Son las ocho de una fría mañana de otoño cuando el camión de la organización de voluntarios se detiene en el muro fronterizo entre México y Estados Unidos en Jacumba Hot Springs, California. Decenas de personas salen de tiendas de campaña improvisadas alrededor de pequeñas hogueras para darles la bienvenida, y hacen cola para conseguir algunas de las botellas de agua y sándwiches de mantequilla de cacahuete que reparte la organización.
Más de 200 personas acampan en este lugar a la sombra del muro fronterizo, uno de los tres sitios parecidos que hay en el desierto al este de la ciudad de San Diego, California. Las organizaciones de defensa de los derechos de los migrantes consideran que estos campamentos son centros de detención al aire libre. La mayoría de sus ocupantes han llegado a Estados Unidos a través de agujeros del muro y luego han solicitado asilo a las autoridades federales. Según cuentan, la patrulla fronteriza estadounidense les indicó que acudieran a estos campamentos mientras esperan que se tramite su solicitud.
Yazmín Calderón, una solicitante de asilo colombiana de 40 años que afirma haber huido de la violencia intrafamiliar y de las amenazas de grupos criminales, explica que fue interceptada por las autoridades estadounidenses hace cuatro días. Cuenta que la patrulla fronteriza le dio una pulsera que indica la fecha de su llegada, supuestamente para ayudar a procesar a los migrantes en el orden en que cruzaron la frontera. Pero no sabe qué le ocurrirá a continuación ni cuándo. Cuando Calderón preguntó, dice que los guardias no le respondieron: “Te miran con rabia, asco, desprecio. Así que estamos sin rumbo porque no sabes a quién preguntar”, cuenta ella.
Tras una larga travesía que la ha llevado hasta Estados Unidos, ahora las condiciones en el desierto le resultan difíciles de soportar. Piensa que lo peor es el frío nocturno. A mediados de noviembre en este desierto, las temperaturas nocturnas pueden bajar hasta -1 grado centígrado, y hace poco llovió.
“Entre todos, nos acurrucamos, nos abrigamos, buscamos la manera de mantenernos calientes porque la noche en el desierto es dura”, cuenta. Las botellas de agua se congelan durante la noche.
Bondad Frontera
Jacqueline Arellano, directora de programas en Estados Unidos de Bondad Frontera, una organización sin ánimo de lucro de ayuda a los migrantes, explica que la patrulla fronteriza afirma que las personas que se encuentran en estos lugares no están detenidas. “Sin embargo, si se le entrega a una persona un brazalete, se le dan los parámetros e instrucciones de dónde estar y sabe que tiene que cooperar con la patrulla fronteriza para cumplir con el proceso de asilo al que tiene derecho legal, ¿cómo puedes afirmar que no está detenida?”, se pregunta. Según Arellano, ningún organismo gubernamental estadounidense se ocupa de estos migrantes, sino que la ayuda se deja en manos de organizaciones de voluntarios como la suya. Los voluntarios de Bondad Frontera suelen adentrarse en los desiertos y montañas de la frontera entre Estados Unidos y México para entregar agua y suministros a los migrantes. Ahora también ayudan con la asistencia diaria a los migrantes en los campamentos de Jacumba Hot Springs.
Los migrantes suelen permanecer en los campamentos bastantes días hasta que las autoridades los llevan a otro centro para tramitar sus solicitudes de asilo. Explica que la patrulla fronteriza a veces pide a los voluntarios que lleven productos específicos para los migrantes que los necesitan. “En el pasado nos hemos sentido rechazadas, pero ahora las autoridades confían en nuestra organización”.
El Servicio de Aduanas y Protección de Fronteras dijo a The Guardian que está “movilizando todos los recursos y las alianzas para procesar y filtrar a los migrantes de acuerdo con la ley”. “La agencia sigue aumentando recursos de personal, transporte, papeleo y ayuda humanitaria en las áreas más activas y duras en toda la región fronteriza de San Diego donde los migrantes son dejados por organizaciones de traficantes sin escrúpulos y con ánimo de lucro, a menudo sin la preparación adecuada”.
La tía Bunny
Mientras los voluntarios hacen rondas para ver cómo se encuentran los migrantes del campamento, llega un nuevo grupo de una treintena de migrantes a pie. Van cargados con mochilas, están cubiertos de polvo y parecen estar cansados. Una furgoneta de la patrulla fronteriza pasa por su lado sin detenerse.
Entre los voluntarios de Jacumba Hot Springs se encuentra una mujer a la que algunos migrantes llaman “tía Bunny”, y a la que The Guardian prefiere no identificar para proteger su identidad.
Nacida y criada en la región desértica, ella explica que forma parte de su cultura aprender técnicas básicas de primeros auxilios y supervivencia, como tratar las mordeduras de serpiente de cascabel y apagar incendios. Desde hace más de un mes, la tía Bunny está al frente de la atención médica en estos campamentos. Visita a los migrantes varias veces al día: clasifica a los recién llegados, supervisa a las personas con enfermedades crónicas y cura las lesiones, todo ello con suministros donados y que carga en la parte trasera de su todoterreno.
Considera que la situación es caótica. “Si nuestro Gobierno va a permitir que esto suceda, y lo está haciendo, tiene que abordarlo de una manera más apropiada. Una botella de agua al día y una barrita de cereales –eso es lo que el servicio de protección de aduanas está dando a la gente– no tienen un aporte calórico lo suficientemente alto”, lamenta.
La deshidratación es un gran problema que el frío nocturno agrava. Las personas con diabetes, hipertensión y otras enfermedades no pueden tratarse adecuadamente en los campamentos improvisados, y algunas han perdido su insulina, inhaladores y otros medicamentos al cruzar la frontera.
La mujer también se ocupa de las heridas sufridas durante el viaje hacia el norte, especialmente las causadas por el paso del Darién, la traicionera selva de Panamá. “Las heridas del Darién se infectan y empiezan a reventar”, explica. “Es un caos, un desastre”.
Crisis climática
La travesía desde países latinoamericanos hasta Estados Unidos siempre ha sido peligrosa, pero la crisis climática la está haciendo aún más dura. Con temperaturas récord en el sur de Estados Unidos, los voluntarios que atienden a los migrantes en el desierto trabajan sin descanso para cubrir necesidades cada vez mayores.
Entre octubre de 2021 y septiembre de 2022, al menos 853 personas murieron en el cruce ilegal de la frontera entre Estados Unidos y México, según datos internos de la patrulla fronteriza obtenidos por la cadena de televisión CBS. Se trata de una cifra récord. Y la total será superior, ya que los datos oficiales solo tienen en cuenta los cuerpos que se han recuperado.
Todos los fines de semana, voluntarios del grupo de búsqueda y rescate de la organización Armadillos, cuyo lema es “ni un migrante menos”, se adentran en el desierto de California y Arizona en busca de restos mortales. “Es un trabajo muy peligroso”, dice César Ortigoza, cofundador del grupo. “Tenemos que congelar el agua que llevamos, porque cuando nos adentramos en el desierto muy temprano por la mañana, dos o tres horas después, el agua ya está caliente”.
Cuando los voluntarios encuentran un cadáver, a menudo un esqueleto rodeado de objetos personales, cuelgan fotos en las redes sociales para ver si los familiares pueden identificarlo. Ortigoza cuenta que en una ocasión la mujer de un desaparecido identificó la pulsera de los restos que encontraron en el desierto. Era uno de los cuatro primos que habían viajado al norte desde México; Armadillos acabó encontrando dos de sus cadáveres en el desierto.
A continuación, los voluntarios de Armadillos avisan a la patrulla fronteriza de las coordenadas exactas de los restos, para que puedan recogerlos y realizar las pruebas forenses pertinentes. Por último, ponen en contacto a las familias con sus consulados, que trabajan con el Gobierno estadounidense para repatriar los cuerpos de sus seres queridos. “Somos la única esperanza que tienen nuestros hermanos y hermanas de recuperar a sus seres queridos”, dice Ortigoza. “Cuando ayudamos a devolver el cuerpo a su familia, también sentimos una paz interior y nos sentimos orgullosos del trabajo que hacemos”.
Necesidades mayores
Organizaciones como Bondad Frontera y Armadillos señalan que hacen un trabajo que corresponde a las autoridades.
En la propuesta presupuestaria de la Casa Blanca publicada el mes pasado, el presidente Joe Biden incluyó fondos para la seguridad fronteriza con el fin de aumentar el número de personas que trabajan en casos de solicitudes de asilo y añadir más agentes de la patrulla fronteriza.
Los voluntarios tienen trabajos diurnos, y trabajan en la ayuda a los inmigrantes de madrugada y los fines de semana. La tía Bunny y otros voluntarios locales son jubilados.
Arellano, de Bondad Frontera, asegura que los recursos de los grupos de ayuda y de los voluntarios locales se están agotando. “Los programas que ya estaban proporcionando apoyo vital a lo largo de la frontera ahora proporcionan apoyo vital en los centros de detención al aire libre. Estamos al límite, nuestros recursos se están agotando y alguien puede morir”.
En su opinión, esta situación es insostenible tanto a corto como a largo plazo. “No creo que el público en general, ni siquiera los propios afectados, sea consciente de que la crisis climática está propiciando las migraciones. Sin duda, es un factor relevante. Y está dificultando enormemente las labores de ayuda. La necesidad de proporcionar suministros es mayor que nunca. La cifra de muertes es más alta que nunca. Tenemos que reponer suministros más rápido”.
“La parte que más me indigna, creo, es que esta situación es innecesaria”, lamenta la tía Bunny. “He oído a agentes fronterizos decir que los migrantes contarán a sus amigos cómo es la situación aquí y que eso hará que no vengan. Pero sus amigos vendrán de todos modos. Mi abuela quería venir a Estados Unidos desde Irlanda y lo hizo. Y si no lo hubiera hecho, mis nietos no existirían”.
Calderón, la solicitante de asilo colombiana, se siente frustrada por la espera en las duras condiciones del desierto. Sin embargo, también siente que está en la última etapa de un viaje largo y difícil, y está esperanzada: “Es gratificante pensar que puedes lograr tus objetivos, porque eso es lo más importante: proteger nuestras vidas. Conseguir asilo, empezar a ganar dinero y ver si podemos proteger la vida de nuestras familias”. Más que suministros, lo que quiere es poder tramitar su solicitud de asilo y empezar a trabajar. “Si me preguntas qué necesito ahora mismo, no es comida ni mantas. Es que nos saquen de aquí”, dice.
Traducción de Emma Reverter.