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El amor que gana a los murmullos y la represión: tres historias de parejas LGTB en el mundo

Desde Venezuela hasta Vietnam, mantener una relación estable con una persona de tu mismo sexo supone afrontar en muchos casos no solo el rechazo familiar sino leyes que penalizan y consideran delito esta forma de amar. Hace diez años, España legalizó el matrimonio homosexual. Fue el cuarto país en hacerlo. Hoy en día, las parejas homosexuales pueden casarse en una veintena de países del mundo, la mitad de ellos europeos.

Este derecho todavía está lejos convertirse en una realidad para las ugandesas Qwin y Julz. En el continente africano tan solo Sudáfrica contempla el matrimonio gay. Pero que no sea legal o que la homosexualidad constituya un crimen, como es el caso de Uganda, no significa que no se produzan uniones informales. Qwin y Julz cuentan al eldiario.es cómo organizaron su boda simbólica y secreta justo un día después de la aprobación en su país de la conocida y polémica Ley Anti-Gay.

Venezuela también está a la cola en reconocimiento de derechos LGTBI dentro de América Latina, muy por detrás de países con legislación más avanzada como Argentina, Uruguay o Brasil. Allí viven su relación “completamente fuera del closet” Gerardo y Rafael, una pareja de comunicadores que trabaja en su propia empresa de diseño web.

Donde sí pueden casarse desde principios de este año las parejas LGTBI es en Vietnam, aunque la unión no es equiparable a un matrimonio en términos legales. Una pareja de lesbianas como Yen y Huong ya no sería multada por hacerlo. Ellas no han tenido que pensar en si tendrán hijos o no. La niña ya estaba ahí, fruto de una relación anterior.

Tres historias en tres continentes. Tres parejas LGTBI comparten su experiencia, cada una con sus matices pero todas ellas con esa idea de fondo que expresa con sencillez la ugandesa Julz: “También somos humanos”.

Uganda: Qwin Mbabazi y Julz

Qwin Mbabazi y Julz habían planeado casarse el 21 de diciembre de 2013, aunque en su país, Uganda, la homosexualidad es un crimen y la unión carecería de valor legal. Por paradojas del destino, un día antes, el parlamento aprobaba la polémica Ley Anti-gay, un texto que endurecía las penas y que fue finalmente tumbado por la Corte Constitucional ugandesa en agosto de ese año. “Para mí fue el momento más difícil de nuestra relación. Muchos de nuestros amigos invitados no quisieron venir pues temían por sus vidas, por la amenaza de que fueran arrestados durante la ceremonia”, cuenta desde Kampala Julz, de 30 años. Por suerte, todo fue bien y ahora siempre sonríe cuando recuerda a Qwin aquel día.

“¿Realmente ella te hace feliz?”, preguntaron a Qwin sus hermanos cuando les habló de Julz. “Eso fue todo lo que les importó”. Qwin no le ha dicho abiertamente a su madre que es lesbiana. “Creo que ella se lo imagina y ver que le tiene mucho cariño a Julz me hace realmente feliz. Sabe que vivimos juntas”. Qwin salió del armario por primera vez ante sus mejores amigas. “Fue un shock para ellas, algunas lloraron, pensaban que me habían perdido pero les aseguré que seguía siendo yo y con el tiempo se acostumbraron a verme salir con chicas”, relata.

Conoció a Julz en una fiesta de cumpleaños en 2012. “Hubo química a primera vista aunque Julz entonces estaba saliendo con otra persona”. Julz dice que no está “dentro del armario pero tampoco fuera”. “La mayoría de mis amigos y familiares lo saben pero por mi estilo de vida. Tal vez en un futuro se lo digamos a nuestros padres pero todavía tenemos miedo de su reacción”, confiesa.

Uganda es uno de los países africanos con peor historial en lo que se refiere a la situación de las personas LGTBI, no obstante, también cuenta con un sólido movimiento de activistas y organizaciones que reivindican sus derechos y luchan contra la homofobia. “Ser una pareja de lesbianas en Uganda es difícil por el odio y la homofobia. Las probabilidades de violaciones correctivas y colectivas son muy altas. Eso nos preocupa, por eso seguimos diciéndole a nuestros vecinos o compañeros de trabajo que somos hermanas”, indica Qwin, que tuvo que renunciar a un trabajo porque descubrieron su orientación sexual y la amenazaron con contárselo a su padre mientras que sus superiores, cuenta, la chantajeaban y le pedían sexo a cambio de guardarle el secreto.

Las dos han sido objeto de agresiones homofóbicas. “Una vez unos hombres golpearon a Qwin en un club porque ella rechazó sus insinuaciones, nos tiraron las bebidas encima y nos insultaron. También hemos recibido mensajes desde cuentas falsas amenazándonos con exponernos públicamente en los medios de comunicación”, detalla Julz. Ataques en las redes sociales, amenazas, incluso de vez en cuando invitan a amigos varones a sus casas para que se hagan pasar por sus novios y les digan cosas como “cariño, y todo eso”, dice.

Aunque no es su caso, Qwin y Julz cuentan que en Uganda es habitual que las familias deshereden a las personas LGTBI. “A muchas personas las ha desheredado, les han pegado o les han negado el acceso a la escuela por ser gays. Afortunadamente también hay familiares que los apoyan aunque eso no sea bien recibido por el resto de miembros”, señala Qwin.

“Yo cambiaría las actitudes homofóbicas de la gente, les haría ver que las personas LGTBI también somos humanos, que nacimos así. Qwin y yo estamos juntas porque nos amamos. Es fantástico tenerla al lado. Nos completamos”, concluye Julz.

Venezuela: Gerardo y Rafael

“Llegó un momento en el que tuvimos que asimilar que lo nuestro era algo más que un polvo”, dice sin tapujos el caraqueño Gerardo Márquez, que lleva bien al día las cuentas de su relación con Rafael Vanezca. “El día 16 de octubre cumplimos ocho años”. Gerardo asegura que él ya estaba “muy fuera del closet [armario]”. A Rafael le costó un poco más. “Yo lo llevaba calladamente. Salí del closet muy viejo, a los 26, a raíz de un accidente cerebrovascular. En ese momento decidí vivir mi vida”, cuenta.

Tras la boda de una hermana a la que asistió solo a pesar de llevar años emparejados, tomó la decisión de hacer pública su relación. “El día siguiente de la boda les dije: ”Miren, yo tengo una relación con Gerardo“ y me dijeron que ya lo sabían, como lo más normal del mundo. Después lo dije en la oficina, en la calle y ya todo normal”.

En Venezuela la homosexualidad no está penalizada aunque el país, recalca Gerardo, “está atrasadísimo junto a Guyana [donde es ilegal], Bolivia, Perú y Paraguay en cuanto a reconocimiento de derechos LGTBI. Aquí todavía se sigue considerando al gay menos válido que al hombre normal”, lamenta. El rechazo, “que curiosamente es mayor cuanto más arriba se esté en la escala social”, matiza, lleva por ejemplo a que la orientación sexual se haya utilizado en algunas ocasiones como arma arrojadiza para desprestigiar a algún candidato político.

“No hay ningún diputado luchando por el matrimonio LGTBI, no hay representantes LGTBI en la Asamblea y si los hubiera están en el closet”, apunta Gerardo, quien no cree que las cosas vayan a mejorar en el corto o medio plazo: “No hay una voluntad política ni por parte del gobierno ni de la oposición de crear un marco legislativo”. En su país, sostiene, “el gay es la loca de la serie de televisión, el maricón de los chistes, se le da un trato muy denigrante”, afirma este licenciado en Comunicación Social.

Pese a todo, reconocen que a nivel social y cultural las cosas han mejorado en los últimos años. No hablan de homofobia aunque reconocen que todavía se dan situaciones extremas. Hablan, por ejemplo, de un amigo cuyo padre era alcohólico y se veía obligado a dormir con un bate porque algunas madrugadas “llegaba borracho y le tumbaba la puerta de la habitación plantándose con un cuchillo a matarlo porque él no iba a tener un hijo marico”. O de una familia que no acudió a la graduación de su hijo. “Pudo más la vergüenza del hijo homosexual que el orgullo del hijo graduado”, sentencia Gerardo.

En su día a día, Rafael y Gerardo, que colaboran en la fundación Reflejos de Venezuela impartiendo charlas o difundiendo materiales educativos dirigidos principalmente a familias con hijos o hijas LGTBI, han aprendido a “des-sexualizar” las tareas domésticas. “Aquí los roles el patriarcado son un gran tema. ¿Quién lava los platos?, te preguntan. Los platos no tienen género. La cosa es que esto lo hago yo no porque sea hombre o mujer sino porque para mí es menos incómodo. Hemos visto casos de parejas en las que esto se convierte en motivo de separación, ¡la casa se los come!”.

Cuando se les pregunta cuál ha sido la experiencia más difícil para ellos no dudan en decir que la muerte de la madre de Rafael. “Ahí ya la familia de Rafael lo sabía pero claro, una cosa es eso y otra que se entere hasta el hijo de la vecina”, añade Gerardo, quien subraya que aquello los unió mucho como pareja, “poder estar en las malas”.

En las malas y en las buenas. Como unas vacaciones en Lima hace tres años. “Allí nos dimos nuestro primer beso emblemático en lugares públicos”, desvela Rafael. Y empezaron a coleccionar besos: frente a la catedral de Lima, en el balcón de la alcaldía de la capital de Perú, frente al Palacio de la Moneda en Chile, ante el Congreso de la República de Venezuela… “Hay gente que piensa que esto es contra natura, una elección, una inclinación, pero nosotros no vivimos a 45 grados”, dice Gerardo inclinándose sobre sí mismo entre risas. “Vivimos como el resto”.

Vietnam: Nguyen Hai Yen y Huong

La historia de Yen y Huong no es de dos sino de tres. Cuando Yen conoció a Huong esta tenía un bebé de su anterior matrimonio. “Llevamos ya cuatro años juntas pero al principio no fue fácil. Por un lado, porque nuestra relación no era aceptada por ser del mismo sexo y por otro, porque mi pareja había estado casada y tenía un bebé así que fue muy furo para ella que su familia la entendiera y aceptara la relación”, recuerda Yen por correo electrónico desde la ciudad vietnamita de Ho Chi Minh.

Estar juntas iba a ser un reto. En Vietnam las relaciones entre personas del mismo sexo no están penalizadas por ley. De hecho, el 1 de enero de 2015 entró en vigor una enmienda en virtud de la cual los matrimonios homosexuales dejaban de estar prohibidos aunque seguirían careciendo de validez legal, es decir, desde ese día las parejas pueden celebrar bodas simbólicas sin el riesgo de ser multadas aunque no serán legalmente un matrimonio a todos los efectos y derechos de los que gozan los matrimonios heterosexuales. La adopción todavía está lejos de ser una realidad.

“Durante los dos primeros años de estar juntas tuvimos que criar a la hija de Huong y hemos demostrado que podemos cuidar a una niña como cualquier otra pareja. Los padres aman a sus hijos y eso hacemos nosotras también”, explica Yen, que gradualmente se ha ido ganando la aceptación y el apoyo de la familia de su novia.

Yen es miembro activo de la organización de defensa de los derechos LGTBI “Living my life”. Los desafíos para las parejas del mismo sexo son muchos en Vietnam, reconoce Yen. “Antes del año 2008 no teníamos ninguna información sobre LGTB o sobre orientación e identidad sexual. No había una ley que nos criminalizara pero el matrimonio estaba prohibido. Éramos una comunidad totalmente invisible y carente de autoestima”, admite.

Invisibles por un lado y señalados en los medios de comunicación “como el mal, como pecadores, seguidores de un estilo de vida occidental contrario a la tradición”, apunta. “Ni las familias nos aceptaban ni se hablaba de esto en la escuela. Lo masculino era respetado, la heteronormatividad era el único estándar social”, añade la vietnamita quien resalta que ni tan solo dentro de las comunidades LGTBI se entendían unos a otros. “No había solidaridad entre nosotros pero ahora las cosas están cambiando”.

“Ahora nos podemos dar la mano en la calle o incluso besarnos con más facilidad que antes, pero somos conscientes de que todavía hay mucha gente que no entiende la homosexualidad. Hace falta tiempo”.