Tiene miedo. Lo deja claro desde el principio. Cree que el libro le puede costar caro y afectar a su libertad condicional. Pedro Farré, exdirector de Relaciones Corporativas de SGAE, exdirector del departamento encargado de la ofensiva antipiratería que acabó logrando la aprobación de la Ley Sinde y el canon digital, es el único responsable de la entidad en prisión tras ser imputado por la Operación Saga.
Lleva un año y medio en la cárcel por gastar casi 40.000 euros en prostitutas, alcohol y drogas con cargo a la entidad en 2008. Acaba de publicar Cazado (Península), donde relata su visión de los hechos, que queda como una particular radiografía de la España triunfalista, heredera de la cultura del pelotazo.
Usted habla en su libro de que la relación entre poder político y medios tiene algo conspirativo. Lo llama “Santa Inquisición”.
No todos los medios son así, pero creo que hay una persecución por parte de una jauría, que busca sangre y no reflexiona. En este país hay mucho afán de venganza. Yo he recibido amenazas de muerte en mi Facebook de gente que no conozco. Si lees los comentarios en las entrevistas te da la sensación de que soy un terrorista que ha matado a mil personas. Ese afán de eliminar a todo el que no piensa como tú en este país sí que lo he notado antes de entrar en prisión, estando en prisión y ahora que estoy fuera. Hay un sentimiento inquisitorial por parte de muchos.
Pero al principio se refiere sobre todo a la prensa, y alude a que la falta de relación entre SGAE y la prensa como una de las razones.
Ese fue un error catastrófico, tratamos a la prensa de manera arrogante. Nunca hubo una voluntad seria de la SGAE por acercarse al que era un aliado natural. Nos pasó lo mismo con los jóvenes internautas y con las compañías tecnológicas, no hicimos el suficiente esfuerzo argumentativo para que comprendieran lo que hacíamos.
Usted habla de la inmensa influencia de EEUU en la puesta en marcha del Plan antipiratería en 2005.
El actor que en la sombra más empujó para la defensa de la industria cultural y los derechos de autor, sobre todo de los intereses americanos -el 80% del cine que se distribuye en nuestro país-, más que la propia SGAE, fue la embajada de EEUU.
¿Codo a codo con la SGAE?
No, hizo una labor por su cuenta. La embajada articulaba reuniones, a veces en privado con SGAE, con la asociación de productores Promusicae y con otros agentes y a veces con todos para planificar estrategias conjuntas. La embajada de EEUU fue primordial para la constitución de ese lobby que no existía de la coalición de creadores e industrias culturales, que entonces presidía Aldo Olcese y ahora la que era mi segunda, Carlota Navarrete. Quien más empujó para su creación fue la Motion Picture Association, el lobby de Hollywood, que tiene un poder enorme, muchísimo mayor que el de la SGAE y de la Embajada de Estados Unidos.
En su libro cita a políticos y a la relación que mantenían con SGAE y empresas de todo tipo. Desfilan Leire Pajín, Iñaki Urdangarín, Mariano Rajoy, Rodrigo Rato. ¿Cuán sana es la relación con los políticos trabajando en una institución como la SGAE?
La relación entre empresas, instituciones y mundo político es necesaria. Para defender sus intereses deben estar en contacto, lo malo es que a veces se pervierte cuando se produce el banco de favores del que yo hablo en el libro, una alianza interesada por intercambios.
No tienen por qué ser sobres entregados por debajo de la mesa, pueden ser comidas, viajes, todo eso de lo que oímos hablar todos los días en los medios. Ese banco de favores, que no es corrupción “negra”, es aceptado por todos. Todo el mundo te pide un favor, y eso exige algo a cambio. Antes me parecía normal porque yo he sido un soldado de la casta, por hablar como habla Podemos, ahora que ha pasado tanto tiempo veo que nadie repara en ellos.
Tengo la sensación de que en el Parlamento, las relaciones político-empresariales tienen mucho de esa situación.
¿A qué políticos les interesaba más trabajar con SGAE?
A todos.
¿Por qué a todos? ¿Por su poder, por su capacidad recaudatoria...?
Por distintas razones. Hablo de los dos partidos mayoritarios, porque la SGAE nunca trabó relaciones con otros partidos salvo aquellos que eran mayoritarios en algunas comunidades autónomas, como es el caso de CiU y el PNV, con los que había una relación extraordinaria al más alto nivel.
La SGAE interesaba al PSOE porque era un aliado sociológico natural. La inmensa mayoría de los autores de la SGAE se decían de izquierdas y tenían una relación cercana emocionalmente al PSOE, lo que para el partido significaba votos, y una relación con autores que podían ser prescriptores.
El mundo de los de la ceja podía llamar a manifestarse cuando fuera necesario el apoyo, y eso se hacía. Yo lo cuento en el libro: un eurodiputado socialista pidió apoyo explícito a los autores en una reunión. Pese a que el apoyo declinó con el Gobierno de Zapatero -después de una relación mucho más estrecha durante el Gobierno de González- gente como María Teresa Fernández de la Vega o José Enrique Serrano sabían de la importancia de esa relación, la SGAE era un aliado natural de la izquierda.
¿Y el PP?
Sus razones eran otras. Yo creo que se dieron cuenta de que no podían dejar de lado al mundo de la cultura y quedarse solamente vinculados a Bertín Osborne y alguna vedette. Por esa razón se empezó a hacer un esfuerzo por acercarse a un mundo que les era hostil. Hasta el punto que, bajo el gobierno de Aznar, acudieron al aniversario por el centenario de la SGAE nueve ministros, con Rodrigo Rato a la cabeza, lo que antes hubiera sido impensable.
Eso cambia con la criminalización social de ciertas prácticas, en las que situarse cerca de la SGAE dejó de interesarle a muchos autores.
Eso tiene que ver mucho con la hipocresía de este país. Muchos de los autores, de primerísimo nivel, eran capaces de levantar el teléfono y hablar con un ministro, o presentarse en una reunión privada y públicamente no defendían a la SGAE, ni a Teddy Bautista, ni los derechos de autor. Solo se movilizaban en privado. En las reuniones del consejo de dirección, ninguno de los autores decía “nos estamos pasando de frenada con esta actitud tan beligerante”, se nos jaleaba y pedían mayor intervención de la policía.
¿De qué autores habla?
Algunos que ya no están, como José Luis Borau o Rosa León, que también era muy participativa, Victor Manuel, Ramoncín...o los editores musicales. Eran muy beligerantes, su propósito era defender a toda costa la propiedad intelectual. Eso nos enemistó con las asociaciones de internautas y cierto sector del PSOE que no empezaba a ver con buenos ojos esa actitud tan arrogante y vanidosa que adoptamos en tantísimas ocasiones.
Usted establece una relación directa entre los movimientos que abogaban por los cambios en las leyes sobre propiedad intelectual y el 15M.
Yo creo que aquel movimiento que se gestó para luchar contra la SGAE anticipó ese sentimiento de lucha a través de otros cauces, la movilización de las redes digitales, la creación de un caldo de opinión a través de esos medios. Creo que esos activistas que vencieron a la SGAE son los mismos que han dado lugar a todo un movimiento que ha sentado en el Congreso a gente de partidos nuevos.
La guerra entre los hacktivistas y la SGAE se parece mucho a la de los partidos viejos y el mundo nuevo. No supimos ver que el mundo estaba cambiando. Lo mismo les ha pasado a los políticos.
Al poco del 11M un agente de la guardia civil le llamó para pedirle los datos de una banda musical abertzale. ¿De qué grupo se trataba?
No te lo puedo decir, mi vida es ya lo bastante complicada. Se trató de una llamada muy rara al día siguiente del estallido de las bombas. La hizo un miembro de la Unidad Central Operativa (UCO), y me resultó muy raro, porque podría haber conseguido los datos sin recurrir a mí.
Yo no le di la información y pocos días después me dijo que me olvidara porque creían que las bombas eran de Al Qaeda. Pero sirve para explicar la relación entre empresas, periodistas y servicios de inteligencia, algo muy común de lo que se habla muy poco.
Usted habla mucho de esa relación en el libro.
“Montesquieu ha muerto”, decía Alfonso Guerra. Eso es lo que ha pasado con la separación de poderes. La SGAE buscaba aliados para la defensa de sus intereses privados, como hacía la policía, como hacían los jueces.
También trata la prostitución como un acto más de las reuniones de negocios. Lo llama “lubricante social”.
El lubricante social eran las comidas, donde se establece la confianza entre las personas durante las reuniones de trabajo. También con las copas y otras cosas. Es una especie de pegamento social.
¿Nunca había mujeres en esas reuniones laborales? ¿O simplemente no llegaban a ir a los prostíbulos?
Nunca iban, no. Como en cualquier empresa, la dirección sigue siendo un mundo completamente masculino.
¿Y en qué momento de una reunión en la que hay mujeres presentes se van los hombres a un prostíbulo?
En aquel momento de la burbuja, esos sitios de alterne proliferaron como setas, iba sobre todo gente del sector de la construcción, donde casi todos son hombres. En el consejo de dirección de SGAE nos sentábamos siete hombres, no había ninguna mujer. El sector de la dirección en general está dominado por hombres.
¿Como puede saber que las mujeres trabajaban libremente en los lugares qué frecuentó?
Me alegra que lo saques. En esos lugares, conocidos por todos, que hay en Madrid y Barcelona son lugares caros. Yo nunca he tenido la sensación de que quien estaba allí estuviera de manera obligada, más allá de que todos hacemos las cosas que hacemos muchas veces por necesidad. Yo también he hecho muchas cosas que no quería hacer y las he hecho. Pero nunca he tenido la sensación de que detrás de esas mujeres estuviera una red organizada. Al contrario. Se ganaban muy bien la vida.
¿En el extranjero también?
También. Con esto no digo que no existan las redes que utilizan a las mujeres y que las obligan, pero lo que yo he conocido -lugares muy bien acondicionados, a todo lujo- hay mujeres que ganan más que tú y que yo.
¿Se cruzó allí con gente muy conocida?
Conocidísima.
¿Y la gente qué hace, mira para otro lado?
No hace falta. Hay un código no escrito según el cual lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas.
¿Cuales son los mayores errores que cometió la SGAE?
Los dos grandes errores fueron la arrogancia y la codicia. Ganar más sin importarte a quién estabas pisándole un dedo, porque te creías indestructible, aunque fueran tus propios usuarios. ¿Cómo no pudimos darnos cuenta?
¿Eso explica que el 15% de los derechos de los autores en SGAE vayan para sustentar la administración?
Cuando estás haciendo una guerra como la que hacía SGAE contra la piratería se necesitaba mucha infraestructura. Teníamos más abogados que Telefónica. El lobby y su estructura jurídica eran enormes, de ahí ese abusivo porcentaje.
¿Fue testigo de que alguien metiera mano en la caja?
Yo no he visto a nadie hacerlo. Pero había rumores, sí. Que lo que se ha terminado persiguiendo por parte de la guardia civil y el juez Ruz sucedía, hay rumores. Yo no lo he visto.