Mohamed es originario de Derek, una ciudad en la región kurda al noreste de Siria, entre las fronteras con Irak y Turquía. Posteriormente se trasladó a Damasco para trabajar como chofer de un minibús. Es padre de cuatro hijos; el más pequeño de todos aún no camina. Mohamed y su familia huyeron de Damasco cuando la ciudad se volvió “demasiado peligrosa como para seguir ahí”.
Como miles de kurdos sirios, Mohamed y su familia terminaron cruzando hacia el Kurdistán iraquí, y se establecieron en el campo de refugiados de Domiz, que actualmente alberga a unas 40.000 personas. El apoyo a los refugiados sirios que viven en campos como este sufrió un enorme recorte este verano, cuando el valor de los cupones que les daban para comprar alimentos fue rebajado de 31 dólares estadounidenses a tan sólo 10.
Cada día, muchas familias que viven en el campo se preparan para viajar hacia a lo desconocido, dejando el campo y continuando su trayecto hacia Europa, en donde esperan encontrar una seguridad a más largo plazo y reconstruir sus vidas. No pueden volver a Siria y ya han perdido la esperanza de que el conflicto termine pronto.
El pasado 25 de agosto, antes de emprender de nuevo viaje junto a toda su familia, le contó sus planes a Gabriella Bianchi, trabajadora de Médicos Sin Fronteras. Un mes después, Mohamed y los suyos pueden estar en cualquier lugar: esperando a subirse en un lancha en la que se jugarán la vida y en la que se dejarán sus últimos ahorros; varados en alguna de las islas del Dodecaneso, donde tendrán que dormir durante días en un parque o en una playa sin recibir apenas alimentos; atravesando Macedonia de sur a norte y saltando alambres de espino; retenidos en algún punto fronterizo de Serbia, Croacia o Hungría sin saber cuándo podrán salir de ahí y sin contar con un techo bajo el que dormir… o también es posible que hayan tenido suerte y hayan conseguido por fin llegar a algún lugar de Europa donde poder reiniciar sus vidas. Este es su relato:
No estoy contento con la idea de irme; preferiría quedarme aquí si pudiera, cerca de mis padres, pero no tenemos alternativa. Hasta agosto recibíamos cupones alimenticios que nos permitían salir a flote, pero ahora que todo eso ya se ha terminado, apenas nos queda nada. Este verano trabajé para un granjero, un buen hombre que conozco bien. Trabajé muy duro, y de hecho él mismo fue el primero en decir a todo el mundo que soy el mejor manejando el tractor. Pero él no logró vender su cosecha y aquí sólo te pagan una vez que se vende el producto. Él me dijo que no me podía pagar y yo sé que es verdad.
Así que, ¿cómo alimentaré a mi familia? Pedí mucho dinero prestado para poder convertir nuestra tienda de campaña en una verdadera casa hecha de ladrillos. Terminé de hacerlo hace unas semanas. Apenas hemos dormido en ella unos días y sin embargo ahora tenemos que dejarla. Ninguno queremos irnos, pero la situación es demasiado difícil en este lugar.
La vida era buena en Damasco. Yo solía llevar a los niños al parque en mis días libres. A ellos les encantaba eso. Cuando llegamos al campo de Domiz no paraban de preguntarme por qué ya no íbamos al parque. Aquí no hay parques, sólo hay polvo por todos lados. Y aun así preferiríamos quedarnos en vez de irnos. Trabajé muy duro, construí nuestra casa y ahora necesito venderla para pagar mi deuda. Hay muchos kurdos sirios viviendo a las afueras del campo que están dispuestos a comprar esta casa por un precio bajo para no tener que seguir pagando un alquiler.
Después de saldar mis deudas no me quedará mucho dinero para pagar a los traficantes de personas, así que simplemente dejaremos todo a la suerte: nos iremos y simplemente seguiremos a todos los demás. Viajaremos junto a otras familias porque somos conscientes de que es demasiado peligroso moverse solo. Además, algunos de ellos son a su vez familiares nuestros. Muchas personas están sufriendo los mismos problemas que nosotros y se están preparando para irse. Mis familiares sólo están esperando a que yo encuentre a alguien que esté dispuesto a comprar mi casa; después de eso saldremos todos juntos.
Mi hermana quiere que su hija continúe sus estudios. Su marido se fue hace dos semanas, pero fue detenido y encarcelado en Hungría. Durante días no supimos en dónde estaba o qué le había pasado. Finalmente, ayer nos informaron que había sido liberado después de que el traficante al que había contratado sobornara al guardia.
La gente se mantiene en contacto por el móvil. Siempre hay una familia que te presta el teléfono para poder hablar con los demás. Cuando dejamos Siria trajimos muy pocas cosas con nosotros. Esta vez, sólo llevaré una tarjeta de memoria con nuestras fotos. Después de vivir en una tienda de campaña durante años no tengo nada material que merezca la pena llevarse.
Hemos huido muchas veces durante todos estos años. Siempre hemos ido todos juntos, pero esta vez mis padres se niegan a intentarlo de nuevo. Están muy cansados y me preocupa dejarlos atrás. De verdad que no me quiero ir y que temo por mi familia. Así que si en algún momento alguien me da pruebas de que aquí vuelve a haber trabajo, entonces regresaremos.
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Nota: MSF está presente desde 2012 en Domiz, el campo de refugiados más grande del Kurdistán iraquí. Los servicios que presta la organización médico humantiaria incluyen consultas de medicina general, con especial énfasis en salud sexual y reproductiva, salud mental y enfermedades no transmisibles. En agosto de 2014, MSF abrió una unidad de maternidad en el campo. En ella, las mujeres pueden dar a luz de forma segura y acceder a cuidados de salud reproductiva.