El nuevo esplendor de los viejos artesonados españoles

En el año 1633, el carpintero sevillano Diego López de Arenas legó por escrito las claves de un saber que, un siglo más tarde, dejaría de llevarse a la práctica por completo en nuestro país: la carpintería de las techumbres españolas. El nuevo gusto por las bóvedas de yeso relegó a un último plano las cubiertas de madera —denostadas y pasadas de moda—, hasta que en los años ochenta un arquitecto valenciano logró descifrar las claves del tratado de López de Arenas. Enrique Nuere recuperaba una tradición netamente española que en las dos últimas décadas ha reverdecido, especialmente, al otro lado del Atlántico. Un siglo después de la venta masiva de artesonados españoles a los potentados norteamericanos, los discípulos de Nuere desempolvan herramientas y técnicas medievales para dar salida a los encargos que no paran de llegar, especialmente, desde estados como California.

Pero ahora como hace un siglo, la llamada carpintería de armar española envejece sin terminar de ser profeta en su tierra. Todo tiene su explicación. Esta ingeniosa técnica —surgida en la península hace prácticamente un milenio— se ha visto empañada por el tópico de los “artesonados mudéjares”. “Enrique Nuere es muy batallador en este punto: el término da a entender que la carpintería de las cubiertas se importó, y es cierto que los trazados llegaron de Oriente, pero su aplicación en un techo es algo que se inventó en España”, explica uno de los discípulos del valenciano, el arquitecto especializado en carpintería histórica Javier de Mingo.

Curioso lo enrevesado que llega a ser el devenir histórico. Cuando Nuere descifró el sistema con el que los carpinteros medievales fabricaban las techumbres, no le quedó duda de que la técnica había surgido de puertas para adentro. En realidad, tras las cubiertas que cerraban edificios románicos y góticos se encontraba el uso de un simple cartabón, en esencia, un triángulo rectángulo —con un ángulo de 90 grados— y escaleno (todos sus lados diferentes). El redescubridor de los artesonados buscó sin descaso esta técnica en los países de Oriente, hasta que llegó a una conclusión definitiva: los musulmanes no conocían el uso del cartabón. Las cubiertas solo podían ser made in Spain.

Ni mudéjar ni artesonado

Quiso el destino empañar el logro español. Javier de Mingo, especialmente sensibilizado con la divulgación de esta técnica mágica, responsabiliza de ello a la ambivalencia del término mudéjar. “Es un adjetivo que designa a la población musulmana que permaneció en territorio cristiano recién reconquistado, pero también, al arte que deriva de la conexión entre lo cristiano y lo musulmán”. El arquitecto precisa que “cuando alguien menciona los artesonados mudéjares, los conecta con el primer significado y atribuye su fabricación a los musulmanes que se quedaron; entonces la confusión es absoluta”.

En realidad, como apunta Javier de Mingo, la carpintería de lazo —la que habitualmente se conecta con lo mudéjar— “fue mayoritariamente fabricada por carpinteros cristianos”. Si había artesanos de origen musulmán, estos eran minoría. Pero es que hay una paradoja más: existe una especial concentración de este tipo de techos en algunas zonas, como la provincia de León, donde “no consta que hubiese una población mudéjar”.

Hacia un nuevo esplendor

Pese a todo, el lastre mudéjar no ha desanimado en las dos últimas décadas a un cada vez mayor número de arquitectos y artesanos que, tras descubrir las claves de la carpintería de armar, han decidido dedicarse por entero a este oficio medieval. Junto a la labor de Enrique Nuere, tutor común de todos ellos, hubo otra circunstancia que supuso un punto de inflexión. La artesanía española comenzó a ser distinguida desde el exterior. En particular, por el multimillonario americano Richard Driehaus, cuya fundación entrega periódicamente un premio a los mejores proyectos de arquitectura tradicional. Cuando Driehaus conoció la labor del arquitecto gaditano Rafael Manzano, quedó tan impresionado que no solo decidió otorgarle uno de sus galardones, sino que creó una distinción exclusiva para España, que más tarde incluiría también a la vecina Portugal.

Entre quienes han obtenido el premio Driehaus se encuentra el prestigioso artesano jiennense Paco Luis Martos, cuyos artesonados decoran hoy algunas de las mansiones de las más distinguidas estrellas del Hollywood cinematográfico. Antes de abrir una oficina en Los Ángeles, Martos tuvo que labrarse una carrera que dio sus primeros pasos en el año 2000, con un primer encargo de tintes novelescos que no olvidará jamás. “Un día se presentó en mi taller de restauración un anticuario con un camión repleto de palos antiguos. Me dijo: ‘Mira, esto es un artesonado, hay que restaurarlo y colocarlo en un centro comercial de Sevilla’”, rememora.

La respuesta de Martos fue sumergirse en el universo de las techumbres españolas. “Investigué, acudí a los libros de Enrique Nuere para conocer la técnica y, sobre todo, me valí de los conocimientos que había adquirido durante los trabajos de restauración”. El resultado fue que el carpintero de Úbeda aprobó aquel examen e inició una trayectoria de altura que acaba de suponerle un nuevo reconocimiento por la recuperación de este saber tradicional, esta vez, desde la Junta de Andalucía.

Los clientes del siglo XXI

Se da por hecho que, entre los miles de artesonados históricos que aguantan las estructuras de otros tantos edificios españoles, muchos precisan de una restauración, cuando no acaban de recibirla. Lo que no deja de llamar la atención es la renacida moda de encargar una techumbre de nueva fabricación. ¿Quiénes son los clientes del siglo XXI? “Por lo general, son gente que tiene dinero y mucho gusto por el pasado. Son personas que no vienen de la nada, han estudiado, tienen carreras relacionadas con el arte y saben valorar la carpintería de armar española”, responde Javier de Mingo. Por su parte, Paco Luis Martos tiene perfectamente definido quién compone su cartera de clientes. “Por un lado, fabricamos artesonados para edificios de carácter histórico con fines comerciales, como hoteles y restaurantes un tanto especiales. Por otro, para particulares que tienen su mansión o su palacete que quieren decorar con un artesonado mudéjar, un elemento artístico del pasado que yo pienso que es universal y atemporal”, detalla el especialista, actualmente inmerso en la recreación de doce techos históricos quemados durante la Guerra Civil, dentro del proyecto “El sueño de Sijena”.

Precisamente, De Mingo y Martos coincidieron en uno de esos proyectos especiales que se divisa desde un lugar mágico, como es el mirador de San Nicolás, desde donde se contempla la imagen más icónica de La Alhambra de Granada. “Un arquitecto nos llamó para ponerle los techos a una casa histórica, el carmen [casa de recreo tradicional de Granada] Apperley, y ayudar así a recuperar el esplendor que había tenido en el pasado”, relata De Mingo. En concreto, el diseñador madrileño tuvo que dibujar tres armaduras diferentes. “Contamos con tres carpinteros para fabricar tres estructuras distintas: Paco Luis Martos hizo una cubierta plana circular, los artesanos de El Paular realizaron la techumbre alargada del salón y Ángel Martín fabricó una cúpula de lazo sobre el dormitorio principal”, precisa. El resultado no puede ser más evocador: la villa se ha convertido en un lujoso mirador privado de La Alhambra, un alojamiento turístico cuyo disfrute está solo al alcance de quien pueda gastar la friolera de mil euros o más por dormir una noche “a cubierto”.

Tres ejemplos de armaduras españolas, entre las incontables cubiertas diferentes que pueden llegar a crearse, combinando la geometría de la estructura con un espectacular catálogo decorativo. Pero, de entre todas, hubo un tipo de armadura solo apta para los carpinteros más avezados. “La lacería (ornamentación a base de piezas entrelazadas) es la joya de la corona dentro de la carpintería de armar y, dentro de ella, lo más complejo son las cúpulas”, asevera Javier de Mingo. En realidad, los artesanos inventaron un truco de magia para desafiar a la física: lograron trasladar la geometría plana a la esférica. Un logro tan exclusivo como los únicos seis ejemplos de cúpulas que hoy perviven en el planeta: dos en La Alhambra, otras tantas en Sevilla, una en Madrid y otra más en Lima, Perú.

En el carmen Apperley fue el artesano Ángel María Martín el encargado de “coronar” el dormitorio de la residencia histórica con una sugerente cúpula. El carpintero abulense —quien actualmente trabaja en su primer proyecto para California— atesora una trayectoria de dos décadas, en las que ha empeñado su esfuerzo, no solo en la creación de cubiertas, sino también en la divulgación de este saber de siglos. La oportunidad de su vida se le apareció durante las obras que se realizaban en la cilla (almacén de grano) de un edificio histórico en Narros del Castillo, un pueblo de la Moraña abulense. “Había una estancia de 25 metros de largo por unos cuatro o cinco de luz que se prestaba a la colocación de un artesonado y así se lo propuse al alcalde”, rememora. Y lo convenció. Acto seguido, Martín se “encerró” con el ordenador durante mes y medio para crear su primera obra dentro de la carpintería de lo blanco, un término que alude al color de la madera de los árboles que se suelen utilizar para este cometido.

El resultado del proyecto y su convicción personal llevaron al carpintero a promover el Centro de Interpretación de la Carpintería Mudéjar Abulense, de la que hoy es su director técnico. “Ávila tiene 248 pueblos y unos 500 ejemplos de carpintería histórica; en toda la provincia hay armaduras, pero la mayoría, las más costosas, se sitúan en la comarca de la Moraña”, precisa Ángel María Martín para justificar el emplazamiento de un centro de divulgación a cuyos cursos formativos acuden profesionales de distintas autonomías del país.

Una realidad “invisible”

Hay especialistas que calculan que más de la mitad de los artesonados de nueva fabricación viajan a Estados Unidos y, en concreto, a California, donde estiman notablemente el arte histórico español y sus “techumbres mediterráneas”. Cuestión diferente es la valoración que esta realidad netamente española tiene entre sus fronteras, donde los viejos techos españoles no tienen la consideración de otras artes. “Ni siquiera en la actualidad existe un catálogo de los artesonados españoles. Siendo objetivo, he de reconocer que nuestros techos son mucho más valorados fuera, desde que los mecenas americanos se dedicaran a comprarlos. Quizá la explicación esté en el poco apego que los españoles tenemos por lo nuestro”, reflexiona Paco Luis Martos.

Ante tal situación, Javier de Mingo propone “dar visibilidad” a este legado. “Hago un llamamiento a los historiadores para que no solo se fijen en los muros de fábrica, que a la hora de describir los edificios, levanten la mirada y vean la cantidad de cosas que hay en los techos”, asevera. No son palabras vanas. De Mingo, Martos y Martín se cuentan entre los entusiastas que, junto a Enrique Nuere, predican con el ejemplo: ofrecen formación, fabrican cubiertas y trabajan por llevar esta disciplina a las facultades de Arquitectura. Hoy, como hace siglos, más que competir entre ellos, colaboran en la transmisión de un saber milenario, como lo hacían los antiguos gremios medievales.