La guerra ha acabado, pero Susana aún no sabe si podrá volver a casa o la ha perdido para siempre. Hace poco más de una semana escapó con lo puesto de Nagorno Karabaj, cuando las fuerzas azeríes irrumpieron en su localidad. Desde Ereván (Armenia), llamaba todas las mañanas a su hijo, soldado en el frente, para escuchar su voz y quedarse tranquila. La posibilidad de que resultase herido la angustiaba cada día, pero el anuncio del acuerdo de paz entre Armenia y Azerbaiyán tampoco le ha traído la calma. Hoy, dice, tiene más miedo que ayer.
“Estoy muy mal. Es difícil aguantar este dolor. Todas las pérdidas del pueblo armenio… ¿para qué?”, se pregunta la mujer, de 58 años, tras conocer el pacto alcanzado entre ambos gobiernos, con mediación rusa.
La declaración ha sido recibida con incomprensión por parte de su población y desplazados por el conflicto, que se ven “traicionados” por el gobierno armenio y la comunidad internacional. El pacto ha llegado tras el avance del ejército azerí durante los últimos días, tras la toma de Sushi (Susha para los azeríes), una de las principales ciudades de Artsaj, la autoproclamada república en el territorio de Nagorno Karabaj, reconocido por la comunidad internacional como parte de Azerbaiyán, pero poblado y controlado hasta el momento por ciudadanos de etnia armenia.
La región montañosa de Nagorno Karabaj, situada dentro de las fronteras de Azerbaiyán, ha sido fuente de tensiones desde antes de la creación de la Unión Soviética. La última guerra entre ambos estados por el control del territorio, desatada el pasado 27 de septiembre con clara ventaja militar del bando azerí, ha provocado el desplazamiento del 90% de los ciudadanos de Artsaj, tanto a Armenia como a otras zonas más seguras de la zona, según las cifras del Defensor del Pueblo del enclave. La mayoría son mujeres y niños, que aún desconocen cuándo y bajo qué condiciones podrán regresar a su lugar de origen. “Tengo miedo de no poder volver. Pero, ¿cómo vamos a volver? No sé… ”, cuestiona Susana, aún incrédula ante el repentino final del conflicto.
“Son malas decisiones. Me hubiese gustado que ganásemos, que pudiésemos volver a Artsaj. Nuestra casa, nuestra agua, nuestra tierra... Pero ya no hay casa, ya no hay pueblo”, reflexiona la mujer, sentada en un banco del patio de centro artístico donde ha sido acogida de emergencia en la capital del país.
El pacto incluye importantes pérdidas de territorio para Armenia, en el distrito de Agdam, la región de Kalbajar, y la región de Lachín, donde se encuentra la principal carretera que une armenia con la región. En este sentido, la declaración establece la definición de un plan de construcción de una nueva ruta a través del corredor de Lachín que garantice la comunicación entre Stepanakert y Armenia, controlado por Rusia. Según el acuerdo, los desplazados internos y los refugiados podrán regresar a Nagorno Karabaj y las regiones aledañas bajo control del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur), pero el poder en determinadas zonas en manos de su histórico adversario, Azerbaiyán, provoca la desconfianza entre los desplazados internos. Los 45 días de bombardeos por parte de las fuerzas azeríes y turcas en Artsaj han recrudecido los ya existentes recelos entre ambas poblaciones. A ello se suma el uso de las ilegales bombas de racimo, confirmado de forma independiente por Amnistía Internacional y Human Rights Watch; la contratación de mercenarios sirios y las acusaciones constantes del uso de armas químicas por parte de las filas azeríes.
La semana pasada, el presidente de Azerbaiyán, Ilham Alíev, defendió entre sus objetivos “garantizar el regreso de un millón de refugiados y desplazados a los territorios en los que solían vivir durante siglos, y después asegurar una coexistencia pacífica entre las comunidades azerbaiyanas y armenias en la zona”. El mandatario se refería al medio millón de azeríes desplazados tras la victoria armenia en la guerra desatada en la zona tras la disolución de la Unión Soviética, cuando Armenia se hizo con el control de Nagorno Karabaj y otros enclaves próximos que, según varias resoluciones de la ONU, pertenecían a Azerbaiyán.
Una convivencia complicada
Los desplazados armenios ven complicada una futura convivencia. “¿Quieren que viva allí con 'turcos' [en referencia a los azeríes]? No, no, no. Entrarían por la noche para matarnos”, indica Armine, quien dejó su casa en la región de Mardaguert acompañada de sus nietos. Es la tercera vez que huye a causa del conflicto enquistado entre Armenia y Azerbaiyán por el control de Nagorno Karabaj. “La primera vez, en los 90, destruyeron y quemaron mi casa, y la volvimos a construir. La segunda vez, nos robaron todo. La tercera vez no sé qué voy a encontrar. Si los turcos han llegado a un acuerdo con los rusos quizá ya sea la última vez. No se puede vivir ahí en esa situación”, reflexiona.
A María le cuesta valorar el final de la guerra sin romper a llorar. “Esto es el fin. Nuestro destino se ha decidido. Ya no hay Artsaj”, sentencia la mujer, quien trabajaba como profesora de alemán en Stepanakert, capital del enclave. “No podemos vivir al lado de los azeríes. Ellos han cogido mucho terreno y nos han dejado poco”, lamenta la mujer, quien escapó de los bombardeos junto a sus tres hijas menores de edad. A su lado, Armine la interrumpe con la intención de corregirla: “No lo han cogido los turcos [como se refiere a los azeríes], se lo han regalado, lo han vendido”.
María duerme desde hace un mes en este centro de acogida improvisado, junto a otras siete familias. Durante estos días alejada de su lugar de origen, con su marido en el frente, no ha sido fácil levantar el ánimo a sus tres niñas. Hace tres días, explicaba a elDiario.es sus constantes esfuerzos para evitar que sus hijas viesen sus lágrimas, por ser optimista frente a ellas y no transmitir preocupación. Hoy no lo intenta: “Están muy tristes. En todo este tiempo, no hemos estado tan desesperadas como hoy. Nuestros familiares en el frente nos preguntan qué está pasando, están en shock, no entienden qué está pasando”.
La esperanza rota de Armenia
Desde el inicio de la guerra, en una de las principales plazas de Ereván (Armenia), una gran pantalla proyecta en bucle las sonrisas de soldados en la línea de frente de Nagorno Karabaj. Las imágenes de las verdes colinas con jóvenes militares de apariencia heroica, los constantes partes de guerra disfrazados de optimismo, se suceden frente a la Ópera de la capital armenia, mientras varios niños corren y juegan a su alrededor. Este martes, los mensajes continúan, pero han perdido su significado.
El lema “vamos a ganar”, esparcido por las autoridades por cada rincón de la capital del país, se había impregnado entre los ciudadanos armenios y los desplazados de Nagorno Karabaj, mientras la información sobre su desventaja militar y el avance del ejército azerí auguraban escasas opciones de victoria.
Tras 45 días en los que las autoridades han tratado de mantener el ánimo entre la ciudadanía, repitiendo mensajes triunfales y restando importancia a parte del avance azerí, la caída ha sido más dura. Durante la madrugada de este martes, el anuncio del acuerdo de paz desató la ira entre cientos de ciudadanos armenios, que protestaron en Ereván contra el acuerdo de paz, considerado una “traición”. “No entregaremos Artsaj”, clamaban algunos de los manifestantes este martes.
El primer ministro armenio, Nikol Pashinián, lamentó el acuerdo firmado con Azerbaiyán. Según justificaba, el pacto era “la mejor solución” dado el avance azerí en Nagorno Karabaj. “El texto de la declaración es muy doloroso, personalmente para mí y para nuestro pueblo. Tomé esta decisión tras un profundo análisis de la situación militar y una valoración de personas que tienen un mayor dominio de la situación”, dijo. “Si la lucha hubiera continuado, habríamos perdido todo Artsaj en unos pocos días y habríamos tenido más víctimas”, añadió en un vídeo dorigido a la población.
Desde el lado azerí, su presidente, Ilham Alíev, ha celebrado que el pacto se haya construido sobre “la opción más ventajosa” para su país. “De hecho se trata de una rendición militar de Armenia”, dijo en un mensaje a la nación.
El pasado miércoles, en la ciudad fronteriza de Goris, Misha, de cerca de 70 años, aseguraba estar convencido de la victoria del ejército de Artsaj. Como antiguo combatiente en la anterior guerra, se aferraba a la “destreza militar” del ejército de tierra de Nagorno Karabaj, que les permitió vencer en los años 90. Todos, sin embargo, admitían que este conflicto era diferente. La mayor capacidad militar del bando azerí, debido al equipamiento de última tecnología de su aliado turco, reducían sus posibilidades. La mayoría de desplazados repetían el mensaje que aún empapela las calles y plazas armenias, ese “vamos a ganar” roto tras el acuerdo de paz.