“Si me das una vaca, trabajaré con el Gobierno, ganaré mucho dinero y podré devolverte la vaca y comprarte muchas más”. Lilian Naserian pronunció estas palabras cuando tenía 20 años. Se las dijo a su tío, un pastor masai, la etnia a la que pertenece. Su tío aceptó la proposición, sin duda era una inversión de futuro. Lilian se fue al mercado a vender la vaca para pagar el primer semestre de su primer año de carrera y poder hacer realidad su sueño: estudiar Magisterio.
“En África enviar a una mujer a la universidad no es una prioridad ni para la familia ni para la comunidad”, explica la joven en una conversación con eldiario.es. Sin embargo, ella estaba convencida de la importancia de estudiar para tener un futuro mejor, poder ayudar a su familia e incluso mejorar la situación de su comunidad.
“Para mi madre también era importante que yo fuera a la escuela y a la universidad, pero cuando llegó el momento no tenía para pagar los gastos”, relata. “La mayor parte de los africanos cree que la mujer debe quedarse en casa y cuidar de los niños, así que no tienen trabajo y, en consecuencia, no tienen dinero”, apunta.
Sylvia Jemutai está enamorada de la naturaleza desde que era una niña. Recuerda que cuando era pequeña plantó diez árboles, aportando así su granito de arena en un entorno que sufría. “Mi pueblo está cerca del bosque”, cuenta Sylvia, “y me molesta muchísimo ver la degradación que está ocasionando el uso descontrolado que hace de él la población”. Así que, en 2011, con el objetivo de conseguir los conocimientos necesarios para ser más útil, comenzó el grado de Conservación Medioambiental en la universidad de Nairobi, la capital de Kenia, con la ayuda de su hermana mayor.
Para Faith Mumbua también era muy importante poder estudiar. “Mi padre no quería que fuera al colegio, pero mi madre insistió”, dice. Más adelante, para ir a la universidad, también tuvo que insistir y finalmente logró que fuera su padre quien invirtiera una parte de sus humildes ahorros en pagarle los gastos del primer curso de Conservación Medioambiental, también en la universidad de Nairobi.
Lilian, Sylvia y Faith tienen varias cosas en común. Son todas kenianas, procedentes de zonas rurales y familias empobrecidas, pero han ido a la universidad, han terminado sus estudios en los últimos dos años y ahora están trabajando. Todas creen en la educación como medio para salir de la pobreza y mejorar sus vidas, las de sus familias y las de sus comunidades.
Y, finalmente, todas han sido becadas desde su segundo año de carrera por la ONG española The South Face (TSF) que trabaja en Kenia y Somalia facilitando a estudiantes con pocos recursos, pero buenas notas, el acceso y la permanencia en la universidad “para que puedan desarrollar sus capacidades y convertirse en agentes productivos para su país y su comunidad. Queremos que sean líderes del cambio social”, explica la organización en su página web.
“Para mí, estudiar es una oportunidad de ayudar a mi familia”, comenta Sylvia Jemutai. Pero es algo que también ha afectado a su entorno. “Muchas amigas me dicen que me admiran y envidian por mi modo de vivir y gente del pueblo me llama para decirme que les gustaría hacer lo mismo que yo”, asegura la joven.
“Yo les digo que no es fácil. Ya están casadas y con hijos, pero les animo a llevar a sus niños a la escuela y quizás, en el futuro, podré ayudarlos a que vayan a la universidad”, prosigue. “También les digo que se quiten de su cabeza el 'soy pobre' o el 'no puedo conseguir nada'”, añade.
Tras terminar sus estudios, Faith Mumbua piensa lo mismo. “Que alguien sea pobre no significa que no pueda hacer algo en la vida. Pero se necesita determinación y confianza. Yo me rijo por la creencia de que cuando realmente quieres algo lo harás, solo es cuestión de tiempo”, opina la joven.
El crecimiento económico de un país depende, a juicio de The South Face, de que las generaciones que lleven a cabo esta tarea estén cualificadas. Para ello, se debe democratizar el acceso a la educación con un principio clave: que África eduque a África, es decir, que las jóvenes estudien en su país de origen para que conozcan de primera mano las problemáticas que hay que erradicar.
La comunidad cree que “no es rentable”
Las mujeres están en desventaja frente a los hombres, también en el acceso a la educación. Según los últimos datos recopilados por Naciones Unidas, en Kenia el 41% de los estudiantes que acceden a estudios superiores son mujeres, esto es, 70 mujeres por cada 100 hombres. Sin embargo, suelen trabajar sobre todo en el sector informal y constituyen solo el 35,7% de los trabajadores asalariados no agrícolas.
Además, las mujeres apenas representan un 19,7% de los escaños en el Parlamento, en el que ocupan 69 asientos de 350. Por estos motivos, la ONG ha becado ya a una treintena de mujeres en Kenia y Somalia, uno de los países marcados en rojo en el mapa mundial de los derechos de las mujeres.
Más allá del rol tradicional asignado a la mujer, por el cual debe quedarse en casa y al cuidado de los hijos, Faith explica por qué, a su juicio, hay un mayor número de mujeres analfabetas que de hombres. “La comunidad considera que invertir en la educación de una mujer no es rentable porque, por tradición, cuando se casan se van a vivir al pueblo del marido y no hay beneficios”, sostiene.
Pero ella no está de acuerdo. Tampoco Sylvia y Lilian. “Si educas a una chica, educas a toda la comunidad, todo el mundo obtiene beneficio”, asegura esta ultima. “Si educas a una chica ayudas a la comunidad incluso si ella se casa, no va a olvidar a su familia, siempre va a ayudarla”, recalca Faith.
Pero que una mujer logre estudiar no solo le favorece a ella, a la comunidad y a la familia a la que pertenece, también contribuye al progreso del país. Sylvia Jemutai está actualmente haciendo prácticas con una empresa de consultoría medioambiental. Su firme compromiso con la naturaleza y los bosques apunta a que seguirá batallando en la defensa del medio ambiente.
A Faith Mumbua le obsesionan los efectos del cambio climático y desde el año pasado trabaja para el Gobierno keniano, coordinando la puesta en marcha de los proyectos para mitigar su impacto en su distrito, donde en los últimos 15 años ha cambiado el clima y cada vez hay menos agua.
Lilian Naserian es hoy profesora en la mejor escuela de su región y ha creado una organización para trabajar por el empoderamiento de las mujeres en su comunidad. Le preocupan el matrimonio forzoso y la mutilación genital femenina, problemas que no solo trata con las mujeres y hombres de su pueblo, sino de los que también intenta sensibilizar a sus alumnos. Además, ya ha devuelto la vaca a su tío, y espera conseguirle muchas más.