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Los migrantes rescatados por el barco Aita Mari en el Mediterráneo: “Destrozaron mi cuerpo, lo destrozaron todo”

Marta Maroto

A bordo del Aita Mari —

Mondi Omori, de 23 años, apenas mira a los ojos cuando habla. Se frota la frente con los dedos y después los hombros, haciendo como si tiritara, pero no de frío, cuenta, sino por las heridas de la tortura que sufrió en los centros de detención libios: “Lo destrozaron todo. Destrozaron mi cuerpo, todo está roto”. El joven tuvo que huir de Nigeria cuando el terrorismo de Boko Haram mató a toda su familia hace cerca de dos años, relata. Ahora se encuentra a salvo en el Aita Mari, el barco de rescate que el jueves auxilió a 78 migrantes a la deriva en el Mediterráneo Central.

Llegaron descalzos y haciendo el símbolo de la victoria. A muchos les hicieron quitarse los zapatos antes de entrar en la lancha de goma para evitar pincharla. Los que los pudieron mantener los acabaron utilizando para achicar el agua que ya comenzaba a entrar en la patera. El grupo de migrantes salió el miércoles por la noche de Garabulli, en la costa de Libia, con la única indicación por parte los traficantes de navegar “siguiendo la dirección de la luna”, cuenta Emeka Umeronye, también nigeriano.

Hacía tiempo que habían perdido el rumbo y el motor de la embarcación se había roto. Antes de ver el barco de rescate de la ONG Salvamento Marítimo Humanitario (SMH), continúa Umeronye, nadie supo qué hacer más que rezar. “Sabemos que podemos morir, pero hemos sufrido tanto que… lo que tenga que pasar”, explica. Umeronye tiene 37 años aunque aparenta muchos más, y habla español con cierta soltura. Acumula una larga historia de fronteras y migraciones: en 2001 consiguió saltar la valla de Melilla y trabajó en Mallorca durante varios años. Quiso regresar a Nigeria para ver a su familia, y una enfermedad inesperada le hizo tener que quedarse más de lo previsto, explica. Su documentación caducó y viéndose arruinado decidió volver a emprender camino.

“Con mis ojos he visto muchas cosas”, cuenta en la popa del Aita Mari. Como muchos, cruzó Libia en pick up “que no miraba atrás”, un viaje sin descanso lleno de cadáveres en la carretera. Los traficantes no paran cuando alguien cae. Al hablar de su llegada a Trípoli, a su prometida, que es de Camerún y no quiere dar su nombre, se le llenan los ojos de lágrimas. Estuvo tres meses encerrada en una habitación donde cada cierto tiempo varios hombres la violaban. Quedó embaraza y la violencia le provocó un aborto. En el hospital, una mujer nigeriana la ayudó a escapar.

“Los derechos de las mujeres en Libia son un desastre”, continúa Umeronye. Entre las personas rescatadas había seis mujeres. Varias han hecho el viaje con sus parejas y una de ellas, que llegó en peor estado de salud y muy asustada, está embarazada de unos seis o siete meses. Libia es un infierno para ellas, donde también mujeres y niños son sistemáticamente encerrados en cárceles, acusados de inmigración irregular y a la espera de un juicio que nunca llega y sobre el que no tienen ninguna garantía, explica Mohamed Shaw, de Sierra Leona.

A sus 22 años, Shaw lleva dos migrando: de Sierra Leona a Guinea Conakri, de ahí al desierto de Mali, de Bamako a Burkina Faso, después Níger y finalmente Libia. Vendió el coche con el que trabajaba de conductor de taxi para poder asumir los cerca de 3.500 dólares que ha tenido que pagar a las mafias. Unos 700 fueron a parar a los traficantes que le pusieron en una lancha en el mar en Libia. “Ni a mi peor enemigo le desearía que hiciera mi mismo viaje”, explica. “Todos los que venimos a Libia nos arrepentimos. Ese país no es seguro para la gente negra, si ven por la calle a un negro le arrestan”, añade. 

En una de esos centros donde son encerrados pasó hasta siete meses. Finalmente pidió a la OIM, la Organización Internacional de las Migraciones, que le deportaran a Sierra Leona. Pero la lentitud de los trámites le hizo cambiar de opinión y lanzarse al mar: “Prefieres venir y morir en esta agua”.

Aumento de pateras en el Mediterráneo Central

Al caer la tarde el Aita Mari dio por finalizada su misión y puso rumbo norte. El mar ha dado una tregua después de días de temporal, y las últimas jornadas han sido un no parar. Después de esa primera operación el jueves comenzó la búsqueda de una segunda embarcación en la que viajaban cerca de 90 personas y que llevaba horas a la deriva. Pese a que se trató de localizar en coordinación con el Open Arms, no se pudo dar con la patera. Por la noche, tras un nuevo aviso, el Aita Mari cambió de rumbo hacia un tercer objetivo, que habría sido finalmente rescatado por las autoridades maltesas: a bordo viajaban 45 personas.

Por último, en la tarde del viernes se informó de otra embarcación en peligro en el Mediterráneo Central. Tras la falta de respuesta de las autoridades y centros de coordinación del área, el Aita Mari se ha dirigido a la zona. Sin embargo, cuando comenzaban las maniobras para lanzar las lanchas de rescate al agua, tras cuatro horas de silencio, la Guardia Costera libia se ha puesto en contacto con el capitán. A través de un mensaje de WhatsApp ha pedido al barco de salvamento que se retire y ha rechazado coordinarse para las labores búsqueda y rescate, alegando que serían ellos quienes llevasen a cabo el operativo.

“Es llamativo que con tantas embarcaciones en el mar no se haya lanzado ni un solo aviso a navegantes. Libia no ha emitido ni una sola advertencia, y eso que se atribuye la responsabilidad en esa zona”, apunta en el puente de mandos del barco Íñigo Mijangos, presidente de la ONG armadora del Aita Mari.

Cuando se detecta una embarcación en peligro el Derecho Internacional indica que auxiliarla es una obligación, y los Centros de Coordinación marítima de los países deben extender un aviso a las naves más cercanas para que acudan al rescate. En los últimos días otros barcos humanitarios en la zona han realizado operaciones de salvamento: el Ocean Viking ya ha auxiliado a 215 y el Open Arms lleva a 73 migrantes en su cubierta.

Todavía no se pueden hacer cábalas sobre cuándo o cómo será el desembarco de los 78 migrantes a bordo del Aita Mari. La ONG ya ha pedido puerto a Malta, el país seguro más cercano. De momento, los migrantes rescatados preguntan cuándo y a dónde llegarán, y la única respuesta posible es que hay que esperar. Hay que esperar una respuesta de Europa.