En diciembre de 1971, un equipo de médicos y de periodistas, desengañados con su organización por no poder denunciar las barbaridades documentadas durante el genocidio de la etnia igbo en Biafra (Nigeria), decidieron crear Médicos Sin Fronteras. La ONG cumple medio siglo en medio de una pandemia global que ha atravesado su acción humanitaria en los países más vulnerables, mientras se ve empujada a abrir proyectos en la Unión Europea debido al trato recibido por los refugiados e inmigrantes llegados a suelo comunitario.
El hasta ahora presidente de Médicos Sin Fronteras en España, David Noguera, se manosea la cabeza y toca su barba cuando intenta echar la vista hacia atrás para reflexionar sobre la evolución de la acción humanitaria en las últimas décadas y el aumento de los obstáculos con los se choca la organización, en la que ha trabajado durante los últimos 20 años. En una conversación con elDiario.es, el médico y cooperante hace balance poco antes de retirarse de la organización. Paula Gil, enfermera y especialista en género, con décadas de experiencia en la ONG, le remplazará en el cargo.
A lo largo de la entrevista, Noguera se muestra orgulloso por cada victoria del equipo de MSF, por esos logros que “no salen en los medios”: cada vida salvada en situaciones de emergencia. No esconde su frustración y enfado por la falta de reacción ante algunos de los mensajes que, por más que repiten, no llegan a calar entre las autoridades y la opinión pública, como la liberación de las patentes de la vacuna contra la COVID-19: “Ya estamos acostumbrados a hablar de Yemen y que no nos escuchen, pero me extraña mucho que otros sectores muy afectados por la pandemia no estén cuestionando esto”.
Médicos Sin Fronteras cumple 50 años. ¿Cómo ha evolucionado la acción humanitaria desde entonces? ¿Es más difícil trabajar en el terreno que antes?
Creo que ha evolucionado como el mundo también lo ha hecho. Creo que el humanitarismo es parte de nuestra sociedad, por lo que también es vulnerable a los efectos de la globalización y de los grandes cambios geopolíticos. Hemos pasado de la guerra fría, de un mundo bipolar, a un mundo multipolar y todos estos grandes vectores que guían a la humanidad también impactan en el humanitarismo. Pero creo que hay cosas que no han cambiado. Creo que la receta mágica de Médicos Sin Fronteras de ayudar a una persona en su peor momento, por el simple hecho de ser humano, para ponerlo de pie otra vez y que decida su futuro. Esto es una receta casi infalible. Y no es que la diseñamos nosotros, se llaman derechos humanos. Se llama derecho a la salud.
También creo que el mundo se ha complejizado y hay un factor también de impredecibilidad que hace más compleja la acción humanitaria, porque cada vez está más politizada. La acción humanitaria antes era, en general, mejor percibida por las partes en conflicto. Ahora, tanto en los países clásicos de intervención como en sociedades occidentales, hay gente que, desde las tribunas públicas, no tiene ningún problema para criminalizar la solidaridad. Lo vemos en España. Hay gente que nos acusa de ser mafiosos, que dejemos de “traficar con personas” [por los salvar vidas en el Mediterráneo].
Eso tiene una visibilidad hoy en día que quizás antes no tenía. Y es llamativo y preocupante. También creo que tiene que ver con la deriva que hemos visto en Europa y en Estados Unidos, que clásicamente han sido los garantes de los derechos humanos, pero en los últimos años, ciertamente, no han estado a la altura.
Dice que la acción humanitaria antes estaba mejor percibida que hoy en día. En situaciones de conflicto, habéis denunciado en los últimos años numerosos ataques a hospitales de MSF. ¿El principio de inviolabilidad de la ayuda humanitaria en países de conflicto se ha resentido también con el paso de los años?
Es difícil de comparar, porque también hay más agencias y organizaciones, por lo que hay un nivel de exposición más alto y también más actores que contabilizan estos ataques. Pero, a falta de indicadores absolutos, los datos sí hablan de un incremento de incidentes. Tenemos una sensación de impunidad, de que no pasa nada, de que estos ataques no tiene mayores consecuencias. Ya no hablo tanto del ámbito legal, sino de que ni siquiera afecta a la reputación. No se produce el coste político que quizá podía haberse producido antes.
Mencionaba lo ocurrido en Etiopía. El pasado mes de junio, fueron asesinados tres trabajadores de la organización en Tigray: María Hernández, Yohannes Halefom Reda y Tedros Gebremariam Gebremichael. ¿Qué ha supuesto para la organización?
A nivel personal ha supuesto muchísimo dolor. Somos una organización pequeña y nos conocemos todos. Y es aún más doloroso teniendo en cuenta la manera en la que tuvo lugar: fue un ataque intencionado. El martirio no entra dentro de nuestros valores. La idea es que todo el mundo pueda volver a sus casas.
Y, a nivel institucional, ha provocado muchas reflexiones. Seguimos interlocutando con las autoridades porque no queremos que esto quede impune, pero obviamente nuestras operaciones se han quedado prácticamente a cero. La capacidad de trabajar en Tigray es prácticamente nula, con el coste que ello supone para la población local.
Pero este ataque no ha producido un descenso del número de gente que quiere trabajar con nosotros. Incluso los compañeros y compañeras que estaban en Tigray con el equipo asesinado, la inmensa mayoría quiere seguir trabajando en MSF. Sin embargo, lógicamente, tenemos que hacer una reflexión sobre qué pasó, sobre qué podríamos haber hecho mejor. Son muchas cosas... Es una experiencia muy dolorosa que aún nos cuesta digerir.
En relación a esas reflexiones y debates internos sobre los pasos a seguir en determinados contextos más peligrosos, el objetivo de MSF también siempre ha sido denunciar las vulneraciones de derechos humanos que ocurren en el terreno. Entiendo que se hace complicado en determinados contextos donde esa denuncia puede provocar la salida del país o el riesgo para la vida de sus trabajadores… ¿Cómo se valoran estos riesgos? ¿Alguna vez tienen que callar?
Es un equilibrio muy delicado porque hay que ponderar muchos factores. Por un lado, tenemos líneas rojas. Si nosotros recibimos una amenaza directa creíble, nos vamos a retirar de un sitio porque no vamos a exponer a nuestros compañeros y compañeras. Tampoco vamos a aceptar si nos obligan a trabajar en la que no queremos estar, porque sabemos que, de alguna forma, la acción humanitaria se puede estar instrumentalizando. Otra de nuestras líneas rojas es que nos obliguen a pagar sobornos.
Pero en la ecuación hay tres elementos: está el gobierno de turno, está Médicos sin Fronteras y también está el sufrimiento de la población, que al final es el principio, el final y el centro de lo que somos y lo que hacemos. Por eso estas valoraciones se hacen caso a caso, teniendo en cuenta que son equilibrios súper delicados y cargados de contradicción. Siempre digo que MSF es una organización donde tenemos discusiones entre dos personas que tienen razón. Hay una que dice “nos tenemos que ir porque esto es inaceptable”. Y hay otra diciendo “sí, sí, lo que quieras, pero aquí hay niños malnutridos”. Entonces, las dos partes tienen tienen razón, por lo que tenemos que encontrar una solución de compromiso en función del impacto que estamos teniendo en las poblaciones, de la magnitud de la crisis y de las amenazas o las líneas rojas directas que podemos monitorizar en ese contexto.
¿Algún ejemplo concreto donde hayáis tenido este debate?
En Siria, por hablar de una crisis reciente. En Siria nunca conseguimos trabajar del lado gubernamental. Y, entonces, solo podemos trabajar del lado de los llamados rebeldes, por lo que somos sistemáticamente acusados por el Gobierno de Bashar al-Ásad de una falta de neutralidad. Y tiene un punto de legitimidad si en un conflicto solo trabajamos en un bando, cuando nosotros siempre intentamos trabajar en los dos… Entonces, ese debate fue interno. ¿Qué hacemos? ¿Preservamos el principio de neutralidad o tenemos un gobierno hostil, que además va a construir una narrativa que no solo afecta a esos contextos, sino que se extiende en estos tiempos de Twitter? ¿Nos quedamos y trabajamos solo a un lado o nos vamos de la crisis? Y la resolución fue quedarse.
En la guerra de Sri Lanka tuvimos hasta que firmar un papel con el Gobierno, en el que nos comprometíamos a no hablar con la condición de quedarnos. Una parte pensaba que era inaceptable, que estábamos yendo en contra de nuestra naturaleza, y tenían razón. La otra recordaba que éramos la única ONG que estaba allí, que estábamos salvando días cada día y no nos podíamos ir. Todos tenían razón, por eso es tan complicado y estamos llenos de contradicciones. Pero el mundo real es complicado. Como decía mi antecesor: “No se puede trabajar en una cosa tan sucia como un conflicto y salir limpio”.
MSF sigue en Afganistán tras el inicio del nuevo régimen talibán. ¿Cómo ha evolucionado? ¿es más complicado trabajar ahora?
Los talibanes nunca se fueron de Afganistán y MSF siempre ha tenido interlocución con los representantes talibanes. A nivel social, hay todo un proceso de transición y algunos vaticinan un retroceso. Lo que ha cambiado también es que la ayuda humanitaria ha bajado. En este programa de evacuaciones que todos vimos en el aeropuerto de Kabul también salió buena parte del sector humanitario. Afganistán ha sido el estereotipo de una realidad que nosotros también denunciamos: la acción humanitaria, por definición es independiente, neutral e imparcial. Si no, no es humanitaria, porque una una acción humanitaria siempre es independiente, neutral e imparcial. Y, Afganistán, cuando se lanzó la coalición internacional liderada por los americanos, se convirtió en el paradigma de la cooptación de la acción humanitaria por la agenda política, con el objetivo de crear un producto de democratización, pacificación y desarrollo. Y entonces, en ese punto, algunas ONG se convierten en una tercera pata de una agenda política mucho más extensa. Nosotros siempre hemos denunciado esto.
Y, ahora, con la evacuación, esas ONG se han ido también, las necesidades de la población se han disparado y la capacidad de respuesta al sector que permanece es muy, muy reducida. Entonces estamos preocupadísimos a nivel contexto, a nivel social y a nivel humanitario.
¿Qué significa para usted, que ha trabajado en tantos conflictos y crisis humanitarias, el hecho de ver que MSF tiene que abrir cada vez más proyectos en la Unión Europea, tanto en campos de refugiados como en operaciones de rescate en el Mediterráneo?
Me genera contradicción. Por un lado, ha habido una deslegitimación de Europa, que creo que es consecuencia directa de cómo Europa o Estados Unidos están tratando a las personas migrantes. Si me dicen hace diez años que Estados Unidos iba a meter en jaulas niños, no me lo creo. Y si me dicen hace diez años que tendríamos 25 o 30 mil muertos en Mediterráneo, tampoco me lo hubiera creído. Y esto ha pasado en una década, que es muy poco tiempo.
Por otro lado, te reafirma en el compromiso que tenemos como organización, de que lo que hacemos está radicalmente bien y nadie nos va a convencer de lo contrario. Europa ha demostrado una incapacidad para solucionar un tema complejísimo, sí, pero para el que hay opciones de hacer las cosas de una forma mucho más humana. Europa y en Estados Unidos tienen los recursos para hacerlo de una forma muy diferente, sin generar estos niveles de mortalidad y de sufrimiento.
Dentro de la campaña de criminalización por vuestras operaciones de rescate de migrantes en el Mediterráneo, Reino Unido retiró la bandera de Gibraltar al buque Aquarius. ¿Qué alegó el Gobierno cuando negociaron con ellos?
Esto es muy parecido a lo que nos enfrentamos en Sudán y Etiopía. Alegan problemas administrativos. Se inventan un protocolo y ya está. Porque no van a salir diciendo una declaración pública: “Oye, mira, lo siento, pero hay ciertos partidos que suben en las encuestas con otro discurso y yo estoy medio preocupado”. No. Alegan una chorrada técnica, como hacen los gobiernos de Etiopía o Sudán cuando nos dicen que nuestras visas no valen de repente, porque resulta que han sacado una ley nueva… Porque ningún gobierno quiere expulsar a una ONG “guay” como Médicos Sin Fronteras. Y, con la UE, lo mismo. Excepto algunos casos como el de Matteo Salvini, que no tenía ningún problema en acusarnos de mafiosos y de cualquier barbaridad, el resto son más sutiles, pero el resultado acaba siendo parecido.
En el inicio de la pandemia, cuando ofrecieron su ayuda a el Gobierno y a comunidades autónomas durante el peor momento de la crisis sanitaria, tampoco fue fácil trabajar, según denunciaron.
Fue complicado al principio, durante, y al final. Nosotros tuvimos una incidencia muy asimétrica en función de los territorios, en función del impacto de la pandemia, pero también la voluntad de las autoridades de trabajar con nosotros o no. Nos costó con el Gobierno central, con el Ministerio de Sanidad. Nos costó con el Gobierno en Madrid. En Cataluña, por ejemplo, estuvimos más cómodos, pero nunca fuimos parte tampoco.
¿Cree que si hubiese costado menos y les hubiesen tenido más en cuenta, por su experiencia en emergencias sanitarias, se hubiese podido actuar de forma más rápida o más eficaz?
Lo que creo, y nos sigue pasando ahora, es que está muy bien que en los comités de expertos haya virólogos y epidemiólogos. Pero se echa en falta ‘emerciengólogos’, un perfil de emergencia humanitaria. Nosotros, Médicos sin Fronteras, somos referencia en eso. Nosotros cogemos sistemas de salud que están pensados para lo habitual y los adaptamos a situaciones extraordinarias. Esto es lo que intentamos hacer aquí también proponiendo alternativas. Pero creo que el problema principal es que, en la tensión entre la economía, el poder y la salud, siempre acaba primando lo primero. Es lo mismo en Yemen, en Sudán, y en España.
Ha sido un año de mucha presión sobre todo por parte de las organizaciones de la sociedad civil, entre ellas MSF, contra la desigualdad en la vacunación mundial. Sin embargo, la brecha entre países ricos y empobrecidos sigue siendo muy amplia. ¿Por qué no se ha conseguido que se cumplan las demandas de mayor solidaridad? ¿Ha habido alguna victoria en este terreno este año?
Hemos ganado muchas batallas, pero no estamos ganando la guerra. Yo no lo entiendo. Hay un consenso general con todos los expertos de salud pública que dicen que hasta que no nos vacunemos todos seguiremos en crisis. Y no entiendo cómo ese consenso no llega a las agendas políticas. Estamos acostumbrados a hablar de Yemen y que no nos escuchen, pero me extraña mucho que otros sectores muy afectados por la pandemia no estén cuestionando esto. Turismo, hostelería, alimentación… ¿Qué pasa con esto?
En este contexto de teorías conspirativas, que también estamos experimentando, hay una a la que sí le doy credibilidad: hay gente que se está forrando con esto. Tú, cuando se te incendia un edificio, no convocas una junta de vecinos y te pones a discutir a ver qué hacemos. Entonces, en una emergencia de salud pública como ésta, que es brutal, no se entiende que hasta las vacunas se sigan discutiendo en la Organización Mundial del Comercio, con votos a favor o en contra. Que 100 países del Sur hayan pedido la liberación de patentes y que los países occidentales se resistan… No lo entiendo y no nos queda otra que especular, porque tampoco hay transparencia en estos procesos. Es muy frustrante. La semana pasada enterramos a un compañero muerto de COVID en Níger. Porque no pudemos vacunarlo y porque todos los indicadores de salud están como están en los países vulnerables y la gente está muriendo por ello.
¿Por qué no podemos vacunar? ¿Por qué todos los indicadores de salud y desarrollo están descendiendo en los países vulnerables? Yo creo que todos los mandatarios europeos y la comunidad internacional, que van con la chapa de los Objetivos 2030 se la tienen que arrancar si no tienen una posición sustancialmente diferente al respecto de la liberación de las vacunas, porque es una incoherencia absoluta.
Haciendo balance, ¿cuál es el mayo logro de la organización?
Nuestros logros principales no salen en los medios. Es, por ejemplo, cuando estamos en Burkina Faso, y sacamos adelante a pacientes malnutridos, porque eso es un éxito enorme, porque salvar una vida es muy importante. Hay mucha gente que nos contraargumenta diciendo: “Oye, pero no cambiáis el mundo”. Estoy de acuerdo, pero para cambiar el mundo usted tiene que votar bien. Nosotros salvamos vidas y no permitimos que nadie lo minusvalore porque, aunque estas personas para muchos sean anónimas o sean incluso prescindibles, para algunos y para nosotros no lo son. Cada vez que rescatamos a una persona un en el mar, cada vez que curamos de malaria a un niño en República Centroafricana, cada vez que operamos a un niño herido de guerra en Yemen o en lugares donde no hay ninguna otra ONG, aunque no cambiamos el mundo, tenemos un impacto brutal en la vida de estas personas y de sus comunidades.
Porque esa madre, ese niño, entiende que hay gente que se preocupa, que son prescindibles y que no son efectos colaterales. Sí, este es nuestro gran éxito.