La difusión sin consentimiento de un vídeo de contenido sexual hace que Concha, la protagonista de La panadera y de esa grabación, se adentre en los abismos de la culpa, la vergüenza, la angustia y la ansiedad. El teatro María Guerrero de Madrid, en la sala Princesa, tiene en cartel hasta el 7 de marzo la obra que nos invita a reflexionar sobre las consecuencias de compartir y difundir imágenes íntimas, vulnerar la intimidad de las personas, así como sobre el daño moral a la víctima y a la familia.
La culpa grita durante una hora y media. En escena vemos a una mujer que se dedica a hacer panes y a hornear hasta que, un día, las miradas la penetran, los cuchicheos la acorralan y los comentarios aberrantes de carácter sexual llegan al mostrador de la panadería. Es su hermana quien le da el aviso: le ha llegado por tres grupos diferentes un vídeo en el que aparece practicando sexo con un chico que a posteriori se ha hecho famoso. Su intimidad corre por los móviles y los comentarios del barrio, mientras que ella cada vez siente más miedo, más nervios, más impotencia.
El vídeo se hace bola y ella más pequeña, acorralada, enjaulada, presa del qué dirán, qué piensan, qué miran. La culpa y el miedo lo empañan todo. Su actual marido, su padre y sus hijos no quedarán ajenos a la grabación que circula, porque un pequeño acto (como darle al botón de compartir) es una onda expansiva que destruye la paz y la felicidad de todo el núcleo familiar. Una hora y media del desquicie de una familia por la morbosidad de terceros.
Sandra Ferrús es la protagonista de La panadera, también directora y dramaturga de la obra: “Llegó a mí una de estas noticias de vulneración de la intimidad de una mujer porque otros habían compartido sus fotos íntimas sin su consentimiento. Sentí muchas ganas de abrazarla y me desahogué escribiendo la obra. Gracias a una beca que me dieron en Euskadi pude juntar las piezas del puzle, y justo el día que entregué el primer borrador una compañera también becada me mandó la noticia del caso de Verónica, la trabajadora de Iveco”.
El caso en 2019 de Verónica Rubio llenó los periódicos y ocupó muchos minutos de tertulias de radio. Verónica vivía en Alcalá de Henares con su marido y sus dos hijos, y trabajaba en la fábrica de Iveco. Un hombre con el que había mantenido una relación conservaba una grabación íntima, y tanto él como muchos compañeros de trabajo empezaron a difundirla. Verónica tuvo que aguantar comentarios, bromas y faltas de respeto constantes. Acabó suicidándose.
“Iba paseando por la playa de la Concha cuando leí que pasó el caso de Verónica y tuve que pararme porque me mareé. Luego me eché a llorar. Hay muchas similitudes entre la historia de Verónica y la de la panadera. Y eso tiene una lectura clara: son muchas las Verónicas y las Conchas que han tenido que pasar por una situación tan claustrofóbica y agobiante como esta. Podría ser la historia de cualquiera de nosotras. Hasta me pregunté si yo tenía vídeos de joven que pudieran comprometerme”, cuenta Sandra.
La autora invita a reflexionar sobre preguntas para las que ella misma dice no tener aún una respuesta: “¿Qué nos lleva a difundir un vídeo así?, ¿quién o qué tipo de personas lo comparte?, ¿por qué afecta tanto a la víctima?, ¿por qué la gente opina y se inmiscuye?, ¿por qué la víctima siente que han violado profundamente su intimidad?, ¿cómo se para esto?, ¿cómo se gestiona la rabia y la ansiedad?, ¿quién es el culpable del daño?”. Lo que sí tiene claro es el dolor y el profundo pozo al que se condena a la víctima: “Aunque sea un vídeo de una caída tonta, sin el consentimiento de la persona, ese vídeo tiene que ir directo a la papelera”.
¿Es malo grabarse y hacerse fotos desnuda, en la intimidad o contenidos sexuales? No. Entonces, ¿quién comete el mal acto? Quien lo visualiza, difunde y vulnera. Sandra Farrús se cuestiona: “¿Somos conscientes del daño que podemos hacer con un dedo? Te pones en los zapatos de Concha y se te pone el corazón en la boca. Hay también un corte de género marcado. Conozco a muchos hombres que sí les afectaría mucho a nivel personal, pero el impacto social, lo que sucede alrededor y la onda expansiva es mucho mayor si la persona que sale en el vídeo o las fotos es una mujer. Es generalizar, pero si eres mujer y te pasa, te tachan de puta, y si eres hombre puedes hasta llegar a ser un machote”.
Concha la panadera se repite como un mantra que no tiene la culpa. Pero es la culpa la protagonista de sus noches insomnes, de sus nervios que no menguan ni con pastillas ni con las sesiones de terapia a las que tiene que someterse porque le han destrozado la vida. Lidiar con la culpa de lo que no solo le está pasando a ella, sino de rebote a su padre, a sus hijos y a su marido no es tarea fácil. “Las mujeres tenemos la culpa muy apegada, siempre cargando estigmas sociales. Cuando me meto en el papel siento una terrible desnudez, una violencia increíble e incluso una violación al cuerpo constante. Hay una cantidad de sentimientos que se despiertan que hacen ir mentalmente a lugares muy oscuros”, afirma Ferrús.
La dramaturga cuenta que necesita volver cada tarde a las 17 horas al teatro a defender a Concha y a contagiar al público de la desesperación de la protagonista. La emoción y el malestar que contagia Sandra es lo que remueve para que, una vez apaguen los focos, seamos conscientes del daño y las consecuencias de compartir esta clase de fotos o vídeos. “Hicimos un trabajo documental sobre las mujeres que han pasado por esto y la prensa las ha sacado. Cada función se la dedicamos a una de ellas. Nos juntamos todos y decimos: Por ti, Verónica, por ejemplo. Yo me acuerdo a cada rato de todas ellas, siempre las tengo presentes, están ahí, en mí”, concluye la actriz.