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Crítica

Pablo Remón desmonta a Antón Chéjov con ración doble de Vania

Madrid —
1 de marzo de 2024 22:36 h

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Vania x Vania son dos obras y una sola. Pablo Remón acaba de estrenar dos montajes de la misma obra, el Tío Vania de Antón Chéjov, con el mismo elenco. Una función es a las seis, la siguiente a las ocho y media. En la primera versión tan solo están los actores y unas sillas, todo es palabra y actuación. Las luces son mínimas. La acción no se sitúa en el tiempo. El vestuario y los nombres de los actores no remiten a ninguna época. En la segunda versión el espacio se abre y aparecen dos escenografías contiguas. Una dacha rusa del siglo XIX a la izquierda, con samovar incluido. A la derecha, un patio trasero castellano que el director sitúa en un Toledo actual.

Ese es el juego teatral que Remón plantea en su nueva incursión teatral después del éxito del año pasado con Los farsantes. En el elenco repite Javier Cámara que en esta ocasión interpretará a Vania. Un reparto de grandes actores para el que el director madrileño ha contado con nombres como Israel Elejalde, que hace del médico Astrov; Juan Codina, que interpreta a Alexander, el insoportable escritor al que todos deben rendir pleitesía; Marta Nieto, que hará de Elena, su mujer; y Marina Salas, que encarna a Sonia, la hija. Completa el elenco Manuela Paso como Marina, la vieja nodriza y empleada de la casa, un personaje que en este montaje también recoge parte de uno de los dos que Remón ha suprimido de la obra original, el de la madre de Vania, María. El otro personaje sacrificado es el de Teleguin, el terrateniente arruinado que en la obra de Chéjov en cierto modo simbolizaba una Rusia que desaparece.

Cada montaje puede verse por separado y es autónomo, pero la riqueza, el tetris apasionante, es poder ver las dos y contemplar el juego de espejos cóncavos que Remón ha trazado entre ambas propuestas. De este modo, el espectador podrá apreciar la capacidad de reescritura de este autor, de meter 'morcillas' teatrales que apelan al disparate libertario, o de las derivas textuales posibles pero fieles al espíritu del autor ruso que denotan una lectura sagaz. Remón proviene del cine, del oficio del guion cinematográfico, algo que destila muy bien en la escritura de ambos textos donde están cuidadas al máximo tanto la intención y significación de cada variación como la capacidad de hacer visibles diferentes subtramas entre los personajes.

Pero, sobre todo, el gran acierto de la propuesta es poder acompañar a Remón en una reflexión sobre los códigos teatrales, tanto de actuación y puesta en escena como de dirección de actores, a través de la cual consigue desembarazarse del absurdo respeto al autor tantas veces presente en el teatro de repertorio e instaurar un espacio de libertad creadora muy sano y fructífero.

Una reflexión sobre códigos y estilos que siempre busca el disloque, el mirar desde otro ángulo. Así, la primera versión, que cuenta con una puesta en escena en teoría más contemporánea, será en muchos aspectos la más apegada a la melancolía chejoviana y la tragedia de estos seres perdidos en el campo ruso, ahogados en rutina y trabajo que no saben qué hacer con el tiempo y con sus vidas. Recuerda esta primera versión al mejor Daniel Veronese, a aquella versión –la argentina, no la española– de Espía a una mujer que se mata que pudo verse en la Cuarta Pared en el Festival de Otoño de 2007. Pero recuerda incluso más a la versión que el director argentino montó de Las tres hermanas de Chéjov, llamada Un hombre que se ahoga, aquel recordadísimo montaje que llegó a España en 2006.

Remón apuesta todo en esta primera versión a la dirección actoral, y si bien se le va un poco el registro a la parodia, a una actuación llena de gestos e histriónica en algunos momentos, sobre todo con Codina y Cámara, la versión es un placer de interpretación. La única pega de esta parte es la tendencia de Remón a la comedia perpetua en detrimento de la verdad de cada personaje. Como se apuntaba, la propuesta tiene ese espíritu de las obras de Veronese, pero lamentablemente no tiene el vuelo espiritual de aquellas. Aun así, tanto Marina como Marta Nieto equilibran el timbre y la pausa de la propuesta, Israel Elejalde también acompaña y Manuela Paso está tocada en gracia. Remón hace una reescritura de su personaje, Marina, la empleada de la casa, que es todo un descubrimiento.

Master Chef, chupitos de pacharán y un Chéjov mesetario

En la segunda parte, Vania II, Remón se suelta la melena. El argumento de la obra del ruso seguirá en pie. Poco más. La propuesta comienza con una declaración de principios que quiere transmitir la libertad que el director se ha dado. En la segunda escena del acto primero, Vania, Javier Cámara se despierta de su sueño. Y allí donde Chéjov hace una somera presentación del personaje, Remón decide introducir un sueño imposible, delirante, de Vania como concursante de MasterChef, programa que gana con unas migas manchegas. La acción se desarrolla en un patio de una casa en la ciudad de Toledo, bajo unas sombrillas de tenderete y bebiendo latas de cervezas. Declaración de la asunción de un imaginario patrio sin complejos, un imaginario basto, tan paleto y tan nuestro.

A partir de ese momento, la pieza irá girando hacia la astracanada y el disparate. Ahí reina Codina, que borda un Alexander que escribe unas memorias eternas sobre Manuel Azaña y lucha con denuedo por llegar a ser académico. Uno al final, cuando Alexander se despide, intuye ver a José Sazatornil yéndose por el fondo del escenario. También está mucho más a gusto y resuelto Javier Cámara, que elabora un campesino llano que añora cosechar con su tractor y bebe chupitos de pacharán como un loco. Es este un universo mucho más machirulo donde desparece la profundidad de los personajes femeninos. La presencia de Marina, tan grande en la primera versión, queda casi anulada. La hija Sonia pierde fuelle. Y Elena, la mujer de Alexander, se convierte en una mujer objeto, estúpida y un tanto incomprensible. Al mismo tiempo, las grandes subtramas del ruso, el paso del tiempo y el envejecimiento como un proceso de deterioro del espíritu, pasan a segundo plano.

Esta versión puede molestar al amante de Chéjov. No está la delicadeza ni el tempo del ruso, sus silencios y sus pausas. Todo puede resultar bastante irritante al que acude al teatro buscando fidelidad. Este país no puede ser explicado por una obra rusa del XIX, parece querer decir su director. Aquí predomina el cainismo, la barraca de ferias y el esperpento. La versión es un fiel retrato de la idiosincrasia nacional. Remón convierte el Tío Vania en una comedia rápida donde el público ríe a mandíbula batiente y en la que la crítica de una sociedad embrutecida y cateta como la española se solapa con la mofa de los arquetipos del viejo sainete español.

Pero este autor y director tiene la capacidad, no solo de la agudeza, sino también de la polisemia escénica. En esta segunda versión, Remón lleva el juego entre la parte izquierda del escenario (que representa a Rusia y al teatro decimonónico) y la parte derecha (que simboliza el presente patrio y mesetario) un paso más allá. Cuando un personaje cruza de un espacio al otro pasará de llamarse por su nombre ruso a su nombre español, pasará de beber vodka a beber cubatas, de interpretar de un modo a otro… Algo que Remón va introduciendo en la propia obra. Al final un personaje hablará a otro de verstas y carruajes y el otro no entenderá nada. Se juega al equívoco. Algo que llega a su concreción escénica en uno de los momentos más álgidos de la obra, aquel en que Vania no sabe quién es y dice su famoso parlamento, “de mí pudiera haber salido un Dostoyevski”, con un pie en cada espacio.

Remón ya había demostrado su capacidad de meter mano al repertorio teatral en la versión que hizo de Doña Rosita la soltera de Federico García Lorca, con la que ganó el Premio Nacional de Literatura Dramática en 2021. Pero en este Vania x Vania la manera no se apoya en la autoficción, sino en los diferentes códigos teatrales presentes en cada propuesta y en el diálogo que se establecen entre ambas. Un rompecabezas largo, profundo, en el que, frente a la sacrosanta fidelidad al texto, este madrileño contrapone la voluntad de poder crear y repensar la escena en libertad a través de los clásicos.

Las obras estarán en cartel en las Naves de Matadero Madrid hasta el 7 de abril. Y ya en gira se podrán ver en Avilés, Gijón y Logroño en abril; y en Vitoria, Sevilla y Bilbao en mayo. Luego continuará una larga gira hasta finales de año. Por ahora, en cada plaza, podrán verse ambas propuestas.