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Evacuado del Open Arms un menor no acompañado que fue víctima de torturas en Libia

Emran, durante su paso por el Open Arms / Olmo Calvo

Fabiola Barranco

Desde el Open Arms —

“Hace unos días, en Libia, me dieron una paliza, al principio perdí la visión de un ojo”, contaba Emran a este diario a las pocas horas de ser rescatado por la ONG proactiva Open Arms, mientras se destapaba el gorro que cubría su cabeza para mostrar un bulto en la sien, aún cubierto de sangre seca. Precisamente esa herida, que deja huella del infierno de Libia en el cuerpo de este niño de 14 años que viaja solo, es la que ha provocado una infección muy grave por la que ha tenido que ser evacuado del Open Arms.

“En un corto plazo de tiempo, la progresión de la infección ha sido muy agresiva y hay un riesgo de que se den complicaciones importantes durante la travesía a Algeciras (el puerto al que se dirigen con las personas rescatadas)”, explica Alba Antequera, doctora a bordo del Open Arms.

“Cuando llegó, nada más ser rescatado se mostró muy colaborador, incluso nos ayudó a traducir a otras personas en el control médico. Sin embargo, por la tarde ya empezó a estar cada vez más decaído, llorando, quejoso. Pero es normal, es un niño y tiene mucho sufrimiento vivido, ¿cómo no va a llorar?”, exclama la doctora.

Para evitar que empeore la salud de este chico, al que la vida le ha obligado a ser adulto demasiado pronto, la organización humanitaria española solicitó a Italia su evacuación y, de esta manera, poder ser atendido en un hospital lo más pronto posible.

Una petición que se efectuó con éxito en la noche del 22 de diciembre, a unas 40 millas de Lampedusa, y que, a diferencia de la evacuación en helicóptero por guardacostas malteses del bebé recién nacido y su madre, en esta ocasión se llevó a cabo desde una lancha rápida de la guardia costera italiana.

Le petit (el pequeño, en francés), como cariñosamente es nombrado por otros de los náufragos rescatados, respondía con una sonrisa limpia e inocente cuando fue informado del traslado.

Minutos antes de ser evacuado, sus rodillas temblaban de frío, pero sobre todo de nervios. “¿Podéis avisar a mi mamá?”, preguntaba al jefe de misión, en ese impulso tan natural del ser humano, de recordar a la persona que nos trajo al mundo cuando vivimos un momento excepcional.

No sabemos si cuando contacte con ella le hablará del periplo que ha vivido desde que salió de Somalia. De las torturas y vejaciones de las que fue víctima en Libia. Quizás, desde suelo europeo le cuente cómo llegó hasta allí. Cómo fue rescatado en mitad del mar, junto con otras personas que, como él, buscan refugio a la otra orilla del mapa. O, quizás, sólo quiera escuchar la voz de su madre como alivio de tanto sufrimiento.

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