Tulsa canta a las madres en el teatro dentro de una obra íntima e insurgente

14 de noviembre de 2023 23:22 h

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“Doctor, doctor, dame más pastis de estas. Ya fuera de la consulta se tomó cuatro más”, cantaban los Rolling Stones en 1966 en el tema Mother’s Little Helper, una canción donde los Rolling hablaban de esa madre británica, de clase trabajadora, ama de casa infatigable que, para sobrellevar el día, se atiborra de ansiolíticos. La dramaturga María Velasco y la cantante Tulsa (Miren Iza) han recogido en su nuevo espectáculo, Amadora, a esa joven madre de hace 50 años, una madre que hoy ya peina canas, menopáusica y desengañada. A ella le hablan y le cantan en un montaje poético e íntimo donde reinan la música de Tulsa y tres grandes actrices: Socorro Anadón, Celia Bermejo y Carmen Mayordomo.

La obra se ha estrenado mundialmente esta última semana en el Festival de Otoño de Madrid. En ella se dan a conocer los temas del nuevo álbum de la donostiarra, una presentación que precede a la salida del disco que tendrá lugar el 24 de noviembre a través de la discográfica de la propia cantante, Matxitxako. Miren Iza quería salirse del proceso de creación musical al uso y contactó con Velasco, a quien fue pasando las canciones según las creaba. Velasco, a su vez, fue generando textos. Así comenzó una relación que ha acabado dando a luz esta pieza híbrida donde el formato del concierto y el del teatro intentan bailar juntos y finalmente lo consiguen.

El periplo de Miren Iza desde que sacó su primer disco con la banda punk Electrobikinis en el año 2000 ha sido lento pero firme. Hoy Iza es una de las cantantes más transversales y sólidas del panorama nacional. Discos como Solo me has rozado (2006) o La calma chica (2016) lo atestiguan. Frases como “no me importa, si eres listo o idiota, te voy a querer igual” del tema Oda al amor efímero, que además formó parte de la película de Jonás Trueba Los exiliados románticos, le han hecho ser reconocida como una de las grandes letristas del pop español.

María Velasco, a su vez, también es otra corredora de fondo. Es conocida por sus textos de gran carga poética, teatrales pero abiertos a la experimentación. Unos textos que surgen desde lo íntimo, pero tienen la fuerza de la rabia y la valentía de la confrontación. Así, hemos visto obras como La soledad del paseador de perros que codirigió con el recientemente desaparecido Guillermo Heras en 2016, o Taxi Girl que dirigió Javier Giner en el 2020 en el Centro Dramático Nacional. Desde hace unos años, Velasco se ha consolidad también como la directora de sus textos, como Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra, obra con la que la autora ganó el Premio Max a la mejor autoría teatral en 2022. Ahora Velasco está trabajando en su nuevo montaje para el Centro Dramático Nacional, Primera sangre, que se estrenará el próximo abril y que también ha coproducido el Teatre Nacional de Catalunya.

De la queja al dolor

Amadora quizá comience titubeante, pero acaba emocionando y conquistando el espacio y el formato que parece proponer. Tres actrices interpretan a una misma mujer, madre, entrada en años. La propuesta es coral. Amadora, a tres voces, va compartiendo sus pensamientos sobre su pluriempleo en casa, su sentimiento de estar domesticada, la primera vez que hizo el amor en la playa con su marido, Joaquín, su tristeza, su tendencia a menospreciarse y cómo esto hizo mella en su hija que ahora así la trata, las creencias impuestas por la Iglesia a las mujeres de este país de las que ella abjura. Entre medias de estos pequeños textos comienzan los primeros temas de Tulsa. Una imponente primera entrada con el tema No quiero hacer historia, tema que la artista ya ha presentado. Y otro segundo, Santamártir, en la que Tulsa canta: “Un rubor en mis mejillas / en una bandeja mis tetas exprimidas / Unos latigazos en las pantorrillas / Una mirada al cielo buscando a Dios / Mártir, Santa, Mártir, Santa / Doy la vida por mi familia (…) Tengo callos en el corazón y me ha salido musgo en el coño, acaso ya no es una flor/ Pero si nadie te lo ha pedido nadie tampoco te lo va a agradecer”.

La presencia de Tulsa en escena es imponente: se mueve con la misma delicadeza, estilo y elegancia que canta. Pero, en ese comienzo, la unión entre escena y música parece no darse. Las canciones parecen ilustrar lo que pasa en escena. O al revés. Las actrices van diciendo textos, pero el código teatral no es claro. Se mueven por un espacio cotidiano, los textos están dichos, incluso trabajados, desde un naturalismo representativo que despista. Poco a poco, esa linealidad de textos y esa no imbricación entre música, se irán rompiendo.

En un momento uno de los fondos del teatro tapado con una cortina se descorre y aparece la banda de Tulsa: Clara Collantes (guitarra), Ramiro Nieto Ludeña (batería) y Marlon Pacho Salcedo (teclados y sintes), un poco emulando ese gran momento de los premios Grammy con Stevie Wonder y Pharrell Williams tocando Get Lucky y la gran aparición de Daft Punk. La aparición no es tan mágica y potente en este caso, pero sí que expande el espacio y lo saca de ese costumbrismo rancio que lastraba la propuesta.

A su vez, desde la dirección, Velasco va intentando romper el lenguaje propuesto. Socorro Anadón baila, Celia Bermejo dice un texto sobre el proteccionismo maternal mientras se embadurna de kétchup. “Los criamos como a príncipes ignorantes, sin hablarles del fascismo, en parques de suelos acolchados donde las caídas ni siquiera hacían sangre”, apunta Bermejo. Pero estas técnicas del teatro posdramático tampoco consiguen romper del todo.

La pieza consigue despegar cuando los textos comienzan a profundizar en el tema expuesto. Desparece el monólogo biográfico, aparece la reflexión sobre unas mujeres que comienzan a ver que en la cultura de la queja una se hunde, que es exponiendo el dolor, dejándose partir en dos, cuando es posible el renacimiento. Unas mujeres, porque Amadora contiene a toda una generación de madres, que comienzan a revindicar que el lobo no se comió a la abuela en Caperucita, sino que el lobo y la abuela son una; que si estaban domesticadas, detrás de ellas seguía habitando un animal feroz.

Thelma y Louise en Cádiz

Y esas tres mujeres que estaban en una prisión de costumbrismo comienzan a hablar entre ellas: Amadora se desdobla, aparecen las amigas, la sororidad y la emoción compartida. Es en ese momento que llega uno de los grandes temas de Tulsa, Laguna. Y todo se expande, el formato, la emoción y la esperanza, y el público que entra de lleno… Dice Socorro: “Entonces, tú y yo nunca nos vamos a hacer un Thelma y Louise”; Tulsa canta: “Si tú pones el coche / yo pongo los chistes y el hilo musical / Vámonos a Cádiz, al faro de Trafalgar / a comer ortiguillas y a nadar en el mar / Ya se lo digo yo / No te apures / Ya se lo digo yo”.

A partir de ese momento, la pieza comienza a ser un verdadero híbrido. Se confunde música y teatro, incluso Miren y su banda interactúan más con las actrices para remarcar esto mismo. Ahí la obra, abrazada a la emoción, abogará por un portazo a lo Nina de Casa de Muñecas de Henrik Ibsen. Pero Amadora no es una niña que viene de desencantarse como en la obra del autor noruego, sino una madre ya sin hijos que, partida y aupada en su dolor, decide dejar a ese Joaquín y tirar sola hacia el futuro, aunque le digan que ya esta tarde, tarde para una “señora”. Al final Miren ejercerá de actriz para cerrar el círculo de hija, y le preguntará a su madre qué hubiera sido de su vida de haberla vivido ahora. La obra concluirá con el tema La estrella, donde el espacio se convierte en sala de conciertos y el público se viene arriba. Una obra que augura tener buena vida y que, a tenor de lo visto en su estreno, ―al que asistieron programadores bien relevantes del país aplaudiendo como hace años, botando en sus sillas―, le irá bien.

Pero si bien el formato entre teatro y concierto funciona, si funciona el dúo Iza / Velasco dando con un proceso de creación paralelo, la obra también se apoya y cobra sentido en su elenco. Velasco ha acertado con estas tres actrices, por su capacidad y talento, pero también por lo que simbolizan. Socorro Anadón, que se subió a escena junto a Miguel Narros en 1975 y que lleva más de 20 años formando generaciones de creadores y actores en el espacio independiente Replika el cual dirige junto a Jaroslaw Bielski; con él lleva años dirigiendo y actuando en su compañía propia. Carmen Mayordomo, actriz que lleva años trabajando en Madrid, que creó el espacio verdaderamente independiente Teatro de las Aguas, y que ha acompañado a autores y directores como Secun de la Rosa o Carlos B. Y, la tercera bestia, Celia Bermejo, que comenzó allá en los ochenta con la compañía Morboria, que lo ha hecho todo, que estuvo en las míticas piezas de Rodrigo García, Matando horas o Notas de cocina, y que en estos últimos años ha trabajado con La Zaranda, El grito en el cielo.

Mujeres que parece que no están, no tienen portadas, ni foco, arrastran carreras de soledad, empecinamiento y tesón, en un sistema cultural netamente patriarcal. Ellas son el basamento de este arte, y son las que dan veracidad y volumen al trabajo. Un acierto que hace que aparezca una pregunta: ¿cuándo vendrá el portazo a lo Ibsen en el teatro? Para prueba, un botón: Spotify intentó censurar la portada del tema de Amadora, No quiero hacer historia, en el que sale Socorro Anadón en pose Iggy Pop a pecho descubierto. Finalmente, acabaron aceptándola.

En cierto modo, María Velasco es ya parte de ese portazo que históricamente parece va dándose poco a poco también en la escena. Dice Velasco al final del espectáculo: “Cada vez que se trae al mundo algo nuevo, sea un niño o una idea, hay sangre… Hay mierda”. Y por último, reseñar la apabullante presencia de Miren Iza en escena, comedida en gestos, pero abriendo actitud a la par que elegancia en cada uno. Es lo que tiene el punk.