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Obituario

Pepe, el ministro que desea la cultura

Peio H. Riaño

11 de julio de 2022 11:49 h

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Pepe adoraba el cine. Su padre tuvo varias salas, aunque nunca más de una a la vez. El primer cine lo montó en Cuevas del Almanzora (Almería), en un local que alquiló a una compañía minera de Las Herrerías. Luego tuvo otro en Almenara y uno con terraza en Pulpí. Un exitazo. Allí nació Pepe, en 1959. El niño se encargaba del puesto de chucherías, de recoger las entradas de la sesión y de la cabina de proyección. Allí empalmaba y preparaba los rollos de las películas con acetona y papel de fumar. Su padre compraba lo lotes de películas en Madrid y Pepe le acompañaba a la ciudad. Mientras negociaba lo que proyectaría la próxima temporada, él lo esperaba en el Museo del Prado.  

Pepe no sabía jugar al fútbol, pero nadie sabía tanto cine como él. Ni siquiera en su despacho de la Plaza del Rey. Cuando el sector del cine se acercaba al Ministerio de Cultura a reclamar más atención y ayudas, las charlas se alargaban más de lo normal porque era inevitable que sus recuerdos se mezclaran con las reclamaciones de una industria que el PP había penalizado hasta asfixiarlo con el 21% de IVA. El legado de uno de los mejores ministros de Cultura, fallecido este lunes a los 63 años, arrancó en aquella sala de cine y cuajó como concejal de Cultura en Pulpí, con 18 años. 

Pepe Guirao fue el ministro que bajó el IVA al cine, que se empleó a fondo para regenerar la SGAE, que quiso reformar la Ley de Patrimonio, rehabilitar el INAEM, que tenía atado un acuerdo con Carmen Cervera y su colección, que recuperó la Dirección General del Libro y logró que el Congreso de los Diputados votara unánimemente a favor de la creación del estatuto del artista. Fue un ministro ejemplar porque tenía un plan y quería cumplirlo. Le dieron un año y medio y fue insuficiente. El presidente Pedro Sánchez lo despidió en enero de 2020, sin dar explicaciones y sin prever el negro futuro que le esperaba al sector con la pandemia del COVID-19. Qué importante habría sido su experiencia y conocimiento para ayudar a superar una crisis que arrasó la industria sin que nadie le pusiera remedio.  

Un tipo tranquilo 

No le robaron la cartera a Pepe, se la robaron a la cultura. “En año y medio conectó con la gente de la cultura, pero no con los feudos. Estos quieren ministerios débiles para hacer y deshacer a su antojo”, recuerda uno de sus colaboradores más directos aquellos días. Prefiere que su nombre no trascienda pero recuerda de qué manera se enfrentó, por ejemplo, a Gregorio Marañón y Bertrán de Lis, marqués de Marañón y presidente del Teatro Real y miembro del Consejo de Administración de Patrimonio Nacional, que quiso montar un emporio intocable apropiándose del Teatro de la Zarzuela. Guirao le paró los pies a quien nunca, nadie en cuarenta años de cultura en democracia se había atrevido a poner límites. “Era un tipo tranquilo. Cuando las cosas venían mal, no se descomponía. Tenía mucho temple. Era un hombre de sentido común y de pactos. Era muy raro verle fuera de sus casillas”, recuerda su colaborador y amigo.  

Salió de Pulpí camino de la Diputación de Almería como responsable de Cultura, donde se encargó de cuidar al máximo al poeta José Ángel Valente. Le recogía la correspondencia. En 1988 se marcó a Sevilla, donde ocupó el cargo de director general de bienes Culturales en la Junta de Andalucía. Hasta 1993 se encargó del patrimonio histórico andaluz y de resistir a los intereses inmobiliarios que pretendían arrasar con todo. Creó el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico y vivió sus primeras tensiones como político comprometido con lo público y la cultura. Entonces dio el salto madrileño: fue un año director de Bellas Artes en el Ministerio de Cultura, pero Carmen Alborch lo nombró director del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía para sofocar el incendio que padecía la institución. Allí se mantuvo hasta 2001, cuando levantó La Casa Encendida, para Caja Madrid. El 13 de junio de 2018, Pedro Sánchez lo llama para encargarse del Ministerio de Cultura y Deporte.  

“Pepe fue elegante y con una extraordinaria cintura para enfrentarse a todos los retos. Tomó el testigo de la cultura en unas circunstancias muy complicadas, no sólo por lo de Huerta. Gestó un proyecto para quitarse el sombrero, que nunca antes se había visto en el Ministerio. Había un proyecto. Lo supo luchar y defender hasta que cercenaron su gestión”, asegura otra de las personas que lo acompañó en Cultura. Cuenta que tenía una visión y una misión, un compromiso y no se prodigaba en medios. Era un trabajador, no un ornamento. Había llegado para trabajar y arreglar los desaguisados de los equipos precedentes. “No se le merece más por compararle con otros. Realmente era el mejor, sin comparación”, asegura la fuente. 

Gestos y diplomacia 

Era un político de gestos para el que quisiera verlos. Guirao invitó a su toma de posesión a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero. Fue un guiño de agradecimiento por proponerle al presidente y porque sabía que ella era quien disponía de la solución para la mayoría de los problemas del sector. Después de años de guerra con Cristóbal Montoro (PP), Hacienda hizo las paces con Cultura. Cuando le entregó la cartera a José Manuel Rodríguez Uribes, su sustituto, sólo le pidió una cosa: que se sentara a escuchar al sector. En abril de 2020, dos meses después de aquella recomendación, las protestas de la cultura forzaron al Gobierno a escuchar sus demandas que nadie atendía.  

Guirao, filólogo de formación, estaba convencido de que la cultura era un refugio del pensamiento, de la reflexión y del bienestar de la población. En plena crisis financiera, en 2011, mantuvimos un encuentro en La Casa Encendida. Allí comentó que le preocupaba que la sociedad entendiera que la cultura era un asunto de todos, no sólo de las administraciones y del dinero público. Por eso creía esencial que la cultura no se dedicara a atender únicamente a los problemas de la cultura. Era un fiel defensor del servicio público, de una misión que garantizara la viabilidad y proyección social de la cultura.  

“El gestor cultural, en tanto que mediador, es alguien que media entre dos mundos: el de la creación y el público. Tiene que estar al servicio de ambos, ese es su proyecto. Los gestores debemos ser invisibles para no usar la institución de manera personal y con una sola línea de discurso”, dijo Guirao en aquel encuentro. Esta idea le trajo muchos desencuentros con directores de museos empeñados en hacer de un proyecto institucional una odisea personal. “Si trabajas para ti y para tu idea, no trabajas para la institución, porque la estás poniendo a tu servicio”, sostenía. Ese fue José Guirao, el gestor cultural que se puso al servicio de la comunidad.