La directora teatral Ana Zamora (1975) ha obtenido el Premio Nacional de Teatro 2023. El galardón reconoce así una de las trayectorias más personales del teatro reciente de nuestro país. Zamora y su compañía Nao d’amores han conseguido en sus más de 20 años de trayectoria mezclar un teatro poético y ritualista, y enraizarlo con el teatro clásico español. Además, Zamora recuperó un repertorio olvidado como el teatro renacentista. Como explica Helena Pimenta, primera mujer directora de la Compañía Nacional del Teatro Clásico, a este periódico, el teatro de Zamora es una perfecta mezcla del “mundo más riguroso y científico y la intuición teatral capaz de saber donde está el misterio”.
El jurado, por su parte, reivindica con este galardón su “recuperación del patrimonio teatral español medieval, renacentista y prebarroco durante más de 20 años al frente de Nao d’amores, con excelentes resultados y acercándolo al gran público”. Sobre sus espectáculos subraya que “desprenden una espiritualidad que ahonda en la esencia del teatro”. También destaca su figura por “su excelente labor de investigación y docencia, impartiendo cursos y seminarios por todo el mundo sobre dicho patrimonio y abrazando en sus montajes la investigación musical”. Concedido anualmente por el Ministerio de Cultura y Deporte, el reconocimiento está dotado con 30.000 euros. Zamora sucede en la condecoración a Petra Martínez y Juan Margallo, homenajeados el año pasado.
A Zamora la noticia le ha pillado, como no podía ser de otra manera, trabajando: “Estaba en mi casa, he recibido una llamada con un montón de números. No lo he cogido. Creía que era publicidad, pero como insistían pues al final he contestado. Cuando me ha dicho que era la secretaria del ministro de Cultura creía que era broma, he tardado en creérmelo. Intentaba reconocer en su voz la de algún colega que quería tomarme el pelo. Pero no, al final era verdad. Hablé con el ministro, luego con el director general y ahora el teléfono es una locura entre amigos y periodistas”, explica a este periódico esta directora a la que la llamada le ha pillado trabajando su próximo proyecto que estrenará en enero en la Compañía Nacional de Teatro Clásico, nada más ni nada menos que un Calderón. Pero esta segoviana siempre escogió carreteras secundarias, supo salirse de lo ya hecho y encontrar maravillas en lo olvidado. Ana Zamora estrenará un Calderón, sí, pero será El castillo de Lindabridis, un juego palaciego de aires carnavalescos que en España tan solo ha sido estrenado recientemente en 1989 por otro buceador del teatro, Juan Pastor.
Al preguntar a Zamora por cómo ha recibido el premio se muestra encantada y feliz, pero también especifica que le parece un premio justo y necesario: “Estoy agradecida pero no es un regalo, he currado mogollón. No voy a decir que lo mereciera, pero son muchos años, creo que es un premio a una labor de picar piedra. No solamente yo, sino un equipo muy grande de gente”, dice Zamora refiriéndose a su compañía, una de las pocas compañías estables con un elenco móvil pero fiel y un equipo técnico de más de 10 personas. “Somos casi un ejército, es muy difícil encontrar gente que trabaje durante tanto tiempo juntos en un ámbito tan de mercenarios como es el teatro en nuestro país. Haber apostado por una compañía, por un equipo artístico estable, me parece que también es una declaración de principios”, afirma.
El arte de lo artesanal, lo poético y lo político
El teatro de Zamora es una rara avis dentro del panorama nacional. Buen ejemplo de ello fue el segundo montaje de la compañía, el Auto de la Sibila Casandra del autor renacentista Gil Vicente, que estrenó en el Patio de Fúcares del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro en el año 2003. En aquel patio renacentista de aires belgas comenzaron a sonar la viola de gamba, la flauta y el clave tocadas en directo, el verso caía sin alharacas, sin ningún histrionismo y al final aparecían unos pequeños títeres haciendo una pequeña pantomima del propio escenario y sus personajes. La delicadeza y capacidad poética de la obra, el modo artesanal, la investigación musical y la manera de convocar al público presentes en este primigenio montaje serían y son la marca de la casa de esta artista. Luego llegarían obras que hoy siguen en la memoria de muchos como Auto de los Reyes Magos (2008), una de las primeras obras del repertorio ibérico que es anónimo y que su primera datación es del siglo XII; o Penal de Ocaña, donde Zamora supo salir del encorsetamiento del teatro clásico y entregó una pieza de gran calado político sobre la novela de la autora asturiana María Josefa Canellada que versa sobre la Guerra Civil Española. Destacan también otras obras como la Comedia Aquilana de Bartolomé de Torres (2018) estrenada en el Teatro de la Comedia, o la historia sobre la noble gallega que iba a ser reina de Portugal y fue antes asesinada, Nise, la tragedia de Inés de Castro, que se estrenó hace cuatro años en el Teatro de la Abadía (Madrid). Quizá uno de los mayores logros de la compañía que ha recorrido España de arriba a abajo es poder constatar cómo en el último decenio Nao d’amores cuenta con un público amplio y extendido por toda la península.
Al hablar de las bases de su teatro, Zamora se retrotrae a sus estudios en la RESAD entre 1996 y el año 2000: “Soy segoviana y me formé viendo títeres. En Segovia tenemos un festival enorme que se llama Titirimundi por el que ha pasado lo mejor del teatro de objetos y de títeres del mundo”, cuenta Zamora que también recuerda cómo enseguida se metió de voluntaria y aprendió todo lo que pudo de Julio Michel, su gran director fallecido en 2017. “No somos una compañía de títeres, pero el títere, como la música, ha sido y es vital en nuestra compañía y ha conformado la concepción de un teatro no naturalista y lejos de las referencias hegemónicas actuales”, explica.
Además, antes de la RESAD, Zamora resalta su paso por el Teatro de San Nicolás, en Segovia, un teatro municipal sito en una iglesia desacralizada donde aprendió con Andrzej Szkandera y Maite Hernangómez, dos teatreros formados con el artista polaco Jerzy Grotowski, padre del teatro ritualista denominado “teatro pobre”. Cuando Zamora llegó a la RESAD, cuenta, no había estado en los grandes festivales, “ni conocía a los grandes creadores internacionales, pero tenía un bagaje diferente que marcaba otra manera de entender y hacer teatro”.
Al preguntarle por su concepción teatral, Zamora duda, le cuesta ponerle palabras, pero al final se arranca, eso sí, siempre hablando en plural: “Hemos intentado trabajar en consonancia armónica con aquello que emana de unos textos apasionantes que están más cerca de lo lírico que de lo dramático”, comienza, “y lo hemos hecho desde un teatro que quiere ser un teatro en comunidad más que un espectáculo. Nuestro camino quería entender y mostrar que hay un teatro que existe sin esa cuarta pared ficticia que, por mucho que nos creamos desde el contemporáneo que la hemos superado, la tenemos marcada a fuego. Nao d’amores busca un espacio de encuentro en sociedad más que un resultado puramente artístico”, concluye.
La alegría en el sector por este premio ha sido grande y se ha dejado notar en diferentes sectores del teatro. Zamora es capaz de aglutinar ese consenso. La primera reacción de Helena Pimenta al recibir la noticia del premio por este periódico es de alegría: “Qué maravilla, cómo me alegro”. Al pedirle que explique cómo es el trabajo de Zamora, Pimenta destaca “la profundidad teatral de sus trabajos” y recuerda que el primer trabajo que vio de Zamora fue el Misterio del Cristo de los Gascones (2007): “No recuerdo donde era, era un pequeño pueblo, en verano y ante un público quizá menos avezado, más popular. Recuerdo la fascinación y la atención con que seguían la obra”, explica, “más tarde, cuando trabajo en la CNTC confirmó su valía, fueron muy definitivos los trabajos que realizó de Gil Vicente y Lucas Fernández”, afirma quien fue directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, institución donde Zamora siempre encontró apoyo tanto con directores anteriores como Eduardo Vasco como ahora con Lluis Homar.
Del otro lado, Carlos Marquerie, uno de los referentes del teatro experimental y padre de una de las compañías de títeres históricas del país, La Tartana, al hablar de su trabajo apunta que siempre le llamó la atención esa forma “artesanal de construcción del teatro que está en las bases de su concepción escénica y su fe absoluta en el grupo de trabajo, en el equipo”. Marquerie también destaca como “sus planteamientos estéticos son siempre rigurosos, sencillos y sin buscar la grandilocuencia o la espectacularidad. El teatro de Ana me parece una construcción ordenada, artesanal, precisa y preciosa”.
A lo largo de su trayectoria, Zamora ha recibido diferentes premios como el Ojo Crítico de Radio Nacional de España y ha disfrutado de dos becas MAEC-AECID de residencia artística en la Real Academia de España en Roma con los proyectos: Influencias italianas en el nacimiento de la comedia renacentista española (2017/18) y Puesta en escena y tradición popular: las idas y las vueltas del teatro de títeres (2019/20). Al preguntarle por la dotación económica del Premio Nacional, que asciende a 30.000 euros, Zamora se ríe y dice, “pues qué voy a hacer, habrá que reinvertirlo en teatro”.