Música electrónica. Oscuridad. Una adolescente baila en ropa interior y calza unas botas negras. Un hombre de unos cincuenta años contempla la escena desde un sofá, medio descamisado y con una cerveza en la mano. Una mujer vestida con traje mira al público a los ojos y le enseña imágenes en un teléfono móvil. Entrar en la Sala Verde de los Teatros del Canal de Madrid a ver Muñecas de piel es ya de por sí una experiencia singular, incómoda. Pero lo que está por llegar es todavía peor. Y no por la calidad de su propuesta –que es irrebatible–, sino porque retrata una realidad a la que escuece enfrentarse sin poder girar la cabeza ni cerrar los ojos. La dramaturga Marianella Morena es la artífice de esta apelante y comprometida obra que lleva a las tablas la Operación Océano por la que 32 personas fueron imputadas en Uruguay por explotación sexual de menores.
El espectáculo, que se exhibirá solamente este fin de semana, contiene escenas de violencia, desnudos integrales y sexo explícito. En el año 2020 apareció el cuerpo sin vida de una joven de 17 años en un arroyo al sur del país. Cuando se encontró su móvil, se descubrieron chats eróticos de adultos tanto con ella como con otras chicas de su edad. La investigación del caso tuvo como consecuencia la detención de más de treinta hombres. Entre ellos había abogados, docentes, arquitectos, empresarios, concejales, relaciones públicas y una amplia lista de cargos de relevancia. “Cuando vi la noticia, en plena pandemia, se me instaló en la cabeza. Soñaba con ella, tenía pesadillas”, reconoce a este periódico la directora. Necesitó tiempo para procesar el impacto que le produjo la historia hasta que finalmente decidió que debía escribirla y llevarla a los escenarios.
Lo primero que hizo fue ponerse en contacto con el periodista Antonio Ladra, la única persona que había revelado los nombres de los acusados. “Generó mucha controversia en redes, pero él argumentaba que si cuando un ladrón roba en algún lugar en seguida se difunde su imagen, ¿por qué se protegía a estos señores de guante blanco y clase alta?”. A partir de ahí empezaron a trabajar juntos y se citaron con la fiscal del caso, la Interpol, un victimario, abogados y una oenegé que trabaja con víctimas de violencia sexual. Durante sus interrogatorios llegaron a un juez que les reconoció que “la ley no alcanza” ni es suficiente como para generar un cambio real, que hacía falta un impulso “cultural, la sociedad se tiene que apropiar de las leyes”. También se mostró optimista por los avances que se han dado desde “la feminización de las fiscalías y la aparición de mujeres en los puestos de poder y decisión”.
Con todo el material que fue procesando se lanzó a escribir y lo primero que brotó de sus manos fue un texto sumamente poético. Pese a que en un principio parecía que quizás no era el formato idóneo con el que dar voz a una adolescente, ocurrió algo que le impresionó. Se publicó el diario de la joven asesinada y su contenido era de un estilo “muy similar” a lo que ella había planteado. El inicio de la obra incluye varias líneas que repiten esa fórmula, con una joven de 15 años describiéndose a sí misma. En off revela lo que le produce mirarse en el espejo, lo invisible que se siente en numerosas ocasiones, lo fea que es. Todo ello con el teatro completamente a oscuras dejando que la sensación de incomodidad se instale y cale como el agua que llena los dos grandes tanques que presiden la puesta en escena. Agua de la que emerge la protagonista y que también será usada con violencia por su depredador.
La perversión de los casilleros
El personaje masculino de Muñecas de piel representa a todos “esos tipos que parecen buena gente” que fueron imputados. “Hubo un gerente que era muy querido por sus empleados de izquierdas y que había generado muchos avances del sindicato”, comparte la dramaturga. “Tenemos muy instalado el prejuicio de que el malo en estos casos es un viejo baboso, gordo y feo; pero puede ser un hombre atractivo y llamativo. Pensamos que si es alguien que puede tener a la mujer que quiera, ¿por qué va a hacer este tipo de cosas?”, reflexiona. Morena advierte de que la dinámica es “más compleja”. “Tenemos que limpiar los casilleros y derribar las fronteras de este tipo de organización porque son las que se nos han dado culturalmente. Igual que decir la puta y la virgen; o que las mujeres somos complicadas, conflictivas, intensas y emocionalmente inestables”, añade.
El peligro de que esta estructura esté instalada radica en que conduce a “caer rápidamente en nomenclaturas que nombran”. “Hemos desarrollado la necesidad de una humanidad que esté así organizada, con motes y calificativos. Y es un error, la gente no deambula, no se pone el traje de buena o mala. Interactúa, va y viene”.
Tampoco es algo que nos afecta solamente a la hora de valorar al otro, sino que es un prejuicio que “nos habita”. “A veces no lo queremos sacar porque nos implica, nos da trabajo o pereza. Hasta que no nos queramos hacer cargo y sintamos que es un problema de todos y todas, no se cambia nada”. El arte es una forma de encender la mecha y el 'arma' que utiliza aquí la dramaturga. La cuarta pared se diluye buscando que el público se sienta apelado durante la hora que dura el espectáculo. “¿Acaso tú no te la cogerías?”, pregunta el hombre desde la palestra en un momento determinado, con la chica en brazos.
Morena afirma que han buscado que los cuerpos de la audiencia “se sientan arrastrados a sus butacas, el látigo que hay en los espectadores es bastante importante”. No fue una intención formulada desde el primer instante, pero sí que se fue armando a medida que construyeron la obra y llegaron los ensayos con el elenco. “Trabajamos con la idea de las cacerías con él como depredador y ella la presa”, recuerda. Los cuerpos son interpelados también desde la sexualidad, sobre la que Morena apunta que “hoy en día hay mucha confusión sobre la libertad sexual, especialmente de las mujeres jóvenes”. La dramaturga considera que se debe poner el foco en “revisar patrones que no están bien y todos los sabemos. Pero no optar por cohibir, reprimir ni retroceder respecto a la libertad sexual de cada una”.
Conversación para erradicar la represión
Ante preguntas que todavía se formulan en casos de violencia sexual para culpar a las víctimas del tipo “cómo se dejó” o “por qué iba así vestida”, la obra responde señalando al patriarcado. Y también a la imposición de unos cánones de belleza imposibles que generan frustración y una aprehendida necesidad de aprobación por parte de la mirada masculina para poder considerarse válida, guapa, alguien. Un comportamiento perverso hasta la máxima expresión por cómo mezcla la falsa satisfacción, la sensación de control y desdibuja la impresión de tener el poder.
“Son temas para exponerlos y hablar, no para eliminarlos ni condenarlos. Al menos es mi militancia, basta de represión. Hay que sumar”, expresa advirtiendo que precisamente “hablar” es algo que cada vez hacemos menos. Pero hacerlo “civilizadamente, que parece tan fácil y es mentira. La gente verbaliza situaciones de las que cree que habla con honestidad pero es lo más difícil de lograr”. “Hay que recuperar la libertad y animarse, porque es enorme e implica hacerse cargo. Ser libre es mucho esfuerzo”, defiende.
Muñecas de piel llega a Madrid pero su viaje no ha sido sencillo. “Sentimos que estábamos chapoteando en el barro”, confiesa Morena, por cómo en plena pandemia estrenarlo se convirtió en una tarea complicada que implicó incluso a la justicia. La familia de la joven asesinada acudió a los tribunales porque no quería que su nombre apareciera en la obra. A partir de aquel episodio, reformularon parte de la pieza y lograron presentarla ante el público. Los padres volvieron a intentar detenerles pero el juez falló en favor de la función. La dramaturga comparte que uno de los motivos que alegaron en su contra fue que no se “entrevistó” con ellos. “Era una ficción y no quería generar ningún tipo de implicancias. Todo fue muy raro”, expone ahora que aquel problema se subsanó y que la propuesta goza hasta de recorrido internacional con parada en España.
Álvaro Armand Ugón, Sofía Lara y Mané Pérez son los protagonistas de este drama cuyo mayor mérito no solo es señalar una problemática sin dejar opción a ponerse una venda en los ojos; sino que arriesga al ser explícita sin caer en lo sórdido. Acierta al combinar lo musical con palabras que enfada escuchar y escenas en las que jamás nadie se querría ver envuelta. Mostrarlo no es gratuito, sino un ejercicio político que señala a los depredadores mostrando sus asquerosas actitudes y rostros sin pixelar.