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PJ Harvey, la artista que pocas veces trae su amor a Madrid, embruja el Botánico

PJ Harvey en Noches del Botánico, este viernes 7 de junio

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Madrid ha visto muy pocas veces a PJ Harvey. La penúltima, hace 17 años, en el desaparecido festival Summercase. La anterior, hace 29, en la sala Pachá con Tricky de telonero. La última, ayer mismo, en el ciclo de conciertos Noches del Botánico. Al término de estos tres conciertos no era difícil encontrar opiniones desilusionadas: no es la de los discos, no era la que esperaba. ¡Pero ya se decía eso mismo en 1995!

PJ Harvey nunca entrega lo que quiere su público, sino lo que ella quiere dar. Y ese empecinamiento en serse fiel la ha llevado a ir cambiando de actitud, de sonido, de puesta en escena e, incluso, a abandonar su trono como una de las grandes figuras del rock y desaparecer, o al menos pasar a un segundo plano.

La británica, de 54 años, ha publicado su décimo álbum, I Inside The Old Year Dying, en 2023, un trabajo que le ha hecho retomar los escenarios, como ha sido el caso de Primavera Sound y Noches del Botánico. Llevaba siete años sin dar a conocer nuevas canciones y en ese tiempo se dedicó a escribir poesía, hacer bandas sonoras para teatro y series, así como arqueología en sus cintas de casete para reeditar su discografía con canciones perdidas, rarezas y demos. Pero ahora hemos sabido, gracias a las entrevistas, que se había desenamorado de la música, que ya no le divertía la composición.

Fue su libro poético Orlam (2022) lo que la reconectó con la creación. I Inside The Old Year Dying es un trabajo de folk íntimo, radicalmente opuesto a la crudeza de sus desestabilizadores primeros discos –Dry (1991), Rid Of Me (1993) y To Bring You My Love (1995), producido en un año de gloria por el fallecido Steve Albini–, mucho más tradicional que su misterioso Is This Desire? (1998) y bastante menos sorprendente que su obra maestra Let England Shake (2011).

En ese escenario, quizá demasiado amplio para su coqueta propuesta de sillas y muebles de madera, sacados de alguna cabaña, no salió la PJ Harvey de ninguno de esos discos, salió la increíble artista, arrolladora, carismática y distante, que es hoy. Más sabia, inmersa en investigaciones sobre el folclore –y la lengua– de su Dorset natal, segura de su camino y adaptando sus viejas canciones, con respeto pero con decisión, a cómo quiere sonar en 2024. Y aún así, la interpretación de su clásico Down By The Water no solo fue el mejor momento de la noche, sino un éxtasis de belleza que debería quedar para la historia, durante generaciones, como tres de los mejores minutos de la vida de las miles de personas congregadas en el jardín botánico complutense.

Harvey comenzó el concierto defiendo el nuevo disco, con la apertura de este, Prayer At The Gate, para cantar después a dúo con su músico más apreciado, el productor y multiinstrumentista John Parish. Cuando la cantante le presentó, el público reconoció su contribución con un aplauso especialmente intenso. La primera mitad estuvo centrada en este nuevo disco y en la segunda llegaron las viejas conocidas, como The Words That Maketh Murder, que interpretó tocando la famosa autoarpa que impactó cuando publicó Let England Shake, un instrumento a medio camino entre el arpa y la cítara.

De la capacidad para embrujar que tiene la voz de PJ Harvey no se libra nadie. El tiempo no le ha hecho perder su capacidad para transitar de la gravedad al falsete, con una limpieza estremecedora y su distinguible presencia inundó la noche complutense, azotada por el viento y el maravilloso olor botánico del mejor recinto al aire libre que tiene la ciudad.

El aplauso con Down By The Water  fue destacablemente prolongado y levantó al asistentes de sus asientos en grada. Ella agradeció el gesto y dijo haberse “emocionado” por el público, que en pista estaba ardorosamente entregado, afirmó haberse sentido “inspirada” por la belleza del recinto.

Antes de hacer como el concierto había terminado, interpretó To Bring You My Love en una versión a la que le faltaba el espectacular desprecio con el que la cantaba en 1995, sin dejar de ser lacerante. Pero una vez más, esta es otra PJ.

En el bis, otras dos joyas: una C’mon Billy –compañera de disco de la anterior– también más contenida, menos gutural, y una alucinante White Chalk, que por la similitud de su nuevo disco con otro trabajo como el homónimo, de 2007, parecía encajar mejor en la propuesta.

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