Hace algo más de un mes Amaya Egaña se suicidaba en Barakaldo cuando iba a ser desahuciada. No fue el primer suicidio en España por este motivo (ni el último, desgraciadamente). Pero provocó una reacción de los medios de comunicación y el Gobierno que no habían provocado los anteriores, y dio lugar a algunas medidas, ya veremos si eficaces, para acabar con el drama de los desahucios. ¿Por qué sí se reaccionó con Amaya y no con Juan, Isabel o José Domingo? No tengo la respuesta.
La matanza de la escuela de Connecticut no es la primera, y ojalá sea última. Lo que sí está claro es que ha provocado reacciones nunca vistas. Las declaraciones de Obama son de las más claras que un presidente estadounidense ha hecho jamás sobre uno de los temas que más dividen a los ciudadanos de su país. Por dar algo de contexto, una encuesta de Gallup de Octubre de 2011 arrojaba este dato: el 47% de las personas en EEUU tienen un arma en su casa o en su propiedad, la cifra más alta desde que Gallup comenzó esta encuesta en 1993.
En menos de tres días la plataforma online de peticiones a la Casa Blanca, We the People, ha batido su récord: casi 160.000 personas han firmado una petición creada por un ciudadano pidiendo a la Administración Obama que promueva legislación para restringir el acceso a las armas. Varios congresistas y senadores ya han anunciado que presentarán legislación para reducir la facilidad con la que se pueden conseguir armas en EEUU. ¿Será esta la gota que colmará el vaso? ¿Se abordará de una vez por todas el control de las armas en EEUU?
Pero la matanza de Connecticut ha abierto otra conversación aún más difícil si cabe: la de los niños y adolescentes con enfermedades mentales. Liza Long tiene tres niños. El mayor, de 13 años, tiene graves problemas mentales que le provocan repentinos ataques de ira y violencia. Y Liza tiene miedo. En una dura y conmovedora entrada de su blog titulada “Pensando lo impensable”, Liza se atreve a decir “Yo soy la madre de Adam Lanza”. Y sigue: “Nadie quiere mandar a la cárcel a un genio de 13 años que adora a Harry Potter y su colección de animales de peluche. Pero nuestra sociedad (…) no nos da muchas más opciones. Entonces otra alma torturada se pone a disparar en un restaurante de comida rápida. En un centro comercial. En una guardería. Y nos retorcemos las manos y decimos ”Hay que hacer algo“.”
Y ese algo, para Liza, es el abrir una conversación sobre la salud mental y los problemas asociados. Difícil, porque hay que evitar estigmatizar a las personas que sufren estas enfermedades. Pero imprescindible, porque Liza no sabe cual será la gota que colme el vaso de su hijo. Y entonces será, otra vez, demasiado tarde.