La química explica la belleza del arte

Ángeles Oliva

3 de junio de 2023 22:23 h

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A Deborah García Bello le fascina el hormigón: “Es uno de los materiales más maltratados por la opinión de la gente”, dice. García Bello es química, especialista en ciencia de los materiales y escritora. “El hormigón es la forma que tenemos de hacer piedra a nuestra escala temporal. Porque para que se forme piedra, para que se forme una roca de manera natural, tienen que pasar cientos de años y de vaivenes termodinámicos y reacciones químicas. Haciendo hormigón, hemos creado un método con el que conseguimos convertir polvo en piedra en cuestión de días”, explica.

Los artistas que han utilizado el hormigón en su arte, de una manera simbólica están marcando “un horizonte” que separa lo que está “creado por el ser humano, lo artificial” de lo natural, analiza la divulgadora científica, investigadora en ciencia de materiales aplicados al arte en el Centro de Investigacións Científicas Avanzadas (CICA) de la Universidade da Coruña y colaboradora en el programa de televisión de TVE Órbita Laika.

La tesis de Deborah García Bello trata sobre la ciencia de materiales aplicada al arte, sobre todo al contemporáneo. Galardonada por su labor científica con múltiples premios, ha sido elegida por la revista Forbes como una de los youtubers más influyentes en comunicación científica. Con su último libro, La química de lo bello (Paidós, 2023), la autora parte de recuerdos y vivencias personales para recorrer las bellezas cotidianas que, según ella cuenta apasionadamente, se disfrutan más sabiendo de ciencia.

También le dedica un capítulo a la araña de Louise Bourgeois, llamada Mamá, que está expuesta en las afueras del Museo Guggenheim de Bilbao. “Esta artista es maravillosa, y esa pieza, en concreto, tiene muchos materiales, va desde el bronce a la pátina de nitrato de plata, al mármol, al acero. Y cada uno está escogido porque representa algo diferente, está escogido por una motivación simbólica, no solamente por una cuestión estética”, detalla, y plantea que esta es la intención más importante de su libro: “Quizás sea la parte más original que hay en mi libro, hay muy poca interpretación de las obras desde ese punto de vista del material”.

Para seguir hablando del hormigón, la investigadora elige a un artista que le gusta especialmente, Eduardo Chillida, que tiene muchas obras construidas en este material, y al que dedica un capítulo del libro. Ella se detiene en la escultura Elogio del horizonte, situada en Gijón, hecha totalmente de hormigón, un material que cuando Chillida empezó a usarlo, era todavía atípico en el arte. “Se hizo con un tipo en concreto que se llama hormigón aluminoso, que tiene una peculiaridad y es que fragua muy rápido. Cuando se descubrió fue una maravilla. Lo que pasa es que después se vio que, con el tiempo, se volvía un poco quebradizo. A eso se le llamó aluminosis, la enfermedad del hormigón aluminoso, que por eso no se puede utilizar ya en obra civil”. La científica explica que la razón química tras este cambio de estructura hace que el hormigón se vuelva más poroso y el agua, la humedad, el oxígeno penetran en el material y alcanzan el esqueleto metálico que lleva por dentro. “Chillida utilizó justo eso a su favor, precisamente para forzar esa oxidación y que el hormigón tuviese ese color como oxidado, para simbolizar el paso del tiempo”, revela.

Un mensaje oculto en la elección del material

No es lo mismo una escultura de piedra, que de oro o de acero. No solo por la estética o el valor monetario de esos materiales, sino también por lo que simbolizan. Deborah García Bello analiza qué significa que un artista elija un material u otro, y explica cómo gracias a la cultura científica se pueden descifrar los mensajes ocultos en las obras de arte. “La elección de los materiales en general en el arte tiene un sentido, forma parte del lenguaje, ya lo era cuando se elegía el mármol o el oro como símbolo de prestigio en un palacio real o una iglesia. Pero a partir del siglo XX los artistas empiezan a tener una paleta mucho más amplia de colores, de técnicas y materiales y el sentido que se le puede dar a la obra a través del material, se afina todavía más”, explica la científica.

Un tubo de aluminio cambió la forma de pintar

En La química de lo bello se muestra cómo los avances científicos y tecnológicos han condicionado el sistema del arte. Por ejemplo, el invento de la pintura acrílica, permitió desarrollar el grafiti, y la fotografía fue un invento científico que transformó el arte de manera radical para siempre. “Las aportaciones de la ciencia y la tecnología han acelerado cambios muy radicales en el arte, sobre todo desde finales del siglo XIX. La fotografía no deja de ser una forma de representación fidedigna de la realidad. Entonces dejó de tener valor para un pintor hacer un retrato o un bodegón muy realista jugando con la luz, porque eso ya se obtenía con la fotografía”, explica.

Esa nueva tecnología supuso un reto. “Los impresionistas fueron los que se fijaron en intentar no captar los objetos, sino captar la luz de los objetos, cómo cambia la realidad según cómo la estemos iluminando, y eso reflejarlo en la pintura. No tanto ir al detalle de perfilar el objeto y que parezca más realista, sino pintar la luz, eso cambió de forma radical la forma de pintar. Tanto es así que 'impresionista' era un insulto. En la primera exposición de impresionistas que se hizo en París todo el mundo fue muy crítico con ellos, no les dejaron exponer en el Salón de París, donde exponen los grandes artistas. Tuvieron que buscarse la vida y exponer a su aire. Y un crítico de arte dijo 'estos son unos impresionistas', como un insulto, como diciendo que no saben pintar de forma fidedigna y pintan con estos brochazos y estos colores extraños. Ellos se apropiaron de ese insulto y lo utilizaron para nombrar su propio movimiento, que es algo muy astuto”, explica la autora.

Un descubrimiento científico tuvo consecuencias enormes para la historia del arte: el tubo de pintura de aluminio. Antiguamente los artistas solo pintaban en su propio taller porque la pintura, que debían mezclar al instante con pigmentos y un aglutinante, generalmente aceite, se estropeaba en cuestión de horas. “Cuando se inventó el tubo de aluminio, ya podían preparar la pintura, meterla en ese tubo y cerrarlo de forma hermética. Cuando aprietas, sale producto, pero no entra aire, igual que en los cosméticos, para que no se produzcan procesos de oxidación o no se seque la pintura. Que pudiesen guardar sus pinturas y utilizarlas en cualquier otro momento propició que los artistas empezaran a pintar fuera del taller, al aire libre, lo que se conoce como pintura plein air, que es algo que popularizaron de hecho los impresionistas: me voy a una calle o a un río, a un paisaje y lo pinto por la mañana, luego por la tarde, así veo la diferente luz que hay, las diferentes épocas del año… se llevaban todos sus bártulos al exterior porque podían. Es decir, el hecho de que existiese ese aluminio para hacer los tubos de pintura hizo que a los artistas se les ocurriese una forma diferente de pintar”, relata la investigadora.

La dispersión, enemiga de la belleza

A Deborah García Bello le preocupa cómo la dispersión de la atención que se sufre en este momento histórico, puede hacer que las personas se pierdan la belleza que les rodea en el día a día. Ella propone que la gente sea turista en su propio barrio, para contemplar y disfrutar un edificio, una flor, un árbol, cualquier muestra de belleza. Y elige una imagen para no olvidarlo: colocar un cordón de terciopelo rojo alrededor de las parcelas cotidianas y brillantes que hay en nuestro entorno. “Fijarme en absolutamente todo es mi forma de vivir, mi forma de estar en el mundo, tengo esa cualidad de pasear con atención y fijarme en todo lo que me rodea, y en el libro lo quería destacar porque es lo que más feliz me hace en la vida”, dice.

“Cuando empiezas a hacerlo es un aprendizaje sin retorno”, continúa. “Empiezas a observar desde la vegetación que hay en el barrio hasta el tipo de mobiliario o la arquitectura. Hay que ejercitar eso un poco más, levantar la vista y mirar los edificios que nos rodean. Buscar y aprender de qué estilo son o cuándo se construyó este barrio, y la historia que hay alrededor de ello, si la vegetación es de aquí o de dónde vino. Tener curiosidad por todo lo que nos rodea hace que vivamos todo con muchísima más intensidad. Tengo la necesidad de compartirlo porque creo que es una cosa que puedes ir aprendiendo, ser más consciente de dónde estás, a pesar de lo despistado o estresado o preocupado que estés”, reflexiona la escritora.

García Bello defiende en su libro que la cultura científica permite saborear la belleza con mayor profundidad. Y que la química, además de explicar una receta de cocina, sirve para ayudar a ver de otra manera el arte. “Creo que todas las formas de conocimiento están entrelazadas. Entonces, cuanto más sepas de absolutamente todo, más vas a disfrutar, a veces incluso de disciplinas que creías que estaban muy alejadas. En mi caso, claro, lo defiendo desde la cultura científica porque a lo mejor en principio podrías pensar que la ciencia está alejada de las disciplinas como la literatura o el arte. Y en realidad, cuando tienes cultura científica consigues apreciar algunos matices, sutilezas o formas de construir que no percibirías si no tienes esa cultura, lo mismo a la inversa. Ahora se habla mucho de esto de interdisciplinariedad, de mezclar las diferentes formas de conocimiento como forma de enriquecerse. Es algo que en ciencia se lleva trabajando mucho tiempo. Es muy raro que un grupo de investigación esté cien por cien formado, por ejemplo, por químicos. Trabajamos químicos con biólogos, ingenieros, y cada vez empieza a haber grupos más mixtos en los que puede haber un artista y eso es muy enriquecedor”, explica García Bello.