiz y Rigby eran discjockeys residentes de verdad.
“Mucha gente dice ser residente de un club, pero yo siempre pregunto: ¿tienes un salario de ese club? Si no tienes un salario y solo te dan de alta el día del mes que vas a pinchar, no lo eres. Y son pocos los discjockeys que cobran un salario como residentes de una sala”, intuye Ruiz. La práctica contractual más extendida en este gremio es emitir una factura al bar, sala o festival para el que pinchas. Eso puede implicar darse de alta de autónomos, pagar un porcentaje del sueldo a la empresa de facturación o descontar la parte destinada a la Seguridad Social. Todo resta ingresos, pero aún puede salir a cuenta si el caché a percibir es voluminoso. El pago en infinidad de pequeños clubs y bares se resuelve a la española: despistando un par de billetes de la caja registradora.
Una economía aún sumergida
“La mayor parte de mi carrera he cobrado en negro”, confiesa otro discjockey que prefiere no dar su nombre para que no perder trabajos. En los últimos años ha empezado a facturar porque recibe más encargos, pero eso no significa que cobre mucho mejor que antaño. La primera vez que pinchó cobrando le dieron 50 euros, pero hace 17 años ya había cobrado 150 y 300 euros algunas noches. Aunque actualmente su caché sigue moviéndose entre esos 150 y 300, reconoce que aún le ofrecen “40 euros por pinchar un martes en un bar del circuito underground. En ese mundo sigue siendo prácticamente todo en negro”, confirma.
“Yo también empecé cobrando 60 euros en un sobre”, recuerda el barcelonés Marc Obiols, alias DJ Maadraassoo. “Entonces lo normal era ir a cuartito al final de la sesión y cobrar en negro. Los pagos en negro son cada vez más ocasionales, pero, de vez en cuando, aún sale la pregunta: ¿lo hacemos en a o en b?”. Como tantos otros discjockeys españoles, confía en pactos no escritos según los cuales repite en determinados locales cada mes o dos meses. Se ha topado con empresarios que le ofrecían un fijo y una cifra variable si la noche iba bien; es decir, si el local se animaba, la gente bebía y la caja se llenaba. Un día volvió de un festival en Lleida sin cobrar lo pactado. De hecho, no cobró. Nada.
La vida del discjockey da para una vibrante serie de Netflix. Otro pinchadiscos cuyo nombre no quiere ver impreso en este reportaje, ha pinchado en clubs del extrarradio barcelonés de los que ha huido a media sesión oliendo que no le pagarían lo acordado. También ha pinchado ante 98.000 personas en el Camp Nou para acabar cobrando a 120 días. “En un Barça-Madrid, me dieron una gorra y bufanda y cuando me iba me reclamaron que las devolviese”, recuerda aún desconcertado. Incluso le han ofrecido 150 euros por cinco horas de sesión a las que había que añadir cien kilómetros de desplazamiento y el tiempo de montaje del equipo, que tenía que llevar de su casa. Tan generosa oferta provenía de una todopoderosa empresa de nombre casi indie: Inditex. La declinó.
Tras dos décadas de oficio, la gallega Marta Fierro, alias Eme DJ, también las ha visto de todos los colores. “Trabajar en negro no se lleva tanto como antes”, coincide. Comprende que si estás empezando como discjockey “no vas a emitir una factura de 50 euros ni te harás autónomo”. Pero su consejo es claro: “No es bueno cobrar siempre en negro”. Para ella, hay un problema de fondo: el discjockey se ha convertido en una figura de relleno y fácilmente intercambiable incluso en los festivales. “Somos los últimos en ser contratados, los que hacemos que aguanten las barras. Somos animadores de borrachos”, lamenta.
Intrusismo y pluriempleo
Nacho Ruiz aún recuerda cuando, hace dos décadas, “solo pinchaba quien tenía los discos. Ese era un filtro muy grande. Ahora, te puedes bajar la música en digital y pincha cualquiera. Por eso hay gente que acepta 50 euros por pinchar una noche en un bar. Y otras que lo harían gratis”, asume. Todos los participantes en este reportaje señalan el problema del intrusismo laboral. Eme DJ también fue novata y empatiza con la “gente que empieza, que simplemente quiere ganar experiencia y que acepta cobrar en copas o que le paguen 50 euros”. Para ella es más grave el intrusismo de las celebrities que pinchan en festivales. Y pone como ejemplos a la comunicadora Inés Hernand y a la cantante Samantha Hudson.
En 2025, Madraassoo cumplirá 25 años pinchando por amor al arte. “El dinero que gano es para comprar discos, renovar auriculares y otros caprichos, pero la hipoteca la paga mi otro sueldo”, advierte este ingeniero industrial del sector de las renovables. “Sé que cada mes cobraré, que cada año habrá una revisión salarial y que estoy cubierto si tengo cualquier accidente o enfermedad”, explica. Todo esto es ciencia-ficción cuando empieza su jornada nocturna como pinchadiscos. Él ha empalmado sesiones “sin apenas dormir en casa o viajando de un sitio a otro en tren o en avión, llegando al hotel y esperando a la hora del check-in para descansar algo y volver a pinchar por la tarde-noche”. Son condiciones que ponen en riesgo al discjockey y merman su salud. “Y en este oficio, si no estás bien física y mentalmente, no haces bien tu trabajo”, reconoce.
El caso de DJ Luisnosale es aún más paradójico. Lleva toda una vida dedicada a los platos, pues combina su condición de discjockey con otras sesiones como cocinero en hoteles. Sin embargo, después de veinte años pinchando, cuando repasa el informe de su vida laboral descubre que de los 15 años que lleva cotizados, 13 son como cocinero y solo suma dos como discjockey. Su explicación no puede ser otra: “Existe un convenio en hostelería porque hubo una lucha colectiva por conseguir ciertas condiciones. En el mundo de los discjockeys no existe un apoyo general. Si a otro le va mal, ahí aparece un hueco para mí. Es muy triste, pero es así”, lamenta. Nacho Ruiz no puede contradecirlo: “Nos llamamos compañeros y coincidimos en las salas, pero estamos un poco solos”.
Además de ser discjockey, Fierro impulsa el proyecto Depresión en la Cabina donde busca visibilizar y así mejorar la salud mental de las personas que dedican su vida a pinchar. La precariedad económica es un factor determinante para generar ansiedad. “Y ya no es solo ansiedad. No vives ni gastas por miedo a no saber cuando vas a volver a trabajar. El verano pasado, por ejemplo, en junio yo no tenía casi ningún festival cerrado”, recuerda. En una situación tan incierta, ya no dudas sobre el presente más inmediato, sino también sobre el futuro: “¿Qué hago con 41 años, si esto es lo que he hecho toda mi vida? ¿Qué alternativa tengo?”, llegas a preguntarte. Esa es la espada de Damocles que sobrevuela a decenas de discjockeys cuando las llamadas no llegan, cuando cada vez cuesta más fijar una remuneración digna y cobrarla en un plazo razonable. O, peor aún, cuando una catástrofe mundial aniquila tus fuentes de ingresos.
La nueva legalidad
Julio Posadas se dedica a la electrónica de baile desde finales de los años 80, tanto como productor como en su faceta de discjockey. La precariedad laboral del sector nunca ha sido una sorpresa para él, pero cuando llegó el coronavirus y el ocio nocturno se detuvo percibió que su gremio sería de los peor parados. Desde su canal de YouTube, entrevistó durante los primeros tres meses de confinamiento a más de cien discjockeys. “En pandemia, muchos se encontraron prácticamente con una mano atrás y otra adelante por la falta de regulación. Algunos cobraban de forma oficial y otros, en negro”, explica. Y estos últimos no podían solicitar ayudas económicas al Estado. Laboralmente eran invisibles.
Una de las opiniones más reiteradas en aquellas entrevistas era la falta de unión entre los discjockeys para luchar por objetivos comunes. De esa semilla nació en octubre de 2020 la Asociación Española de Discjockeys y Productores. En poco más de dos años, AEDYP ha logrado algo inimaginable: que el discjockey disfrute de un reconocimiento laboral y fiscal como artista. Desde mayo de 2023, una sesión cotiza como una jornada laboral completa y no como las dos o tres horas que dure, lo cual permite reforzar la vida laboral del discjockey de cara a su jubilación. El Real Decreto Ley 1/2023 marca también que el salario mínimo del discjockey es de 113,48 euros (97,27 si es residente), que las sesiones tienen una duración de tres horas y que las horas extras se pagarán un 50% más.
El próximo caballo de batalla de AEDYP es exigir que “si el discjockey ya es considerado fiscalmente un artista, culturalmente también lo sea”. No es un objetivo meramente simbólico. “Las discotecas tendrían otro tipo de permiso y no sería tan fácil cerrarlas”, precisa Posadas. El presidente de AEDYP envidia que la UNESCO haya declarado el techno de Berlín como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Pero casi envidia más que la SACEM (entidad que gestiona derechos de autor en Francia) entregue un 8% de los ingresos que generan las sesiones en concepto de derechos de autor al discjockey que ha mezclado las canciones. ¡Es así desde 1998! “Es lo que estamos pidiendo también nosotros, pero la SGAE no está por la labor”, lamenta el veterano productor.
Mientras se libran estas contiendas paralelas, la precariedad del discjockey sigue ahí. Y la solución solo es una: “Necesitamos que pierdan el miedo y denuncien”, clama Posadas. “El discjockey debe conocer sus derechos y obligaciones. Y uno de sus derechos es estar dado de alta en la Seguridad Social. Si el empresario no cumple, él debe denunciarlo”. La propia AEDYP se propone ante sus asociados como entidad receptora y tramitadora de las denuncias, pero en tres años de existencia no han recibido ni una. “En AEDYP podemos suponer o imaginar que en algunos sitios no se están cumpliendo las leyes. Pero, ¿quién soy yo para adivinar lo que ocurre? ¿Que hay pagos en negro? Puede haberlos. No lo niego. Pero de momento nadie lo ha denunciado oficialmente”, concluye.