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Crítica

La Ribot regresa a la figura de Juana I de Castilla con una obra híbrida, milimétrica y evocadora

La Ribot durante la representación de 'Juana Ficción' en Condeduque

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Cuarenta y siete años prisionera. De 1509 hasta su muerte en 1555 encerrada en Tordesillas. Primero por su padre, Fernando el Católico. Después por su hijo, Carlos V. Ambos, incluido su nieto Felipe II, borraron de la historia todo trazo posible de aquella condena, documentos y correspondencia. Esa es la historia que La Ribot abordó en 1992, cansada de tantos hombres, próceres y conquistadores, ensalzados en los fastos de aquel torpemente llamado “V Centenario del Descubrimiento de América”. La historia de Juana I de Castilla. Ahora, 34 años después, esta artista ha vuelto a la figura de la reina comunera con Juana Ficción y lo ha hecho junto a un antiguo aliado, el performer Juan Loriente, y con uno de los iconoclastas de la música contemporánea, Asier Puga y su Enigma Ensemble.

La Ribot cuenta que, en aquella pieza del 92, El triste que nunca os vido, se centró en la violencia del Estado contra una mujer. Este fin de semana, sin embargo, presentó una pieza evocativa, luminosa y negra al mismo tiempo. Una pieza que además condensa buena parte del saber hacer de esta coreógrafa que supo, como nadie, ensanchar la danza contemporánea en este país. La obra es una decantación donde se dan cita la danza, el site specific, la performance, la instalación y el body art. 

Juana Ficción, que fue estrenada este verano en el Claustro de los Celestinos del Festival de Avignon, es un metrónomo. En esta ocasión se pudo ver en el patio sur del Cuartel Condeduque. La pieza comenzó a las 20:11 de la tarde, justo cuando comenzaba el atardecer madrileño. Y es que la obra es un ocaso, un viaje de la luz a la oscuridad. La pieza terminó, una hora después, justo antes de que la luna rampase por los muros del cuartel e iluminase el patio.

Chotis conceptual

El comienzo de la pieza está lleno de luz y tira de vestigios de un surrealismo daliniano. La Ribot es Juana. Juan Loriente, que ya hizo la pieza en el año 92 junto con la artista, es su carcelero. Esta primera parte estará sustentada en una impresionante composición musical a partir de un cancionero descubierto por Asier Puga, una colección de canciones de la época que regalaron a la reina en su boda con Felipe el Hermoso. Una condensación de las corrientes musicales del Siglo de Oro con las que Puga y el compositor Iñaki Estrada han creado una pieza para cuerda, viento y coro hermosa y contemporánea. Las voces del Coro polifónico Schola Cantorum Paradisi Portae llenaban el patio cantando bajo violas, violines, chelos, clarinetes y sintetizadores.  

María, La Ribot, salió a escena con un vestido que recordaba la pieza de Dalí, La habitación de Mae West, culmen del arte pop del catalán que hoy puede verse en el Museo de Dalí en Figueres. El vestido, de gasa fina, en un juego de perspectivas superpuestas componían, con el cuerpo de la artista, el rostro de esta reina, un rostro sensual alejado de la representación romántica y fúnebre con la que tradicionalmente se ha asociado a Juana I. A parte de algún objeto fetiche de esta artista, como sus zapatos rojos, en esta primera parte predomina el vestuario creado por Elvira Grau. Un vestuario áureo colorista, de transparencias y aire, que va introduciendo poco a poco el enclaustramiento de la reina. El vestuario, ya en sí, es otra pieza de arte. 

La Ribot, como en un chotis conceptual, bailó sobre una silla giratoria, bien pequeña. Sobre ella se alzó y desplegó un baile circular, gestual y de brazos que apuntan a lo alto, al cielo o el horizonte. A la media hora de la pieza, cuando el ocaso cruzó su meridiano y comenzaron a cernirse los grises y marrones que preludian la noche, esa reina luminosa, de mirada altiva y abierta, desapareció. Lo hicieron también la música y los músicos del centro del espacio, la vida y la esperanza. 

En ese momento comenzó un baile en primer plano que el público diseminado por el patio pudo ver en sus teléfonos móviles. Una danza íntima ejecutada con la espalda y el torso de gran belleza. Una inclusión que sorprende en esta artista, creadora del concepto de “cuerpo operador” desarrollado en muchas otras piezas como Llámame mariachi (2009), donde es el propio cuerpo del que baila el que opera como una cámara que registra imágenes. Aquí no es el cuerpo el que mira, sino que vemos en un plano fijo el organismo de La Ribot en torsión, en una danza expresionista de vertebras y músculos milimétrica y preciosista. 

La Ribot, reina de la danza conceptual de este país, ha abierto temporada con esta indispensable Juana Ficción. Una pieza que hizo recordar al público madrileño que otra danza es posible

Tras esto llega el accidente. Un accidente críptico, casual, La Ribot aparece por el patio en bicicleta, de repente cae y queda yerta en el suelo. Loriente le pone alrededor unas telas negras, creando un fondo de bodegón barroco a su figura. Ahí comenzará una acción de body painting. Loriente, mientras va cayendo la oscuridad, embalsamará a esta Juana en pintura negra, hasta que su figura desaparezca en la noche. Durante el proceso el público se fue acercando a ese lienzo viviente, rodeándolo. Tan solo las luces rojas de una bicicleta tirada en el suelo servían como iluminación. 

Los músicos, confundidos entre el público, seguían tocando. Puga los seguía dirigiendo. Oír a un barítono a medio metro acompasando su voz con un tenor y un alto es una experiencia apabullante. En ese momento de la pieza todo confluye: llega la oscuridad, se hace carne el olvido y al mismo tiempo se incardina todo el saber de esta artista inclasificable. 

Un Condeduque que se va

La pieza ha supuesto la inauguración de la nueva temporada del Centro de Cultura Contemporánea Condeduque dirigido por Natalia Álvarez Simó, gestora que dejará su cargo este mismo diciembre. No se sabe quién será su sucesor y si se mantendrá la línea artística. Detrás quedan cinco años de gestión donde este centro se ha convertido en referencia de las artes escénicas. 

El modelo ideado por Simó es muy cuestionable, no tanto en su programación, llena de nombres indispensables de la escena, como en el patrón de exhibición. Los espectáculos, casi en su mayoría, están solo dos días en cartel. Las entradas vuelan y la gestora ha podido apuntarse el tanto de haber traído grandes nombres de la escena moderna internacional o nacional y además hacerlo con una ocupación de público muy alta.

Pero la apuesta tiene su doblez, su cara oculta, algo que se hace bien evidente en las colas antes de entrar a un espectáculo donde predomina el “connaisseur” encantado de serlo.  A parte de la calidad de los espectáculos es bien importante en un teatro la relación que éste establezca con la comunidad. Y sin adjetivar la relación creada estos cinco años entre el Conde Duque y el público madrileño, se echa en falta apuestas que posibiliten el cruce de públicos y la creación de un tejido no solo basado en la novedad última. 

Pero aun así, y sabiendo la que se viene encima para las artes escénicas en este Madrid donde el Partido Popular quiere que reine el canon, la tradición y el repertorio, estos cinco años han estado llenos de joyas y pequeños milagros que se recordarán durante mucho tiempo. Aunque tan solo sean unos pocos quienes puedan recordarlo. Además, Simó tiene una inteligencia nada desdeñable en cómo comenzar una temporada. En 2021, la temporada del Condeduque se abrió con un irrepetible (nunca mejor dicho ya que la pieza pudo verse tan solo una vez por voluntad del artista) En función de 1,2,3, la única pieza de danza del inclasificable artista Isidoro Valcárcel Medina. Una pieza ya fundamental del siglo XXI y que ponía en jaque toda la danza conceptual de este país. 

Este año, La Ribot, reina de la danza conceptual de este país, ha abierto temporada con esta indispensable Juana Ficción. Una pieza que hizo recordar al público madrileño que otra danza es posible, que trajo desde los anales del tiempo la potencia de un arte híbrido que incansablemente se tiende también a enterrar y olvidar, pero que empecinadamente subsiste a pesar del canon. 

Este fin de semana en Condeduque, a la manera de La Ribot, volvió a resurgir la fuerza Fluxus de los años 60, la potencia de los tableaux vivants de Gunter Bruss, una gozada escénica que inevitablemente se erigió en homenaje póstumo a la artista que este septiembre murió en Mallorca, Rebeca Horn, creadora conocida por sus estructuras corporales que son una variación germánica y performática del aprisionamiento del cuerpo femenino del que ya alertó Frida Kahlo. En ese patio a oscuras, con la luna a punto de aparecer en el cielo, mientras el público abandonaba la pieza y Loriente continuaba junto al cadáver de Juana I de Castilla, la danza madrileña volvió a encontrar uno de sus corazones hoy casi perdido. 

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