Iris Urquidi: mamá de locutorio y activista contra la discriminación
- Este artículo pertenece a la revista La España de los migrantes, de eldiario.es. Hazte socia ya y recibe nuestras revistas trimestrales en casa
Por Evo Morales, Iris Urquidi (Bolivia, 1962) se convirtió en activista a los dos años de llegar a Madrid. Fueron sus inicios en política. Trabajaba limpiando casas y hacía campaña con otros bolivianos los días libres para que sus compatriotas en España conocieran los logros del presidente de izquierdas que acababa de alcanzar el Gobierno.
Desde entonces, “doce años ya”, no ha dejado el mundo asociativo que la llevó a ocupar un puesto en las listas de Ahora Madrid en 2015. “Por cómo me movía empiezo a ser más visible”, explica. También trabajó para el Ayuntamiento como asesora de Migración Latinoamericana en varios distritos de la capital, donde ayudaba a personas que, como ella, llegan intentando labrarse una vida mejor.
Urquidi aterrizó en Madrid en 2004. Sola y empeñada hasta las cejas. Dejaba atrás tres hijos de 15, 16 y 17 años, a los que no volvería a ver hasta cuatro años más tarde, cuando logró los papeles y pudo pagarse los vuelos. “La mayoría que no tenemos recursos hacemos eso. Pedimos un préstamo y salimos a la aventura”, cuenta. El único requisito que le pusieron sus hijos, a los que dejaba con un hermano, fue “que no los olvidara como había hecho su padre”. Se había separado, nueve años antes, porque “la convivencia no era buena”. Él volvió a su Chile natal y se desentendió de los niños.
¿Ha sido duro? “Más duro era no poder dar de comer a mis hijos”, zanja. Iris venía preparada para dormir en camas calientes y pisos patera, lo que sus compatriotas que ya estaban en España contaban a los periódicos. “Venía a aguantar todo eso. En Bolivia, era difícil ser madre sola, poder trabajar y solventar los gastos de tener tres hijos. Vivíamos en una precariedad total. Eso me hizo decidirme”, recuerda. Los peores años, dice, fueron los de la crisis. Cuando más “precarización y discriminación” vivió. Aunque “los que siempre se llevan la peor parte son los africanos”.
“Nunca me he arrepentido”, asegura. Ahora tiene a su hijo mediano con ella, su vida de activista y amistades que ha encontrado por el camino. Por eso Madrid es su hogar. ¿Lo más difícil? “No haber estado para ellos”. “Aunque estén con un hermano, no llegan a verle como a un padre y se sienten frustrados, incomprendidos...”. “Pero desde aquí, aunque he sido mamá de locutorio, he podido solventar sus gastos y lo sigo haciendo”, reflexiona orgullosa.