“¡Marianne tiene el pecho desnudo porque es una alegoría estúpida!”. La historiadora especialista en la Revolución Francesa, Mathilde Larrere, contestaba con esta contundencia a Manuel Valls en 2016. El primer ministro francés reclamó a las francesas que “mostraran patriotismo ante el totalitarismo islámico”. Ese verano se impuso el burkini y el socialista decidió invocar a Marianne para argumentar su postura: “Sus pechos están desnudos porque está alimentando al pueblo. No usa un velo porque es libre”, dijo Valls. En plena subida de las temperaturas vio en la alegoría de la libertad pintada por Eugène Delacroix siglo y medio antes un modelo real.
La historiadora le aclaró el motivo por el que esa Marianne con los pechos desnudos no podía ser un símbolo feminista: “Es una alegoría del siglo XIX, un siglo cuyo Código Civil reducía a las mujeres a la condición de menores y les prohibía votar”. Un siglo en el que ellas eran ciudadanos de segunda y su presencia en el arte era para dar vida a alegorías. Ese “código artístico” no tuvo nada que ver con la libertad femenina, volvió a puntualizar Larrere. Y explicó las dos maneras de representar a la figura que simbolizaba la libertad: por un lado, la Marianne sabia, que se presenta vestida, sin enseñar pecho y sentada. Es la que prefieren los republicanos liberales conservadores. Por otro lado, la de los radicales revolucionarios, que va armada, lleva el gorro frigio, el cabello suelto, tiene una actitud combatiente y su pecho va descubierto.
La primera aparición de Marianne sucedió en 1792, con un gorro frigio, símbolo de la libertad de los primeros luchadores de la Revolución Francesa. Ya entonces los pintores y escultores representaban a la alegoría femenina con ambos pechos descubiertos. Marianne se convirtió en una diosa laica de las clases trabajadoras, que la adoraron como a una Madonna del campo, diosa de la libertad, la razón y la virtud. La figura de Marianne fue una imagen recurrente de libertad y laicismo en el arte y la cultura franceses, durante y después de la Revolución. La adaptación de Delacroix logró un icono universal que como tal cada época lee a su gusto, dada la potencia de la escena que creó.
Alegoría masculina
Delacroix hizo de Marianne una figura poderosa, enérgica y libre. El momento es tan vibrante y ella tan soberana, que es difícil no apropiarse del conjunto de manera continua. La libertad guiando al pueblo (1830) hace referencia a las revueltas populares contra Carlos X de los últimos días de julio del mismo año en el que se pintó. A pesar del tratamiento realista con el que construye Delacroix, ella no existe. Es la única figura alegórica del conjunto, en el que las mujeres no aparecen luchando por sus libertades a pesar de que sí lo hicieron. La pinta semidesnuda a la cabeza de la revuelta.
Cuando Delacroix presentó el cuadro de más de tres metros de ancho para el Salón de 1831 fue criticado por ser un reflejo demasiado inmediato de la actualidad y los académicos no querían pinturas pegadas a las noticias. Además, mostraba un pecho desnudo. Así que el cuadro fue censurado y, por temor a más insurrecciones, se mantuvo la pintura oculta hasta 1863, cuando entró en el Museo de Luxemburgo.
En 1874 entró definitivamente en el Louvre y allí, a la luz pública, se convirtió en una referencia también para los conflictos contemporáneos, que se dejaron impactar por la rotundidad de la escena y olvidaron las maneras del creador, que usó la presencia femenina como una alegoría sexualizada. El siglo XIX y su arte consuma a la mujer como objeto de sus masculinidades y del patriarcado que impedía la igualdad. La presencia de la mujer en la pintura era un objeto de deseo, un ideal abierto y dispuesta a los deseos masculinos. Las mujeres desnudas, sumisas y complacientes eran un espectáculo de buen gusto para los hombres que acudían a los salones y los museos.
Maridos desafiados
Tal y como señala Erika Bornay en su ensayo Las hijas de Lilith (Cátedra), fue raro el hombre que dio la bienvenida a la mujer al territorio público, que hasta ese momento ellos habían considerado de su exclusiva propiedad. Los museos, también. Poco a poco la lucha de la mujer contra el papel de ángel del hogar fue menguando y la participación del sexo femenino en la política y en lo político se constata en cifras: el número de leyes concernientes a la mujer ascendió de 14 (en 1884-1885) a 30 (1894-1895) y a 51 (en 1904-1905). La guerra contra ellas a finales del XIX se justificó con palabras e imágenes. “Los maridos se veían desafiados por esposas que reclamaban su derecho a extender facturas, controlar sus propiedades personales, ganar su vida, obtener divorcios en los mismos términos que sus esposos y tener un cierto grado de autonomía», escribió Fraser Harrison en The Dark Angel (El ángel oscuro).
Por todo esto no se puede considerar el cuadro de Delacroix como un empuje feminista, porque en realidad era lo contrario. Sin embargo, la apropiación y resignificación es una de las capacidades que tiene permitidas el arte y los artistas. Ocurrió cuando el colectivo Femen creó un mural en el que representaban a cinco mujeres sobre un montón de escombros y cuerpos caídos, emulando al cuadro de Delacroix. Una de ellas también sostiene la bandera francesa y en sus pechos escribieron frases como “Soy libre” y “Guerra desnuda” y “Libertad”. Su objetivo fue apropiarse del cuerpo de la mujer como instrumento del patriarcado, posando como mujeres guerreras. En aquella imagen usaron la desnudez para recuperar sus cuerpos y sus derechos.
La imagen de Delacroix puede causar equívocos como el que le ocurrió al fotógrafo y diseñador Olivier Ciappa, que diseñó un sello con el retrato de Inna Shevchenko, veterana activista de Femen. El diseñador francés escribió en un artículo de opinión en el Huffington Post que “el feminismo era una parte integral de los valores (de la República francesa)” y que “Marianne, en los tiempos de la revolución, iba con el pecho desnudo, así que por qué no homenajear a esta fabulosa activista de Femen”. Marianne es la diosa de la libertad y de la razón, pero ni por asomo representaba, como aclaró Mathilde Larrere, la lucha de las mujeres por sus derechos. Tampoco cayó Ciappa que Marianne no existió, ni iba por ahí con sus pechos al aire.
Rigoberta Bandini canta a su madre en el tema Ay, mamá, que competirá este sábado en el Benidorm Fest para representar a España en Eurovisión 2022. La actriz, dramaturga y cantante barcelonesa le dedica la canción a quien “podría acabar con tantas guerras”. Le pide a su madre parar la ciudad “sacando un pecho fuera al puro estilo Delacroix”. En esta reivindicación del gesto se apropia Bandini del pecho estilo Delacroix, que es netamente patriarcal. La figura del siglo XIX representa la incapacidad para reconocer a la mujer si no es como la alegoría de alguna virtud, por supuesto, masculina. La figura que construye en el siglo XXI Bandini es la de la mujer que se subleva contra la opresión. Al final de su canción Rigoberta Bandini vuelve a usar el cuadro de Eugène Delacroix, pero en esta ocasión con una denuncia muy clara: el cuerpo de la mujer es insoportable. La referencia es a la censura de Facebook sobre un anuncio que presentaba la famosa pintura y en el que la empresa tapó los pechos de Marianne. “No sé por qué dan tanto miedo nuestras tetas/ sin ellas no habría humanidad ni habría belleza/ y lo sabes bien”, canta. La canción convertida en absoluto himno celebratorio demuestra cuánto hemos avanzado desde 1830.