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FOTOS | Los rostros del CIE: de la inseguridad sanitaria a la violencia policial

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Pau Coll —

Mohsan. Pakistan, 25 días en el CIE

Mohsan escogió este nombre para el reportaje porque es el más querido de sus 6 hermanos, todos ellos residentes en Pakistán. Esconde su rostro por miedo a ser detenido de nuevo. Con 21 años abandonó el mundo de pobreza en el que vivía para iniciar un éxodo a pie desde Islamabad que un año más tarde acabaría en España. Al principio sobrevivía en Castilla y León vendiendo rosas en la vía publica, pero la presión policial lo obligó a trasladarse hasta Guipúzcoa. Euskadi aún otorga ayudas económicas a personas solas en situación de desarraigo.

A principios de julio, Mohsan tuvo una discusión con su pareja en una cafetería. La discusión se encendió y la policía intervino. El joven pakistaní fue trasladado a una comisaría cercana donde pasó 24 horas antes de ser puesto en libertad. Para su sorpresa, en la calle le esperaban dos Policías Nacionales vestidos de civil que lo obligaron a irse con lo puesto a la Comisaría General de Extranjería en Donostia. Allí, Mohsan descubrió que existía una orden para mandarlo de regreso a Pakistán.

Tramitada la expulsión, Mohsan fue trasladado al CIE de Aluche en Madrid. “Mal, ni la comida bien, ni dormir bien, nada. Yo no tengo culpa, yo no he vendido droga, no me han denunciado nunca, nunca, nunca. ¿Por qué me encierran un mes?”.

Lejos de su lugar de residencia, Mohsan no pudo recibir ninguna visita en el CIE. Sus conocidos en Madrid también son pakistaníes y ninguno de ellos se atrevía a acercarse al centro por miedo a ser detenidos. “No solo yo lloraba, mucha gente mayor allí también lloraban: paquistaníes, marroquíes…”. El 28 de julio fue puesto en libertad. Solo y sin dinero, Mohsan se vio obligado a pedir dinero prestado a diferentes compatriotas suyos para poder pagar el billete en autobús hasta Guipúzcoa. “Una persona, si tiene culpa, la cárcel esta bien, pero yo nunca antes había estado en la cárcel, ni nunca denunciado, yo no pensaba que nunca iría a la cárcel. […] Aunque yo tenga hambre, no robo.”

Zauhi Mohamed. Argelia, 135 días en un CIE

A Zauhi lo han deportado tres veces y tres veces ha regresado, subido en una patera. Su familia está en España. Su mujer, embarazada, y un hijo de cinco años también se encuentran en situación irregular. Viven en la misma ciudad pero Zauhi prefiere no compartir hogar con ellos, por miedo a que los expulsen por su culpa. Sin dinero ni trabajo, este joven Argelino de 27 años vive en el suelo de una minúscula habitación prestada por un paisano suyo. Habla como un hombre hundido, cada una de sus palabras transmite tristeza.

La historia de Zauhi empezó en 2007 en una playa de la ciudad de Oran llamada El Aaiún. En esa playa se puede comprar el derecho a jugarte la vida en una patera que navega hasta las costas de Almería por 10.000 linares (unos 1.000€). Zahui pagó la cuota y emprendió el viaje, pero en cuanto tocó suelo español fue arrestado y trasladado al Centro de Internamiento de Extranjeros de La Piñera, en Algeciras.

Desde esa fecha hasta hoy, Zahui ha sido arrestado cuatro veces por ser un extranjero indocumentado. Tres de los arrestos terminaron en deportación. Cada deportación terminó en una patera de vuelta a Almería. Zahui ha pasado un total de 135 días encerrado en tres Centros de Internamiento de Extranjeros del territorio español: Algeciras, Tarifa y Barcelona. Muy a su pesar, Zahui se ha convertido en un experto en este tipo de centros.

“Mal, muy mal, tratan mal, pegan a la gente. No hay servicios dentro del chavolo... la comida fría, no hay nada, la cama de plástico, no hay almohada, no hay manta, el frío... El mes pasado un paisano mío fue a ayudar a un marroquí que se iba, eran las cuatro de la mañana, te lo juro, y vino un policía y pum, en la boca, cayó el chico con sangre y todo”.

En octubre de 2010, Zahui participó en una huelga de hambre para protestar por las condiciones de su encierro, una de las muchas que se suceden en los centros. Después de eso fue deportado por tercera vez. “Yo no sabía nada, estaba durmiendo y vinieron: 'levántate levántate, tienes libertad'. Yo pensaba que me dejaban en libertad, dejé la ropa allí para mis paisanos, y cuando estaba abajo estaba la policía: 'tienes cacheo, te vas para tu país”. El último regreso fue el peor, veinte personas se quedaron sin gasolina en una patera de cinco metros de largo. Pasaron siete días en altar mar.

Ion Starescu. Rumania, 56 días en el CIE

Ion era vigilante de seguridad en Rumania, un oficio que lo convirtió en un hombre rudo. Vino hace ocho años. Trabajando en la construcción en Madrid se gana mucho más que como custodio en Buzău, su ciudad natal, pero al poco tiempo se quedó sin trabajo y en la calle. Pensó en regresar pero su pareja, una inmigrante peruana con problemas de salud, le hizo quedarse. Actualmente vive en un descampado a cambio de vigilarlo.

Durante la conversación su novia le llama en varias ocasiones, tiene miedo de que sea demasiado sincero. Ion está amenazado. “Vino el jefe de la policía y me dijo -piénsate en hablar al periódico o a otra cosa porque tú puedes morir en cualquier momento, sabemos dónde vives-. No pasa nada, nadie tiene dos vidas, por dios”. A Ion lo detuvieron volviendo de un comedor social, era el 29 de abril de 2014 y lo encerraron en el Centro de Internamiento de Extranjeros de Madrid. “Es más como una cárcel de Guatemala, por dios, traen un perro y un perro no come. Entré con 84 y mira como estoy ahora, 60 kilos peso, en dos meses.”

A Ion le notificaron cinco veces orden de expulsión. Cuenta cómo en dos ocasiones le subieron a un vuelo comercial que se dirigía a Rumania. Iba maniatado y escoltado por cuatro agentes, pero encontró la manera de impedir su deportación. “Les pedí que quería hablar con el comandante de el avión. Yo tengo la familia aquí, yo no quiero viajar a Rumania, le dije. -No pasa nada, en cinco minutos eres libre, yo soy el comandante y el avión es mío-”. Repetidamente, los policías golpearon a Ion en las costillas pidiéndole que hablara en castellano, pero el piloto del avión solo hablaba rumano. Los pasajeros estaban asustados. Asegura que en el furgón de vuelta los golpes se repitieron, siempre en el cuerpo. Nunca en la cara.

Ion cuenta que después de las agresiones ni el doctor del centro ni Cruz Roja le quisieron hacer un parte médico. También afirma que recibió golpes dentro del CIE. “Los que más reciben son los de Sudamérica, reciben mucho más, no sé porqué”.

“Yo tengo mi pasaporte. Yo me voy solo a Rumania, no con violencia, no con golpes. Me voy cuando yo quiero porque soy europeo, hoy estoy aquí y mañana en Francia, o donde quiera”.

Abdou Sech. Senegal, 53 días en el CIE

Adbou no se llama Abdou. Escogió este nombre para aparecer en el reportaje en recuerdo de un amigo suyo deportado hace poco más de un mes. Esconde su identidad por la orden de expulsión que tiene vigente. Su historia empieza en 2008 en un hospital de la periferia de Kaolack, Senegal, en el que su madre agonizaba. “Yo no soy el mayor, pero mi madre, cuando moría en el hospital, sus últimas palabras me las dijo a mí: cuida de tu familia”. Abdou se quedó sin padre ni madre y con 6 hermanos. “Desde ese día he sacrificado mi vida para venir aquí. He hecho 4 días de mar, sin comer, sin beber… Yo he venido con amigos de mi mismo barrio, se han muerto delante mío, en la patera mismo. Te mueres, la gente te mira, estás muerto, te cogen, y al agua”.

Hoy, Abdou vive en uno de esos pueblos de la costa mediterránea que los turistas invaden 3 meses al año. El 31 de marzo de este año fue detenido en la estación de tren del aeropuerto de El Prat, en Barcelona. Fue entonces cuando supo que tenía una orden de expulsión del país que nunca se le había notificado. Gracias a esa orden, Abdou conoció el CIE de la Zona Franca de Barcelona.

“La comida es… tú sabes que esto no lo vas a comer, malísima. Nunca comería eso en la calle. Y la poli, cuando vienen enfadados, tú tienes que pagar los platos rotos. Yo he iniciado dentro una huelga de hambre. Cuando yo estaba dentro, había una paisano mío (refiriéndose a Mamadou Balde), cuando él llevaba cinco días nos empezamos a conocer, hablamos, compartimos tabaco y tal. Yo cada día lo veía peor, se encontraba flojo, cada día mas delgado, tosía y le salía sangre.” Una noche, justo antes de entrar en las celdas, Mamadou se desplomó delante de todo el mundo. A las pocas horas estaba hospitalizado y diagnosticado con tuberculosis. Al día siguiente, aproximadamente la mitad de personas internas en el CIE de la Zona Franca se plantaron en huelga de hambre para pedir análisis médicos. “Están jugando con mi vida, yo no lo voy a permitir, yo he entrado sano, si me expulsan me tienen que llevar sano a mi país, si me sueltan, también: me tienen que soltar sano”.

Los huelguistas consiguieron negociar directamente con el director del centro, que aprobó una revisión medica para las personas más cercanas a Mamadou. Abdou estuvo entre los seis primeros analizados. Los seis dieron positivo en tuberculosis y se les agendó una segunda prueba al cabo de 4 días para confirmar el diagnóstico. La mayoría de estas pruebas nunca se pudo realizar. Cinco de los seis positivos fueron puestos en libertad antes, incluyendo a Abdou. “Me he encontrado bien. Fui al médico pero aún tengo que esperar que me manden la tarjeta del médico de aquí”.