Han dicho basta. La deportación sin previo aviso de un grupo de malienses del Centro de Internamiento de Extranjeros de Valencia les hizo estallar: 11 internos permanecen sin comer desde entonces. Se sienten silenciados, quieren hablar, y muchos no temen represalias. “Ya me da igual; preferiría morir de hambre que regresar a mi país así”, explica Abdou desde el interior del CIE, el mismo día del cumpleaños de una de sus hijas.
El pasado 15 de abril se despertaron con una buena noticia: “Recoged vuestras cosas. Os vais”. Un grupo de malienses salía del CIE, supuestamente en libertad. Mario, de origen latinoamericano e internado desde hace 20 días, describe lo ocurrido aquel día. Les avisaron a las 7 de la mañana. “Los chicos contaban que les habían dicho que salían en libertad, a un centro de una ONG”, relata. Pero no fue así. “Llamé a gente de la organización y pronto descubrimos que no habían sido liberados”. Se dirigían a Madrid, para tomar un vuelo fletado con dirección a Mali donde, aunque la situación comienza a estabilizarse, el conflicto continúa encendido en la zona norte del país, según Acnur. Esta fue la chispa que despertó una ira encorsetada durante sus días de internamiento.
Entre los malienses trasladados se encontraban diferentes perfiles, según relatan varios de los internos con los que ha contactado eldiario.es. Algunos habían llegado directamente del CETI de Melilla, otros vivieron en España durante años. Todos fueron trasladados a Madrid sin tiempo para avisar a los familiares y amigos que dejaban atrás. Finalmente, gracias a la presión de ONG, se frenó la expulsión de nueve de ellos en el último momento: estas personas no habían sido informadas de su derecho a solicitar asilo hasta su llegada a Madrid, según denuncian activistas de la Campaña por el cierre de los CIE, quienes les comentaron esta posibilidad cuando ya estaban en la capital preparados para la deportación. Después de movilizar a Acnur, a la Defensora del Pueblo y a la Oficina de Asilo y Refugio, lograron que su petición fuese atendida. “Aquí no dan asilo a nadie, no nos informan de nada”, dice Mario.
Por este motivo, la Campaña ha presentado una queja ante los Juzgados de Instrucción número 3 de Valencia, encargado del contro del CIE, por el incumplimiento del derecho a la información sobre protección internacional en el centro de internamiento de Zapadores: la ley establece la obligatoriedad de la existencia de folletos y que los internos conozcan por varías vías esta posibilidad, pero las diferentes organizaciones denuncian su inexistencia.
Las razones de la huelga
Llevan cinco días sin probar bocado. Preguntados por los motivos, todos les mencionan a ellos, los malienses, y la manera en la que fueron expulsados de una hora para otra. Pero esto va más allá. Rápido aparecen otras muchas razones de queja, las “injusticias” del día a día.
Mario lleva 11 años en España. Cotizó durante ocho y, según explica, una pelea derivó en su ingreso en prisión durante 50 días. “Me quitaron la tarjeta, me quedé indocumentado”, relata. El pasado 28 de marzo le llamaron de la Comisaría. “Decían que tenía que firmar una medida cautelar, no entendí muy bien qué era”. Una vez allí, se ocupó de él la Brigada de Extranjería. Aquel día fue trasladado al CIE de Zapadores. “Luchar contra el CIE desde dentro es imposible. Estamos silenciados. Nuestras quejas se quedan entre estas paredes”, señala.
Llega la hora de la cena y Mario se niega a comer. “Nombre y celda”, pregunta el policía de turno. “Creo que es una forma de presionar, saben muy bien las personas que continuamos en esta lucha. Empezamos siendo 97. Muchos la han dejado por las intimidaciones del director. Nos reunió para decirnos que no servía para nada, que los medios no se enterarían y que solo complicaría las cosas”, explica.
Quiere contar más: “Cada noche, a las 23:45, cierran las celdas de la planta de los hombres bajo llave. Si quieres ir al baño, no puedes. Si te duele la tripa, por más que grites nadie viene a abrir. Cuando no podemos aguantar, no nos queda otro remedio que hacer nuestras necesidades en una botella o en una bolsa. El resto de nuestros compañeros de habitación deben aguantar el olor y dormir en esas circunstancias”, denuncia Mario.
Lara, también latinoamericana, se refiere a esta situación “degradante” de sus compañeros como otra de las razones de su huelga, a pesar de que a ella no le afecta. “En la planta de las mujeres sí mantienen las puertas abiertas durante la noche, pero ellos tienen que soportar dormir así… Es horrible”. Ella vive en España desde hace 6 años. Trabajaba en el sector doméstico, en los empleos que le surgían. Lleva 10 días encerrada. “Yo no me quiero ir, yo quiero trabajar. Desde aquí estoy manteniendo a mis dos hijas, que siguen en mi país”.
“Cómo voy a estar… un poco agobiado. Hoy es el cumpleaños de mi hija, que vive aquí con mi ex pareja. Cree que estoy de vacaciones”. Abdou, de origen subsahariano, lleva 10 años en el país. Su novia actual, española, está embarazada. Desde hace 35 días no está en casa con ella. Durante dos años su situación era regular, pero su forma de ganarse la vida, vender discos en la calle, le arrebató el papel que le permitía caminar por Valencia sin la preocupación de imaginarse donde ahora está. Privado de la libertad, pendiente de la expulsión. “Allí no tengo nada… he construido todo aquí”.
“No me parece justo que nos deporten como si no fuésemos personas. Como si no importase la vida que tenemos fuera. Sin avisar. Eso es lo que hicieron con los malienses, pero puede pasarnos a cada uno de nosotros cualquier día”, detalla, sorprendido ante la pregunta: “¿Por qué estás en huelga de hambre?”. “¿Las razones? No imaginan cómo estamos aquí… Estamos unidos, estamos alicaídos, pero nos da igual, ya no hay nada que perder”.
Todos los internos con los que hablamos tienen palabras para ellos. Abdou, Lara y Mario están preocupados por los “melillenses”. Así llaman a las personas de origen subsahariano que, después de permanecer meses en el Centro de Estancia Temporal de Melilla, han sido trasladados al CIE de Zapadores. “La mayoría llevan cerca de 40 días, están derrumbados. Nadie les viene a visitar, les han encerrado aquí y no tienen nada”, describe Abdou. Tras lograr saltar la alambrada de seis metros de altura que separa Marruecos de la ciudad autónoma, llegó la euforia. Después, la espera en régimen de libertad. Luego, la espera sin ella. Ahora, el terror a regresar, a que todo quede en nada.
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Nota: Todos los nombres utilizados son ficticios para proteger a los internos que han querido hablar con eldiario.es. Por este mismo motivo no se ha detallado su nacionalidad concreta.