De la sociedad hipertecnológica que es Taiwán, mercantilista pero tradicional, bajo el ala de la República Popular China pero con los tobillos metidos en un mar digital, proviene la extraña pieza Huang Yi & Kuka del joven coreógrafo (38 años), Huang Yi. El 30 y el 31 de marzo, hombre y máquina visitarán los Teatros del Canal de Madrid.
Yi era un niño afortunado, proveniente de una próspera familia, un niño despreocupado y desde pequeño inmerso en su ordenador, su móvil y las redes. Pero un día, con escasos diez años, todo cambiaría, en esa edad prepuberal Huang Yi vio cómo todo se resquebrajaba. Sus padres buscaron hasta tres trabajos para poder pagar un alquiler de cuarenta metros cuadrados; lo que antes era calma se volvió exigencia. Responsabilidad sobrevenida ante unos padres que llegaron a cometer intentos de suicidio.
Aquellos años dejaron a Huang Yi unas señas que perduran hasta hoy: “Crecí creyendo que tenía que ser un niño perfecto. Censuré todas mis emociones, como la pasión, la ira y la tristeza, para ser ese niño. Era como un robot: obediente, amable, sobresaliente, considerado, nunca rebelde”, cuenta el taiwanés para explicar su fijación y especial relación con los robots. Fue esa interrelación entre lo humano y lo robótico y la inmersión en un mundo propio, solitario y “enganchado” a las redes, lo que darían fruto a la pieza que ahora llega a España después de girar por buena parte del mundo. Una pieza de una tristeza singular, quieta, donde Yi también indaga sobre la vida y la muerte: “Es una pieza triste. No estoy seguro de dónde surge esa tristeza. Quizá no solo de mi juventud sino también porque el encuentro entre la máquina y el hombre pone de relieve nuestra mortalidad, visibiliza nuestra desaparición”, comenta Yi a este periódico.
Dueto con un robot
La pieza comienza en absoluta oscuridad, se vislumbra poco a poco a un bailarín y a un robot mecánico, nada antropomórfico; Kuka es uno de esos brazos mecánicos incorpóreos sobre una base amplia que se utilizan en las fábricas. Asistiremos, con un tiempo pausado, al encuentro entre la máquina y Yi: “Se van encontrando poco a poco desde la oscuridad, se van descubriendo. Ahí Kuka comienza a imitar los movimientos humanos”, explica Yi sobre esta máquina de tecnología alemana que el coreógrafo tarda más de diez horas en programar antes de cada actuación. “Según las normas internacionales de la robótica no puedes acercarte a cierta distancia cuando los robots están operando. Tuve que llegar a un acuerdo con la compañía de Kuka. Cuando la compañía alemana vio lo que había conseguido me dieron la autorización para poder hacerlo, les pareció seguro. Se trata, de alguna manera, de mirarse en el espejo. Y también está la interacción entre ambos, nos imitamos, nos apoyamos y expresamos la idea de cada uno a través del otro”, afirma Yi sobre esta pieza con la que ganó hace diez años el premio del Taipei Digital Art Performance.
Desde entonces, Yi ha recorrido medio mundo con ella y ha ido haciéndola evolucionar: “En Madrid se verá por primera vez escenas nuevas. He incorporado un bailarín que actúa con lengua de signos al mismo tiempo que el robot Kuka, hablan sobre el amor, es una especie de homenaje a la pieza The man I love, de Pina Bausch. Creo que consigo acercar la pieza, a través de lo digital, al presente. Al final, el bailarín solo utiliza un brazo para hablar en lengua de signos, y es el brazo de Kuka quien hace la otra parte. Se trata de mostrar en qué medida las máquinas y los humanos pueden cooperar, integrarse, ayudarse, mimetizarse”, explica Yi.
“En la segunda parte de la obra intento de alguna manera incorporar mi movimiento en Kuka. Ver cómo sería yo siendo un robot. De alguna manera estoy bailando un dueto conmigo mismo, con mi parte mecánica. También he incorporado un nuevo bailarín al que de alguna manera le paso la antorcha, le enseño. Se trata también de ver cómo los humanos somos mortales, moriré y Kuka seguirá ahí, llegará otro hombre y continuará. Las máquinas son una gran constatación de nuestro paso efímero por este mundo, de alguna manera son una metáfora de nuestra muerte”, incide Yi sobre esta pieza donde el taiwanés parece indagar qué es la vida y la muerte a través de una danza lenta que altera el tiempo y donde reina el silencio provocado por el ruido de la máquina.
Cuando se le pregunta de dónde surge esa danza suya que parece beber de todas partes y ninguna, Yi contesta: “En Taiwán hay una danza contemporánea que utiliza y bebe de las raíces de la danza tradicional china. Y hay también una danza influenciada por coreógrafos y bailarines que fueron a América y trajeron de allá maneras de entender y técnicas. Yo me siento un poco marciano a todo eso. Desde que era pequeño utilicé muchas, pero que muchas horas, internet. Crecí más dentro de ahí que fuera. Creo que mi danza surge de esa absoluta mezcla de culturas, de información, de impulsos, de intereses. Si estás en internet y utilizas un GPS de la comunidad en la que quieras introducirte, te insertas en ella como un miembro más. Quiero decir que tengo la identidad repartida e incluso en mi trabajo intento borrar de manera intencionada esas identidades, mi danza es neutral y al mismo tiempo busca la pureza del movimiento del ser humano. Por supuesto que detrás hay entrenamiento en ballet, en artes marciales, en danza moderna, pero todo eso en escena no es reconocible”, explica cuidando cada palabra.
Hace dos años Huang Yi estrenaba su último trabajo, una pieza de grandes dimensiones en Taipei, A Million Miles Away. Cientos de fans del coreógrafo fueron a verlo. Una gran rueda en escena gira, símbolo del avance imparable del tiempo. En ella, memoria y emociones se van cruzando. Entre éstas surge la figura del padre. Otra vez. Al preguntarle porqué sigue volviendo a ese momento, a esa edad en la que todo se descubre y todavía nada se tiene, Yi responde: “Hay un montón de momentos de mi infancia y mi adolescencia que sigo digiriendo, que todavía no he comprendido ni asimilado. Mi padre murió hace dos años, estoy trabajando en un nuevo proyecto llamado The Specimen of Soul. Grabé largas conversaciones con mi padre, en la pieza estas son dichas a través, como si de un médium se tratase, de un robot. Nunca he llorado más. Sigo preguntándome por qué esa etapa de mi vida sigue obsesionándome”. La pieza que llega a España acaba con Kuka guiando la danza de varios bailarines, otra vez Huang Yi juega a la metáfora: Kuka se convierte en coreógrafo, el último paso antes de igualarse al hombre, el de la creación.
Con esta pieza, Teatros del Canal llega al meridiano de la segunda edición del festival Canal Connect, certamen que busca indagar en la confluencia de la danza, el arte, la ciencia y la multiplicidad de nuevas tecnologías en la era digital. El certamen comenzó con uno de los grandes aplausos de la temporada a (La)Horde, de la compañía del Ballet Nacional de Marsella, que capitaneaba el músico electrónico Rone y tripulaba una docena de jóvenes bailarines entregados y de energía inagotable. Además de otras piezas, hasta el 17 de abril seguirá abierta la exposición comisariada por Charles Carcopino, Máquina mixta, una muestra con 22 instalaciones de 13 artistas que ocupa todo el edificio de los Teatros del Canal. Continúa la hiperactividad frenética de esa nave capitaneada por Blanca Li que no se sabe si va a despegar hacia el espacio exterior o agotar la capacidad física del espectador entregado. En el mes de abril los Teatros del Canal albergan, también bajo dirección de Li, el festival Madrid en Danza que, además de dar cabida a más de una veintena de espectáculos, albergará en la sede del teatro un think tank o encuentro para profesionales del sector, y un concurso de danza para aficionados, el Madrid Dance Contest.