Una opción era comenzar este artículo como quien da una de tantas noticias musicales: “El músico navarro Gorka Urbizu –líder de la extinta banda Berri Txarrak– lanza después de cuatro años de silencio su primer álbum en solitario, Hasiera Bat (en castellano, Un comienzo)”. O quizá podríamos haber optado por ofrecer una merecida entrevista; porque Urbizu (Lekunberri, 1977) lleva desde los 14 años haciendo canciones (con Berri Txarrak firmó una decena de álbumes, vendió muchos miles de copias y agotó entradas allí donde actuó). Sin embargo –y esto lo sabe bien quien suela pasear sin rumbo– a veces surge otro camino y hay que tomar una decisión. Así que este texto, que usted se dispone amablemente a leer, iba a ser de una manera, pero será de otra. Verá.
Ocurre que junto al nuevo álbum de Gorka Urbizu nace un sendero llamado Kaier Bat (Un cuaderno). Ese libro de fotos, letras, conversaciones y reflexiones –del que solo se han publicado 1.500 ejemplares en su primera edición– alimenta una intuición: existe una lectura profunda, amplia y radical de estas dos obras que se complementan. Sentado en el sofá de un estudio de grabación de Madrid; el músico ofrece a elDiario.es algunas de las pistas que confirman –para quien quiera apreciarlo– que este disco es algo más.
También la conversación que Urbizu mantiene en Kaier Bat con la periodista Itziar Ugarte Irizar corrobora un segundo nivel de lectura de esta obra. Lo hace a partir de elementos filosóficos reconocibles tanto en la estética como en la ontología: el silencio, el vacío, el camino y el claro del bosque, el tiempo propio y la aproximación permanente a una meta inalcanzable (la canción, el poema, la obra perfecta, que no es sino una variación más; el boceto definitivo, que bien podría haber sido otro…).
No me gusta la palabra 'evasión'. Con la música busco lo contrario: que te conecte de alguna forma o que te haga reflexionar sobre esta época
Esas semillas que hemos enumerado no son exclusivas del arte vasco, pero lo cierto es que fue allí donde arraigaron y germinaron con singular vitalidad en la segunda mitad del siglo XX. Basta con apreciar las obras de Chillida, Oteiza o Ibarrola. El espacio, el silencio, el bosque. Es posible, pues, una lectura de Hasiera Bat que va más allá del tratamiento canónico –reseñas, entrevistas y críticas– que han dispensado al lanzamiento las revistas musicales, radios y algunos diarios.
Un silencio
Al igual que usted entendería con dificultad este texto si no existieran espacios en blanco entre las palabras, tampoco podríamos entender Hasiera Bat si no existiera el silencio (ese hermano del vacío). Voz, guitarra, bajo y batería grabados en ocho pistas analógicas junto a un quinto instrumento: un silencio que permite “escuchar lo que se dice”. Contra el ruido se erige esta obra para cuya escucha Urbizu pide que dediquemos solo 34 minutos. El músico es consciente de que encontrar media hora libre es, cada vez más, un privilegio al alcance de pocas personas; como también lo es disponer de cuatro años para dar un siguiente paso creativo.
Sin que lo supiéramos, Urbizu ha sido nuestro enviado especial a una vida mejor: cuatro años dedicados a “ser espectador y vivir fuera de la rueda del hámster” en la que acabó convirtiéndose, después de un cuarto de siglo, la sucesión de álbumes y actuaciones en directo. El expedicionario ha regresado para contarnos lo que ha visto y aprendido en calidad de oyente, lector, viajero y paseante por el valle de Larraun: “Caminar me ayuda a conectar un poco más con la tierra”.
A partir de esa contemplación ha sabido alumbrar, como todo poeta, una nueva realidad tangible. “Salir al bosque, a ver qué dice el silencio (...) La percepción también crea mundo”, apunta en el cuaderno Itziar Ugarte Irizar.
Un boceto
La obra de Urbizu no es solo el disco o el cuaderno que documenta el proceso de creación. La obra es el proceso mismo: la elección de los instrumentos y de los intérpretes (el propio Urbizu, voz y guitarra, junto a Joan Pons –El Petit de Cal Eril–, batería y productor; y Jordi Matas, bajo).
También hace obra el espacio en el que se colocan los músicos para grabar: el patio de butacas, sin butacas, del Teatre de ca l'Eril de Guissona, Lleida. Un recinto de 1904, bello, decadente, semiabandonado desde 1945. El silencio resuena en sus altos techos y se cuela en la grabación, con las voces que llegan de fuera. La mediterraneidad rural de la comarca de la Segarra, su luz, sus encinares y sus campos de cereal, se fusionan así con la raíz vasca. Dos almas de la Península bailando juntas: también eso es Hasiera Bat.
“Nos poníamos en el patio de butacas los tres, en redondo. Por unas escaleritas se subía al coro del teatro, donde estaba la mesa de ocho pistas. Todo muy rudimentario. Fue un trabajo casi artesanal, no sé si de orfebrería, pero hecho con muchísimo mimo. Frente a la aparente sencillez que pueda emanar de este disco, está muy trabajado”.
Como en el juego de la Jenga –la comparación es del propio Urbizu–, han ido quitando piezas a las canciones hasta intentar reducirlas al mínimo: “Construir sumando capas y llegar a una perfección es relativamente fácil. Es muchísimo más difícil atreverte a desnudarlo así, y entregar algo crudo, en su mínima expresión, y que se mantenga. Al final ha ido en favor de la emoción del disco”.
Es necesario decidir cuándo interrumpir la sucesión de variaciones. En algún momento hay que poner un límite. En el cuaderno, Urbizu deja esta reflexión: “Se dice que una creación no se termina jamás, sino que llega un momento en que se abandona. Me pregunto si en la vida no ocurre algo parecido: casi todo es un boceto que se abandona en algún momento. En fin, no nos pongamos tremendistas. Yo me ‘rendí’ en ese punto y fruto de mil nanodecisiones como esta surge Hasiera Bat”.
Una sensación
La portada del disco es la tercera pata del trébede; la tercera obra que conforma esta creación compleja que sin duda alguien definiría como 'transmedia'. Es el retrato de una mujer que descansa sentada a la mesa, recostando la cabeza sobre sus brazos. Un cuadro titulado Carly, resting (Carly, descansando), de la pintora canadiense Heather Horton. La portada del cuaderno es el boceto de esa misma pintura. Carly fue la inspiración, y a ella se dirige Urbizu: “No sé si lo he conseguido, pero de alguna manera he intentado evocar con mi música la misma sensación de calma que me produce tu imagen”.
Entre las fotografías de las jornadas de grabación en Guissona, recogidas en Kaier Bat, el recuerdo de una de esas noches de verano, de tertulia de sobremesa, bajo un árbol, a la luz de los farolillos. Sensación de calma, de necesitar poco: de austeridad bien entendida que transita de la vida a la obra y viceversa. “Ahora sí, ahora soy Carly”, escribe Urbizu.
Una ballena
Nadie previó la publicación del disco. Salió de un día para otro. Nadie esperaba un gran éxito. Ni que se cayera la web del músico por las visitas o que volaran las entradas para los recitales. Hoy actuará en Pamplona. El jueves y el viernes, en Madrid. Tiene fechas cerradas hasta septiembre, con gira en Latinoamérica: “Sí que veo un choque entre el espíritu que tiene este disco y toda la vorágine”, admite.
Porque la motivación de esta obra no era lograr el primer premio. La sensación es la de quien sale a pescar una sardina y pesca una ballena. En este caso, Moby Dick seguirá nadando libre. Urbizu no quiere capturar, cazar, enjaular o cortar las alas, como diría Mikel Laboa. Urbizu contempla, deja ser. “Ser músico es, sobre todo, saber escuchar”, apunta en el cuaderno Itziar Ugarte Irizar.
Precisamente en Kaier Bat, el cantante rememora la primera vez que vio una ballena: “Fue en la isla de Skye, en Escocia (...) Era un lugar precioso, una playa llena de piedras y, de repente, sucedió: vi el lomo negro de una ballena saliendo a la superficie y volviendo a sumergirse en una especie de salto. Jamás olvidaré esa imagen. Es precisamente ese tipo de fascinación la que he tratado de proteger en este álbum”.
Un mensaje
Para Gorka, a estas alturas ya podemos llamarlo por su nombre de pila, “todo disco es un mensaje en una botella”. El papelito enrollado que viaja en Hasiera Bat contiene la letra de diez canciones: “Hay un hilo estético de austeridad, de que no haya estridencias, de economía de la palabra también: nada rimbombante, nada estridente”.
Los silencios del disco son políticos, en el mejor sentido de la palabra. Lejos de la canción-protesta, las letras encierran una reivindicación: “Es una reacción al tiempo que nos está tocando vivir y cómo nos hemos ceñido a unos ritmos que no sabemos muy bien quién nos impone. Estamos todos ahí, dando de comer no sé muy bien a qué, al algoritmo, a esa velocidad que no es natural a nivel creativo”.
La escucha de Hasiera Bat permite ver otro mundo; pero no es una obra de evasión. “No me gusta esa palabra. Además, con la música no busco eso; busco lo contrario: que te conecte de alguna forma o que te haga reflexionar también sobre esta época”. Tampoco es un disco complaciente. Sí que hay una invitación a la desaceleración; porque desacelerar permite percibir lo importante y concentrarse en ello.
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