“¿Crees que después de todo cambiaré de opinión?”

“La Jungla ha acabado, La Jungla ha acabado”, grita Ibrahim sonriendo mientras graba con su teléfono móvil las últimas horas de vida de este asentamiento bautizado desde hace años con ese nombre. Apenas ha amanecido y los gritos de este joven sudanés despiertan a quienes aún duermen en las tiendas todavía mojadas por la lluvia del día anterior.

El resto, la mayoría, espera a las afueras del campo, donde se ha establecido un puesto de control para identificar a los refugiados que, voluntariamente, quieran pasar este invierno en los Centros de Acogida y Orientación construidos en toda Francia.

El ambiente es frenético, como si se tratase de una terminal de aeropuerto. Jóvenes que vienen y van. Hay quienes quieren ir a estos centros porque se niegan a pasar más meses a la intemperie. Es el caso de Izra, quien conoce lo que significa un invierno en Calais. “Mi objetivo es llegar a Reino Unido y así ha sido desde que salí de mi país hace dos años”, confiesa en el camino hacia la salida de autobuses mientras arrastra su maleta. “Pero esto es una oportunidad única para nosotros. Por fin se nos trata como seres humanos. Allí tendremos tiempo para pensar sobre nuestro futuro”.

Como Izra, muchas son las personas que piensan que esta operación llega tarde. “Demasiado tarde, diría yo”. Habla, rodeado de micrófonos, Jean-Claude Lenoir, presidente de la asociación Salam, una de las primeras en llegar a este campo hace más de una década. “En este lugar ha habido personas que han muerto intentando cruzar la frontera porque no se han establecido unas vías seguras para ello”, afirma en referencia al niño afgano atropellado este verano por un camión. “Se podría haber ahorrado mucho sufrimiento”.

Tanto Salam, como otras grandes asociaciones, respaldan la evacuación del campamento, aunque se quejan de la rapidez y la falta de información previa a la ejecución.

“Reino Unido es Reino Unido”

También hay quienes se niegan a marcharse de aquí. Saif (nombre falso), un joven paquistaní de 25 años, es consciente de las escasas posibilidades que tiene de recibir asilo en Francia, por lo que seguirá intentando llegar a Reino Unido, a pesar de que el asentamiento vaya a ser destruido esta semana.

“Salí de mi país hace tres años porque allí no tenía trabajo. He estado en Italia, allí trabajé durante un año, pero en condiciones muy malas. Intenté viajar desde Portugal a Irlanda, pero no fue posible. Me devolvieron en el aeropuerto de Dublín”.

De los 30 días que lleva en La Jungla ha intentado cruzar la frontera 21 noches y pasó cinco días en la cárcel. Ahora se pregunta con incredulidad: “¿Crees que después de todo esto cambiaré de opinión? Ya he pasado por lo peor”.

La respuesta a quienes no quieran marcharse de Calais será firme. Un centro de retención gestionado por el Ministerio del Interior, como podría ser un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) en España, será su destino. Un lugar donde los derechos humanos no están garantizados y en los que existe el riesgo de que sean deportados a sus respectivos países.

Aunque la salida se focaliza en las afueras, en el interior del campamento aún hay vida. Grupos de migrantes se reúnen alrededor de fogatas para calentarse del frío y la noche que empieza a caer. Muchos no han podido subir a los buses hoy debido a la masiva afluencia; otros, han preferido esperar a mañana.

“Habrá menores gente y también necesito tiempo para pensarlo. Es una decisión complicada. No he venido hasta aquí para nada, para quedarme a unos kilómetros (una veintena) de Reino Unido”, confiesa Adel mientras comparte una taza de té con sus compañeros. Para este exiliado político procedente de Barentu, al oeste de Eritrea, pedir asilo en Francia supondría renunciar definitivamente a su sueño de Inglaterra. “Si me voy es porque no hay otra opción”, admite. No descarta la posibilidad de volver a Calais después del invierno.

Incertidumbre respecto al futuro

El futuro no es tan claro para los 1.300 menores censados por France Terre D’Asile. La semana pasada fueron acogidos cerca de 200 por el gobierno británico, pero su colaboración no parece ir más allá.

“Ahora estos jóvenes se encuentran en un limbo. Tienen el derecho de reubicarse en Reino Unido con sus familias, pero no son aceptados. Por otro lado, en Francia, no se han preparado centros específicos para ellos. Es una locura”, explica Liam, un voluntario de la asociación Youth Refugee Service.

“Les intentamos informar de lo poco que sabemos. Hasta ahora hemos recogido en una lista sus datos personales para garantizar su seguridad, pero su futuro es el más incierto de las personas que están aquí”, añade.

Las incógnitas sin responder

A pesar de la milimetrada operación, que ha contado con fuerte dispositivo policial (con cerca de 3.000 gendarmes), muchas son las preguntas sobre lo que pasará en los próximos días.

Por un lado, se desconocen las condiciones de los centros donde se alojarán los refugiados y hay miedo de que estos no sean bien recibidos por los ciudadanos. Por otro, tal y como informaba este lunes L’Auberge de Migrants en un comunicado, en menos de dos meses se han inscrito 1.700 voluntarios que acompañarán a los refugiados en el proceso de establecimiento en los centros repartidos en el país.

La operación se ha desarrollado sin mayores incidentes. Tan solo un enfrentamiento en la cola de espera a la entrada de la nave industrial donde se continúa realizando el proceso de identificación.

Allí las autoridades francesas repiten su protocolo desde primera hora de la mañana: muestran a los refugiados un mapa de Francia con las diferentes regiones donde pueden ir y ellos deciden su destino para los próximos meses.

Más tarde, trabajadores del Auntamiento de Calais comprueban uno a uno que tienen una pulsera distintiva en su muñeca y, acto seguido, se suben al autobús. Eso sí, esta vez lo hacen sin esconderse, sin rajar ninguna tela de un camión ni reventar un candado. Esta vez no se juegan la vida. Esta vez, sin otra opción, viajan en dirección contraria a donde aún quieren llegar: Reino Unido.