Durante los días 24 y 28 de marzo se ha celebrado en la capital de Túnez el Foro Social Mundial. Desde que en el año 2001 se celebró el primer Foro Social en Porto Alegre, como respuesta al Foro Económico Mundial muchas cosas han cambiado. Sin embargo, varias tendencias de largo plazo se mantienen: la concentración de riqueza en el 1%, que está dejando de ser un símbolo para empezar a ser un realidad material; la captura de la democracia por parte del poder económico o la impunidad de las grandes multinacionales y el poder financiero.
Los FSM se iniciaron en un momento en que el capitalismo de corte occidental y liberal estaba encantado de conocerse. La globalización, esa palabra un tanto olvidada en los últimos años, conllevaba la generación de bienestar y desarrollo nunca antes alcanzado. Movimientos como ATTAC y multitud de organizaciones del Sur nos previnieron de que la globalización era “business as usual” y que más allá de las formulaciones bienintencionadas, significaba explotación, desigualdad y pobreza para la mayor parte del mundo.
Pero, ¿cómo ha cambiado el planeta en estos años?
14 años después, la explotación, la desigualdad y la pobreza están también presentes en los países enriquecidos, si es que alguna vez dejaron de estarlo. La crisis financiera y las consecuencias de la misma, en forma de violación de los derechos humanos, nos han devuelto la necesidad de construir, también en el Norte, otro mundo.
La nueva geopolítica en Oriente Medio ha sido otro de los elementos claves que ha estado presente todos los días. Las primaveras árabes, que trajeron el Foro a Túnez, se enfrentan a la posibilidad real de fracasar en la democratización de sus sociedades mientras que la sombra del terrorismo se ha hecho presente también el Foro Social Mundial. La manifestación de apertura cambió de recorrido, terminando en el Museo del Bardo para condenar los atentados de la semana anterior.
La agenda que viene
La necesidad de vincular las diversas luchas era una de las demandas más señaladas por los participantes. Las nuevas agendas de los movimientos sociales han de encontrar vínculos entre sí. Un tema acuciante y que se señaló varias veces como posible aglutinador era el cambio climático. El horizonte de la COP21, la Cumbre Mundial de Gobiernos que ha de decidir las medidas para hacer frente, de verdad, al cambio climático, es un hito clave durante este año.
El poder corporativo y las nuevas estrategias para mantenerlo y dar la enésima vuelta de tuerca a la acumulación de beneficios ha sido otro de los temas más discutidos. El papel que la nueva regulación internacional y nacional tiene para mantener su poder (en especial el TTIP), las violaciones de los DDHH cometidas por las multinacionales o la evasión fiscal sistemática de los ricos era otro tema recurrente.
El feminismo, como es fundamental en cualquier espacio donde se discuta sobre transformación social, planteaba las preguntas esenciales sobre las consecuencias de la globalización para las mujeres y la necesidad de ponerse las gafas moradas para buscar las soluciones.
Al final, aunque muchas veces sin pronunciar la palabra, detrás de todas estas discusiones se hacía latente una pregunta esencial para la democracia. Si queremos construir un mundo más justo, o simplemente un mundo en el que la vida de la mayor parte de las personas merezca ser vivida, es necesario hacerlo desde un fuerte impulso democrático. La cuestión de la isonomía, de la participación como iguales (con el mismo poder) en las decisiones que nos afectan a todos, en todos los sitios y en todos los momentos, es la vía por la que transitar hacia este otro mundo posible que, sobretodo, es necesario.