Tras un viaje de hora y media, Dan Watman terminó a tan solo 60 metros de su casa. Watman se desplazó hasta el lado estadounidense del Parque de la Amistad, un parque binacional situado en el extremo occidental de la frontera entre Estados Unidos y México. Desde hace décadas, familias de ambos lados de la frontera se reúnen en este espacio para reencontrarse con sus allegados, entre la flora autóctona en el jardín público que Watman gestiona.
A través de los dos muros que protegen la frontera, puede ver su casa en Playas de Tijuana, en México. A pesar de ello, lo cierto es que cruzar la frontera de Tijuana a San Diego le suele llevar entre 90 minutos y cuatro horas.
“Los sistemas de raíces de algunas de las plantas autóctonas del parque tienen una profundidad de hasta nueve metros”, explica Watman, mientras de fondo suena música en directo del festival gastronómico que se celebra al otro lado de la frontera, en Tijuana. Señala un arbusto de toyon, la planta de mayor tamaño del Jardín Binacional de la Amistad de Plantas Autóctonas. “Probablemente tenga raíces en ambos lados”, añade con una sonrisa.
Desde hace tiempo Watman es miembro de Amigos del Parque de la Amistad, una coalición que incluye a ecologistas, promotores y activistas de los derechos de los inmigrantes que defienden el acceso público al histórico parque fronterizo. Este mes, el grupo anunció que había tenido conocimiento de que el secretario de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Alejandro Mayorkas, ha aprobado los planes para sustituir los dos muros existentes por otros nuevos que serán tan altos como profundas son las raíces de las plantas del parque.
El grupo ha explicado que las nuevas estructuras de nueve metros ampliarían los muros que se extienden hacia el este y que fueron construidos durante la presidencia de Donald Trump. El actual presidente, Joe Biden, prometió durante su campaña que si ganaba paralizaría el avance del muro fronterizo. Los activistas subrayan que los nuevos muros podrían limitar aún más el acceso público al parque, restringiendo las visitas al jardín de Watman o al muro.
A Watman le ha sorprendido que la Administración Biden haya dado marcha atrás. En cambio, no le sorprende que el Parque de la Amistad tenga que enfrentarse a una nueva dificultad: “Aunque no me sorprende, teniendo en cuenta todo lo que he visto y cómo en los últimos quince años se ha apostado por un cierre gradual, no deja de ser decepcionante”.
Medio siglo de historia
El Parque de la Amistad fue inaugurado hace más de 50 años por la entonces primera dama, Pat Nixon. En un discurso pronunciado durante el acto de inauguración del parque estatal Border Field, se refirió a la parte del parque que limita con la frontera, como “el comienzo de un parque internacional de la amistad”.
Durante un tiempo, la única señal visible de la existencia de una frontera en el parque fueron una cuerda y un alambre de púas y más tarde una valla metálica. Las familias de ambos lados de la frontera se reunían para hacer picnics en el parque. En 1988, una pareja local se casó en este espacio. Era un lugar para que las familias separadas por la frontera se encontraran para que los abuelos que vivían en México pudieran conocer a sus nietos estadounidenses.
Watman organizó su primer evento de intercambio cultural transfronterizo a principios de la década de 2000. Invitó a socorristas voluntarios de Tijuana y a estudiantes de un colegio comunitario de San Diego a reunirse en la playa del Parque de la Amistad. Recuerda que cada uno de los grupos se presentó con prejuicios sobre el otro. “Pero todas esas ideas se desvanecieron cuando se conocieron a través de la valla. Fue casi como si la valla les motivara a querer conocerse más, a trascender esa barrera”, señala.
Esa fue la primera de muchas experiencias. Más tarde llegaron las clases de yoga, las clases de baile de salsa, los recitales de poesía y, por último, el jardín con plantas autóctonas. “Decidí que mi contribución a un mundo mejor iba a ser intentar que la gente hiciera amigos más allá de las fronteras”, explica.
Watman ha cuidado el jardín durante años, incluso cuando se reforzó la seguridad en la frontera. En 2011, se habían construido dos muros, uno de estilo bolardo más cerca de México y una valla blanca con listones más finos más cerca de Estados Unidos. El Parque de la Amistad quedó atrapado entre los dos. Los Amigos del Parque de la Amistad negociaron con la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos la instalación una puerta peatonal para permitir el acceso a esta tierra de nadie. A través de ella, los visitantes podían acercarse a los tres puntos que conforman hoy el Parque de la Amistad: el Jardín Binacional, el monumento erigido como hito fronterizo tras la guerra entre México y Estados Unidos, y una pequeña playa no urbanizada.
Una iglesia en la frontera
Robert Vivar, otro activo miembro de la coalición Amigos del Parque de la Amistad, visitó por primera vez el parque en 2014, tras ser deportado de Estados Unidos a México.
En ese momento libraba una batalla contra la depresión y la ansiedad, ya que se encontraba atrapado en un país en el que no había vivido desde los seis años. “Estaba un poco perdido. No estaba seguro de lo que iba a ser de mi vida. Así que empecé a buscar qué hacer”, recuerda. Su búsqueda le llevó a ser voluntario en varias organizaciones, entre ellas una para veteranos deportados, y en la iglesia de la Frontera, un servicio de comunión binacional que se celebra ahí.
“Al principio me resultaba muy difícil ir al Parque de la Amistad. No podía mirar por encima del muro fronterizo hacia San Diego; era demasiado doloroso”, relata. Pero siguió yendo, dijo. Todos los domingos llegaba temprano, ayudaba a descargar las sillas, instalaba el sistema de sonido y traducía cuando era necesario: “Algo empezó a cambiar en mi interior: esta desesperación, esta ansiedad, esta depresión, con la que vivía cada día, empezó a disminuir. Cuanto más me involucraba con este proyecto, menor era el dolor”.
Sensaciones agridulces
Al igual que el jardín binacional, la iglesia de la frontera ha pasado por muchas idas y venidas. Cuando los visitantes estadounidenses podían pasar por la puerta peatonal, se reunían junto al monumento. Esa sección del muro tiene un revestimiento de malla lo suficientemente grande como para atravesar un dedo meñique y la gente se tocaba los meñiques durante el Rito de la Paz. A continuación, se les permitía caminar por un sendero delimitado hasta el jardín, donde los visitantes podían ver a sus seres queridos con mayor claridad a través de la valla de bolardos. Vivar recuerda una vez que su hijo y sus dos nietas se reunieron con él en el muro. Explica que ese reencuentro “le dio esperanzas”.
Vivar cuenta que en 2019 la iglesia de la frontera invitó a miembros de la comunidad musulmana local a celebrar lo que él llamó “una mezquita de la frontera”. Asistió la representante estadounidense Rashida Tlaib. Vivar recuerda que, en esa ocasión, afirmó que “desde Palestina hasta México, estos muros deben desaparecer”. Y añade: “Es cierto, deben desaparecer. Pero no sólo las barreras físicas, sino las barreras en nuestro corazón. Si podemos deshacernos de estas últimas, las físicas van a desaparecer fácilmente”.
Ver cómo las familias se reunían al otro lado del muro a lo largo de los años fue una sensación agridulce para Vivar, y empezó a desear reunirse permanentemente con sus allegados. Esto ocurrió finalmente cuando se le permitió volver a Estados Unidos en 2021, en el Día de los Veteranos.
Los muros no tienen razón de ser
En 2020, se cerró el acceso al Parque de la Amistad y la puerta peatonal. Desde entonces, un camión de la patrulla fronteriza estadounidense está aparcado frente a ella, listo para hacer sonar su sirena si alguien se acerca demasiado. El acceso en vehículo a esta parte del parque estatal Border Field solo está abierto los fines de semana. Durante la semana, los visitantes tienen que caminar 2,4 kilómetros desde la entrada del parque.
Desde entonces, a Watman no se le ha permitido cuidar el jardín del lado estadounidense, que se ha secado y cubierto de maleza. En el lado mexicano, él y su equipo de voluntarios han cultivado plantas autóctonas que florecen, han establecido lechos elevados para el cultivo y han organizado eventos educativos. “El pueblo Kumeyaay lleva viniendo aquí 8.000 años, y esta frontera lleva aquí unos 170 años, como un abrir y cerrar de ojos... Así que hemos organizado talleres de plantas autóctonas y hemos invitado a los ancianos Kumeyaay al jardín”, dijo Watman.
A los activistas les preocupa que los nuevos tramos de valla puedan restringir aún más el acceso. En un comunicado que emitieron a principios de este mes, afirman que los funcionarios de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza les avanzaron que los nuevos muros no prevén una entrada para peatones.
En un comunicado enviado a The Guardian, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza dijo que la agencia reconocía el valor de tener un espacio de encuentro que fuera seguro a ambos lados de la frontera: “Tras la finalización del proyecto del Círculo de la Amistad de San Diego, incluyendo la sustitución de una barrera secundaria con una puerta peatonal en esta zona, identificaremos oportunidades para proporcionar al público el acceso una vez que sea operativamente seguro hacerlo. Aunque estas oportunidades tendrán que seguir basándose en otros requisitos operativos de la patrulla fronteriza de Estados Unidos, el proyecto de construcción de los nuevos muros no será un impedimento para las posibles oportunidades de acceso futuro en este lugar”.
“Somos una comunidad”
Watman puntualiza que “el Círculo de la Amistad” hace referencia a la zona que rodea al monumento, pero no al jardín binacional. Incluso si los nuevos planes incluyen una puerta, añade, no hay garantía de que esté abierta, y no hay forma de que la comunidad negocie su acceso a este terreno público: “Una puerta no es un parque”.
Vivar afirma que el plan “profana la estética del parque, lo profana por completo”. “Nada justifica la construcción de dos muros de nueve metros”, lamenta.
Los Amigos del Parque de la Amistad piden a la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza que paralice las obras hasta que las organizaciones se reúnan el 27 de julio. “Es muy importante que el público, las partes interesadas, opinen sobre lo que está pasando en el parque”, señala Vivar. “Con muros fronterizos o sin ellos, somos una comunidad. Y la gente de ambos lados de la frontera, puede que haya una valla que nos divida, pero las vallas de nuestro corazón se están rompiendo cada día. Y no van a impedir que tengamos esa relación”, dice.
Watman asegura que poco pueden hacer para impedir que él vaya al jardín: “No mientras sigan expandiendo los muros; sería mucho más probable que dejara de venir si los muros se derrumban. Mientras haya muros y la política fronteriza de Estados Unidos se limite a la estricta aplicación de las leyes, tiene que haber alguien que impulse otros aspectos que también forman parte de la seguridad, como la amistad transfronteriza”.
Traducción de Emma Reverter