En el mundillo editorial barcelonés era conocida como La Papisa. Y no es para menos: si el más alto cargo de la Iglesia católica tiene línea directa espiritual con Dios, Carmen Balcells seguramente era quien negociaba los porcentajes de sus ventas.
Criada en el seno de una familia rural en Lleida, Carmen Balcells entró en contacto con la industria editorial como otras mujeres de su generación y clase: primero como secretaria del escritor rumano exiliado Vintila Horia, dueño de la agencia literaria ACER, administradora de autores extranjeros para España; y más adelante con su propia agencia, que se convertiría en símbolo de una manera de entender la literatura y sus negociados.
Balcells arrasó en un momento de gloria en el mercado editorial en castellano: entendió que el papel de un agente en ese momento consistía no tanto en representar a una editorial en el extranjero -como hizo durante una época como agente en París- sino mediar entre el autor y la editorial, con la convicción de que el agente podía aconsejar y proteger a los autores.
Con Balcells comenzó así una era dorada en el mundo de la edición: fue ella la que, tras un soplo, consiguió la publicación de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, sentando así las bases de lo que sería el 'boom' latinoamericano. Balcells fue la que comenzó a requerir adelantos, porcentajes para el autor sobre traducciones, y a exigir el control sobre el número de ejemplares que se vendían, algo impensable hasta entonces. Ante el éxito de García Márquez, otros autores latinoamericanos se dejaron seducir: Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, José Donoso y Alfredo Bryce Echenique pasaron a su escudería, y se instalaron durante un tiempo en Barcelona, dando su mejor momento y un aire más internacional a una gauche divine pija pero poco viajada.
Balcells, la “mamá gallina”
Balcells creó varios fenómenos editoriales y protegió sin cortapisas a sus autores, entre los que se contaron los españoles Juan Goytisolo, Manuel Vázquez Montalban, Juan Marsé, Camilo José Cela, y Eduardo Mendoza, por mencionar solo algunos. Su actitud con ellos, que muchos relataron como la de una “mamá gallina”, pasaba en ocasiones por algo más parecido a un latifundio de escritores: Balcells procuraba las condiciones óptimas para que sus autores pudieran escribir, y si no las tenía, ella se las daba. La agente fue célebre, entre otras cosas, por adelantar cheques, proporcionar pisos e incluso aconsejar sentimentalmente a sus estrellas literarias, todo con la intención de favorecer un entorno adecuado para que generaran una nueva obra exitosa.
Pero una matriarca editorial siempre lo es porque protege a sus crías: Balcells era conocida también por su férreo trabajo para cercenar la crítica y ahogar la disidencia. Es conocido el caso de Miguel Dalmau, que preparaba una biografía de Julio Cortázar que tuvo que abandonar, ya que Balcells le hizo la vida imposible. No fue el único.
En los últimos años de su vida, tras el deterioro de su salud, Balcells pasó el testigo a sus agentes primero y a su sucesor Guillem d'Efak después. Con la llegada de la crisis del mundo editorial, Balcells dejó caer que necesitaba a un socio para afrontar los nuevos retos del mercado. Ahí apareció Andrew Wylie, su equivalente en el mundo anglosajón, que entraba así por la puerta grande al mercado del libro en español. Desde 2014, la Papisa se retiraba y llegaba el Chacal.
La muerte de Carmen Balcells no hace sino confirmar el fin de una era y el inicio de otra. Como cuando mueren los papas.