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¿Por qué (casi) nunca conocemos al Nobel de Literatura?

Haruki Murakami, Margaret Atwood, Mircea Cartarescu, Annie Arnaux, Milan Kundera, Edna O'Brien. Son algunos de los nombres que resuenan año tras año en las quinielas para alzarse con el Premio Nobel, el galardón más prestigioso en el ámbito de la literatura, uno de los cinco premios explicitados en el testamento del filántropo y químico sueco Alfred Nobel. Las indicaciones para otorgar este premio están contenidas en una frase corta y ambigua, que lleva a cuestionarnos si siguen siendo vigentes las indicaciones que dejó escritas el filántropo hace más de un siglo.

En el testamento firmado en noviembre de 1895, Alfred Nobel dispuso la totalidad de su fortuna en un fondo distribuido en una serie de galardones que cada año deberían premiar a quienes durante el año precedente hubieran realizado “el mayor beneficio a la humanidad”. Aunque con el tiempo se han ido añadiendo y modificando categorías, inicialmente eran solo cinco: Física, Química, Fisiología o Medicina, Literatura y Paz. En el ámbito de la literatura, Nobel dejó escrita la voluntad de premiar a quien hubiera producido la obra “más sobresaliente de tendencia idealista dentro del campo de la literatura”, una frase que también suele traducirse como “a quien hubiera producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal”. ¿Qué quería decir Alfred Nobel con esta “tendencia idealista” o “dirección ideal”?

Un ideal de literatura cercano a los ODS

Para Pablo Valdivia, Catedrático de Literatura y Cultura europea en la Universidad de Groningen y uno de los expertos que ha sido requerido en numerosas ocasiones por la Academia Sueca para proponer nominaciones, es importante contextualizar las palabras de Nobel con el carácter humanista de algunos científicos del siglo XIX, que entendían que las ciencias y las letras debían perseguir un ideal en términos absolutos y formar parte de grandes narrativas como mejorar la vida de las personas o conseguir la paz mundial. “Si intentamos trasladar a la actualidad lo que decía Nobel sobre alcanzar un ideal, sería algo equivalente a los Objetivos de Desarrollo Sostenible, algo así como que las obras cercanas a esos objetivos deberían ser premiadas”, apunta Valdivia. “La realidad es que la literatura no tiene por qué estar alineada con esos principios morales de fraternidad, no tenemos por qué estar de acuerdo con la moral de un texto literario que consideremos sobresaliente. Además, siempre hay que tener en cuenta que el concepto de literatura que se tenía en la época de Nobel es muy distinto del que tenemos hoy en día”.

Sirve la literatura la que observa al mundo y al hombre desde un ángulo inesperado y exigente. Y la verdad es que el Nobel es un premio que arriesga y acierta a menudo

En la actualidad, hay una serie de elementos que intervienen en el proceso selección y que amplifican las intenciones iniciales de Alfred Nobel. Valdivia considera muy relevantes “la cuestión de maquillaje publicitario de los mismos premios Nobel, la cuestión de mercado y la cuestión política, que en mi opinión suelen primar más que la calidad literaria”. Por eso, para este catedrático hay “autores extraordinarios que nunca serán premiados con el Nobel”. Uno de los casos que más ha llevado a especulaciones es el de Jorge Luis Borges: durante muchos años, la decisión de no premiar al escritor argentino parecía estar relacionada con su posición conservadora, alejada de la literatura comprometida de la época, y su supuesto acercamiento a las dictaduras de Videla y Pinochet, tal y como han confirmado académicos como Arthur Lundkist. No obstante, la discusión por la calidad literaria también entraba en juego: según reveló en 2018 el periódico sueco Svenska Dagbladet al desclasificar un informe de Academia realizado en la etapa en la que Borges fue nominado varias veces, el presidente del Comité del premio, Anders Osterling, rechazó a Borges porque resultaba “demasiado exclusivo o artificial en su ingenioso arte en miniatura”.

Se busca literatura que nos haga sentir mejor

Aunque expertos como Valdivia restan importancia a las palabras de Nobel y piden situarlas en un contexto histórico y filosófico concreto, hay quien cree que la frase escrita por el químico sueco en 1895 todavía tiene vigencia en los premios: “su lenguaje es vago y opaco en cuanto a la función de la literatura”, criticaba Liam Fitt en una columna ampliamente difundida y publicada en 2016 en PI Media, revista del University College de Londres. “Todo esto tiene consecuencias. Inevitablemente, se ha dejado en manos de los miembros de la Academia la interpretación de lo que quería decir y, por tanto, de quién debía recibir la recompensa. Esto ha llevado a la politización del premio, quizá necesariamente en parte para llenar el vacío de los dictados vacíos de Nobel, pues nadie podría decir realmente cuál es esa ‘dirección’  o por qué es ‘ideal”.

También podemos contemplar las palabras de Nobel desde un prisma más luminoso, como hace el novelista Gonzalo Torné: “Supongo que Nobel se refería a una literatura que nos ayudase a ser mejores o a sentirnos mejor, lo que quiere decir potencialmente muchas cosas. Si nos interrogamos hoy supongo que corremos el riesgo de reanimar aquella discusión de si la literatura sirve para algo y si ayuda a transformar el mundo”, explica a elDiario.es. “La tentación es decir que no a las dos cosas, pero lo cierto es que sí, a las dos sí, sirve y transforma; sirve para comprender y cobrar conciencia; y transforma el mundo personal, que de alguna manera afecta a amigos y conocidos. Pero no sirve toda, sino alguna. No sirve la literatura comercial, la literatura perezosa, ni la servil ni la servicial. Supongo que sirve la que observa al mundo y al hombre desde un ángulo inesperado y exigente. Y la verdad es que el Nobel es un premio que arriesga y acierta a menudo. Vamos, lo contrario que nuestro rutinario e insípido Premio de la crítica”, añade.