Las autoridades griegas amenazan con echar el cierre de Pikpa, el campo de refugiados autogestionado de Lesbos

“En Pikpa se puede ver cómo somos capaces de defender nuestros valores, cómo podemos construir una comunidad saludable, cómo podemos crear un lugar seguro y digno”. Son palabras publicadas en el perfil de Facebook de Ahmed (nombre ficticio) un refugiado sirio que llegó a la isla griega de Lesbos el año pasado.

Con este gesto, Ahmed se ha sumado a la campaña #SavePikpa [Salvemos Pikpa] en apoyo al campo de refugiados autogestionado, horizontal y asambleario de la isla griega de Lesbos. El espacio, conocido como Pikpa Camp pero que en 2016 cambió su nombre por el de Lesvos Solidarity, corre el riesgo de cerrar sus puertas al ser considerado “peligroso para la salud pública y el medio ambiente” en un informe de las autoridades de la Región del Egeo Septentrional.

Carmen, portavoz de Lesvos Solidarity, explica en una conversación con eldiario.es que fueron sometidos a una inspección en un “momento de emergencia”, cuando tuvieron que albergar a 350 personas más de lo habitual, superando su capacidad. “Nadie respondía a esta crisis”, asegura. Estos inquilinos a los que hace referencia la activista son un grupo de personas kurdas que se vieron obligadas a salir del campo de Moria tras una serie de enfrentamientos, y buscaron refugio y protección en las instalaciones de Pikpa.

Son muchas las voces que estos días cuestionan estas exigencias administrativas que pueden abocar al cierre de Pikpa Camp, que contrastan con el silencio frente a las débiles condiciones de seguridad y salubridad en Moria, el campo gestionado por el Gobierno griego, también en la isla del Egeo.

Desde que en marzo de 2016 la Unión Europea y Turquía firmaran el acuerdo para frenar el número de personas que desembarcaban en las islas griegas, el flujo de llegadas ha disminuido, pero las islas del país heleno se encuentran saturadas. Tras el pacto con Turquía, cuando una barca es interceptada en aguas griegas, sus ocupantes son enviados a Centros de Recepción e Identificación en las islas donde tienen que esperar a que se tramite su petición de asilo y ser trasladados al continente, un procedimiento que se está alargando durante meses y se traduce, para muchas personas, en desesperación.

Esto es lo que ocurre en el campo de Moria, donde malviven 8.000 personas en unas instalaciones diseñadas inicialmente para albergar a algo más de 2.000. Las condiciones extremas en las que están atrapadas miles de personas han sido objeto de denuncia constante por parte de migrantes, activistas y ONG. El pasado mes de febrero, la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) publicó un comunicado alertando del riesgo de violencia sexual al que se enfrentan mujeres y menores en estos centros.

Escenarios tan adversos como este contrastan con lugares como Pikpa Camp donde, defienden desde la ONG, tratan de proteger la integridad y dignidad de las personas migrantes. A día de hoy, el campo autogestionado acoge a 108 personas, según indica Lesvos Solidarity.

Para preservar este clima de refugio y seguridad, la organización asegura haber “subsanado todas las incidencias” tras la inspección, entre ellas mencionan la fuga en un tanque de agua de las máquinas de lavandería y las deficiencias en el área de la cocina común, donde los refugiados cocinan sus propios alimentos. 

Desde la ONG señalan que todo lo acontecido responde a una “decisión por motivos políticos”. “No es la primera vez que recibimos amenazas y presiones para conseguir el cierre”, sostiene la portavoz, que argumenta que, además de un campo de refugiados, son “un símbolo de solidaridad local e internacional. ”Bajo el lema 'todos juntos', somos los únicos en aportar soluciones“, dice, a las circunstancias de emergencia en la isla.

“Dejarán a cientos de personas indefensas”

Ese mismo lema queda claro desde la entrada al recinto. En el edificio principal de ladrillo, se puede leer en varios idiomas como inglés, griego o árabe, un mural que a golpe de vista describe el ambiente que se respira: “Todos juntos”. Este particular campo se encuentra muy cerca de Mitilene, la capital isleña, y a escasos metros de las playas del sur, y se sitúa en un terreno propiedad de las autoridades griegas, pero que fue ocupado para dar salida a este proyecto.

La iniciativa se organiza de manera asamblearia y horizontal, y se ha mantenido al calor de los voluntarios locales e internacionales y gracias a la colaboración de otros colectivos o asociaciones que brindan ayuda y recursos. En él se han alojado personas altamente vulnerables, “como mujeres que llegan solas con sus hijos, familias completamente faltas de recursos, enfermos terminales, etc”, explicaba  Yanis, un joven griego voluntario durante una visita de eldiario.es a las instalaciones. En todos estos años, han atendido a más de 30.000 personas, según sus cifras.

Son muchas las voces que, desde distintas partes del mundo, han salido en defensa de Pikpa para evitar el cierre del campo con la campaña 'Salvemos Pikpa'. Entre ellas está la ONG española Proem-Aid, quienes han colaborado en numerosos proyectos desde 2015. “Este campamento ha permitido dar dignidad y ser solidarios con familias que huyen de las guerras, huérfanos sin presente, homosexuales perseguidos en sus países de origen”, comenta la ONG. “Quieren cerrarlo por políticas que se oponen a valores fundamentales, dejando a cientos de personas indefensas”, alertan.

Además de las trabas de la administración, en Lesvos Solidarity se han topado con las de vecinos y hoteleros, que han emprendido un proceso judicial porque, según la portavoz, “se quejan de perder turistas” y aseguran “sentirse incómodos” con la presencia del campo de refugiados en la zona.

A pesar de las dificultades y de estar viviendo, dicen, momentos de “estrés y desconcierto”, desde la ONG tienen claro que van a “seguir resistiendo” por “todas las vías legales” para salvar Pikpa, el refugio a orillas del Egeo. Aunque no esté reconocido como un campamento oficial, sí que se ha convertido en un punto clave en la red de solidaridad que ha ido creciendo en los últimos años en Lesbos. La misma en la que han participado, desde el inicio, quienes impulsaron el proyecto para dar respuesta a una crisis humanitaria que hoy sigue vigente.