Su mayor preocupación era que su hija notase lo angustiada que en realidad estaba. Durante los siete días de diciembre que pasó en las hacinadas salas de asilo del aeropuerto de Barajas, Patricia aparentaba estar tranquila. La mujer venezolana sonreía, se alejaba de cualquier situación que pudiese estresarla para evitar perder los nervios frente a la adolescente de 15 años, enferma de corazón. Le angustiaba que su encierro, la escasez de comida, las duchas de agua fría, los colchones en el suelo o cualquier momento de tensión entre las más de cien personas que convivían sin ver la luz solar en un espacio pensado para 40, afectasen a los problemas de salud de la adolescente.
La mujer guardaba las cuatro galletas del desayuno para dárselas a ella, que no era capaz de llevarse a la boca nada más del resto de la escasa y fría comida que les entregaban. La misma estrategia siguió Mathías unas semanas antes con su niño de dos años, durante los 16 días que pasó encerrado en las salas de asilo de Barajas: se tomaba el zumo y almacenaba el resto, por si al pequeño le entraba el hambre más tarde.
Son dos de los cientos de solicitantes de protección internacional que han pasado en los últimos meses por las salas de asilo del aeropuerto madrileño, cuyas condiciones de hacinamiento e insalubridad han alertado en los últimos meses a los juzgados encargados de su control, al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), a ONG y al Defensor del Pueblo. Esta última institución ha hecho hincapié en el posible “trato degradante” sufrido por los demandantes de asilo en Barajas. Acnur se ha mostrado especialmente preocupada por la situación de los niños retenidos, entre los que se encuentran los hijos de Patricia y Mathías.
“Esos siete días fueron muy fuertes. Tantos días sin ver la luz es abrumador”, dice Patricia a elDiario.es en los alrededores del albergue donde ahora está acogida temporalmente por Cruz Roja. “El espacio es muy pequeño para tantas personas. A veces la comida no era suficiente para todos y ni comíamos porque no alcanzaba. La que más sufrió fue mi hija”, explica la solicitante de asilo.
La comida
Para cenar, Cruz Roja –quien actualmente ha decidido dejar su servicio en estos espacios dado que las malas condiciones les impiden trabajar– les entregaba unas bandejas de comida precocinada que debían ser calentadas en el microondas, pero no tenían microondas con el que calentarlas.
“Mi hija no era capaz de comer casi nada. Comía agua y galletas. Como mamá, el hecho de que mi hija no comiese me cortaba a mí el hambre. Decía: por favor, señor, ayúdame, que mi hija no está comiendo, temía que por su enfermedad podría pasarle algo en el corazón”, lamenta la solicitante de asilo.
A las salas de asilo de los aeropuertos españoles llegan aquellas personas que, una vez aterrizadas, manifiestan en el control fronterizo su necesidad de pedir protección internacional. Este procedimiento -aplicado en los aeropuertos, puertos o puestos fronterizos- es diferente al activado en territorio nacional: se trata de uno acelerado, en el que las autoridades deben responder en un plazo de escasos días si admiten o no esa petición. Una vez presentada, los solicitantes esperan la respuesta en estas salas de plazas limitadas, de donde no pueden salir. Si la resolución es positiva, estas personas podrán entrar en territorio nacional con un permiso de residencia temporal como solicitantes de asilo. Si es negativa, serán retornados a sus países de origen. El colapso de estas instalaciones debido al aumento de peticiones en los últimos meses ha prolongado el tiempo de espera en ellas, lo que se ha traducido en situaciones de hacinamiento e insalubridad.
En la habitación donde pasaba la noche Patricia había cinco camas, pero dormían 10 mujeres. El suelo estaba cubierto de colchones hinchables donde descansaba la mitad de ellas. La mujer venezolana llegó cuando dos de las camas estaban libres pero, como estaban muy alejadas la una de la otra, la mujer optó por colocar también su colchoneta en el suelo junto a la litera de su hija: “La puse al lado de la camita donde estaba mi niña porque nunca sabes las intenciones que pueden tener otras personas. Así que quería dormir cerca de ella”.
La sala donde ella se quedaba constaba de una zona común en el centro y varias habitaciones en los laterales: “Éramos demasiados. Es un lugar donde pueden entrar cuarenta personas y estábamos más de 100. Toda la parte del comedor estaba llena de colchones inflables por todo el suelo, porque éramos demasiados”.
Aislados
Durante el tiempo que pasan encerrados, los solicitantes no ven la luz natural. Las instalaciones carecen de ventanas. No saben cuándo es de día y cuándo es de noche. Les retiran los móviles, por lo que el contacto con el exterior es muy limitado, a través de un teléfono fijo en el que solo pueden recibir llamadas, en algunos casos inexistente. Solo les dejan realizar una llamada de escasos minutos a su llegada, para avisar a sus familias de que están bien, pero algunos solicitantes de asilo que han pasado por estas salas denuncian que no les dieron esta opción o, al menos, no la entendieron.
Mathías es colombiano y llegó a Barajas el pasado 7 de noviembre. Él, su esposa y su niño de dos años pasaron 16 días en estas instalaciones cuando aún el foco mediático no estaba en ellas, pero la organización que presta el servicio jurídico en Barajas, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), ya alertaba al Ministerio del Interior sobre las condiciones de hacinamiento que presenciaban en sus visitas.
“Nosotros no vimos la luz del sol, por lo que a los 16 días perdimos la noción del tiempo”, critica Mathías. Cada uno de esos días, cuenta, trataba de entretener a su pequeño, pero esa labor se hizo especialmente difícil uno de sus primeras noches en el aeropuerto. Se encontraban en una sala “de aislamiento”, dormidos sobre colchones en contacto directo con el frío suelo. De pronto, un agente irrumpió en el cuarto a gritos, según su relato. Les urgía, cuenta, a que se levantasen y saliesen a otra zona de las instalaciones aeroportuarias. “Había habido una pelea y querían utilizar esa habitación para aislar a alguien. El niño se puso muy nervioso”, recuerda el colombiano desde San Sebastián, el lugar donde ahora se encuentra acogido por CEAR.
No fue fácil conseguir un techo a su salida del aeropuerto. “Nos dieron la dirección del Samur Social y no había plazas. Acabamos durmiendo en la calle durante días. El niño tenía fiebre y no teníamos medicinas porque, aunque habíamos pedido en Barajas, no nos dieron”, cuenta el demandante de protección, que asegura huir por las amenazas sufridas en su país tras haber trabajado con asuntos de inteligencia durante su etapa como militar en Colombia. Decidieron viajar a Bilbao porque tenía un amigo que quizá podía ayudarles, pero nunca le respondió. Durante días, volvieron a pasar las noches a la intemperie hasta que lograron obtener plazas en un espacio de acogida de CEAR en Euskadi.
Patricia se extraña de que no ocurriese algo más grave durante su estancia en Barajas: “Es abrumador. Estar tantos días así, con tanta gente, es normal que pase algo. Mi último día yo sentía que, si pasaba un día más allí, iba a ocurrir algo. Cada vez había más tensión, más cansancio. El último día sentía que me iba a poner a llorar, que iba a explotar en cualquier momento. No aguantaba pero todo el tiempo trataba de evitarlo para calmar a mi hija y mi sobrino”.
“A la niña la notaba deprimida por estar encerrada... ese lugar no es un lugar para niños. Y había demasiados. Deberían hacer un espacio aparte. Hay situaciones que se pueden escapar de las manos y no puede haber menores presenciándolo”, clama. “Mi hijo aún tiene secuelas de aquellos días. Se despierta llorando por las noches. Tiene terrores nocturnos. Había mucha tensión, varios días hubo peleas y gritos cuando la gente iba a ser deportada. No entiendo cómo dejan que haya niños allí”, dice también el hombre colombiano.
Las reflexiones de Patricia y Mathías coinciden con las peticiones trasladadas por escrito por Acnur al Ministerio del Interior el pasado mes de noviembre. La Agencia de la ONU para los Refugiados envió a la cartera dirigida por Fernando Grande-Marlaska un escrito, adelantado por elDiario.es, en el que mostraba su preocupación, entre otros asuntos, por la situación de varios menores que llevaban 15 días en la misma sala “sin prácticamente acceso alguno a luz natural”.
Hace tres meses, Acnur pidió la creación de “espacios exclusivos para familias con niños y niñas, acondicionados con material adecuado, juguetes o libros donde puedan estar separados de los demás adultos y proporcionar servicios específicos para la infancia”. Los niños pasaban el día sin actividades específicas para ellos y compartiendo las 24 horas espacio con personas que mostraban signos de “ansiedad y preocupación”.
Cuando Patricia estuvo en Barajas, después del envío de dichas recomendaciones, las peticiones de Acnur no se habían cumplido. Para pasar el rato, su sobrino creó con trozos de papel una suerte de fichas, dado y tablero para intentar jugar al parchís. “Solo teníamos eso para pasar un poco el tiempo”, añade.
Interior asegura que algunas de las sugerencias de la Agencia de la ONU, como separar a las mujeres y niños del resto de demandantes de asilo, sí se han materializado. No obstante, el Defensor del Pueblo observó durante la inspección realizada el pasado 19 de enero que las mujeres y algunos menores habían sido trasladados a una sala de la terminal 2, pero esta estancia tampoco cumplía con los estándares mínimos. “Carece de las condiciones necesarias para cumplir su función”, concluyó Ángel Gabilondo. También denunció la falta de ducha, dado que se encontraba estropeada desde hacía dos semanas, y la inexistencia de kits de higiene femenina. La institución solicita a Interior una mayor coordinación entre las autoridades implicadas así como más personal para tramitar las solicitudes de forma más ágil.
Este jueves, AENA y el Ministerio del Interior habilitaron una nueva sala para atender a los solicitantes de protección internacional en Barajas. La Dirección General de Policía defiende que este nuevo espacio, sumado a las otras tres instalaciones que hasta ahora alojan a demandantes de asilo, “mejorará las condiciones de estancia mientras se tramitan las solicitudes”.
Un mes después de salir del aeropuerto, Patricia mantiene una aparente imagen alegre y agradecida. Describe por qué, para ella, lo peor de su semana en Barajas fue la comida. Lo fue, dice, por la salud de su hija, pero también por cómo ella se sentía cuando dejaban aquellas bandejas en un carrito dentro del comedor, para que el centenar de personas corriera a recogerlas. “Teníamos la comida, pero es inhumano que te den una comida fría, que la dejen así y tengas casi que pelearte por ella. Nadie quiere pasar por esto, nadie quiere dejar un país de cero, con una maleta, dejar todo atrás...”, dice antes de interrumpir sus palabras con un llanto inesperado. “Unos venimos por amenazas, otros por la guerra. Venimos con una mano delante y otra atrás. Es muy difícil que te traten así. Nos quitan la dignidad”, concluye la venezolana.
*Los nombres de los solicitantes de asilo son ficticios a petición de los entrevistados para mantener el anonimato tras las amenazas recibidas en sus países de origen.