Los desplazados del sur de Líbano esperan a que Israel se retire para regresar a sus hogares destruidos
![Niños y niñas juegan en el patio de un instituto en el se aloja un centenar de desplazados del sur de Líbano.](https://static.eldiario.es/clip/3f5dd029-aef0-4ec3-8e45-287c485c06b0_16-9-discover-aspect-ratio_default_1110091.jpg)
En un centro de formación profesional a las afueras de la ciudad libanesa de Tiro, viven varias familias desplazadas desde hace más de un año. Todas se marcharon de localidades del sur de Líbano por el intercambio de fuego diario entre la milicia chií Hizbulá y el Ejército israelí desde octubre de 2023, como consecuencia de la guerra en Gaza. En octubre de 2024, Israel lanzó una gran ofensiva contra esas poblaciones e invadió el territorio libanés ubicado junto a su frontera norte.
Lara, ama de casa de 37 años y madre de tres hijos, asegura que el pueblo del que procede su familia, Dahaira, está totalmente destruido. Ubicado a muy poca distancia de la Línea Azul –trazada por la ONU en 2000 para marcar el territorio del que Israel debía retirarse–, es una de las localidades que han sido invadidas por los militares israelíes en octubre y noviembre de 2024.
Lo que había quedado en pie tras la intensa campaña de bombardeos fue demolido con maquinaria pesada o dinamitado. “No es seguro volver ahora, esperamos poder volver pero no sabemos cuándo”, dice a elDiario.es Lara, en un aula que ha convertido en su hogar en los pasados 15 meses.
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Con los pupitres, ha creado un espacio donde cocina para toda la familia, mientras que sus hijos (de 10, 12 y 14 años) están en la escuela y su marido trabaja. “Intento cocinar con lo que tengo, sobre todo con las verduras del campo”, explica la mujer, cuyas hermanas viven en el aula de al lado y se dedican a cultivar un pequeño terreno cerca del centro educativo, en el marco de un proyecto para las mujeres desplazadas.
Lara está limpiando unas hortalizas recolectadas por sus hermanas y se desenvuelve con naturalidad en la que ya es su cocina. Admite que lo más complicado de vivir en este alojamiento temporal habilitado por las autoridades locales de Tiro es la gestión de los niños. “En el pueblo, estaban acostumbrados a entrar y salir, a estar en espacios más grandes”, lamenta.
En el aula, tienen una estufa para el frío y un ventilador para el calor; y una imprescindible pipa de agua. En medio de la estancia hay una mesa, alrededor de la cual se sienta la familia para comer, por el día; en el mismo espacio, por la noche, extiende grandes alfombras sobre las que coloca los colchones para dormir.
Lara, su esposo y sus hijos, así como las cerca de cien personas que residen en este instituto destartalado, están a la espera de que se cumpla el acuerdo de tregua entre Israel y Hizbulá, según el cual ambos bandos deben retirarse de sus posiciones entre la Línea Azul y el río Litani, en el sur de Líbano. Las tropas regulares libaneses deberían desplegarse en esa área para proteger la frontera del país y las fuerzas israelíes tendrían que abandonar por completo el país vecino antes del 27 de enero. “Estamos esperando que el ejército tome el control del pueblo de Dahaira”, dice la mujer, sin mucho optimismo.
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Israel no cumple con su parte del acuerdo
Este viernes, el Gobierno israelí ha anunciado que las tropas no se retirarán por completo del sur de Líbano este domingo. “El proceso de retirada de las Fuerzas de Defensa de Israel está condicionado por el despliegue en el sur de Líbano de las Fuerzas Armadas Libanesas y su ejecución efectiva del acuerdo, mientras Hizbulá se retira al norte del río Litani”, ha explicado en un comunicado la Oficina del primer ministro, Benjamín Netanyahu, en el que ha alegado que “Líbano aún no ha ejecutado completamente el acuerdo de alto el fuego”.
Por su parte, el Ejército libanés ha informado este sábado de que está “aplicando el plan de operaciones para mejorar el despliegue al sur del Litani”, pero que se ha producido un retraso “como resultado de la dilación en la retirada por parte del enemigo israelí, lo que complica la misión del despliegue”.
El día anterior, las Fuerzas Armadas aseguraron que sus unidades se encuentran en los pueblos de Jebbain y Shihin, “tras la retirada del enemigo israelí” y en coordinación con el comité que supervisa la aplicación del acuerdo y con la Fuerza Provisional de Naciones Unidas para Líbano (más conocida por sus siglas en inglés, UNIFIL). El Ejército ha pedido a los ciudadanos que no se acerquen a las zonas de las que está tomando el control, hasta completar el despliegue y el desminado de estas áreas, porque puede ser peligroso.
Jebbain y Shihin se encuentran en la región de Tiro, donde todavía hay más de 20.000 desplazados, de los cuales más de 500 personas permanecen en varios centros de acogida. Murtada Mehanna, encargado de la distribución de ayuda en Tiro, explica a elDiario.es que “los desplazados que siguen en los refugios son una prioridad porque no tienen otros recursos”. Cada semana o dos semanas les entregan kits de higiene, comida y otros suministros básicos, detalla el hombre.
Las autoridades locales, con el apoyo de organizaciones humanitarias y agencias de la ONU, también ofrecen soporte a los que han regresado a sus casas y se las han encontrado destruidas, proporcionándoles mantas, colchones y utensilios de cocina. Más de 870.000 personas han podido volver a sus zonas de origen, según los últimos datos de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), mientras que 113.000 permanecen desplazadas y la mayoría se encuentra en el sur de Líbano –aunque la ofensiva israelí de octubre y noviembre también tuvo como objetivos los suburbios meridionales de la capital y el valle de la Bekaa, en el este del país–.
Mehanna dice que todos van a querer volver a sus casas cuando Israel se retire, pero no se sabe si van a poder vivir en ellas o van a instalar una tienda de campaña en lo que queda de su hogar o en sus terrenos. Solo en la región de Tiro, hay más de diez poblaciones a las que aún está prohibido acceder. “Espero que Israel se marche y que la gente pueda volver a sus casas”, afirma el hombre.
Los residentes de las localidades que han sido ocupadas o atacadas tienen que esperar el visto bueno de las autoridades libanesas para poder regresar a sus hogares, aunque muchos saben que ya no queda nada de las que fueron sus casas.
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Ibrahim Himayed se resistió a dejar su pueblo, Beit Lif, cuando empezó el conflicto en octubre de 2023. Envió a su familia al centro de acogida en el instituto de formación profesional de Tiro, donde permanecen todos a día de hoy. “No quería marcharme, pero mi familia me insistió y vine un mes después”, dice a elDiario.es en el patio donde una mujer tiende la ropa y varios niños juegan.
El padre de familia, de 34 años, formaba parte de los equipos de emergencia que rescataban a las víctimas de los ataques israelíes. “Durante el mes que estuve en Beit Lif, me dediqué a rescatar a personas heridas y a buscar debajo de los escombros. Pero cuando la violencia aumentó, yo y otros compañeros nos fuimos”, cuenta Himayed.
Beit Lif está ahora desierto y el rescatista cree que, cuando regresen al pueblo, encontrarán algunos cadáveres debajo de los escombros. Casi 30 personas de la localidad de pocos miles de habitantes perdieron la vida, según Himayed, entre octubre de 2023 hasta noviembre de 2024. “En todos los pueblos hay mártires”, afirma.
El hombre se muestra optimista respecto a la posibilidad de volver a su localidad cuando Israel se retire y el Ejército libanés se lo indique. “Por supuesto, hay algunas dudas, pero creo que esta vez se ha terminado” la guerra.
Desde que entró en vigor ese alto el fuego, el 27 de noviembre pasado, al menos 29 civiles libaneses han fallecido por ataques israelíes, según el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos.
Este jueves, un comunicado del Ministerio de Defensa libanés destacó la “necesidad” de que las tropas israelíes se retiren “dentro del plazo establecido por las disposiciones del cese de hostilidades”. Por su parte, Hizbulá ha rechazado la posibilidad de que Israel permanezca más tiempo: “No será aceptable ninguna violación del acuerdo y sus garantías, y ningún intento de evadirlos bajo premisas fútiles”. El grupo chií afirmó en un comunicado este jueves que las intenciones de Israel exigen a todo el mundo que “actúe con eficacia, especialmente las autoridades políticas del Líbano para presionar a los países que auspician el acuerdo”; esas autoridades también deben garantizar el despliegue del Ejército libanés “hasta la última pulgada de territorio” de Líbano, según la milicia.
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Los encargados del centro de acogida de Tiro desean que Israel se retire lo antes posible y que los desplazados puedan empezar a regresar a sus localidades. Hadi Karaouni, director de este instituto de formación profesional donde han sido reubicados los desplazados sureños, explica a elDiario.es que las familias ocupan 12 aulas en el primer piso del edificio, desde el curso 2023-2024.
Hay otras aulas destinadas exclusivamente a los estudiantes de electricidad, enfermería, cocina o informática. “No podemos hacer las clases online porque los estudiantes requieren de formación práctica”, lamenta Karaouni. “Al principio, pensábamos que [los desplazados] iban a estar unos días o unas semanas...”. Recuerda que durante la campaña de bombardeos más intensa y la invasión terrestre israelí, los pasados octubre y noviembre, el centro educativo sólo servía de refugio para los desplazados.
El curso empezó el día 4 de noviembre y, después de la entrada en vigor del alto el fuego, a finales de ese mes, los estudiantes de FP pudieron volver a las aulas. “A veces esto es un caos, como puedes ver. Cada día tenemos problemas, pero los gestionamos”, dice con paciencia el director del centro en el que siguen conviviendo las familias desplazadas con los estudiantes. Muchas de ellas pasan el tiempo en las aulas convertidas en sus viviendas, cuyas puertas asoman a un pasillo oscuro y triste en el que el tiempo parece haberse detenido.
Una mujer mayor se queja de que tiene que limpiar los baños que todos comparten: “Son unos guarros”, grita. Los desplazados no disponen de duchas ni de agua caliente, ya que esas instalaciones no existen en el instituto de FP. Unos voluntarios llegan y dejan bandejas con comida caliente en el pasillo, los más pequeños salen de las aulas para coger las raciones que corresponden a cada unidad familiar: hoy toca sopa, otra vez, protestan algunas niñas. Después de 15 meses, hay cansancio y hartazgo, no solo por el menú sino por esta situación que iba a ser temporal y se ha extendido más de lo que ninguno se hubiera imaginado.
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