Alternativas de gestión empresarial neoliberal o mantenimiento de su carácter de pura institución cultural. Acercamiento a las nuevas generaciones o pervivencia de viejos métodos y sistemas de trabajo. Una entidad regida por sabios filólogos o liderada por intelectuales con experiencia de gestión. Entre estos dilemas, en estas encrucijadas, se mueve la Real Academia Española (RAE) que el jueves elige a un nuevo director en sustitución de Darío Villanueva (Villalba, Lugo, 1950) que ha ocupado el cargo durante los últimos cuatro años.
Esta apertura del melón sucesorio ha abierto una guerra larvada de hostilidades, críticas y descalificaciones en la docta casa situada en un bonito palacete en las inmediaciones del museo del Prado. Hasta tal punto ha llegado la escalada de tensión que un académico y escritor, con varios años en la RAE, señala que la institución “atraviesa la época más desagradable que yo recuerdo”. “Estamos”, dice bajo garantía de anonimato, “en el ojo del huracán del debate público cuando nuestro trabajo requiere calma y proyectos a largo plazo”.
Esta sensación de hartazgo, junto con un hermetismo absoluto a la hora de realizar declaraciones, figura como el rasgo común en media docena de académicos con los que ha contactado eldiario.es.
Un total de 41 académicos, que no reciben remuneración, tienen derecho a voto el próximo jueves en la elección de un nuevo director y de otros dos cargos de la junta directiva. Todos los llamados inmortales (en razón de que sus puestos son vitalicios) son electores y elegibles, según los estatutos de la RAE, de manera que no se presentan candidatos y, por lo tanto, no se produce una campaña pública.
En busca de una difícil mayoría absoluta
Así las cosas, las últimas semanas han generado un hervidero de intrigas, rumores y conspiraciones para acceder a un cargo muy codiciado por el prestigio que conlleva y por la red de influencias que puede desplegar. Si ninguno de los candidatos alcanzara la mayoría absoluta este jueves, la votación se repetiría el jueves siguiente entre los dos candidatos que hubieran obtenido mayor número de votos.
Tanto para Santiago Muñoz Machado (Pozoblanco, Córdoba, 1949) como para Juan Luis Cebrián (Madrid, 1944) la dirección de la RAE sería lo que en modo solemne se llamaría un broche de oro de mucho relumbrón para sus carreras. Catedrático de Derecho Administrativo en la Universidad Complutense, abogado de éxito, con buenas relaciones con el mundo financiero y reciente premio nacional de Historia, Muñoz Machado declina confirmar o desmentir si se postula para el puesto, pero sus seguidores en la RAE han impulsado una frenética campaña de apoyos desde que Villanueva anunciara que abandonaba la dirección.
Director fundador de El País y más tarde alto ejecutivo y empresario del poderoso grupo Prisa, autor de libros periodísticos y de algunas novelas, Cebrián ya no ostenta ningún cargo de poder real en ese holding periodístico y editorial. Al igual que Muñoz Machado, Cebrián ha movilizado a sus partidarios en la RAE, algunos de los cuales recibieron espaldarazos muy elocuentes del grupo Prisa para ingresar en la Academia.
Si bien Darío Villanueva rechaza que existan candidatos oficiales, diversas fuentes de la Academia insisten en que el todavía director opta por Cebrián como su sucesor. Ahora bien, esta decantación sotto voce juega con pros y contras, ya que el grupo de académicos contrarios a la gestión de Villanueva representa a un sector bastante amplio. Está fuera de duda que en sus cinco años como secretario de la entidad (2009-2014) y los cuatro como director (2014-2018), el antiguo rector de la Universidad de Santiago se ha granjeado muchas antipatías.
De todos modos, lo que más preocupa en la institución, que cuenta con una plantilla de algo más de 80 empleados, se centra en la gravísima crisis económica que sufre. En los últimos años, la reducción de las aportaciones del Estado, el escaso rendimiento financiero de la Fundación pro-RAE, la caída de ventas de los diccionarios en formato papel y el descenso de los patrocinios han situado a la institución al borde de la ruina y con la necesidad imperiosa y urgente de encontrar nuevas fuentes de financiación.
Por ello, en este perfil de un nuevo director que sea, a la vez, gestor y empresario radican las posibilidades de Muñoz Machado y de Cebrián. En una reciente entrevista con la revista Archiletras, Darío Villanueva se mostraba muy explícito en su desvelo por el futuro económico. “Hay que transformar la estructura de la Academia”, decía, “en un sentido casi diríamos empresarial. Creamos una sociedad, RAE Gestión. Ha habido que transformar incluso las mentalidades tanto de los académicos como del personal. La Academia nunca fue una entidad boyante, pero lo económico no era una preocupación primaria y primordial. Y ahora lo es”.
Una mujer, la apuesta del grupo más academicista
Frente a esa pugna entre titanes empresariales que parece representar el pulso entre Cebrián y Muñoz Machado, se ha alzado la voz de un sector de filólogos, lingüistas y profesores con asiento en la Academia que lamentan, bajo condición una vez más de anonimato, que “se rompa la tradición de un filólogo al frente de la institución”, al tiempo que temen ser arrinconados por los gestores neoliberales que apuntan a vencedores. No obstante, no siempre la dirección ha sido ocupada por filólogos, ya que en el siglo XX el escritor José María Pemán o el médico Pedro Laín Entralgo estuvieron al frente de la RAE.
Algunas fuentes indican que, aunque la filóloga y profesora de Universidad Inés Fernández Ordoñez (Madrid, 1961) no se postula para la dirección, podría concentrar los apoyos de este grupo más universitario y academicista, más defensor de la RAE como una institución cultural. Llegado el caso, la elección de Fernández Ordoñez, una de las ocho académicas, supondría una auténtica revolución al tratarse de una mujer joven.
Sea como fuere, parece poco probable que algún candidato consiga la mayoría absoluta de los votantes el próximo jueves y todos los académicos consultados coinciden en que el resultado aparece como imprevisible.
En una institución como la RAE, con fama de hermética, muy envejecida por el carácter vitalicio de sus miembros y donde los ocupantes de los doctos sillones proceden de ambientes, estamentos e ideologías muy diversos, las intrigas de las elecciones se asemejan más a un cónclave vaticano que a unos comicios abiertos y transparentes. El enorme peso de la historia en una entidad fundada en 1713 gravita como una losa. El próximo jueves se pueden abrir caminos, si bien no está muy claro en qué sentido.