El teatro es una arma empoderadora, así lo cree la trabajadora social Carmen Tamayo, que además es titulada en Arte Dramático por la Escuela de Cristina Rota. Ella es la directora del grupo de teatro formado por mujeres sin hogar y víctimas de violencia machista Mujereando, además de directora de El quejío de una diosa, el documental que las retrata. Hace siete años Carmen Tamayo trabajaba en una entidad que lucha contra el sinhogarismo y atiende a personas excluidas y vulnerables: “El primer día que empecé a trabajar en Fundación Rais tuve que intervenir a una mujer. ¡Su testimonio me desgarró tanto! Era el primer día que se quedaba en la calle, víctima de violencia de género, venía con una mirada de terror, de pánico, desolada y bloqueada. Y me dije, ¿cómo puede esta mujer ni siquiera caminar”.
Tamayo explica que a partir de entonces empezaron a llegar más mujeres para hablar de sus problemas, algo que le hizo reflexionar sobre sus condiciones de vida: “A los pocos días fui consciente de que si para cualquier persona es duro vivir en la calle, las mujeres sufren una doble exclusión y el triple de peligros. La vulnerabilidad es muchísimo mayor. Me di cuenta además de que no se estaban abordando los problemas de estas mujeres excluidas y maltratadas desde una perspectiva de género”.
Carmen Tamayo propuso al Centro de Día de Rais en Sevilla crear un espacio seguro de mujeres en el que se pudieran quitar la coraza, porque “la calle es la selva”. Cuenta que necesitaban un sitio, una actividad en la que poder escupir todo ese dolor e impotencia y, sobre todo, no sentirse juzgadas. “Y también un lugar para que se entiendan y conozcan entre ellas, porque yo veía mucha rivalidad, y no, ellas tienen que apoyarse, son todas igual de vulnerables. Es muy importante la sororidad”, afirma.
Entonces, Carmen puso en marcha los talleres de teatro y, poco a poco, con el boca oreja, fueron llegando mujeres. Dice que día a día empezaron a empoderarse, que el teatro resultó sanador y catártico. No obstante, relata que “al principio era muy duro porque en cada sesión ellas contaban su situación y acabábamos destrozadas y llorando. Luego, poco a poco, se van recomponiendo y haciendo más fuertes. Después de un tiempo venían súper guapas, todas juntas porque quedaban en el cuarto de baño para arreglarse y pintarse. El teatro les hace tomar conciencia de ellas mismas, sentirse algo más seguras al hablar. Les permite expresarse, tanto con la palabra como con el cuerpo”.
Las obras de teatro de Mujereando versan sobre los temas que remueven a las mujeres que lo integran: las etiquetas sociales y los prejuicios, la invisibilidad y la marginación, las violencias que sufren por el hecho de ser mujer y pobres, y ahora están trabajando (la escritura es conjunta) con la idea de qué es un hogar. Carmen afirma: “Yo he aprendido de ellas la humanidad que tienen. Tienen además un compromiso increíble con el arte y el teatro. Las ganas de vivir y demostrarle al mundo que todavía tienen que contar mucho. La generosidad con la que desnudan el alma para demostrar la realidad tan desconocida para la sociedad. Y cómo nunca pierden la esperanza en el sueño de tener una casa”.
El quejío de una diosa
Rosa Quiles es una de las integrantes de Mujereando y acompaña a Carmen Tamayo en esta charla. Es una mujer tímida que habla muy bajito, como casi pidiendo perdón. Pero cuando se apagan las luces y se encienden los focos Rosa es camaleónica, convierte el silencio en rabia, el miedo en palabras, la impotencia en fuerza en escena. Carmen entre risas dice que el teatro la transforma. Rosa lleva ocho años viviendo en la calle y ha sufrido diversos tipo de violencias machistas: abusó su padre de ella, le maltrató el marido y ha tenido escenas violentas con hombres desde que no tiene casa. “A las mujeres que vivimos en la calle se nos considera públicas. Dormir en la calle es muy peligroso para nosotras, a mí me da mucho miedo. No puedo dormir, estoy toda la noche en alerta porque he tenido dos sustos grandes”.
Rosa ahora vive temporalmente (hasta que se lo permitan) en el albergue municipal de Sevilla. Albergue mixto y en el que tampoco se siente totalmente segura. Cuenta Carmen que a veces se dan situaciones escalofriantes y de pánico, como que en los comedores y en las salas de televisión tienen que verse las caras y hacer colas con los hombres que las han maltratado. La violencia anda por todas partes: “Cuando estrenamos el documental les regalamos un neceser con productos y un ramo de flores y, como en el albergue no hay taquillas, se lo han robado todo. ¿Tú crees que es normal que no haya taquillas con llave?”.
El documental El quejío de una diosa está girando por distintos festivales: estará en el Palma de Mallorca Internacional Films a principio de enero, en el Peloponnisos Internacional Documentary Festival a principios de febrero, y están pendientes de nueva fecha para que se programe en el Mediterranean Film Festival de Cannes. El documental es muy duro, necesario y humano, es un foco que proyecta luz a los rincones en penumbra que no nos atrevemos a mirar.
En 2017 el espacio de Rais cerró y las mujeres le pidieron por favor a Carmen que siguieran de alguna manera. Ahora en el proyecto se realiza en la asociación Cuenta3 Comunidad Creativa: “Yo trabajo con ellas altruistamente, tanto como con el teatro cada semana, que es mi forma de artivismo, como haciéndoles labores de trabajadora social”. La organización calcula que en Sevilla hay unas 800 personas sin techo, y entre el 20 y el 30% son mujeres, aunque cree que el número está aumentando.
Los recursos están diseñados por hombres y para hombres: “Fíjate en el detalle de las duchas: en los albergues las duchas están fijas en la pared, una mujer no puede asearse bien sus partes íntimas. Los equipos de emergencia de calle reparten mantas, agua en verano... pero no reparten tampax, ni compresas ni bragas. Ser mujer y vivir en la calle es durísimo: por ejemplo, un hombre puede hacer pis en cualquier rincón, pero una mujer no porque está expuesta. Imagina cuando tienen la regla”.
Para Rosa Quiles el lugar donde descasa, en el que es ella misma y se expresa sin tapujos, es el espacio del teatro: “Primero yo no quería ir al teatro, pero iba para quitarme las horas de calor de Sevilla. Pero cada día me iba motivando más, me gustaba conocer a otras mujeres y hablar. Ahora nos contamos y nos apoyamos. Yo siempre he dependido de los hombres, no he sabido estar sola y cuando me quedé sola y en la calle empecé a beber mucho. Ahora llevo dos años y medio sin beber y contenta con el teatro”. Pero cuando acaba el teatro una se va a su tienda de campaña junto al río, otras al albergue antes de que cierre y cumpliendo los horarios, otra, la más afortunada, al piso tutelado, otra a los cartones o donde el tiempo le permita.
En el Quejío de una diosa las mujeres cuentan sus historias personales, que impactan por el abandono y la soledad. Carmen Tamayo es tajante: “Yo no conozco a nadie que haya cobrado el Ingreso Mínimo Vital, y lo he solicitado mínimo para cuarenta personas. La respuesta es siempre en estudio. Estas mujeres están totalmente abandonadas por un sistema que las ha excluido y apartado a los márgenes. Ahora mismo intervenir con las personas en exclusión social está siendo terrorífico. Rosa tiene derecho a la Renta de Inserción Activa por violencia de género, pero necesitamos entregar un papel y no nos dan cita. Nos encontramos que no podemos acceder a las instituciones públicas”.