Eugenio Montoya dejó el colegio a los 16 años para apuntarse a una escuela taller en la que impartían un curso sobre moda. “No me gustaba lo que estaba estudiando y la moda ha sido mi sueño desde pequeño”, asegura el joven que hoy tiene 21 años. Desde que terminó, ha compaginado otros cursos de formación con trabajos en bares o comercios. Aunque el ser gitano no le ha puesto las cosas fáciles a la hora de buscar empleo. “Es difícil. Te llaman para hacer una entrevista porque les gusta mi currículum y cuando llegas y notan tu acento, se sorprenden. No les gusta”. Experiencias de este tipo le han llevado a ocultar sus orígenes, en alguna ocasión. “Yo estoy orgulloso de ser gitano, pero a veces lo 'tapo' cuando voy a una entrevista de trabajo porque siempre tengo el miedo al rechazo. Quiero que me conozcan antes de rechazarme”. En un sector como el de la moda es aún más complicado, insiste. “Es un mundo muy difícil para entrar, en el que la imagen es muy importante y he tenido algunas trabas, pero yo hasta que no consigo lo que quiero no paro”.
Hoy trabaja como dependiente en una tienda de ropa en la que entró a través de un curso de atención al cliente del programa Acceder, de la Fundación del Secretariado Gitano (FSG). Al finalizar sus prácticas lo contrataron para los fines de semana, al menos durante los dos próximos meses. Como él, más de 2500 personas (el 65% de ellas, gitanas) consiguieron, en 2012, un empleo a través de este proyecto, que cuenta ya con 13 años de experiencia y que forma a los jóvenes que están en paro, en función de las necesidades que tienen las empresas colaboradoras, en general grandes cadenas.
“El perfil de los candidatos es el de una persona que no suele tener los estudios mínimos de la ESO, que ha desarrollado una actividad sin cualificación con la que le iba bien, pero deja de irle bien y no puede incorporarse a la formación del Servicio Público de Empleo (SEPE) por no tener estudios, solo accede a la formación no reglada”, asegura Fernando Montoya, intermediador laboral de la FSG en Vigo, donde han puesto en marcha un proyecto piloto para que los jóvenes puedan acceder a la formación del SEPE aprobando un examen con las asignaturas más importantes de la ESO.
La regulación de empleos como el de la recolección de chatarra y el impacto de la crisis han expulsado a muchos gitanos de los trabajos que tradicionalmente venían haciendo en familia, analiza Montoya. “La chatarra ha legalizado el tema del transporte. Te exigen una serie de garantías legales que no todo el mundo puede asumir, como darte de alta como autónomo o tener un carné de portardor de residuos. En el mercadillo igual, había gente a la que le iba muy bien. Con dos o tres mercadillos podía vivir su entorno familiar más cercano y ahora no. Eso provoca que la gente esté dando el paso de buscar un trabajo normalizado. Los jóvenes cuando vienen es porque quieren dejar esos oficios. Quieren saber si pueden encontrar otro trabajo, por eso hay que diagnosticar sus habilidades y saber enfocarlos bien”.
El programa generó 3.700 contratos el año pasado, aunque la mayoría tienen un carácter temporal, como las campañas de Navidad o de verano. Pequeños avances que aportan algo de luz a las preocupantes cifras de desempleo de la población gitana, que alcanzan el 40%, según el estudio Población Gitana Empleo e Inclusión Social, que la misma fundación realizó en 2011. “Estos datos demuestran que incluso en tiempos de crisis económica si se ponen los medios y recursos necesarios se consiguen resultados positivos. También revelan que las personas gitanas quieren y pueden trabajar, solo necesitan las condiciones adecuadas para ello”, recuerda la organización.
Luisa María Núñez no tiene trabajo. Está terminando un grado superior en Producción Acuícola, al que le ha echado ganas, y muchas. Para acceder a él tuvo que retomar a los 25 años los estudios que había dejado cuando tenía doce. “Para la mujer gitana, el estudio es complicado porque te sacan o porque te dejan que lo dejes para ir a trabajar o para quedarte en tu casa. Cuando yo lo dejé fue porque les dije que quería ir al mercado con ellos y me dejaron”, reconoce la joven, que hoy tiene 34 años y que espera poder dedicarse a la investigación marítima a bordo de un barco. Mucho han cambiado las cosas para ella en los últimos diez años. “En este tiempo, he hecho de todo: agente forestal, monitora de educación ambiental... Tengo un buen currículum. He pasado de ser una persona, no diré inculta, pero sí que no sabía muchas cosas, a aprender a moverme. Encuentras a gente que quiere ayudarte y eso te da fuerzas para seguir adelante y que tu vida no sea quedarte fregando, limpiando o cuidando niños”.
En su caso, asegura que ser gitana no ha sido un problema a la hora de buscar o realizar su trabajo. “No lo ha sido porque todo el mundo me dice que no lo parezco. Pero yo no escondo lo que soy. Llevo mi cadena puesta, con mi medalla. No llevo una etiqueta para avisar de que soy gitana. Soy una trabajadora más”, reconoce. Para Eugenio Montoya, ese rechazo social es fruto del desconocimiento. “Los payos siempre han tenido una imagen de los gitanos como que todos son iguales. Nosotros no pensamos que todos los payos sean iguales, unos serán buenos y otros serán malos, pero a los gitanos siempre se nos ha tachado de malos, de ladrones y de todo. Por eso tenemos esa mala fama”, lamenta.
El cambio de mentalidad es inevitable, reconoce Eugenio, tanto en la sociedad en general como dentro de la propia población gitana. “Los jóvenes gitanos tenemos nuestras creencias, pero, oye, estamos en el siglo XXI y por suerte los jóvenes, no solo los gitanos sino todos, tenemos una mentalidad más abierta. Mi madre ha trabajado siempre en hoteles, en la cocina y mi padre es pensionista. Ellos siempre me han apoyado en lo que he decidido y han querido que me buscara un futuro. Eso es lo que yo estoy haciendo. Mi idea no es quedarme siempre en la tienda en la que estoy ahora. Este es el primer paso, pero quiero seguir subiendo escalones. Para eso, lo importante no es si eres o no eres gitano. Lo importante es ser buen profesional”.