Con motivo del Día Internacional de la Mujer, Survival International hace un recorrido por las vidas e historias de mujeres indígenas y tribales del planeta.
Pocahontas era la hija de Wahunsonacock, el jefe de la tribu nativa norteamericana powhatan. Los indios powhatanes pertenecían a una confederación de unas treinta tribus; su hogar era la región que los colonos europeos llamaron Virginia. El verdadero nombre de Pocahontas era Matoaka; Pocahontas era un apodo que significaba "Pequeña silenciosa". Se piensa que a los doce años salvó al capitán inglés John Smith de ser ejecutado, después de que este hubiera sido capturado por un grupo de hombres powhatanes. Pocahontas fue aprisionada por los ingleses en 1613. Durante su cautiverio cambió su nombre por el de Rebecca, se convirtió al cristianismo y contrajo matrimonio con el inglés John Rolfe, con quien tuvo un hijo, Thomas Rolfe. John Rolfe y Pocahontas se embarcaron hacia Inglaterra en 1616, donde fue presentada al rey Jaime I y ante los miembros de la alta sociedad inglesa como una "salvaje civilizada". En 1617, al inicio de su viaje de regreso a los Estados Unidos, Pocahontas enfermó gravemente y murió en Gravesend, Reino Unido, a la edad de 22 años. En un mensaje del registro parroquial de la iglesia de Gravesend donde fue enterrada se puede leer: Rebecca Wroth, mujer del caballero Thomas Wroth, una mujer de Virginia, fue enterrada en el presbiterio. Su hijo Thomas regresó más tarde a su casa. Muchas son las personas que se proclaman descendientes de Pocahontas.
Pocahontas era la hija de Wahunsonacock, el jefe de la tribu nativa norteamericana powhatan. Los indios powhatanes pertenecían a una confederación de unas treinta tribus; su hogar era la región que los colonos europeos llamaron Virginia. El verdadero nombre de Pocahontas era Matoaka; Pocahontas era un apodo que significaba "Pequeña silenciosa". Se piensa que a los doce años salvó al capitán inglés John Smith de ser ejecutado, después de que este hubiera sido capturado por un grupo de hombres powhatanes. Pocahontas fue aprisionada por los ingleses en 1613. Durante su cautiverio cambió su nombre por el de Rebecca, se convirtió al cristianismo y contrajo matrimonio con el inglés John Rolfe, con quien tuvo un hijo, Thomas Rolfe. John Rolfe y Pocahontas se embarcaron hacia Inglaterra en 1616, donde fue presentada al rey Jaime I y ante los miembros de la alta sociedad inglesa como una "salvaje civilizada". En 1617, al inicio de su viaje de regreso a los Estados Unidos, Pocahontas enfermó gravemente y murió en Gravesend, Reino Unido, a la edad de 22 años. En un mensaje del registro parroquial de la iglesia de Gravesend donde fue enterrada se puede leer: Rebecca Wroth, mujer del caballero Thomas Wroth, una mujer de Virginia, fue enterrada en el presbiterio. Su hijo Thomas regresó más tarde a su casa. Muchas son las personas que se proclaman descendientes de Pocahontas.
Entre Tahití y América del Sur se encuentra Rapa Nui, la isla habitada más remota de la Tierra. También conocida como la isla de Pascua, es famosa por sus moáis, enormes estatuas de piedra que se erigen como centinelas sobre los flancos cubiertos de hierba de un volcán ya extinguido. Los moáis fueron tallados por los indígenas rapanúis, que ya llevaban siglos viviendo en la isla cuando se registró el primer contacto con europeos en el siglo XVIII. A finales del siglo XIX su población resultó diezmada por los traficantes de esclavos peruanos, tras lo cual Chile se anexó la isla y la convirtió en un gran rancho para ovejas. Los rapanúis fueron desposeídos de sus tierras, sustento y derechos humanos y obligados a vivir en condiciones denigrantes. El historiador Stephen Fischer escribió que Rapa Nui se hizo tristemente célebre como la colonia peor administrada de las islas del Pacífico. En 1914, sin embargo, los rapanúis se rebelaron contra los colonizadores. La revuelta fue inspirada por su líder y visionaria Angata, quien soñó que la isla pertenecía una vez más a su pueblo. Angata fue descrita por la antropóloga británica Katherine Routledge, quien vivía en la isla en aquel momento, como una frágil anciana de pelo canoso y mirada expresiva, poseedora de una personalidad inequívocamente atractiva y magnética. Pero cuando Angata falleció las protestas murieron con ella. No fue hasta 1964 que Chile puso fin al régimen militar arbitrario en Rapa Nui.
Entre Tahití y América del Sur se encuentra Rapa Nui, la isla habitada más remota de la Tierra. También conocida como la isla de Pascua, es famosa por sus moáis, enormes estatuas de piedra que se erigen como centinelas sobre los flancos cubiertos de hierba de un volcán ya extinguido. Los moáis fueron tallados por los indígenas rapanúis, que ya llevaban siglos viviendo en la isla cuando se registró el primer contacto con europeos en el siglo XVIII. A finales del siglo XIX su población resultó diezmada por los traficantes de esclavos peruanos, tras lo cual Chile se anexó la isla y la convirtió en un gran rancho para ovejas. Los rapanúis fueron desposeídos de sus tierras, sustento y derechos humanos y obligados a vivir en condiciones denigrantes. El historiador Stephen Fischer escribió que Rapa Nui se hizo tristemente célebre como la colonia peor administrada de las islas del Pacífico. En 1914, sin embargo, los rapanúis se rebelaron contra los colonizadores. La revuelta fue inspirada por su líder y visionaria Angata, quien soñó que la isla pertenecía una vez más a su pueblo. Angata fue descrita por la antropóloga británica Katherine Routledge, quien vivía en la isla en aquel momento, como una frágil anciana de pelo canoso y mirada expresiva, poseedora de una personalidad inequívocamente atractiva y magnética. Pero cuando Angata falleció las protestas murieron con ella. No fue hasta 1964 que Chile puso fin al régimen militar arbitrario en Rapa Nui.
Las mujeres de las sociedades industrializadas todavía luchan por conseguir la igualdad con los hombres. Muchas de sus homólogas en las sociedades cazadoras-recolectoras, sin embargo, conocen desde hace tiempo la igualdad de género. La dependencia mutua de los alimentos que consigue cada uno de ellos (los hombres cazan y las mujeres recolectan) ha propiciado el desarrollo de sociedades igualitarias durante generaciones. Para las mujeres de la tribu de cazadores-recolectores awás, en la Amazonia brasileña, la sociedad igualitaria es lo normal. Los cazadores-recolectores hadzas, una tribu del norte de Tanzania, también tienen en alta estima la igualdad. Las mujeres hadzas disponen de una gran autonomía y participan de forma igualitaria a los hombres en los procesos de toma de decisiones. Y cuando los misioneros católicos llegaron a las orillas de la península de labrador-Quebec, en el noreste de Canadá, muchos quedaron horrorizados por el nivel de independencia y poder de las mujeres innus. En una Europa donde las mujeres eran vistas, por lo general, como inferiores a los hombres, las mujeres innus eran mucho más libres dentro y fuera del matrimonio y con frecuencia decidían dónde y cuándo acampar en sus largos viajes por las extensiones subárticas de su tierra natal, Nitassinan./
Las mujeres de las sociedades industrializadas todavía luchan por conseguir la igualdad con los hombres. Muchas de sus homólogas en las sociedades cazadoras-recolectoras, sin embargo, conocen desde hace tiempo la igualdad de género. La dependencia mutua de los alimentos que consigue cada uno de ellos (los hombres cazan y las mujeres recolectan) ha propiciado el desarrollo de sociedades igualitarias durante generaciones. Para las mujeres de la tribu de cazadores-recolectores awás, en la Amazonia brasileña, la sociedad igualitaria es lo normal. Los cazadores-recolectores hadzas, una tribu del norte de Tanzania, también tienen en alta estima la igualdad. Las mujeres hadzas disponen de una gran autonomía y participan de forma igualitaria a los hombres en los procesos de toma de decisiones. Y cuando los misioneros católicos llegaron a las orillas de la península de labrador-Quebec, en el noreste de Canadá, muchos quedaron horrorizados por el nivel de independencia y poder de las mujeres innus. En una Europa donde las mujeres eran vistas, por lo general, como inferiores a los hombres, las mujeres innus eran mucho más libres dentro y fuera del matrimonio y con frecuencia decidían dónde y cuándo acampar en sus largos viajes por las extensiones subárticas de su tierra natal, Nitassinan./
Los bosquimanos son el pueblo originario del sur de África. Entre 1997 y 2002 casi todos los bosquimanos fueron expulsados de sus hogares en la Reserva de Caza del Kalahari Central (CKGR, según sus siglas en inglés) y conducidos a campos de reasentamiento fuera de la reserva, donde no solo se les niegan sus medios de vida, sino que son humillados por actitudes racistas endémicas. Que nos llamen primitivos. Que nos llamen gente de la Edad de Piedra. Nuestro modo de vida nos viene bien. Hemos visto el desarrollo, y no nos gusta, dijo una mujer bosquimana. Xlarema Phuti, una curadora bosquimana, fue expulsada a la fuerza de Molapo, su hogar ancestral en la reserva, por el Gobierno y trasladada a Nuevo Xade, un campo de reasentamiento gubernamental conocido como el "lugar de la muerte". Xlarema habló con Survival International sobre los poderes curativos de la tradicional danza del trance de los bosquimanos y sobre la tristeza que ha experimentado desde que los bosquimanos fueron expulsados de sus tierras. Cuando estoy bailando en la danza del trance, hablo con los ancestros para que me ayuden a curar al enfermo, dijo./ ©Dominick Tyler
Los bosquimanos son el pueblo originario del sur de África. Entre 1997 y 2002 casi todos los bosquimanos fueron expulsados de sus hogares en la Reserva de Caza del Kalahari Central (CKGR, según sus siglas en inglés) y conducidos a campos de reasentamiento fuera de la reserva, donde no solo se les niegan sus medios de vida, sino que son humillados por actitudes racistas endémicas. Que nos llamen primitivos. Que nos llamen gente de la Edad de Piedra. Nuestro modo de vida nos viene bien. Hemos visto el desarrollo, y no nos gusta, dijo una mujer bosquimana. Xlarema Phuti, una curadora bosquimana, fue expulsada a la fuerza de Molapo, su hogar ancestral en la reserva, por el Gobierno y trasladada a Nuevo Xade, un campo de reasentamiento gubernamental conocido como el "lugar de la muerte". Xlarema habló con Survival International sobre los poderes curativos de la tradicional danza del trance de los bosquimanos y sobre la tristeza que ha experimentado desde que los bosquimanos fueron expulsados de sus tierras. Cuando estoy bailando en la danza del trance, hablo con los ancestros para que me ayuden a curar al enfermo, dijo./ ©Dominick Tyler
Elizabeth “Tshaukuesh” Penashue es una mujer innu de 84 años de Sheshatshiu, en Labrador. Durante muchos años, cada primavera, ha liderado un recorrido a pie por las montañas Mealy con el objetivo de que los jóvenes innus reconecten con las tierras en las que han vivido durante casi 8.000 años. No quiero ver que mis hijos lo pierden todo. No quiero que pierdan su identidad innu, su cultura y su vida. Antes de marcharme tengo que enseñar a los niños. Si nadie enseña a nuestros hijos, ¿qué pensarán cuando crezcan? ¿Pensarán ‘no soy innu, soy un blanco’? Es importante saber quién eres. Yo soy innu. Esta tierra es mi vida. Estoy orgullosa de haber nacido en una tienda de campaña. Sin enfermera, sin médico. Mi padre ayudó a mi madre a dar a luz. Cuando camino por estas tierras, siento que voy a casa, a un lugar que me pertenece. El lugar innu. Elisabeth comenzó su décimo tercer y último recorrido el pasado mes de febrero de 2014. Antes de empezarlo, sin embargo, descubrió que el acceso a la tierra ancestral innu alrededor de Muskrat Falls le ha sido denegado por parte de la corporación energética Nalcor, que construye un faraónico proyecto hidroeléctrico en el área. /FOTO 6 ©Elizabeth Penashue
Elizabeth “Tshaukuesh” Penashue es una mujer innu de 84 años de Sheshatshiu, en Labrador. Durante muchos años, cada primavera, ha liderado un recorrido a pie por las montañas Mealy con el objetivo de que los jóvenes innus reconecten con las tierras en las que han vivido durante casi 8.000 años. No quiero ver que mis hijos lo pierden todo. No quiero que pierdan su identidad innu, su cultura y su vida. Antes de marcharme tengo que enseñar a los niños. Si nadie enseña a nuestros hijos, ¿qué pensarán cuando crezcan? ¿Pensarán ‘no soy innu, soy un blanco’? Es importante saber quién eres. Yo soy innu. Esta tierra es mi vida. Estoy orgullosa de haber nacido en una tienda de campaña. Sin enfermera, sin médico. Mi padre ayudó a mi madre a dar a luz. Cuando camino por estas tierras, siento que voy a casa, a un lugar que me pertenece. El lugar innu. Elisabeth comenzó su décimo tercer y último recorrido el pasado mes de febrero de 2014. Antes de empezarlo, sin embargo, descubrió que el acceso a la tierra ancestral innu alrededor de Muskrat Falls le ha sido denegado por parte de la corporación energética Nalcor, que construye un faraónico proyecto hidroeléctrico en el área. /FOTO 6 ©Elizabeth Penashue
Damiana pertenece a la tribu guaraní-kaiowá. Se piensa que este pueblo indígena fue uno de los primeros en ser contactados cuando los europeos llegaron a Sudamérica. Hubo una vez en que ocuparon una tierra de bosque y llanuras en Brasil que se expandía por 350.000 km cuadrados. Los guaraníes cazaban libremente en su hogar, y plantaban yuca y maíz en sus huertos. Sin embargo, durante el último siglo casi todo su bosque les ha sido robado y transformado en inmensas y secas parcelas de haciendas ganaderas, campos de soja y plantaciones de la prominente caña de azúcar. Hace una década, los terratenientes ganaderos intimidaron a Damiana y a su familia y la expulsaron de sus tierras ancestrales. Desde entonces, ha vivido en condiciones degradantes junto a una carretera. Su marido y tres de sus hijos han muerto atropellados. En septiembre de 2013, sin embargo, lideró una valiente y peligrosa “retomada” (reocupación) de la plantación de caña de azúcar que ha invadido su tierra ancestral. Una retomada ha sido desde hace tiempo la esperanza y el consuelo de Damiana: la aspiración que la ha mantenido durante los brutales años de la expulsión, en medio del miedo, la humillación, la malnutrición, la pérdida, la enfermedad y la depresión. Hemos decidido luchar y morir por nuestra tierra, dijo Damiana./©Fiona Watson/Survival
Damiana pertenece a la tribu guaraní-kaiowá. Se piensa que este pueblo indígena fue uno de los primeros en ser contactados cuando los europeos llegaron a Sudamérica. Hubo una vez en que ocuparon una tierra de bosque y llanuras en Brasil que se expandía por 350.000 km cuadrados. Los guaraníes cazaban libremente en su hogar, y plantaban yuca y maíz en sus huertos. Sin embargo, durante el último siglo casi todo su bosque les ha sido robado y transformado en inmensas y secas parcelas de haciendas ganaderas, campos de soja y plantaciones de la prominente caña de azúcar. Hace una década, los terratenientes ganaderos intimidaron a Damiana y a su familia y la expulsaron de sus tierras ancestrales. Desde entonces, ha vivido en condiciones degradantes junto a una carretera. Su marido y tres de sus hijos han muerto atropellados. En septiembre de 2013, sin embargo, lideró una valiente y peligrosa “retomada” (reocupación) de la plantación de caña de azúcar que ha invadido su tierra ancestral. Una retomada ha sido desde hace tiempo la esperanza y el consuelo de Damiana: la aspiración que la ha mantenido durante los brutales años de la expulsión, en medio del miedo, la humillación, la malnutrición, la pérdida, la enfermedad y la depresión. Hemos decidido luchar y morir por nuestra tierra, dijo Damiana./©Fiona Watson/Survival
Las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta, en el norte de Colombia, forman la cordillera costera más alta del mundo. Los picos nevados que se elevan por encima de las boscosas laderas, siempre cubiertas de nubes, y los ríos que nacen del deshielo de las cumbres son sagrados para el pueblo indígena arhuaco y para sus vecinos, los kogis, los arsarios y los kankuamas. Los arhuacos han vivido aquí desde hace miles de años. Para ellos, la Sierra Nevada es el corazón del mundo; se denominan a sí mismos los “Hermanos Mayores” y creen que tienen una sabiduría y comprensión místicos superiores a los de otros pueblos. Leonor Zalabata, una líder arhuaco que ha trabajado sin descanso en la defensa de los arhuacos y de los derechos de los 102 pueblos indígenas de Colombia, se reunió por primera vez con Survival International durante los años 90, cuando los insurgentes de la guerrilla de izquierdas establecieron su campamento en la tierra de los arhuacos y los sometieron a un periodo de brutal violencia. Muchos líderes arhuacos fueron asesinados. A pesar del peligro constante, Leonor ha dedicado su vida a denunciar los abusos contra los indígenas de Colombia. Ha trabajado con el Grupo de Trabajo para los Pueblos Indígenas de Naciones Unidas y con el Foro Permanente para Cuestiones Indígenas de la ONU. La Sierra Nevada de Santa Marta (…) es el corazón del mundo, dice. Aquí es donde nuestros espíritus descansan y permanecen. Cuando una niña nace, en nuestra cultura decimos que la montaña ríe y los pájaros lloran./©Survival International
Las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta, en el norte de Colombia, forman la cordillera costera más alta del mundo. Los picos nevados que se elevan por encima de las boscosas laderas, siempre cubiertas de nubes, y los ríos que nacen del deshielo de las cumbres son sagrados para el pueblo indígena arhuaco y para sus vecinos, los kogis, los arsarios y los kankuamas. Los arhuacos han vivido aquí desde hace miles de años. Para ellos, la Sierra Nevada es el corazón del mundo; se denominan a sí mismos los “Hermanos Mayores” y creen que tienen una sabiduría y comprensión místicos superiores a los de otros pueblos. Leonor Zalabata, una líder arhuaco que ha trabajado sin descanso en la defensa de los arhuacos y de los derechos de los 102 pueblos indígenas de Colombia, se reunió por primera vez con Survival International durante los años 90, cuando los insurgentes de la guerrilla de izquierdas establecieron su campamento en la tierra de los arhuacos y los sometieron a un periodo de brutal violencia. Muchos líderes arhuacos fueron asesinados. A pesar del peligro constante, Leonor ha dedicado su vida a denunciar los abusos contra los indígenas de Colombia. Ha trabajado con el Grupo de Trabajo para los Pueblos Indígenas de Naciones Unidas y con el Foro Permanente para Cuestiones Indígenas de la ONU. La Sierra Nevada de Santa Marta (…) es el corazón del mundo, dice. Aquí es donde nuestros espíritus descansan y permanecen. Cuando una niña nace, en nuestra cultura decimos que la montaña ríe y los pájaros lloran./©Survival International
Desde que Bangladesh se independizó de Pakistán en 1971, los indígenas jummas de las Chittagong Hill Tracts, en la montañosa región sureste del país, han soportado algunas de las peores violaciones de derechos humanos en Asia. Amables, compasivos y tolerantes con otras religiones, los jummas son étnica y lingüísticamente distintos de la mayoría bengalí. En la actualidad, también son uno de los pueblos tribales más perseguidos. Los colonos casi los superan en número y sufren brutalmente a manos del ejército. En un solo acto genocida, cientos de hombres, mujeres y niños fueron quemados vivos en sus casas de bambú. La brutalidad sexual contra las mujeres y niñas jummas también es alarmantemente alta: desde agosto de 2012, al menos 12 mujeres y niñas jummas han sido víctimas de violencia sexual, aunque el número podría ser mayor, ya que con frecuencia no se denuncian las violaciones debido al estigma social que acarrean. Se ha hecho poco para perseguir a los culpables de estos crímenes, explica Sophie Grig de Survival International. Esto deja a las mujeres y niñas jummas cada vez más vulnerables, ya que sus agresores actúan con impunidad./ ©Mark McEvoy/Survival
Desde que Bangladesh se independizó de Pakistán en 1971, los indígenas jummas de las Chittagong Hill Tracts, en la montañosa región sureste del país, han soportado algunas de las peores violaciones de derechos humanos en Asia. Amables, compasivos y tolerantes con otras religiones, los jummas son étnica y lingüísticamente distintos de la mayoría bengalí. En la actualidad, también son uno de los pueblos tribales más perseguidos. Los colonos casi los superan en número y sufren brutalmente a manos del ejército. En un solo acto genocida, cientos de hombres, mujeres y niños fueron quemados vivos en sus casas de bambú. La brutalidad sexual contra las mujeres y niñas jummas también es alarmantemente alta: desde agosto de 2012, al menos 12 mujeres y niñas jummas han sido víctimas de violencia sexual, aunque el número podría ser mayor, ya que con frecuencia no se denuncian las violaciones debido al estigma social que acarrean. Se ha hecho poco para perseguir a los culpables de estos crímenes, explica Sophie Grig de Survival International. Esto deja a las mujeres y niñas jummas cada vez más vulnerables, ya que sus agresores actúan con impunidad./ ©Mark McEvoy/Survival
Ser una mujer dongria kondh de las colinas de Niyamgiri en el estado de Odisha, en la India, es estar íntimamente conectada con tu tierra. Llevan milenios viviendo prósperamente en las frondosas colinas boscosas, con sus arroyos perennes y los gigantescos árboles de yaca. Se llaman a sí mismas jharnia, que significa protectoras de los arroyos. Durante los últimos diez años las mujeres dongria kondhs han trabajado codo con codo con los hombres drongrias para proteger a Niyamgiri de los devastadores planes de Vedanta Resources para construir una mina de bauxita a cielo abierto en su montaña más sagrada, Niyam Dongar, la “montaña de la ley”. Una de sus acciones fue formar una cadena humana alrededor de la base de la montaña para evitar que las excavadoras de Vedanta la destruyeran. En agosto de 2013, los dongria kondhs rechazaron por mayoría absoluta la apertura de una mina a cielo abierto de bauxita, del gigante minero británico Vedanta Resources, en su montaña sagrada. Esto supone un triunfo sin precedentes para los derechos indígenas. Muchos de los dongrias más representativos, aquellos que han protestado públicamente y han viajado 1.600 km hasta Delhi, exigen que la policía libere a los líderes que permanecen detenidos, entre los que también hay mujeres. No entregaremos a nadie nuestros bosques, dijo una mujer dongria. Todas las mujeres están dispuestas a ir a la cárcel por esto. En enero de 2014, su persistencia dio resultados: el Gobierno de la India anunció que la mina no sería aprobada./©Jason Taylor
Ser una mujer dongria kondh de las colinas de Niyamgiri en el estado de Odisha, en la India, es estar íntimamente conectada con tu tierra. Llevan milenios viviendo prósperamente en las frondosas colinas boscosas, con sus arroyos perennes y los gigantescos árboles de yaca. Se llaman a sí mismas jharnia, que significa protectoras de los arroyos. Durante los últimos diez años las mujeres dongria kondhs han trabajado codo con codo con los hombres drongrias para proteger a Niyamgiri de los devastadores planes de Vedanta Resources para construir una mina de bauxita a cielo abierto en su montaña más sagrada, Niyam Dongar, la “montaña de la ley”. Una de sus acciones fue formar una cadena humana alrededor de la base de la montaña para evitar que las excavadoras de Vedanta la destruyeran. En agosto de 2013, los dongria kondhs rechazaron por mayoría absoluta la apertura de una mina a cielo abierto de bauxita, del gigante minero británico Vedanta Resources, en su montaña sagrada. Esto supone un triunfo sin precedentes para los derechos indígenas. Muchos de los dongrias más representativos, aquellos que han protestado públicamente y han viajado 1.600 km hasta Delhi, exigen que la policía libere a los líderes que permanecen detenidos, entre los que también hay mujeres. No entregaremos a nadie nuestros bosques, dijo una mujer dongria. Todas las mujeres están dispuestas a ir a la cárcel por esto. En enero de 2014, su persistencia dio resultados: el Gobierno de la India anunció que la mina no sería aprobada./©Jason Taylor
Se cree que los antepasados de la tribu jarawa de las islas Andamán formaron parte de las primeras migraciones humanas exitosas provenientes de África. Los cazadores-recolectores de este pueblo indígena solo empezaron a salir de la selva sin sus arcos y flechas y a mantener un contacto amistoso con sus vecinos a partir de 1998. Ahora, sin embargo, los jarawas se enfrentan a la aniquilación a menos que la carretera ilegal que atraviesa su selva se cierre de forma permanente a los colonos, cazadores furtivos, madereros y turistas. A principios de 2014, Survival International publicó pruebas que revelaban el escandaloso alcance de la explotación sexual entre las jóvenes mujeres jarawas. Un hombre jarawa denunció que los furtivos acceden con regularidad a la reserva protegida de su tribu y engatusan a las jóvenes con alcohol o drogas con el objetivo de abusar sexualmente de ellas. Las enfermedades de transmisión sexual, como el VIH/SIDA, suponen una grave amenaza para los pueblos indígenas recientemente contactados como los jarawas. Los vecinos de esta tribu, los granandamaneses, prácticamente se han extinguido por las enfermedades que propagaron los colonizadores británicos en el siglo XIX, como la sífilis./©Survival International
Se cree que los antepasados de la tribu jarawa de las islas Andamán formaron parte de las primeras migraciones humanas exitosas provenientes de África. Los cazadores-recolectores de este pueblo indígena solo empezaron a salir de la selva sin sus arcos y flechas y a mantener un contacto amistoso con sus vecinos a partir de 1998. Ahora, sin embargo, los jarawas se enfrentan a la aniquilación a menos que la carretera ilegal que atraviesa su selva se cierre de forma permanente a los colonos, cazadores furtivos, madereros y turistas. A principios de 2014, Survival International publicó pruebas que revelaban el escandaloso alcance de la explotación sexual entre las jóvenes mujeres jarawas. Un hombre jarawa denunció que los furtivos acceden con regularidad a la reserva protegida de su tribu y engatusan a las jóvenes con alcohol o drogas con el objetivo de abusar sexualmente de ellas. Las enfermedades de transmisión sexual, como el VIH/SIDA, suponen una grave amenaza para los pueblos indígenas recientemente contactados como los jarawas. Los vecinos de esta tribu, los granandamaneses, prácticamente se han extinguido por las enfermedades que propagaron los colonizadores británicos en el siglo XIX, como la sífilis./©Survival International
Se cree que los antepasados de la tribu jarawa de las islas Andamán formaron parte de las primeras migraciones humanas exitosas provenientes de África. Los cazadores-recolectores de este pueblo indígena solo empezaron a salir de la selva sin sus arcos y flechas y a mantener un contacto amistoso con sus vecinos a partir de 1998. Ahora, sin embargo, los jarawas se enfrentan a la aniquilación a menos que la carretera ilegal que atraviesa su selva se cierre de forma permanente a los colonos, cazadores furtivos, madereros y turistas. A principios de 2014, Survival International publicó pruebas que revelaban el escandaloso alcance de la explotación sexual entre las jóvenes mujeres jarawas. Un hombre jarawa denunció que los furtivos acceden con regularidad a la reserva protegida de su tribu y engatusan a las jóvenes con alcohol o drogas con el objetivo de abusar sexualmente de ellas. Las enfermedades de transmisión sexual, como el VIH/SIDA, suponen una grave amenaza para los pueblos indígenas recientemente contactados como los jarawas. Los vecinos de esta tribu, los granandamaneses, prácticamente se han extinguido por las enfermedades que propagaron los colonizadores británicos en el siglo XIX, como la sífilis./©Survival International
Se cree que los antepasados de la tribu jarawa de las islas Andamán formaron parte de las primeras migraciones humanas exitosas provenientes de África. Los cazadores-recolectores de este pueblo indígena solo empezaron a salir de la selva sin sus arcos y flechas y a mantener un contacto amistoso con sus vecinos a partir de 1998. Ahora, sin embargo, los jarawas se enfrentan a la aniquilación a menos que la carretera ilegal que atraviesa su selva se cierre de forma permanente a los colonos, cazadores furtivos, madereros y turistas. A principios de 2014, Survival International publicó pruebas que revelaban el escandaloso alcance de la explotación sexual entre las jóvenes mujeres jarawas. Un hombre jarawa denunció que los furtivos acceden con regularidad a la reserva protegida de su tribu y engatusan a las jóvenes con alcohol o drogas con el objetivo de abusar sexualmente de ellas. Las enfermedades de transmisión sexual, como el VIH/SIDA, suponen una grave amenaza para los pueblos indígenas recientemente contactados como los jarawas. Los vecinos de esta tribu, los granandamaneses, prácticamente se han extinguido por las enfermedades que propagaron los colonizadores británicos en el siglo XIX, como la sífilis./©Survival International
La chocante ironía que rodea a la muerte de Nicolasa Quintreman, de 73 años, es inexorable. Esta mujer indígena pehuenche mapuche, había protestado pacíficamente contra la construcción de la presa de Ralco, en el río sagrado Bío Bío de Chile, que fluye a través de su territorio ancestral desde la laguna de Galletué hasta el Pacífico. Durante una década, la pequeña Nicolasa y su hermana Berta se negaron a marcharse de sus hogares, y con el apoyo de un grupo de compañeros mapuches bloquearon las carreteras y puentes de acceso a la montaña con el objetivo de evitar que la empresa hidroeléctrica Endesa pudiera acceder al lugar donde se estaba construyendo la presa. Muchos mapuches fueron detenidos y muchos otros calificados de "terroristas" por su protesta pacífica en defensa de sus tierras. Finalmente, Nicolasa y su hermana, así como las comunidades mapuches, fueron obligadas a trasladarse de sus hogares a zonas más elevadas. Se les prometió compensación económica y otros incentivos por el desplazamiento, buena parte de los cuales, según parece, no fueron entregados. En diciembre de 2013 el cuerpo sin vida de Nicolasa Quintreman apareció flotando trágicamente en el embalse de Ralco, el mismo lago artificial que ella había intentado evitar que Endesa construyera. Nosotros que estamos aquí al lado (...), tenemos que ser nosotros; tenemos que defender hasta que nosotros podamos. Ustedes no me van a venir a decir a mi casa. Yo seré como seré. Seré pobre, seré como sea, pero están en mi casa, están donde me crié./©Joël Philippon/Survival
La chocante ironía que rodea a la muerte de Nicolasa Quintreman, de 73 años, es inexorable. Esta mujer indígena pehuenche mapuche, había protestado pacíficamente contra la construcción de la presa de Ralco, en el río sagrado Bío Bío de Chile, que fluye a través de su territorio ancestral desde la laguna de Galletué hasta el Pacífico. Durante una década, la pequeña Nicolasa y su hermana Berta se negaron a marcharse de sus hogares, y con el apoyo de un grupo de compañeros mapuches bloquearon las carreteras y puentes de acceso a la montaña con el objetivo de evitar que la empresa hidroeléctrica Endesa pudiera acceder al lugar donde se estaba construyendo la presa. Muchos mapuches fueron detenidos y muchos otros calificados de "terroristas" por su protesta pacífica en defensa de sus tierras. Finalmente, Nicolasa y su hermana, así como las comunidades mapuches, fueron obligadas a trasladarse de sus hogares a zonas más elevadas. Se les prometió compensación económica y otros incentivos por el desplazamiento, buena parte de los cuales, según parece, no fueron entregados. En diciembre de 2013 el cuerpo sin vida de Nicolasa Quintreman apareció flotando trágicamente en el embalse de Ralco, el mismo lago artificial que ella había intentado evitar que Endesa construyera. Nosotros que estamos aquí al lado (...), tenemos que ser nosotros; tenemos que defender hasta que nosotros podamos. Ustedes no me van a venir a decir a mi casa. Yo seré como seré. Seré pobre, seré como sea, pero están en mi casa, están donde me crié./©Joël Philippon/Survival
Cinco días les llevó a las mujeres y niños cabalgar desde una comunidad mapuche de Primer Corral, en Chile, a través de los ríos Puelo y Manso, hasta Puerto Varas, en el sur del país. Conocidas como Mujeres Sin Fronteras, el grupo lo conformaban cuarenta mujeres indígenas chilenas, argentinas y mapuches. El suyo fue un viaje de protesta; cabalgaban para denunciar la construcción de represas en la cuenca de Puelo-Manso, que comparten Chile y Argentina. Somos mujeres de este valle que estamos preocupadas por la destrucción de nuestras comunidades y del medio ambiente, dijo María Isabel Navarrete, presidenta de Mujeres Sin Fronteras. Queremos defender nuestras tradiciones, nuestra tierra y el futuro de nuestros hijos./ ©Loreto Panitao
Cinco días les llevó a las mujeres y niños cabalgar desde una comunidad mapuche de Primer Corral, en Chile, a través de los ríos Puelo y Manso, hasta Puerto Varas, en el sur del país. Conocidas como Mujeres Sin Fronteras, el grupo lo conformaban cuarenta mujeres indígenas chilenas, argentinas y mapuches. El suyo fue un viaje de protesta; cabalgaban para denunciar la construcción de represas en la cuenca de Puelo-Manso, que comparten Chile y Argentina. Somos mujeres de este valle que estamos preocupadas por la destrucción de nuestras comunidades y del medio ambiente, dijo María Isabel Navarrete, presidenta de Mujeres Sin Fronteras. Queremos defender nuestras tradiciones, nuestra tierra y el futuro de nuestros hijos./ ©Loreto Panitao
Las mujeres indígenas conocen desde hace décadas el desplazamiento brutal, el terror, el asesinato y la violación a manos de invasores. Han sufrido la humillación de gobiernos que perpetúan la idea de que, de alguna manera, son “atrasadas” o “de la Edad de Piedra”. Han visto cómo les arrebataban sus tierras, cómo aniquilaban su autoestima y cómo sus futuros se volvían inciertos. Incluso en el siglo XXI existe el mito de que las mujeres indígenas y sus comunidades son pueblos arcaicos condenados a extinguirse de forma natural. Pero es únicamente este concepto el que está anticuado, no ellos. Las mujeres indígenas no están “atrasadas” ni son “primitivas”; tienen sociedades complejas y en evolución que florecen cuando se las deja perseguir las formas de vida diversas y autosuficientes que han desarrollado a lo largo de los siglos. A pesar de su sufrimiento, la resistencia de muchas mujeres indígenas sigue aumentando en la actualidad. Survival International lleva cuarenta y cinco años ayudando a los pueblos indígenas a defender sus vidas, proteger sus tierras y decidir su propio futuro; y seguirá haciéndolo hasta que las mujeres indígenas y sus familias puedan permanecer en sus tierras y vivir como elijan./©Matilda Temperley