El impacto psicológico desatendido en la lucha contra la trata: “Los policías me miraban fijamente y yo no levantaba la cara por vergüenza”
Cuando Aisha (nombre ficticio) llegó a España, se dio cuenta de que su tía la había engañado con la falsa promesa de poder estudiar. La forzó a prostituirse, soportó humillaciones e insultos. “Tenía una fuerza extrema que no me permitía sentir el dolor”, relata. La depresión la acorraló, dice, después de cerrar por última vez la puerta tras de sí y salir corriendo, cuando se vio durmiendo en la calle, obligada a sobrevivir haciendo trenzas cerca de un mercado.
Recuerda la vergüenza y el miedo. El mismo que recorrió su cuerpo al entrar en la oficina de los Mossos d'Esquadra para declarar. “Había tres hombres, dos de pie uniformados y uno sentado que no lo estaba. Si él hubiera hecho solo la entrevista, igual hubiese estado más tranquila. Eran hombres, me sentía intimidada. Tener que remover tantas cosas...”, dice antes de soltar un suspiro.
Aisha es una de las tres supervivientes de trata con fines de explotación sexual que han ofrecido su testimonio en un vídeo del proyecto europeo 'Impacto Psicológico de la Trata de Seres Humanos para Explotación Sexual en las Supervivientes' (PHIT). Sus investigadores han puesto cifras al impacto psicológico de este delito en las víctimas, una dimensión conocida pero poco estudiada hasta ahora.
Según los resultados de su estudio psiquiátrico, seis de cada diez de mujeres que han sido sometidas a trata con fines de explotación sexual sufren algún tipo de psicopatología, principalmente trastorno de ansiedad generalizado (60%) y estrés postraumático (22%). Un 9% padece depresión y pánico. Asimismo, una de cada tres presenta varios síntomas a la vez. La presencia de patologías aumenta a medida que pasan mayor tiempo atrapadas en las redes de trata.
Sin embargo, los procesos de identificación policial, permisos de residencia y procesos penales en los que se ven involucradas no están adaptados a esta realidad, concluyen desde PHIT. “Que hay un impacto psicológico en la mayor parte de las víctimas es algo que todos los agentes que tratan con ellas saben, pero siempre ha estado la sensación de que no sabemos abordarlo y no solo eso, sino que lo hacemos mal y revictimizamos”, asegura Markus González, jurista y director del proyecto, financiado por la Comisión Europea.
Los investigadores insisten: la recuperación física y psicológica de los supervivientes es posible si se accede a servicios y recursos apropiados, que tengan también en cuenta los diferentes códigos culturales. Esto pasa por que la atención que reciben no las convierta de nuevo en víctimas. “Si no entendemos que cada vez que les preguntamos cosas que ya han contado estamos profundizando en su herida en lugar de reparar, no estamos teniendo en cuenta el enfoque victimocéntrico”, dice Alba Alfageme, psicóloga y coordinadora del proyecto, en el que han participado expertos de otros países como Holanda, Finlandia, Bélgica o Italia.
Aisha asegura que salió “destrozada” de la entrevista, de la que dependía si iba a ser reconocida como víctima de trata o no. “Me dejaban parar o llorar si lo necesitaba, pero empezaron a entrar y salir de la habitación y yo estaba cada vez más nerviosa. Tenían todos la mirada fija sobre mí, me daba hasta vergüenza, no podía levantar la cara. Tenía la mirada clavada en el suelo, hecha un mar de lágrimas. Ir a declarar y que me hagan preguntas me llena más de culpa y de vergüenza. Había partes de mí que tampoco me dejaban contar ciertas cosas que yo había querido borrar de mi mente”, relata la mujer en el documental dirigido por Sonia Ros.
No solo se deriva de la trata
Los investigadores han identificado que es frecuente que muchas de ellas presenten estrés postraumático complejo, en el que confluyen otros síntomas como los problemas en las relaciones interpersonales o un concepto negativo de sí mismas. “Todo el proceso de trata que empieza con la captación y, dependiendo de las víctimas, un viaje muy duro, genera un impacto que hasta ahora se consideraba estrés postraumático, un cajón desastre. Ahora demostramos que es más complejo”, explica González.
Según han podido comprobar, el trauma no es producto solo de una única experiencia vital como la trata o la explotación sexual, sino la acumulación de varias de ellas. Desde el proyecto han recabado las historias de vida de 45 supervivientes y su conclusión es que son “historias de violencia y de ausencia de tratamiento”. El 72% sufrió violencia durante la infancia, casi la totalidad de forma continuada. Este porcentaje se eleva al 83% en la adolescencia y la juventud. En esta etapa, la primera relación sexual de más de la mitad (54%) fue no consentida. Sin embargo, ocho de cada diez víctimas no recibieron asistencia.
“Son mujeres que no sufren solo la situación de trata, sino que ya vienen cargando unas mochilas y experiencias multitraumáticas anteriores que se suma a todo un proceso en el que hay un ataque a sus derechos humanos y su mundo emocional que tiene como objetivo el control absoluto de su mente”, apunta Alfageme. Tras salir de la situación de trata, agrega la psicóloga, sufren presiones añadidas. “Una vez salen, el problema es que, debido al impacto que tiene no solo la trata, sino el duelo migratorio o el estigma por ser mujeres, migrantes y relacionadas con la prostitución --y por tanto no ser identificadas como víctimas-- suma más presión a la afectación psicológica”.
No reconocerse como víctimas
Una de las principales consecuencias de todo este impacto psicológico es que muchas no se identifiquen como víctimas, que olviden episodios vividos o incurran en contradicciones. “Son comportamientos como no reconocer que son víctimas, olvidarse de cosas básicas. Esto hace que incurran en contradicciones o de repente se acuerden de algo que antes no habían dicho, y que cuando declaren ante la Policía o los jueces, estos puedan decir que su discurso no es coherente ni suficiente para condenar a alguien y acabe en sentencia absolutoria porque pese más la presunción de inocencia”, esgrime el director del proyecto.
Esta situación también les afecta durante los procesos de Extranjería, cuando tratan de regularizar su situación. “Se les da la posibilidad de acceder a un permiso de residencia por que colabore en la investigación. Pero, ¿cuánta colaboración se le puede exigir? Si uno no tiene en cuenta ese impacto psicológico olvida que a veces esa colaboración no es posible. Por ejemplo, puede que no se acuerde de cuántas personas la acompañaban. No es que no quiera colaborar, es que lo ha borrado para seguir adelante”, agrega el jurista.
Desde el proyecto, gestado en la Universidad de Barcelona y en el que han colaborado la Generalitat de Catalunya y ONG como Sicar.cat, Proyecto Esperanza, APRAMP, han puesto en marcha formaciones con profesionales que están en contacto con las supervivientes, como policías o médicos forenses en la ciudad condal; han elaborado indicadores que permitan detectar mejor a las víctimas y recomendaciones para su atención, su evaluación y su seguridad.
“La Policía, por ejemplo, puede intentar reducir el número de interrogatorios porque es evidente que preguntarle diez veces a una persona que ha sufrido un trauma así, no es bueno para ella. Deben entrevistarlas en espacios que no solo sean seguros, sino agradables. Vigilar cómo se pregunta, quién lo pregunta, cómo permites que responden. La Policía ha ido mejorando mucho, pero ellos mismos reconocen que hay todo un campo por explorar”, sostiene González.
En el vídeo, Aisha cuenta que tuvo que repetir la entrevista. Durante la primera experiencia, había pasado días sin poder dormir. “Tenía alucinaciones durante el día y muchísimo miedo”. Uno de ellos, que no fuera reconocida como víctima de trata. En la segunda declaración, asegura que se sintió más tranquila. “Solo había dos personas. El lugar me hizo sentir mucho mas cómoda. Cambió mucho la forma de expresar las preguntas, lo que me ayudó a expresarme mejor. Conté muchas cosas que no había contado”. Sin embargo, Aisha no se vio capaz de denunciar. De nuevo, pesaba el temor. “Tenía mucho miedo de ver a mi tía en el juicio”.
Los responsables de PHIT también proponen a las autoridades judiciales que traten de evitar que testifiquen varias veces durante todo el proceso grabando la prueba o que puedan declarar en el juicio por videoconferencia para que no haya contacto con los acusados. “Esto está previsto, pero no todos los juzgados cuentan con los medios”, señala González.
“La arquitectura judicial tal vez no es la mas deseable para las víctimas, pero los medios que tenemos son los que son y con esas cartas jugamos”, reconoce en el vídeo la jueza María Gavilán. “La declaración de la víctima se puede llevar a cabo por videoconferencia, en una sala en la que esté acompañada por personas especializadas y un abogado. Si están en espacios distintos, puede favorecer que la víctima se sienta mas reconfortada, con menos miedo y menos temor. Si no, en la práctica, ¿con qué medios contamos en la sala? ¿un biombo? ¿es suficiente cuando ha pasado ese proceso de captación o transporte”, se pregunta.
La magistrada confirma la importancia de prestar atención a la salud mental de las supervivientes a la hora de interpretar si ha habido delito o no. “Si conocemos el impacto psicológico que tiene para la víctima de trata el hecho de haber estado sometida a esta situación podemos entender por qué su testimonio puede ser titubeante o cambiar”. Lo mismo apuntan desde PHIT. “Hay que tratar de poner a la víctima en el centro y no perjudicarla más. Pero es que además, hay otro argumento más utilitarista: a la Policía y a los jueces les interesa que la víctima sea mejor tratada, porque se puede perseguir mejor el delito y pueden hacer mejor su trabajo”.