Putochinomaricón: “Es difícil sentirse cien por cien 'segure' en internet”
Pedro Pascal, el actor que interpreta al protagonista de Mandalorian, se enfunda una camiseta donde aparece una imagen del recién elegido presidente de Chile, que a su vez lleva una camiseta donde el actor tiene otra camiseta donde lleva escrito su apellido, Boric. Este meme-bucle en forma de camiseta es una pequeñísima muestra de lo complejo que puede llegar a ser entender el presente y, en especial, la relación entre arte, política e internet.
Las personas que se embarcan en el viaje de hacer arte comprometido políticamente o de hacer activismo tratando de no traicionar los códigos propios de la experimentación artística, tienen que ser plurales, diversas y complejas. O si no, ¿cómo se explica que alguien combine referencias tales como el sociólogo Du Bois, la cantante Holly Herndon, el artista visual Felipe Rivas y el comisario, también chileno, Francisco Godoy o la rapera Tierra Whack… junto a otras como “el pelo partido a la mitad de Leonardo DiCaprio en Romeo y Julieta”? Esa persona es Chenta Tsai, conocido como Putochinomaricón, un artista con un imaginario desbordante que va a publicar su nuevo álbum JÁJÁ ÉQÚÍSDÉ (DISTOPÍA ABURRIDA) y que acaba de presentar dos singles del mismo: Chique de Internet y DM.
En la web de Elefant Records, la discográfica que amadrina al artista, se define el disco como un lugar ficticio proyectado como resultado del fracaso de buscar un lugar de pertenencia. De hecho, Tsai reconoce haberse sentido en ese no-lugar que bien conocen quienes han vivido en más de un país y que este disco, que define como “ruidista”, nace tras experimentar una vez más ese desplazamiento. Durante la pandemia regresó a China con su familia y fue agridulce: “Volver a Taiwán fue bonito y a la vez triste. Porque al final descubres que has estado toda tu vida buscando un lugar de pertenencia y al final siento que no pertenezco ni a un lado ni al otro”.
Tsai transmite determinación en sus convicciones. Tenacidad política. Usa sin vacilar el género neutro todo el tiempo. Pero también honestidad, ternura y sentido del humor. Así explica de hecho la trastienda de DM: “Me hacía mucha gracia que no haya muchas canciones que hablen sobre el amor en la red, aparte de Navegando en la red de Trébol o Atrapados en la red de Tam Tam Go”. A pesar de que algunos ven ironía en la letra, Tsai explica que la letra honra los vínculos que se tejen en internet: “Cuando escribí esa canción quería rendirle homenaje a todas aquellas relaciones afectivas y sexo-afectivas que hemos tejido en las redes a lo largo de nuestras vidas”. A lo que añade: “Al ser migrante, la tecnología siempre ha estado muy presente a la hora de tejer relaciones”.
Putochinomaricón se inserta en el contexto de una cultura que escapa al marco tradicional, pero que es tremendamente contemporánea. Se nota que Tsai vive en internet y no lo usa simplemente como un decorado. Dice no ser optimista porque “es difícil encontrar un lugar de pertenencia donde te sientas cien por cien segure en internet” y también tiene muchas dudas sobre algunas de las ideologías que hay detrás de ciertas cancelaciones porque “se asemeja mucho al sistema penitenciario como hegemónico normativo”. Pero luego le sale el lado reflexivo: “Sinceramente, aunque lo hayamos querido hacer en algún momento, nunca se ha cancelado a nadie hegemónico”.
Tsai es una fuente de experiencias y su producción artística se inserta dentro de una cultura de internet que va mucho más allá de los nombres de las plataformas comerciales que cualquiera podría pensar: “Durante la pandemia organizábamos fiestas online. Escribíamos y producíamos música juntes. Yo participaba en Subculture Party y también en Club Quarantine. Realmente no era solo una fiesta, era un espacio creativo e inspirador construido entre todes”.
Tsai no se conforma simplemente con citar espacios de cocreación online. También fundamenta teóricamente su relación con internet: “Siempre he utilizado las redes como si fueran un dispositivo contratecnológico, como lo llaman Felipe Rivas y Francisco Godoy”. Y es consciente a la vez de que no puede haber subversión sin paradoja: “Por defecto, todes nos movemos constantemente en la contradicción. Y de alguna forma u otra, creo que hace falta abrazarla también. Porque estamos construyendo estos espacios contratecnológicos, sí, pero estamos trabajando en base a una plataforma como Instagram”.
La asociación de Putochinomaricón con cuestiones relacionadas con la identidad es fácil de hacer. Superficialmente, un proyecto artístico que usa como nombre un doble insulto ya deja pistas sobre el posicionamiento del mismo. Sin embargo, ¿qué hay más allá de lo evidente? El punto de partida en Tsai es una cuestión casi ontológica: “Como plantea E. Jane, no deberíamos tener que preguntarnos si pertenecemos a esta habitación. La pregunta no gira en torno a eso porque ya estamos en la habitación. Ahora lo que tenemos que cuestionar es justamente las futuridades y crear más allá de lo que desde la mirada hegemónica se considera a un artista disidente sexual, racializade, de género, etc. en la que constantemente te ves en la obligación de teorizar y justificar tus experiencias vitales para que sean legítimas”.
Tsai es consciente de que cuestionar la norma ocupando espacios normativos implica curvas en el camino: “La representación es un arma de doble filo. Opera la doble conciencia de la que habla Du Bois y las personas no hegemónicas nos vemos desde dos lugares, en primer lugar desde dentro y luego desde fuera, desde esa mirada hegemónica. Y al final esa mirada permea en nuestra propia percepción de nosotres mismes”. Y de esa ambivalencia emerge una humildad muy propia de su forma de ser: “A la hora de forjar y construir mi carrera todavía me pasa que a veces no sé distinguir si es el síndrome del impostor o es simplemente la falta de representación”. Lo que es seguro es que habitar una subjetividad no normativa es un campo de batalla para muchas personas: “Paré de escribir justo por eso, porque sentía que ya no quería hablar solamente desde mi identidad, sino también desde otros lugares”.
La propia biografía de Tsai es un ejemplo de diálogo crítico con los espacios hegemónicos y con las tecnologías o herramientas creativas. Ya en el instituto le gustaba jugar a subvertir el devenir de las cosas: “Hubo un momento, cuando estaba estudiando arte en el instituto, que estaba obsesionado con la impresora. La impresora como creadora propia. Y el diálogo entre la impresora y yo. Me cargaba la que teníamos en casa porque lo que hacía es que cuando estaba imprimiendo empezaba a tirar y me gustaba mucho esa textura que generaba la impresión forzada o interrumpida”. Más tarde, esa relación de hackeo de la norma se trasladaría al violín. Tsai estudió en un conservatorio durante 15 años, comprendiendo así el funcionamiento del instrumento y de la música más canónica. Pero al igual que en otras partes de su vida, eligió disidencia.
“El violín tiene sus límites. Las obras en las que se exige un violinista, en su mayoría, son normativas. Pero se pueden hacer muchas otras también. Como coger el arco de manera invertida, tocar con la parte de la madera, no tocar en la parte de arriba del puente, sino de la parte de abajo y que chirríe. O no sé, no afinarlo a 440 o 442 y decidir tocar el violín desafinado”. Tsai muestra un deseo irrefrenable por la experimentación. Pero no sin objetivo, sino cuestionando las reglas de juego: “A mí me interesa mucho utilizar las herramientas como no se deberían utilizar. De repente utilizar una batería como un sinte o utilizar un sinte como una percusión”. Y desde ese cuestionamiento saltamos de nuevo hacia el huracán del canon y el uso de las herramientas que giran alrededor del ojo de dicho huracán. ¿Cómo termina una persona que iba para erudita del violín jugando con los errores sonoros que genera un ordenador para hacer música y componer un álbum que considera como “ruidista”?
“Yo creo que tenemos que estar constantemente experimentando también con las sonoridades y con los instrumentos y la técnica o la estructura más que con el contenido. Me sorprende todavía que sigamos buscando en el ordenador sonidos reales, tratando de que un plugin de un ordenador suene como un violín real”, reflexiona Tsai. Y añade que, evidentemente, el canon en el arte se relaciona directamente con la noción de lo bello: “Hay más sistemas de afinación en otros países y en otras culturas, más allá de la afinación hegemónica. ¿Por qué buscar siempre sonidos canónicos y bellos? Justamente cuestionar lo bello es cuestionar lo hegemónico. Por eso me interesa trabajar con el glitch, con los sonidos del ordenador. Por ejemplo, la práctica que lleva a cabo Holly Herndon de grabar videollamadas y luego mezclarlo con su software”.
Lo que ocurre es que ninguna herramienta está diseñada en condiciones de absoluta neutralidad. Y Tsai nos advierte: “Un ordenador tiene limitaciones con respecto a qué puede cuestionar. No olvidemos que tanto los ordenadores como los algoritmos han sido construidos por personas hegemónicas”. E incluso va más allá con respecto a su posición antirracista: “A la hora de hablar sobre la descolonización de la música y tal y como leía hace poco en Pitchfork, tenemos que empezar por descolonizar nuestros softwares. En [el programa de creación musical] Ableton Live por ejemplo, nada más entrar el archivo es un 4x4 y la afinación es de temperamento igual. Con esto por defecto, partes de un lugar colonizado”.
Para Tsai, la colonización está presente en todas partes. Por supuesto, también en la industria y lo que se pide de antemano a los artistas musicales: “Hay tantas nuevas narrativas que han surgido también a raíz del postinternet, etc. que son mucho más interesantes, mucho más cuestionadoras y mucho más actuales que hacer una canción de tres minutos. Me sigue pareciendo bastante torpe”.
De hecho, precisa que en las plataformas de streaming existen fronteras claras: “En Spotify, por ejemplo, no consideran un stream al menos que hayan pasado 30 segundos de la canción. ¿Y por qué no escribimos canciones de 30 segundos? Como una sátira pero también como una forma de responder a la precariedad que provocan las plataformas de streaming. Esto ya se cuestiona en TikTok o de forma voluntaria lo hacen artistas como Tierra Whack con su tema Whack World, Alien Tango con su Blink Pop o Christian Flores”.
El nuevo álbum de Putochinomaricón promete adentrarse en los errores del sistema y dialogar con la máquina. Tsai lo comenta abiertamente: “Este álbum utiliza muchísima inteligencia artificial, sobre todo para texturas del diseño sonoro. Pero no me he atrevido todavía a utilizarlo a nivel melódico, porque ahora mismo, pues la verdad, creo que la tecnología no es lo suficientemente poderosa para construir algo que a mí me convenza”. Y añade: “El ordenador es potentísimo. Y los algoritmos o el big data. Pero aun así, a pesar de todo, necesitamos ayuda. O sea, necesitamos a alguien que lo medie”.
Y eso es precisamente lo que hace Chenta Tsai: mediar entre arte y política, entre lo tecnológico y lo humano, entre las opresiones que ha sufrido a lo largo de su vida y los espacios liberadores a los que va accediendo. Putochinomaricón es un activista melódico, un artista total que investiga los códigos de distintas disciplinas con sentido del humor, humildad y rigor, traduciendo todo ese magma en música. Música que hará ruido, como el que hacen las placas tectónicas sociales cuando se remueven.
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