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Los crímenes contra la población latina se disparan bajo el gobierno de Trump: hasta un 80% en California

Dani Anguiano

La primera vez que a Lidia Carrillo la llamaron “espalda mojada”, tuvo que preguntarle a su maestra qué significaba el insulto. Le contó que era un término peyorativo utilizado contra los inmigrantes indocumentados. Tenía solo 13 años y hacía poco se había mudado a California desde Jalisco, México, con sus padres y seis hermanos. Carrillo intentó explicar que su familia no había tenido que cruzar ningún río, pero eso no importaba. “Nos miraban de forma diferente”, recuerda.

Carrillo, que ahora tiene 44 años y trabaja en una empresa de préstamos comerciales, nunca se olvidó de ese agravio. Le dolió, igual que le dolían las miradas furtivas a sus gastadas deportivas blancas y a la bolsa de la compra en la que llevaba los libros a la escuela. No era nada fácil, dice Carrillo. Sin embargo, no recuerda sentir miedo, al menos no el miedo que siente actualmente, ocho semanas después del asesinato de 22 personas en el peor crimen de odio contra la población latina en la historia moderna de Estados Unidos. “Cada día, cuando dejo a mi hija en la escuela, rezo. Le pido a Dios que la proteja”, afirma Carrillo. “No sé si volveré a ver a mi hija o a mi marido por la noche”.

Para Carrillo y muchos otros inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos, el ataque violento de El Paso, perpetrado por un tirador que quería “matar la mayor cantidad posible de mexicanos”, representó un día que muchos temían que llegaría. Los asesinatos sucedieron menos de una semana después de que un tirador, que antes se había quejado de las “hordas de mestizos”, disparara a tres personas en un festival gastronómico en Gilroy, California. Y todo esto sobrevino tras años de retórica violenta a cargo de Donald Trump, que lanzó su campaña presidencial en 2015 llamando “violadores” a los mexicanos y se ha encargado de que su gobierno aplique mano dura contra los inmigrantes indocumentados y solicitantes de asilo.

Desde 2016, en todo Estados Unidos han aumentado ininterrumpidamente los crímenes de odio, asegura Brian Levin, director del Centro de Estudios sobre el Odio y el Extremismo. En California, los crímenes contra la población latina han aumentado casi en un 80%, desde 2016. En 2018, casi cuatro de cada diez latinos en Estados Unidos afirmaban haber sufrido algún tipo de discriminación durante el año anterior. “Cuanto más accesibles estén los estereotipos negativos y cuando más se amplifiquen por parte de grupos de pares y líderes, no puede sorprendernos que se actúe en base a ellos”, remarca Levin.

Carrillo y muchas otras personas han modificado sus hábitos de formas sutiles como respuesta a un país que cada vez demuestra más hostilidad contra ellos. La población latina no sólo se enfrenta a ataques violentos sino a un acoso cotidiano: les gritan insultos racistas desde los coches o los agreden verbalmente por hablar español en público.

Ricardo Castillo, residente en Eustis, Florida y oriundo de Puerto Rico, se siente generalmente seguro en su ciudad, pero igualmente prefiere hacer la compra por la noche, cuando los supermercados están menos abarrotados. Su familia evita los sitios llenos de gente y Castillo intenta siempre tener ubicada las salidas de emergencia. El ataque en El Paso lo impactó, pero no lo sorprendió. “Hay mucho odio dando vueltas”, dijo Castillo.

El acoso racista que sufrió Castillo en carne propia fue visto más de 200.000 veces en Facebook. En julio se hizo viral un vídeo de dos mujeres diciéndole a él, que es gerente de un Burger King, que deje de hablar en español.

“Regresa a México si quieres hablar en español”, le decía a Castillo una mujer sentada junto a otra en el restaurante. “Regresa a tu país mexicano”. “¿Sabe qué, señora? No soy mexicano”, respondía Castillo. “No soy mexicano. Usted es muy discriminadora y quiero que se marche ahora mismo de mi restaurante”.

Carlos Romero, que trabaja como administrativo en un centro de estudios superiores en Tucson, Arizona, dice que cada vez es más común y evidente este tipo de comportamiento.

“Siempre supe que había racismo aquí en Arizona”, afirma Romero, recordando los intentos del gobierno de prohibir los cursos sobre estudios étnicos en las escuelas públicas, la ley “muestra tus documentos” y la forma en que la retórica del ex gobernador Jan Brewer replicaba la campaña de Trump. “Pero por culpa de Trump, la gente ahora tiene menos pruritos para mostrar esa parte de sí misma”.

El ataque en El Paso, perpetrado por un joven de 21 años que repitió literalmente palabras de Trump, hizo que Romero se preocupara por todos los latinos en Estados Unidos, y también por su propia familia. “Me hizo pensar ‘¿qué haremos ahora?’ Mi mujer y yo hablamos de hacernos los pasaportes”.

A mil trescientos kilómetros de El Paso, en Boyle Heights, Los Angeles, Irene Sánchez no pudo salir de casa los días posteriores al ataque. Esta maestra de 36 años no sabía cómo explicarle a su hijo de seis años lo que estaba sucediendo.

“Tuve que explicarle por qué su madre no se sentía bien”, recuerda. Había un hombre malo que había matado a muchas personas. A alguna gente no le gustan las personas de color marrón, le dijo. No era la primera vez que tenía una conversación sobre este tema. Ya habían hablado de la violencia armada porque en la escuela hacen simulacros de ataques de tiradores y por eso se han visto obligados a hablarles a los niños sobre los prejuicios y el racismo. El niño llegó un día de la guardería diciéndole a su madre que no debería hablarle en español porque entonces a él “lo arrojarían al otro lado del muro”.

Sánchez ya vivía en California en los años 1990s, cuando el entonces gobernador republicano Pete Wilson apoyó una medida para eliminar servicios estatales como la sanidad y la educación pública para inmigrantes indocumentados. Entonces ya había cierta hostilidad contra los inmigrantes, recuerda Sánchez, pero no tanta como ahora. “En toda mi vida, nunca había sentido un clima de miedo tan intenso”, afirma. 

Episodios como el ataque en El Paso impactan sobre muchas personas además de las víctimas de primera mano, según Lisseth Rojas-Flores, psicóloga clínica y profesora en el Seminario Teológico Fuller. Ella argumenta que la violencia masiva debería pensarse como un terremoto. Hay un epicentro, que son las personas afectadas directamente por el ataque, y luego se van formando capas de impacto: la población de El Paso, y más alejadas quedan las personas que no están necesariamente conectadas con el episodio o la ciudad.

“De todas formas te afecta porque te sacude en lo más profundo, especialmente si te das cuenta de que el objetivo eran los latinos. Te preguntas: ‘Yo soy latino. ¿Qué significa este ataque para mí?’”, dice Rojas-Flores. “A mí me afectó mucho porque comprendo los niveles de exposición e impacto. Esto se suma a un clima ya muy hostil contra los inmigrantes”. “Esto pone al miedo en primera línea”.

Según Thomas Saenz, presidente del Fondo de Ayuda Legal y Educativa para Mexicano-Estadounidenses (Maldef), este miedo y esta violencia son la consecuencia de tener un presidente que es abiertamente anti-latino. “La discriminación es más directa y más abierta que nunca y desde luego surge del presidente de Estados Unidos”, afirma Saenz, añadiendo que las políticas y medidas de Trump parecen “pretender eliminar a la comunidad latina como parte esencial del país”.

Desde el ataque, la hija de 13 años de Lidia Carrillo no quiere salir a la calle con su camiseta de un equipo de fútbol mexicano. “Podría convertirme en un blanco de las balas”, señala Adriana López, que va a noveno grado de la escuela y le gusta andar en monotpatín y leer la Biblia.

La familia Carrillo pensaba ir al festival gastronómico de Gilroy el día del ataque, pero al final no pudieron ir. Gracias a Dios, pensó Carrillo.

Para su hija, crecer en una época llena de ataques armados masivos significa que siempre ha estado preocupada por este tipo de violencia, pero es aún más difícil para ella saber que el objetivo de los ataques son personas que se ven como ella.

“Yo pensaba que esto era algo de los libros de historia, que ya no sucedían cosas así”, dice López. Ella piensa en los tiradores de El Paso y Gilroy –un colega de su madre conocía al hombre responsable de las muertes en el festival gastronómico– y se pregunta por qué. ¿Qué puede hacer que alguien cometa semejante violencia?

Ella quiere que la gente comprenda que los inmigrantes llegan a Estados Unidos en busca de una vida mejor, no para empeorar las cosas. Como hija de inmigrantes, es un tema personal. A principios de este año, su tía fue deportada. En la escuela, sus compañeros de clase hacían bromas sobre “construir el muro”. Ella ha vivido toda su vida en Estados Unidos y se considera patriótica, pero a veces piensa cómo es que algunos compatriotas suyos están en su contra.

Su madre intenta recordarle que no importa lo que piense la gente. Carrillo le dice a López que ella no es menos que nadie, que nació en Estados Unidos y que puede hacer lo que sea. Carrillo, que también tiene la ciudadanía estadounidense, se siente agradecida de que su familia esté en Estados Unidos, pero desearía que fuera un sitio más amable hacia las personas como ella.

“Desearía que las cosas fueran diferentes para nosotros, las minorías y los hispanos. Yo sé que no es nuestro país”, dice, y la voz se le apaga antes de corregirse. “Yo no nací aquí, pero trabajo como todo el mundo. Contribuyo, pago mis impuestos. También es mi país”.

Traducido por Lucía Balducci.