“Quedamos en la esquina del Apolo”. Es fácil que cualquier amante de la música y la fiesta en Barcelona haya pronunciado esa frase en alguna ocasión. Sobre todo teniendo en cuenta que ya han pasado 75 años desde que abrió sus puertas como sala de fiestas, aniversario que se celebrará con un libro, un documental, cuatro exposiciones y mucha música bajo el lema “Todo cambia, nada cambia”.
Tres generaciones de una misma familia podrían haber bailado en su pista y quizás alguna pareja de abuelos se haya conocido allí. De hecho, la anécdota más memorable que Dani Cantó recuerda haber vivido en el Apolo va en esa línea. Este fotógrafo musical, periodista, profesor y responsable del sello Snap! Clap! Club cuenta que “la más importante, quizás, es que allí me besé por primera vez con mi pareja desde entonces, hace ya 11 años. Tras un concierto de Art Brut y antes de que se encendieran las luces. Ese recuerdo lo llevaré grabado siempre”.
Cantó ha pasado muchas noches en el Apolo, tanto como cliente como trabajador. Llegó a Barcelona en 2006 y al año ya era un habitual. “La primera vez que pinché fue por invitación de Graham Dj, residente entonces de La (2)”. Continúa diciendo que coincidía con el festival Wintercase y le dijo que podía ir “porque ese día a nadie le importaría si la cagaba, así de natural”. Debido a esto, al final el público brilló por su ausencia. “Acabamos poniendo discos el uno para el otro… ¡y fue increíble!”, afirma.
Al DeLorean
Pero es necesario remontarse a 1935 para comenzar a narrar la historia de esta institución cultural que en sus inicios nada tuvo que ver con la música. Su primer dueño fue un burgués catalán que se llamaba José Vallés Rovira, cuyo espíritu emprendedor le llevó a abrir un parque de atracciones cubierto llamado AutoPark. Su llegada a la Avenida del Paralelo, considerada por aquel entonces el Broadway español, fue toda una revolución.
Vallés Rovira viajó por toda Europa buscando las atracciones más originales para comprar su patente. La más famosa era “La autogruta”, un tren que recorría los bajos del edificio. Cuando llegó la Guerra Civil tuvo que exiliarse y a su vuelta, en 1943 -año que se toma como referencia para la efeméride- se adaptó a las novedades que habían llegado a la ciudad y montó una sala de fiestas detrás del parque, que pasó a llamarse Atracciones Apolo.
La antropóloga e historiadora Eva Espinet ha reconstruido la biografía en el libro 75 años sin parar de bailar, que la editorial Comanegra publicará dentro de unos meses. El proceso de documentación ha sido arduo, ya que en un principio no tenía demasiado material.
“Hace dos años tomamos el primer testimonio, el de la hija del primer propietario, que tiene más de 90 años”, indica la autora. Aquel fue el inicio de lo que, más tarde, acabaría siendo un completo reportaje. “Costó mucho que nos concediese la entrevista, pero después de hacerla ya vi que era suficientemente interesante como para seguir”, matiza.
En sus páginas se podrán leer historias como la de los marines de la VI flota estadounidense que cerraron el Apolo durante dos días para darse una gran fiesta o la de las taxi-girls, una figura que apareció en España en los años 40, proveniente de París. Estas eran bailarinas en la pista para animar a los hombres solos a bailar.
Según la biógrafa, “todavía hay un espejo que tiene los restos de un cartel que pone: cada hombre sólo puede tener un boleto y no se puede repetir la misma bailarina”. ¿La intención? “Que ninguno acabase enamorándose o quisiera tener una relación más allá del baile”, explica.
También cuenta que en los años 50 llegaron los deportes. Primero fue el hockey sobre patines, que se había convertido en una sensación incluso mayor a la del fútbol, después de que el equipo nacional en división de honor ganase el mundial.
El propietario montó una pista reglamentaria con una grada con capacidad para 500 personas en la terraza del edificio, que por aquel entonces también se utilizaba para las verbenas. Incluso llegó a tener dos equipos propios, uno de ellos en primera división, el Apolo PatínClub. Los fines de semana se abría para uso público y también se realizaban demostraciones de patinaje artístico. Estuvo activa desde 1951 a 1957.
Los marines trajeron la moda del baloncesto, por lo que Vallés también hizo una pista y en los 60 apareció el boxeo. Espinet aclara que: “Como por las tardes había baile, las mañanas se transformaron en matinées de boxeo y la sala grande del Apolo se convertía en un ring. Por allí pasaron los mejores boxeadores y luchadores de lucha libre”.
La llegada de la modernidad contemporánea
Una vez en los años 90, el Apolo comenzó su camino hacia lo que es ahora. Por aquel entonces, se cerró el parque de atracciones y la Orquesta Apolo dejó de tocar. Fue cuando Alberto Guijarro comenzó su andadura como director artístico de la sala y, con él, la idea de convertirlo en un 'club de clubes'.
“Cada día iba a haber un tipo de música que íbamos a tratar específicamente, especializándonos en cada sesión. Esa idea es la que hemos ido explotando, abriéndonos cada vez a más géneros”, comenta por teléfono.
En 1996, el NITSA se asentó en el Apolo y se convirtió en uno de los clubs de electrónica de referencia. Desde entonces, por su cabina han pasado más de 5.000 DJs invitados. La sala (2) llegó en 2006, una ampliación tanto de aforo como de oferta musical (los 'indies' y demás fauna amante del soul, el pop y el rock alternativo gastaron mucha suela en su pista), y en 2018 llegó la última reforma con la apertura de La (3).
Por todo ello, dicen haber alcanzado “un nuevo punto álgido”. “Con la nueva sala de fumadores y venta de comida, haciendo cosas que antes había como charlas, debates, cursos… toda esa parte de espacio de creación con el Laboratorio del Apolo que empezaremos también durante este 2018”, comenta Guijarro. Entre algunos de los nuevos proyectos, está el de crear una radio propia o una sala de grabación, aunque no quiere desvelar demasiados detalles.
En cuanto a lo que se escucha ahora en sus diferentes espacios, no puede concretar demasiado. “No hay nada específico, depende del tipo de gente. No creo en una sola tendencia”, explica el director artístico. A pesar de ello, tendencias como la electrónica y las músicas urbanas “siguen estando muy fuertes”, pero también todo lo relacionado con músicas latinas, como el reguetón, el trap y demás.
Sin embargo, los ritmos son múltiples y variados. “La escena del swing y del jazz también está funcionando muy bien. El pop rock se ha quedado para los conciertos y ya no tanto para el clubbing”, matiza Guijarro.
Anécdotas y leyendas urbanas
75 aniversarios dan para mucho, y sobre todo en un sitio en el que se celebran 500 conciertos al año, por el que han pasado 11.000 artistas y en el que entran cientos de personas a la semana. Dani Cantó recuerda subirse al escenario con bandas como Mujeres, Kokoshcka o Animalitos del Bosque y hacer coreografías improvisadas. También otros momentos, como pasarse un “concierto entero de Black Lips, el mítico, sentado en el escenario con una fiebre considerable, mientras a ambos lados (público y tablas) se desataba el caos y la locura”.
Guijarro rememora a grandes del soul en directo como Solomon Burke, Marlena Shaw o Martha Reeves & The Vandellas. Por su parte, Eva Espinet señala el día que Coldplay presentaron su primer disco y no consiguieron llenar la sala grande: “Entraron unas 700 personas. Nadie pensó en ese momento que acabarían llenando estadios”.
En cuanto a leyendas urbanas, corre la de que el Apolo les paga la comunidad a los vecinos de los edificios cercanos para que no se quejen y no molesten. Alberto Guijarro comenta patidifuso que es la primera vez que lo escucha: “Tenemos una relación cordial con el vecindario, y claro que a veces surge algún problema por la gente que circula por la calle, los gritos… e intentamos aportar soluciones”. Además, sostiene que están en “contacto permanente con la asociación de vecinos”, pero que “lo de pagar no tiene sentido”.
Espinet aporta una anécdota aún más fantasiosa. “Durante mucho tiempo, en el sótano de la sala Apolo morían las vías del metro y del funicular que va de Montjüic a Paralelo”. Esto es algo que la biógrafa dice haber visto en primera persona, lo cual también le sirvió para descubrir “algunas de las vagonetas de la atracción del parque de atracciones” en una sala vigilada por “una pareja de señores mayores que cuidaban de ese lugar por las noches”.
Cuando llegaron los nuevos accionistas en los 90, estos adquirieron la explotación de toda la sala junto a una sorpresa inesperada: una mujer allí viviendo. “Siguió allí hasta su muerte, y muchos clientes han contado que han sentido y han visto el espíritu de una mujer paseando por la sala. Y nosotros hacemos la broma de que es el espíritu que protege a la sala Apolo”, indica la historiadora. Por el momento, ha hecho un buen trabajo.