Las Madres del Sábado: la lucha contra el olvido de las familias de los desaparecidos en Turquía
Han pasado 25 años, pero Zübeyde se sigue haciendo las mismas preguntas que el primer día: “Si cometió un crimen, ¿por qué no le arrestaron? ¿Era culpable de algo?¿Por qué le mataron?”.
Su hijo Ferhat desapareció una calurosa mañana de julio de 1993 delante de su casa, en Bitlis, una región kurda del sudeste de Anatolia que encarnaba muchas de las desavenencias políticas y sociales de la década de los 80. Desde hace dos décadas, cada semana ha acudido a la plaza Galatasaray de Estambul para exigir justicia junto a decenas de familiares de desaparecidos tras el golpe militar de 1980.
Zübeyde describe que por aquellos días el clima era hostil, dominado por los tentáculos del Estado profundo y las fuerzas paramilitares turcas, por una fachada democrática que escondía crímenes que nunca se han resuelto y desapariciones. Ferhat Tepe es uno de sus tristes protagonistas: fue asesinado cuando tenía 19 años.
“Se lo llevaron en un Renault blanco”, afirma su madre a eldiario.es. El tipo de coche se convirtió en un tenebroso símbolo: muchos desaparecidos vieron su último amanecer después de montar en ellos, que eran ampliamente utilizados por los servicios secretos turcos. Ahmet Davutoğlu, primer ministro entre los años 2014 y 2016, hizo referencia al vehículo mientras ostentaba el cargo: “Si el AKP (Partido Justicia y Desarrollo) es expulsado de esta zona, volverán los Beyaz Toro”, dijo en referencia a la vuelta de la denominada “guerra sucia” en caso de que la formación del actual presidente Recep Tayyip Erdogan no gobernase.
Cuando los padres de Ferhat denunciaron su desaparición, recibieron una llamada donde pedían una considerable cantidad de dinero y el cierre inmediato del Partido de la Democracia del Pueblo (HADEP) en la zona si querían salvarle la vida. Su progenitor, İshak Tepe, era el presidente provincial de la formación política pro-kurda, actualmente denominada Partido Democrático de los Pueblos (HDP) y votada en las últimas elecciones turcas por el 11% de la población mientras su candidato presidencial, Selahattin Demirtaş, permanece en la cárcel.
“Pudimos reunir algo de dinero, pero la petición de cerrar el partido no dependía de nosotros”, lamenta Zübeyde, ataviada con una camiseta descolorida con la foto estampada del joven, de rostro juvenil e imberbe. Dejaron el caso en manos de la Policía, pero al ver que su denuncia no daba resultado decidieron iniciar una huelga de hambre que duró 12 días. A ello se sumaron misivas enviadas a la primera ministra del momento, Tansu Çiller, o al jefe militar de Bitlis, a quien acusan de ordenar la desaparición de Ferhat: “Él sabía quien tenía a mi hijo y era responsable de ello”.
Al décimo tercer día de huelga, recibieron la llamada de las autoridades confirmando que el joven estaba muerto. “Ya lo habían enterrado, el juez nos enseñó una foto para reconocerlo”. Ferhat compartía fosa común junto a otros 20 cuerpos que en su día también desaparecieron. Su entierro reunió a miles de personas, pero no estuvo exento del intento reiterado, por parte del Estado, de sabotear el evento.
“Si buscas, tú mismo puedes ser el siguiente”
El crimen de Ferhat, a ojos de su madre, fue escribir en la publicación pro-kurda Özgür Gündem, famosa por sus reportajes de denuncia de la llamada “guerra sucia” y acusada de propagar el mensaje del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK). Otros periodistas de este medio, además de pensadores y empresarios, también fueron asesinados.
“Después de la muerte de Ferhat, la policía arrestó a mi marido”, narra Zübeyde. Cuenta que el primo de Ferhat, Sadettin Tepe, también siguió sus mismos pasos por sus artículos incómodos en el mismo diario: “Lo torturaron y mataron un año después”. Contaba solamente con 28 años.
28 también fueron los periodistas de Özgür Gündem 'silenciados' entre los años 1993 y 1995. Todos acabaron hacinados en una fosa. El abogado del joven Ferhat, Şevket Epözdemir, tampoco se salvó del castigo. “Le arrestaron y amenazaron con matarlo si seguía investigando el caso, sin embargo, no se detuvo”, explica la madre. El cuerpo sin vida de Epözdemir acabó apareciendo a escasos kilómetros de sus gafas, que yacían sin dueño cerca de una base militar de la zona.
Sin defensor legal y perseguidos decidieron publicar un libro sobre la corta vida de Ferhat que fue censurado y prohibido por el Gobierno. Finalmente, sola y rodeada, la familia Tepe huyó de su amada Bitlis. “Fue una migración forzada, nos obligaron a marcharnos”.
Pero Zübeyde es solamente una persona más en el gran éxodo de ciudadanos que se vieron obligados a escapar hacia las grandes ciudades. Cerca de un millón huyeron fruto de los combates y la política de tierra quemada. Estambul fue, en adelante, su hogar, y el colectivo de las Madres del Sábado se convirtió en su esperanza para dar visibilidad a los crímenes que se habían producido y continuaban produciéndose.
Hasan Karakoç fue uno de sus impulsores. También perdió a su hermano Ridvan en 1995 y decidió que investigar era perder el tiempo, o peor aun, la vida. “Si buscas en las regiones kurdas, tú mismo puedes ser el siguiente”, afirma. Las Madres del Sábado empezaron a ser una realidad incómoda para los Gobiernos que han ido sucediéndose y Hasan se autoconvence de que, con las protestas, empezaron a descender el número de asesinatos.
“Lo encontramos en un bosque 14 días después de desaparecer, fue torturado hasta la muerte”, recuerda sobre el asesinato de su hermano.
Más de dos décadas en Galatasaray
Hasta el día 25 de agosto el bullicio de la plaza de Galatasaray, en la concurrida calle Istiklal de Estambul, cesaba los sábados por la mañana y daba pie a un silencio sepulcral. Aunque sus protestas, inspiradas en las Madres de la Plaza de Mayo que también buscan a sus hijos en Argentina, empezaron cuando se fundó el colectivo en 1995, tuvieron que interrumpir sus encuentros cuatro años más tarde por las detenciones que solían producirse.
En 2009, año en que saltó a la luz mediática el caso Ergenekon, donde se juzgaron a varios personajes que formaban parte del llamado “Estado profundo”, volvieron a la plaza para dar visibilidad a su causa. El año pasado, el mismo día que cumplían 700 encuentros, medio centenar de familiares de desaparecidos volvieron a ser detenidos y nunca más pudieron volver a alzar la voz donde solían hacerlo. La protesta, paradójicamente, tuvo lugar pocos días antes del Día Mundial de los Desaparecidos.
Debido a la persistente acción policial, los familiares deben protestar ahora en una calle estrecha y poco concurrida. El número de manifestantes siempre es significativamente menor al de policías antidisturbios. Pero los desaparecidos siguen ganando la batalla de las cifras: más de 700 personas con nombre y apellido, según el mismo colectivo, se evaporaron en una guerra que se saldó con miles de aldeas quemadas y más de 20.000 personas torturadas, según estimaciones de diferentes organizaciones civiles.
Aunque la organización insiste en que se desconoce la cifra real de muertos, la mayoría de los que desaparecieron ya han pasado al olvido. En 2011, siendo ya primer ministro, el presidente Erdoğan se reunió con algunos familiares de desaparecidos. Prometió que su Ejecutivo investigaría esta mancha en la convulsa historia de Turquía, que abriría la caja de los truenos, que se encararía con la verdad.
Pero no cumplió. Y hoy, Ayse, hermana del desaparecido Ferhat, abraza a su madre sin la esperanza de consolarla. Porque Zübeyde solo busca respuestas que nadie dará.