La verja se abre y decenas de mujeres, algunas con sus bebés a las espaldas, entran a un pequeño terreno dispuestas a trabajar con sus manos en los cultivos. Algunas se agachan a arrancar con los dedos las hierbas, otras sacan agua del pozo para regar… La escena tiene lugar en Sissaucunda, un pueblo de Guinea Bissau y podría ser una estampa más de la realidad africana, sin más trascendencia, si no fuese porque estas mujeres han protagonizado recientemente un hecho histórico.
Por primera vez en la historia de este país fronterizo con Senegal, estas agricultoras han logrado ser propietarias de la tierra. En Guinea Bissau, como en otros países africanos, las mujeres labran las tierras, las siembran, participan en la recolección… Pero los terrenos pertenecen a los hombres, a sus maridos o padres. Así ocurre también en Tanzania, por ejemplo, donde solo el 1% de las mujeres tiene títulos de tierra legales.
Ahora, las mujeres de Sissaucunda también tienen la documentación que las acredita como dueñas de unos pequeños campos de cultivo, un papel por el que han sudado y luchado en contra de la burocracia. “Hay unas 320 mujeres beneficiadas con cuatro hectáreas en total. Cultivan para consumo propio productos como cebollas, zanahorias, tomates, berenjenas... y también los venden en el mercado”, explica Aua Keita, responsable de la ONG local Aprodel, que en colaboración con Alianza por la Solidaridad ha impulsado este proyecto. Todos estos cultivos son de secano, una época en las que las agricultoras no estaban acostumbradas a trabajar y en la que, tras la época de lluvias, solían estar paradas. “El proceso no fue fácil. Las mujeres tuvieron que convencer a muchas autoridades, tocar a puertas, conseguir papeles; pero han sido persistentes en sus intenciones”, agrega Keita. La intención de Aprodel es extender esta práctica en otras comunidades.
Estamos en Sissaucunda una mañana y las mujeres entonan cánticos y tocan los tambores. En el grupo está Djenabu Djamanca, una de las luchadoras que ha conseguido su trozo de terreno para cultivar. “Ahora voy a ser propietaria de la tierra por 30 años. Voy a poder trabajar yo, y mis hijas, y mis nietas. Eso es un motivo de orgullo”, explica esta mujer, que no recuerda la edad que tiene, pero ahora se ha convertido en una de las alumnas de las clases de alfabetización para adultos que se imparten en el poblado. Djenabu destaca cómo gracias a los nuevos cultivos, la alimentación es más variada y no se basa solo en el arroz. “Yo y el resto de las mujeres nos sentimos más fuertes, tenemos más vitalidad”, cuenta, para resaltar a continuación que lo que ha ocurrido es histórico y un paso más hacia la igualdad en el poblado.
Las mujeres trabajan la tierra de manera tradicional, pero el proyecto en el que colaboran Aprodel y Alianza por la Solidaridad incluye avances como unos paneles solares para poner en marcha un sistema de riego y evitar así el que tengan que acarrear de un lado a otro con los cubos de agua. “Queremos que este proyecto sea sostenible. Hemos incluido también otras mejoras como la fabricación de abono orgánico”, señala Keita.
Todo el proyecto tiene un hilo conductor que le une con otras acciones de las ONG implicadas, que es evitar el acaparamiento de tierras en Guinea Bissau. Esta práctica afecta sobre todo a las mujeres, que son las que finalmente trabajan las tierras y las que se ven expulsadas cuando llega una empresa extranjera y, sin consulta previa, se apropia de los campos de cultivo. Así ha ocurrido por ejemplo con la empresa española Agrogeba, que ha desplazado de sus terrenos a 600 agricultores, en su mayoría mujeres. Por eso, hechos históricos como el ocurrido en Sissaucunda pretenden reforzar el empoderamiento femenino para que pueden defenderse en el caso de que sus derechos sean vulnerados.