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Afrin: los restos del éxodo kurdo siete meses después de la ofensiva turca en Siria

Una persona entre las ruinas de un edificio en Afrin.

Albert Naya

Afrin (Siria) —

Las calles del centro lucen llenas, pero el panorama cambia en los suburbios o en los pueblos de alrededor. Muchas tiendas, casas y negocios permanecen bajo llave debido al vacío de población que dejó la batalla por el control de la ciudad. Hace siete meses, Afrin vivió sus peores días cuando Erdogan y su aliado, el grupo opositor Ejército Libre Sirio, lanzaron una ofensiva contra este enclave kurdo al norte del país.

El pasado 20 de enero, milicias anti-Assad y Turquía se adentraron desde el país anatolio hacia tierras sirias con el objetivo de “expulsar de la zona” a las YPG (Unidades de Protección Popular), grupo al que acusan de ser el brazo sirio del PKK, la guerrilla kurda.

La misión, además, tenía como objetivo, decían, “proteger las fronteras”, que hasta el momento estaban parcialmente controladas por el grupo armado. Los combates se saldaron con la muerte de más de 200 civiles, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, y 137.000 desplazados, según Naciones Unidas.

“Los peligros se han esfumado y continuaremos aquí hasta que acabemos nuestro trabajo”. Con estas palabras, el ministro de defensa turco, Nurettin Canikli, dejaba clara la presencia de Turquía en la zona, mientras el presidente Recep Tayyip Erdogan anunciaba el 18 de marzo que las fronteras “estaban protegidas”. Los que habían tenido que huir de sus casas ya podían volver. Pero un gran número de ellos ha decidido que no vale la pena.

Siete meses después de la ofensiva, Amnistía Internacional ha acusado a las fuerzas turcas de “mirar hacia otro lado” mientras grupos armados sirios cometen “graves abusos” contra la población civil, entre las que se incluyen detenciones arbitrarias y desapariciones forzadas.

Asimismo, Human Rights Watch describe un “ciclo de abusos” por parte del ELS contra el extenso colectivo de kurdos que habitaba la zona, entre ellos la “confiscación, la destrucción y el saqueo” de casas y establecimientos, algo prohibido por el derecho internacional humanitario. “Destruir o mudarse a la propiedad de personas que han tenido que huir de los combates no es lo que deberían hacer los combatientes del ELS cuando lleguen a una zona”, ha afirmado Priyanka Motaparthy, directora interina de emergencias de HRW.

Por esta razón, muchos de los antiguos habitantes han decidido buscar otro lugar para vivir, lejos de la violencia y vejaciones hacia su grupo. Muchos no quieren volver a su hogar o, directamente, han tenido que buscarse otra vivienda. Turquía niega las acusaciones. “Todos los habitantes que vuelven lo hacen a sus casas, los que llegan nuevos van a un campo de refugiados”, explica un portavoz del Gobierno turco en Afrin.

Pero el relevo poblacional es un hecho. La mayoría kurda siente miedo al pensar en volver a su hogar en medio de la destrucción de todo símbolo kurdo. Nada más conquistar el centro de la ciudad de Afrin, el ELS destruyó la estatua de Kawa, símbolo de la resistencia kurda, pero nadie dijo nada. Muchos ya habían huido.

Con el paso del tiempo las calles de Afrin se llenarán otra vez, pero la mayoría de los nuevos habitantes serán de otras partes de Siria o refugiados que han decidido abandonar Turquía. Los árabes suníes se sienten seguros en la zona y las fuerzas que controlan el enclave promueven su llegada. Y ante el evidente relevo poblacional y la presencia del gigante turco, imperan los cambios: la antigua plaza Seray de Afrin recibe desde principios de agosto el nombre de Recep Tayyip Erdogan.

La presencia de mujeres en la calle tampoco es abundante y los transeúntes que se dejan ver no se oponen a las directrices de los milicianos del ELS y Turquía. Entre la multitud, dos chicas cruzan la calle de forma acelerada: “No queremos hablar, tenemos miedo”, dice una de ellas. “Ellos son nuestro problema”, sostiene su compañera mientras señala a un soldado del ELS.

Las jóvenes se pierden en el nido de calles que conforma el centro urbano. Los relatos entre gran parte de la población coinciden. Algunos vivían en Afrin antes de que las YPG controlaran la zona y después tuvieron que huir: “Escapé del PKK y fui a Idlib. Después de la guerra volví a Afrin”, destaca Muhammad Khaled. Este ciudadano defiende que “Turquía no ha invadido nada”, ante las críticas que ha recibido el país eurasiático por parte de la comunidad internacional. “Las YPG nos obligaban a luchar con ellos, nos robaban y arrestaban a gente”, denuncia otro habitante mientras camina por la calle.

Afrin, habitada antes por una mayoría kurda, ahora es una zona que acoge a refugiados de todas partes. Uno de ellos cuenta que tuvo que huir de Irak cuando el ejército estadounidense llegó su pueblo. Huyó a Siria, pero la guerra le volvió a alcanzar. Ahora vive en Idlib y se traslada cada día a Afrin para abrir su negocio. Aunque haya sido objeto de batallas, la zona tiende a la estabilidad, a la paz tensa controlada por milicianos del ELS y supervisada por Turquía. Sin embargo, los ataques de las YPG contra el poder establecido se siguen produciendo y los abusos de grupos leales al Ejército Libre Sirio contra la población kurda, también.

Bajo el control de la Policía local

Turquía defiende que Afrin posee un gobierno local votado en abril por el pueblo y que también está formado por kurdos. Después de haber expulsado a las YPG, el país anatolio ha comenzado una transición para dejarla en manos de la Policía local. “Ya hay dos mil policías operando y estamos entrenando a otros dos mil”, destaca un portavoz del Gobierno turco. Algunos miembros de esta misma Policía formaron parte de las filas del ELS, el mismo ejército acusado de perpetrar abusos contra los kurdos. Ellos serán los encargados de brindar seguridad a los habitantes de Afrin.

“Turquía paga bien y da servicios”, dice un agente. También admite haber luchado en el ELS durante toda la guerra para poder mantener a sus nueve hijos. La misma milicia, que surgió en 2011 para derrocar a Al-Assad, ha sido acusada por Washington de luchar junto a grupos extremistas como Jabhat Fateh al-Sham, antiguo Frente Al-Nusra y conocido por ser el brazo de Al-Qaeda en Siria.

En lo alto de un edificio gubernamental, el viento sacude las banderas de Turquía y del ELS. La turca aparece izada por encima. Mientras, millones de personas siguen desplazadas dentro de Siria y más de 5,6 millones de personas han huido del país de Oriente Medio, según la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur).

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