Al finalizar el día en que Helena Maleno leyó el contenido de años de investigación policial en España por sus llamadas de auxilio de personas en peligro en el mar, la activista, agotada, se tumbó en su cama. Mientras se echaba crema, se paró a observar una de las cicatrices que han dejado en su cuerpo más de una década de defensa de los derechos de los migrantes. “Parece que me ha pasado un camión encima”, le dio por pensar en aquel momento. “¿Qué digo un camión? Más bien una frontera”, se corrigió a sí misma.
De vidas atravesadas por las políticas migratorias trata 'Mujer de Frontera' (Península), el primer libro de Helena Maleno, una de las principales defensoras de las personas migrantes de la Frontera Sur. La activista describe “desde sus entrañas” los latigazos sufridos por quienes luchan por el derecho a la vida. Aquellos que han impactado sobre los miles de hombres y mujeres que han llamado a su teléfono para pedir auxilio en medio del mar o quienes han acudido a su “altavoz” para denunciar injusticias.
Pero también los estragos que las fronteras han hecho en su propia vida, tras el procedimiento juidicial abierto en Marruecos en 2018 tras el envío por parte de la Policía española de una investigación sobre su labor. El Tribunal de Apelación de Tánger archivó en 2019 el caso penal contra la activista, que la acusaba de un supuesto delito de tráfico de personas por sus llamadas a Salvamento Marítimo con las que advierte de pateras en riesgo.
El caso cerrado por la justicia marroquí se basaba en una investigación desarrollada por la Unidad Central de Redes de Inmigración Ilegal y Falsedades Documentales (UCRIF Central) de la Policía Nacional. En 2017, la Fiscalía de la Audiencia Nacional archivó las diligencias recopiladas por la policía española al no encontrar indicios de delito. Sin embargo, el expediente policial había sido enviado por España.
El libro empieza narrando el momento en que se encuentra con dos agentes marroquíes cerca de su casa. Acaba de recoger a su hija del colegio y le informan de que hay una investigación abierta sobre usted. ¿Cómo cambia su vida desde entonces?
Mi vida ha cambiado en todos los sentidos. Antes nunca me había preocupado por mi seguridad, ahora hay una serie de parámetros de protección que he tenido que integrar en mi vida. Hay miedos que están ahí. La Policía española me investigó de una forma bastante extraña durante muchísimos años. Yo no sé si ahora sigo siendo investigada o no. Cada vez que hago una llamada, pienso en esa posibilidad.
Es decir, no soy una ilusa: después de todo lo que ha pasado y todo el proceso de criminalización, no creo que la Policía no siga investigando. Esto sí que me ha abierto los ojos y nos ha cambiado la vida a mí y a mi familia. Ya no es la misma forma de vivir. Ahora tengo muchas más restricciones de libertad en mi vida y en mis decisiones. Eso me pesa. A veces sí me da rabia, pero lo pongo en una balanza y digo que merece la pena seguir luchando. Pero es muy injusto que por estar acompañando a las personas migrantes o a los compañeros que están defendiendo sus derechos, mi vida no pueda ser igual que la vida de otros y de otras.
Uno de los momentos más duros de todo el procedimiento judicial, cuenta, fue cuando empieza a leer el informe elaborado sobre usted por la Unidad Central de Redes de Inmigración Ilegal y Falsedades Documentales (UCRIF)de la Policía Nacional. ¿Qué contaba ese dosier?
El dosier parecía que hablaba de otra persona. Entre otras cosas, había un listado de todas mis relaciones en presuntas relaciones sentimentales sexuales, entre ellas una relación con una mujer que era alguien muy próxima a mí. Entonces, en esas primeras hojas, vi que era un informe terriblemente misógino y homófobo. Tenía todas las cosas que un dosier del Estado español no podía tener nunca si estamos hablando de una Administración pública española. Entonces, me asusté. Vi que Frontex se dedicaba a preguntar por mí a los migrantes que llegaban a las playas. Se dedicaba a preguntar si me habían visto físicamente alguna vez. Eran cosas horrorosas.
También me intentaban responsabilizar de naufragios concretos, cuando que ni siquiera había llamado yo a Salvamento Marítimo para esos casos. No sólo había ataques a mi condición de mujer, no sólo había ataques a mi condición de defensora de derechos humanos, sino que había mentiras dentro del dosier. Pero mentiras que Marruecos tardaría años en comprobar que se trataban de falsedades. Me dolió muchísimo que estuvieran en ese dossier personas queridas.
Hablaban de relaciones sexuales o sentimentales con personas a las que yo amo, quiero, que son mi familia, son parte de mi vida. Yo ahí me rompía. Decía “desgraciados”. No puede ser un cuerpo policial el que ha hecho este papel. Me sorprendió muchísimo ver todo eso por escrito. Era terrible.
En el primer interrogatorio, el propio juez marroquí le dice: “Es su policía, su país el que dice eso de usted. ¿Cómo lo explica?”. ¿Qué respondió?
Claro. El juez marroquí tenía un dossier encima de la mesa porque la Policía de mi país se lo había mandado. Tenía cajas y cajas de escuchas telefónicas. Yo no sé cómo habían transcrito todas esas cajas, la de horas que gastarían funcionarios públicos para investigarme. De todas mis llamadas, ya fueran personales, de día o de noche, todas estaban transcritas. Me trataron como una gran criminal. Hay que ser una gran criminal para emplean tantos recursos. Entonces, claro, le decía al juez: yo entiendo que vea todo eso y piense “esta mujer es la delincuente más peligrosa que debe haber ahora mismo en toda la frontera”.
Le dije que la Policía mentía. Que la idea que tenemos de derecho y libertad de las democracias europeas, por desgracia, ha cambiado. No es así. Se está persiguiendo a muchos defensores y defensoras de derechos humanos en territorio europeo. Y eso que supuestamente nuestro Estado es una democracia maravillosa, perfecta y que da lecciones al Reino de Marruecos...
Se describe como una persona “simple”, una “hormiguita”, una “piruchi” -se ríe-. ¿Por qué cree que la Policía española dedicó tanto tiempo a investigarla?
Yo no lo sé. Habría que preguntar a la UCRIF, a los que decidieron hacer esta investigación, que muchos de ellos siguen en puestos de poder dentro de la Policía. Yo creo que ellos buscaban un caso ejemplarizante. Y, pensarían, “¿quién mejor que ésta?” Porque, claro ésta, lo que yo digo siempre, es una “pichiruchi”.
Soy más simple que el mecanismo de chupete y yo lo comunico todo por teléfono. A Salvamento se lo cuento por llamadas, todo lo pongo en las redes sociales... Era algo, algo muy fácil de investigar y muy fácil de saber que ahí no había nada delictivo. Pero también era muy fácil de manipular.
Yo trabajaba en investigaciones sobre trata. Cuando me empiezan a investigar, yo estaba documentando expulsiones de víctimas menores de trata en Nigeria. Justo son las mismas fechas de los dossieres y mi investigación. Así que pensarían: si esta a señora la meten en la cárcel, se pudre en una cárcel marroquí y el miedo que vamos a meter al resto de organizaciones sociales va a ser bastante importante. Y no solo a ONG, sino también a los compañeros y compañeras migrantes que empiezan a defender sus derechos.
Por muy “hormiguita” que sea, las denuncias de Caminando Fronteras han sacado a la luz graves vulneraciones de derechos humanos en la frontera. ¿Cree que es una amenaza para las autoridades migratorias?
Sí. Yo creo que también no les gusta lo que hago y no les gusta lo que hacen las personas que se mueven. Ahí radica el problema. Hubo muchos momentos en Tarajal o en otros momentos complicados de vulneración de derechos en las fronteras donde han caído muchos compañeros y compañeras.
Yo he estado acompañando y haciendo de altavoz a personas que no podían estar presentes por la propia vulneración de los derechos que sufren y, al final, me he convertido en un referente para las comunidades migrantes. Ellos eso no lo entienden. El juez también me lo preguntaba en algún momento: ¿cómo tienen tantos migrantes su número de teléfono? Es que yo no lo sé. Esto ha ido creciendo y creciendo y creciendo más que yo. No soy yo, no es Helena Maleno, sino lo que Helena Maleno representa. Las ideas que defiende representan a mucha gente.
Lo compara con el efecto multiplicador de las influencer.
¡Claro! ¿Qué entendemos por redes sociales? Nosotros normalmente podemos entender que haya un influencer que te vende maquillaje o la ropa y que eso influye en cientos de miles de personas en España. Y no entendemos que una persona que habla del derecho a vivir cuando cruzas una frontera puede tener una influencia también dentro de una comunidad. Ahí ven delito. Es como si pusiéramos ahora a la Dulceida delante de un juez y le preguntásemos: ¿por qué llega a tanta gente, señora?
En el libro cuenta cómo fue la primera vez que recibió una llamada desde el medio del mar en busca de auxilio, cuando aún ni sabía a dónde llamar. Y pensó: “Por favor, que no me llamen más a mí”.
Me llamaron y lo pasé mal, muy mal. Pasé muchísima angustia y pensaba: “Que no me llamen más. Qué angustia, no he dormido pensando en toda esa gente”. Me acuerdo de ese momento perfectamente. Me acuerdo de la voz de Miguel Zea, quien era el jefe de la Salvamento Marítimo Almería, con el que hablé ese día (en 2007) por primera vez en aquella primera llamada. Años después, con la nueva política migratoria (cuando el Gobierno de Pedro Sánchez creó un mando único para el control de fronteras), le cesaron de su cargo y lo dejaron de controlador. A partir de ahí, se ha incrementado el número de fallecidos en el Mar de Alborán. Eso también es represión. Esto forma también parte de los ataques a las personas que están liderando la defensa del derecho a la vida.
Narra los efectos de las fronteras y sus políticas desde diferentes prismas. El relato del proceso de hostigamiento que sufrió se entrelaza con las historias de numerosas personas migrantes.
Antes de escribir pasé varias semanas recogiendo todas las libretas que he guardado en los últimos 18 años. En ellas hago dibujos, anotaciones de cada trabajo en terreno... Las recogí todas y empecé a repasarlas. Una amiga me dijo: es un libro de aventuras, porque la vida es una aventura. Y, entonces, me acordé de que, como los migrantes dicen, “la vida es un combate”. Y a partir de ahí empecé a colocarlo todo: empecé a darme cuenta de que lo que yo quería contar en realidad era lo que siempre están hablando los compañeros y las compañeras en las fronteras, el impacto que tiene esa política migratoria en los cuerpos.
Entonces, claro, a mí también me había atravesado la frontera, me había atravesado esa política directamente, de una forma palpable, de una forma que me había dejado incluso cicatrices en el cuerpo. Pensé en todos esos cuerpos de compañeros y compañeras a lo largo del año que también habían sido atravesados por la frontera. Decido partir, de mi cuerpo y de cómo mi cuerpo ha ido cambiando mi vida, no sólo por las políticas de la frontera, sino por las luchas de los compañeros y compañeros, por sus resistencias.
¿Qué historia o realidad denunciada en estos años ha estado especialmente presente en su cabeza en esos meses en los que temía acabar en la cárcel por alzar la voz?
El caso de Gautier y su familia. Eran mis amigos. Su hija era amiga de mi hija. Habíamos compartido muchísimas cosas, cuando suena el teléfono y escucho su voz... Son muchas, muchas historias. La de Joseph. La primera 'toy' (balsa hinchable) que nosotras documentamos que desapareció en el Estrecho. Yo creo que el libro merece la pena leerlo. Es un logro muy doloroso, pero es un libro que tiene un dolor que sana. Es un dolor que sana porque es un dolor de personas... [dice antes de hacer una pausa cuando la voz se entrecorta]. Ya voy a llorar.
No pasa nada. Ya dice en el libro que es “muy llorona” [risas].
Sí, eso es verdad... Como decía, hay personas que mueren por defender la vida. No solo la suya, sino la de muchas otras, las de sus hijos e hijas, las de sus comunidades de origen, las de sus familias. ¿Qué es entonces? Es un dolor que acaba sanando, porque es un dolor que habla de valentía, que habla de vida. Porque al final la vida está ligada a la muerte, sobre todo en determinadas poblaciones y en determinadas comunidades. Yo creo que por eso merece la pena leerlo. Porque te dan fuerza a la vez.
Es esa fuerza de transformar ese dolor en justicia, en la lucha. De eso también habla el libro. Transformemos todo ese dolor en otra cosa y ojalá de verdad el libro llegue a muchas personas y también a quienes están tomando decisiones políticas.
¿Y usted se plantea buscar justicia tras el dolor que, según transmite en el libro, le ha causado la investigación policial? ¿Piensa denunciarlo en España?
Ahora no lo sé, pero m irando todos los dossieres, mirando todo lo que ha pasado, se han pisoteado todos mis derechos, no sólo los míos, sino los de mi familia, los de mis hijos. En muchos sentidos. Desde acusarme de delitos que eran falsos, con pruebas falsas; a distribuir datos personales a un país tercero sin saber qué procedimientos siguió... Por ejemplo, ese informe no pasó por el enlace de la embajada de Marruecos. Se han vulnerado muchísimos derechos en mi dossier y hay responsables policiales y responsables políticos. Ahora, había que contarlo. Después habrá que pensar en esa reparación. Y es verdad que tiene que haber una reparación de todo ese dolor, no sólo por mí, sino por tanta gente a la que a la que se ha hecho daño a través de un procedimiento judicial como este.
Tras el archivo de la investigación policial en la Audiencia Nacional y en Marruecos, ¿alguna autoridad en España le ha pedido perdón?
No, no, no. Nadie, nadie me ha pedido perdón por que la Policía enviase un informe lleno de mentiras a Marruecos. Nadie ha pedido perdón a nadie. Es paradójico porque el proceso se inicia con el Partido Popular en el poder, con Fernández Díaz como ministro del Interior. Después, cuando le sustituye Juan Ignacio Ziodo, niega que hubiera existido esa investigación que inició su antecesor. Durante el procedimiento, me dieron muchos premios. Uno de esos premios me lo entregó Ana Pastor -entonces presidenta del Congreso de los Diputados- y habló de mi valentía.
Después, cambió el Gobierno y nosotras le pedimos al PSOE que iniciara una investigación sobre cómo fue posible que se hiciese esa investigación, cómo puede haber gente en la Policía dedicándose a esto. No sé si quiero decir, lo que sé es que yo soy abogada del Estado español y yo lo que quiero es que los policías se dediquen a otras cosas. Y nadie lo ha hecho. Esse perdón tenía que haber llegado en algún momento: dos tribunales han dicho que en esa investigación no había ningún delito.
Tampoco se dio el pésame a las familias de las víctimas del Tarajal, ni se ha pedido perdón por la actuación policial el 6 de febrero de 2014...
Exactamente. No ha habido perdón en mi caso, como no lo hay para Tarajal, ni en tantos otros. Si ni nos han dado los visados para que las familias de las víctimas de los fallecidos viajen a España para hacerse la prueba de ADN e identificar los cuerpos enterrados en Ceuta... No hay justicia, no hay una reparación en las fronteras.